CAPÍTULO I
ORGANIZACION DEL PUEBLO
POBLACIÓN
Objetivo fundamental
1. G. 13. Protección del aborigen.
La población indígena
será protegida por la acción directa del Estado
mediante la incorporación progresiva de la misma
al ritmo y nivel de vida general de la Nación.
(2º Plan Quinquenal).
En
el Capítulo 1 del 2º Plan Quinquenal, relativo a
la 0rganización del Pueblo, el general Perón fija
como objetivo fundamental de la acción nacional, en materia
de población, la conformación de la unidad del
pueblo argentino sobre las bases y principios de la Constitución
Nacional Peronista. Y a tal fin, el Estado y las organizaciones
sociales, económicas y políticas habrán
de tener como objetivo general de sus acciones paralelas y concurrentes
el lograr un alto nivel de vida material y espiritual para el
capital humano que compone la comunidad. En consecuencia, no
es ajena a este capital humano de la Nueva Argentina la población
indígena. Por el contrario, ella será protegida
por la acción directa del Estado mediante la incorporación
progresiva de la misma al ritmo y nivel de vida general de la
Nación.
El hecho tiene importancia de proyección insospechada,
pues lo ordinario, lo corriente es creer que aquí no
hay problemas de tal carácter porque predomina en nosotros
la convicción de que el aborigen representa un núcleo
muy reducido de la población. Pero aunque fuese verdad,
lo esencial es que ese grupo de ciudadanos nacidos al amparo
de la Constitución Justicialista vivía hasta hace
poco bajo el rigor de una discriminación racial ignominiosa,
a pesar de ser tan argentino como el mejor.
Este ultraje a los valores permanentes del hombre hundido en
las tinieblas de la crueldad y del olvido, simboliza un largo
y amargo proceso de nuestra evolución histórica.
De dueño y señor de estas tierras creadas por
Dios para consuelo de la humanidad, el indígena pasó
a ser un paria sin consuelo en su propio solar nativo desde
los lejanos tiempos del descubrimiento de América, hasta
la llegada de Perón al gobierno.
Ya en 1951, el conductor de la Nueva Argentina daba cuenta
al Congreso Nacional que la Dirección de Protección
al Aborigen prestaba eficaz amparo a los indígenas del
país, procurando su incorporación a la vida civilizada
e interviniendo en la contratación de su trabajo para
evitar el renacimiento de los abusos de que antes se le hacía
víctima.
“En la actualidad —añade textualmente
el general Perón en su mensaje inaugural del periodo
de sesiones ordinarias de Congreso— existen tres colonias
de aborígenes, por cuyo medio el gobierno cumple aquellas
propósitos can respecto a los aborígenes de la
provincia Presidente Perón y el territorio nacional de
Formosa, dispersas en organizaciones primitivas de tribus”,
“Son las siguientes:
Colonia “Presidente Perón”, que alberga
a 250 familias;
Colonia “Bartolomé de la Casas” (Formosa),
con 120 familias;
Colonia “Francisco Javier Muñiz” (Formosa)
con 60 familias”.
Y expresa a continuación el general Perón:
“Las colonias han cumplido con eficacia su misión,
como lo demuestra el hecho de que la capacidad de los indígenas
alojados se elevó a un 85 por ciento”.
Luego agrega este dato extraordinario:
“El Instituto Étnico Nacional realizó
en agosto de 1950 una investigación sobre la capacidad
intelectual de adultos, jóvenes y niños aborígenes,
llegando a la interesante conclusión de que el indígena
no es sustancialmente inferior al blanco: siendo su nivel
mental equivalente al de la población de la periferia
de la Capital Federal”.
Esta comprobación oficial, pone de manifiesto un hecho
que abre los ojos a la contemplación de una realidad
telúrica, arraigada profundamente en el acervo espiritual
de la raza Y no podría ser de otro modo, porque el indio
es el producto más genuino de la tierra, como lo son
la fauna y la flora autóctonas; como la piedra y el agua;
como el lenguaje indio, refugio espiritual que le ha servido
para mantenerse de pie sobre las potencias creadoras de la tierra-madre.
El indio renace de sus propias cenizas, y se reproduce en su
propio infortunio; manifiesta su presencia en el gaucho y en
el criollo; aflora en el alma popular y se embellece en los
cantos y las danzas vernáculas, otras dos propiedades
inviolables de su pensamiento. Y no desaparecerá jamás,
porque es tipo representativo de una raza que no admite transformaciones
fáciles ni prematuras. Más de una prueba elocuente
de esta supervivencia de lo indígena está jalonada
con fechas memorables en la historia patria. Cuando el pueblo
argentino proclama el verbo de su independencia política
después de dos siglos de opresión, el indio asoma
la recia contextura de su estirpe en las estrofas del Himno
inmortal:
"Se conmueve del inca las tumbas,
y en sus huesos, revive el ardor
lo que ve renovando a sus hijos
de la patria el antiguo esplendor."
En esos mismos días históricos, el artista peruano
Juan de Rivera, descendiente directo de Tupac Amaru fabrica
el sello de la Asamblea General Constituyente de 1813 que sirvió
de base para la creación del escudo nacional. Y seis
años después, cuando el mundo cree con Draper
que el régimen colonial y las organizaciones capitalistas
que le sucedieron habían exterminado las’ razas
de nuestro continente, el indio que todos llevamos dentro (los
refranes son el decálogo de la sabiduría popular),
aparece de nuevo en la gesta del 17 de Octubre dispuesto, con
los demás, a rescatar al líder que asegura la
libertad del pueblo.
Por otra parte, el estudio de los antecedentes de este admirable
tipo humano, es fundamental al conocimiento de lo que ya tiene
cumplido y de lo que todavía le toca cumplir cuando se
incorpore definitivamente al ritmo y nivel de vida general de
la Nación.
En efecto: después del descubrimiento de América,
el indio produce una verdadera revolución en el Viejo
Mundo.
Draper se queda corto en su “Historia del desarrollo
intelectual de Europa” cuando dice que en la última
mitad del Siglo XV se revelan a Europa occidental dos mundos:
un mundo nuevo y un mundo antiguo; el primero por la expedición
de Cristóbal Colón y el segundo por la toma de
Constantinopla; la una, destinada a producir una revolución
en la industria europea; la otra, en su religión.
Industria solamente, no. De ningún ‘modo. El descubrimiento
de América —hay que repetirlo una y mil veces si
es necesario— modificó el sistema alimenticio de
Europa con productos autóctonos tan importantes como
el maíz, la papa, el maní, el chocolate, el zapallo,
el camote, la batata y el tomate.
En el mundo científico, la coca y la quina, producen
una verdadera revolución. El tabaco vendría después
a ser el dueño del mundo. Más tarde se agregaría
el caucho. Y en cuanto a la valiosa aportación del Nuevo
Mundo a la cultura universal, oigamos lo que dice el doctor
Jorge Basadre, catedrático de la Universidad de San Marcos
de Lima: “El contacto del indio con hombres y razas
nuevos, marca el anticipo de ciencias como la antropología,
la etnografía y la etnología”.
“América —añade— no
sirve únicamente para enriquecer a Europa. Curiosas sugerencias,
inspiradas en el indio, se advierten desde entonces en la mentalidad
europea y, de modo especial, en los discursos de carácter
teológico, filosófico, jurídico y literario”.
Y refirmando nuestro hallazgo en las fuentes de inspiración
de Shakespeare de dos mitos guaraníes, cita el Dr. Basadre
algunos pasajes de “La Tempestad” atribuidos al
mismo origen y obras como “La destrucción de las
Indias” por Bartolomé de las Casas; “Los
Caníbales” por Montaigne; “Relóx de’
Príncipes” por fray Antonio Guevara: “Del
origen de las gentes americanas” de Crocio y “Ensayo
filosófico sobre el entendimiento humano” de Locke,
que registran la misma influencia.
“La presencia de América en Europa —dice
finalmente el Dr. Basadre— es evidente en las obras
literaria y, filosóficas del siglo XVII”.
Cohen ahonda más en los bienes materiales y espirituales
del indio. Oigámosle:
“De la rica tradición democrática
indígena, se derivaron en Europa los ideales distintivos
de América. La idea de esta dos dentro de otro Estado,
o sea lo que llamamos federalismo; el hábito de considerar
a los jefes del pueblo como sus servidores y no sus amos y
señores; la insistencia de que la comunidad debe respetar
la diversidad de hombres como la diversidad, de ideas; todas
estas cosas, —que son consideradas singularmente americanas—
son herencia de las gentes que aquí vivían antes
de la llegada de los españoles”.
Sería suficiente un brevísimo repaso de la organización
política de Europa en 1492 —año del descubrimiento
de América— para constatar la veracidad del enfoque
de Cohen, que es también el de Basadre y el de muchos
indigenistas americanos. España había arrojado
a los moros y reunía todos sus reinos en uno solo. Las
Cortes habían desaparecido y el rey se convertía
en un déspota sin control. Dominaba en Francia una monarquía
hereditaria que era electiva en Bolonia, ilimitada en Rusia
y constitucional en Hungría. De la esclavitud, el pueblo
romano había pasado a un régimen de servidumbre
feudal. Venecia y Génova se habían constituido
en repúblicas aristocráticas. En Teutonia gobernaba
una aristocracia militar. Los germanos estaban divididos en
repúblicas oligárquicas. En Lobek imperaba una
oligarquía mercantil y en Inglaterra, Enrique VII había
establecido una monarquía absoluta.
En todas las naciones europeas predominaban el lujo y los vicios.
Hacia 1489 se habían cometido en Roma numerosos hurtos,
sacrilegios y crímenes. Quince años antes había
muerto Petrarca sin conocer más de diez personas capaces
de saborear a Homero. Y en todo el siglo XV la Provenza no había
dado un solo poeta.
En cambio, los indios americanos habían ya resuelto,
como afirma Cohen, “los intrincados problemas del
uso adecuado de la tierra, de la educación, del gobierno
y de las relaciones humanas; problemas a los cuales Europa no
ha: encontrado todavía la acertada respuesta”.
-
“El amor del indio por la libertad —añade
Cohen en su estudio “Americanizando al blanco”—.
fué obstáculo capital para los intentos de esclavitud
de su grupo y se extendió rápida mente entre los
blancos. De esto da cuenta un informe sobre América,
de 1776, que se hizo popular en Inglaterra y- que dice en su
parte sustancial: “La pasión más querida
de los americanos es la libertad y ello tomado en su acepción
más completa, pues ya no sólo a los indígenas
es atribuible esta pasión; nuestros colonos enviados
allá parecen haber absorbido iguales principios.”
Lo mismo ocurrió en las colonias españolas y
portuguesas. El extranjero se asimiló pronto a las ideas
y costumbres de los aborígenes. A la par que se esforzaba
por aniquilar al indio, que se había cruzado de brazos
en señal de protesta, registrando de este modo el precedente
de la primera huelga pasiva de que se tiene memoria, se asimilaba
rápidamente y buscaba en el negro al esclavo que necesitaba
para mantener latente el afán de predominio que habría
de converger hacia la oligarquía y el feudalismo suprimidos
por Perón cuatrocientos cincuenta años después.
Ahora mismo el imán de la tierra gaucha conserva ese
extraordinario poder de atracción. Se podrían
contar con los dedos de una mano a los extranjeros que no se
identifican con nuestros usos y costumbres a pocos años
de haberse radicado en nuestra patria.
Dicho en otros términos, el individualismo europeo,
bajo todas sus formas provocativas, se encuentra en América
con u fórmula desconocida de la felicidad popular que
hunde sus raíces en lo arcaico y que consagra otra manera
de ser del hombre: el colectivismo. España viene ya imbuida
de hondo espíritu cristiano y se fusiona de inmediato
con la nueva raza, desde Méjico hasta las pampas de la
fabulosa Ciudad de los Césares. Se produce, así,
un natural proceso de asimilación. Inglaterra, en cambio,
lleva a las tierras americanas del Norte su disidencia religiosa
y resultado de esta forma de la angustia del hombre es la discriminación
racial que desemboca en el imperialismo. Actualmente las dos
grandes corrientes sociales, económicas, políticas
y religiosas de América tienen estos nombres: Imperialismo,
en el Norte y justicialismo, en el Sud. Son situaciones límites
que tienen su origen en aquellos dos hechos históricos
que nos obligan a volver a Draper para ver la deducción
que saca, con Carli, de lo que era el indio durante la con quista.
“El hombre moral del Perú —dice
al respecto este historiador que no parece implicado en el secular
escamoteo foráneo de nuestra cultura tradicional—,
era superior al europeo y hasta añadiremos que también
lo era el hombre intelectual. ¿Dónde hallar en
esta época, no digo en España, sino en Europa,
un sistema político aplicado a todas las necesidades
de la vida, traduciéndose exteriormente y de modo duradero
en grandes obras públicas, que pudiera sostener la menor
comparación con el que existía en el Perú?
Por ventura, ¿el italiano? Pero, ¿qué hizo
este sistema, siglos y siglos, sino entorpecer el progreso intelectual
de la humanidad?”
No podría haberse concretado mejor el eufemismo extranjero.
Para ello tiene Europa una larga experiencia. Desde hace cuatro
siglos y medio estamos imitando todo lo que viene dé
allí, aun que algunas veces reconozcamos en las ideas
políticas, sociales, económicas, artísticas
y hasta religiosas, nuestra propia alma. Pero la verdad es mucho
más clara, como pasaremos a verla.
Conocíase por Tahuantinsuyu las cuatro grandes regiones
que componían la Confederación incaica, cuya capital
era el Cuzco, ombligo del mundo como lo fuera Roma. Estaba situado
en jurisdicción del Antisuyu y destacábase por
su comercio y su cultura. Pero existían otras ciudades
importantes, como Quito, capital del Chinchasuyu y sede de los
gobiernos de Puruha y Cañiris; Tiahuanacu, estupenda
metrópoli de los aymaras ubicada en la margen del lago
Titicaca; Copayapu (actual Copiapó) , posible capital
de los Aucas o araucanos corno le llamaron los españoles
y Collao (Callao actual) capital del Chinchaysuyu, supuesto
estado de la llanura que comprendía a Soconcho, Túcman
o Tucúman y Camaryacu en el sur, a la altura del paralelo
28°.
El Tahuantinsuyu era un floreciente estado que hoy llamaríamos
cooperativo. La tierra, como las demás actividades productivas
de la Confederación se dividía en tres partes
iguales: una para el Sol (la religión); otra para el
inca (el Estado) y la tercera para el pueblo, agrupado en ayllus.
Todos los componentes de un ayllu u organización colectiva
de trabajadores emparentados entre sí, debían
labrar y cultivar la tierra en el orden expuesto. Todos eran
iguales ante el Sol, que salía “para beneficiarlos
con su luz”, de modo que no había terratenientes,
ricos, ni menesterosos. El feudo era desconocido. El privilegio,
también. El inca entregaba un tupu (equivalente a una
legua de campo) a cada hombre sin hijos. Por cada hijo varón
aumentaba un tupu y por cada hija mujer, me dio tupu pero cuando
estos se casaban o morían, se retiraba la parcela correspondiente,
porque la tierra no era dote ni propiedad privada, sino préstamo
del Sol destinado a la producción individual en beneficio
de la comunidad. La última novedad en materia de acción
agraria está reglada en el 2º Plan Quinquenal, cuyos
objetivos generales son, entre otros los siguientes:
1º La tierra es un bien individual en función
social.
2º La tierra es un bien de trabajo y no de renta o
especulación. El Estado promoverá el acceso
de los arrendatarios a la propiedad de la tierra que trabajan.
3º La tierra fiscal y las de propiedad privada que
no cumplan con su función social serán progresivamente
re distribuidas en unidades económicas indivisibles.
En la Confederación incaica la obra colectiva aseguraba
un severo plan social dirigido hacia el mejoramiento de las
condi ciones de vida de la población. El inca, es decir,
el Estado, exigía que cada individuo produjese de acuerdo
a su capacidad y se beneficiara en relación a sus necesidades.
Y el tributo o impuesto que pagaba el poseedor de tupus consistía
en el rendimiento de su capacidad física en provecho
de todos, como ya lo tenemos dicho, pues el Sol, por intermedio
de sus descendientes —que eran los incas—, devolvía
al pueblo ese impuesto, consistente en semillas, lana para tejidos,
minerales o alimentos, cuando las circunstancias lo aconsejaban.
Veamos cómo los productos correspondientes al Sol y
al Estado eran guardados en grandes depósitos llamados
Pirhuas. Se almacenaban allí no sólo lo que producía
espontáneamente la tierra, como el uchu (ají)
, sino también los productos cultivados como el maíz,
la papa y el zapallo o los industrializados como el chuñu,
las lanas de vicuña, llama y guanacu; las pieles, los
cueros, las maderas finas, el oro, la plata y las piedras preciosas
llamadas quespi-kala. También se guardaban allí
vestidos y calzado para los combatientes; víveres, especias
y abrigos para los enfermos, heridos o lisiados y para la misma
población en época de crisis económicas,
guerras, se quías, sismos o pestes, de manera que todo
lo que producía el pueblo para el Sol y para el inca,
volvía a sus manos.
Nada era de nadie en el Tahuantinsuyu. El inca era —repetimos—
el representante del Sol en la tierra y, en su nombre repartía
los productos por partes iguales y según las necesidades,
pues para su subsistencia personal y la de su familia araba
y cultivaba personalmente su propio tupu.
Por otra parte, como dichos productos- pertenecían a
la comunidad, su circulación se verificaba sin tropiezo.
Cada individuo podía comerciar el excedente de la parte
- que- le correspondía, entre los integrantes de los
otros ayllus mediante el famoso sistema del trueque precolombino
que aún se mantiene en la costumbre de algunas poblaciones
del interior y que ha sido —y acaso es, todavía—,
aprovechado en sentido contrario por algunos comerciantes extranjeros
que se han enriquecido en pocos años cambiando cueros,
por yerba y azúcar.
Aquel intercambio de divisas estaba sabiamente reglamentado
en el incario, pues nadie podía lucrar aumentando el
valor de los productos de acuerdo con lo -que le costaba el
traslado que hoy denominamos transporte y que se hacía
a veces, desde largas distancias. En el Cuzco se comía
—según el inca Garcilaso de la Vega— pescado
fresco de la costa que hoy pertenece a Chile. Los ayllus agrícolas
podían, a la vez, remitir la producción pastoril
y textil a las poblaciones pesqueras sin necesidad de que éstas
se dediquen a otra clase de actividades productivas.
Pero además de este admirable intercambio comercial,
que no concebía siquiera el agio y la especulación,
regían otras leyes que consolidaron la unión y
la amistad de centenares de tribus. Una de ellas obligaba a
todos los individuos a trabajar en común, con excepción
de los ancianos, los enfermos y los meno res de 25 años,
en cosas del Estado, como see en edificaciones de templos, construcción
de caminos, puentes, acequias, etcétera. Por la ley del
Mitichanacuy, los miembros de un ayllu podían cambiar
de linaje o profesión. Por otra ley estaba reglamentado
el uso de vestidos, con el fin de prohibir el fasto y el derroche.
En cambio, todos los miembros de un ayllu debían reunirse
cada tres meses en un banquete popular que era encabezado por
el curaca y al cual “no debían faltar ni los ciegos,
cojos o mudos”. La misma ley mandaba socorrer a ciegos,
tullidos e incapaces en general con los productos guardados
en los depósitos del inca o del Sol, según los
casos. Había, finalmente, en distintas ciudades de esta
gran confederación de trabajadores, varias corpahuasis
o casas públicas de alojamiento “para extranjeros,
peregrinos o caminantes”. Esta hospitalidad, precursora
del turismo que todavía no se ha perdido en América,
habría sido aprovechada por Pizarro, en Caxamarca, para
apoderarse del gobierno con las consecuencias trágicas
que todos conocemos.
Notable fué, también, la política de los
incas en los pueblos conquistados por las armas. Lo primero
que hacían los vencedores, era trasladar los principales
ídolos de la región conquistada al gran templo
del Sol, en el Cuzco. Lo hacían con gran pompa y solemnidad.
Pero también eran llevados a la capital de la Confederación
incaica el curaca y todos los miembros de su familia, no como
rehenes ni esclavos, pues allí se les rendían
grandes homenajes, permitiéndoseles frecuentar la casa
del inca con prerrogativas especiales y tener servidores leales
que les enseñaran el idioma y las costumbres.
¿De este sistema americano no pudo haber nacido en Europa
la idea de, la libertad de cultos?
Pero todavía hay más que decir. Mientras el curaca
del pueblo dominado se hallaba en viaje hacia el Cuzco, se realizaban
en su ayllu grandes fiestas populares con el fin de que los
vencidos olvidaran cualquier rencor. Durante estos actos se
distribuían valiosos presentes. El inca Garcilaso de
la Vega dice al respecto:
“Para que se quitase toda queja o recelo, se restablecían
las costumbres y se reponían a las demás autoridades.
Pero si a pesar de esto, se producía alguna tentativa
de resistencia, dividíase la población en partes
iguales y, una de ellas era trasladada a otro punto, destacándose
a este pueblo igual cantidad de individuos entre los cuales
iban poetas, artistas alfareros, tejedores, astrónomos,
etc. que no tardaban en mezclarse con la población,
conquistando por el amor y el arte la simpatía y luego
la adhesión antes que finalizara una generación”.
A estas verdaderas embajadas de la paz se les denominó
mitimays. Su misión era la de atraer ‘por el amor
a los pueblos sojuzgados, habiéndose comprobado que,
mediante tan noble tarea los ingenieros quichuas realizaron
en lo que es hoy nuestro territorio, notables obras públicas,
entre las cuales podría citarse la actual acequia que
divide a la ciudad de Santiago del Estero en dos barrios centrales
y que todavía corre a lo largo de la avenida Belgrano,
entre hermoso arbolado. En una• zona castigada por la
sequía, construyeron otra acequia de 20 leguas de extensión,
destinada a regar unas cuantas parcelas de tierra.
Este sistema ideal de la conquista, colonización y educación
del pueblo hizo posible la radicación en la tierra-madre
de grandes grupos sociales que hablaban distintas lenguas y
que habrían de fijar no solamente los límites
de los virreynatos y audiencias españoles, sino el de
las propias Provincias Unidas del Río de la Plata, en
las cuales —por otra parte— se mantienen latentes
todavía las costumbres, las tonadas, los regionalismos
y provincialismos de la lengua, enriquecida por cientos de voces
aborígenes, esto es, por la esencia y la sustancia de
lo arcaico, que es lo indígena.
La distribución del agua estaba resuelta. Y de qué
manera! Valcárcel dice en sus “Apuntes para una
filosofía de la cultura incaica” que los ríos,
encauzados por obra de canalizaciones prodigiosas ofrecían
su lecho libre para ser convertido en tierras productoras. Y
agrega a continuación: “Ejemplos convincentes,
como los de Ollantaytampo, en la región cuzqueña,
prueban no sólo la efectividad del trabajo realizado
sino su carácter reciente; porque se observa en diversos
sectores cómo la obra se iba ejecutando en forma gradual.
La invención del “andén”, plataforma
o terraza de cultivo, importó un cambio revolucionario
en la agronomía peruana que pasaba, gracias a él,
del método extensivo al intensivo”.
Nuestros aborígenes medían el agua y la distribuían
por horas y riguroso turno. Ni el inca podía violar un
canon de riego tan perfecto. Y el que se descuidaba en regar
el espacio que le correspondía en el tiempo que se le
fijaba, era castigado públicamente. Esta legislación
precolombina tuvo numerosos imita dores en Europa. Hasta mediados
del siglo XIX existían juntas de vecinos o tribunales
especiales en España que atendían únicamente
la distribución del agua, con magníficos resultados.
En cuanto a las mujeres, sus ocupaciones principales en beneficio
de la comunidad eran las siguientes: hilar, tejer y realizar
todas las labores domésticas relativas al cuidado de
la casa, la atención y educación de los niños
y las faenas agrícolas.
Era costumbre general de la mujer precolombina hilar o tejer
durante las visitas, tratando siempre, en la conversación,
de ser afables, obsequiosas y humildes desde la esposa del inca
hasta la más modesta mujer del llamamichoc o pastor de
llamas. Bodain hizo examinar algunos tejidos peruanos, en París,
comprobando así que tenían la misma trama de los
famosos gobelinos.
La buena costumbre de visitarse llevando sus labores - dice
el inca Garcilaso de la Vega— fué prontamente imitada
por la mujer española, pero el gobierno tiránico,
de Francisco Hernández Girón, la prohibió.
Todas las actividades del incario se desarrollaban movidas
por un impulso dirigido hacia la comunidad. Las necesidades
de la existencia espiritual y material estaban —como lo
vamos viendo— estrechamente unidas a lo que podía
llamarse comunidad biológica. Fuerzas cósmicas
tan poderosas y sagradas como las de Inti, Quilla e Yllapa obligaron
al hombre de Amé rica a congregarse en ayllus. Y cada
individuo de este grupo de familias debía considerarse
corno factor útil a la comunidad. Ni el inca podía
substraerse a este interés creador. El y su familia debían
arar y sembrar la tierra destinada a su propio sustento —repetimos—
y su autoridad estaba controlada por la comunidad.
Por ello, la, educación encaminada hacia la noción
primaria de la existencia en conjunto tenía, imperiosamente,
que ser integral. El idioma, la religión, la ciencia,
los servicios públicos, el transporte, la poesía,
la música, la danza, él dibujo, la escultura,
la cerámica, la orfebrería, el deporte, cumplían
un ciclo básico que tendía a inculcar en el sujeto,
desde la infancia hasta la vejez, nociones de cohesión
espontánea, eleva das a la dignidad de agente principal
de la educación y la instrucción.
Los principios rectores de esta organización de la cultura
descansaban sobre la base de tres preceptos morales que se hallaban
sintetizados en la frase con que se cumplía el saludo
incaico: Ama sua, ama llulla, ama qquella, cuya, traducción,
es la siguiente: ‘No robes, no mientas, no seas ocioso”.
El fiel cumplimiento de este precepto —y le llamo así—
estaba vigilado por funcionarios especiales llamados chunca
- catnayocs. Como la denominación lo indica, estos funcionarios
respondían por la moral, la educación y las necesidades
de solo diez familias (chunca, igual a diez; camayoc, igual
a preceptor, educador) El chunca-camayoc dependía, a
la vez, del tacuricoc o inspector general, ante el cual se recurría
en apelación. Pero además del oficio de preceptor
o fiscal del ayllu, el chunca-camayoc tenía el deber
de dar cuenta mensual y anual de todos los nacimientos y defunciones.
Era, pues, un verdadero Jefe de Registro Civil.
Las criaturas, sin distinción de castas, se criaban
sin ninguna clase de regalías. “Luego de nacer
—informa el inca Garcilaso de la Vega-, se la bañaba
en agua fría y, en ocasiones, era expuesta al sereno,
para acostumbrarla al frío y al trabajo”.
La madre era, por derecho y tradición, su primera maestra,
pero ella y el padre se responsabilizaban de la educación
del niño con respecto al conocimiento de los intereses
de la comunidad y eran pasibles de severos castigos por las
travesuras que cometían. La negligencia o el descuido
en la educación del niño y del joven era un verdadero
delito que se penaba con el destierro o la muerte, según
la gravedad de la falta. Y agrega el autor de los “Comentarios
Reales” que tan pronto como el niño pasaba de su
tierna edad, era ejercitado en todas las cosas necesarias “para
ser aprobado”, quitándosele el regalo y “trocándolo
en elemento de trabajo y disciplina militar para que, cuando
llegase a hombre, fuese lo que debía ser en la paz y
en la guerra”.
Cada ayllu tenía un amauta, es decir, un maestro que
completaba la educación del niño “fusionándolo
en la comunidad con una serie de enseñanzas orientadas
hacia, el conocimiento de la naturaleza” y el secreto,
afectivo y simbólico del idioma.
Se hablaban en el Tahuantinsuyu varias lenguas. Entre ellas
merecen citarse el aymara, el quichua, el yunga, el pacasa,
el chinchasuyu y el araucano. Todas estas hablas tenían
colorido propio, de magia deslumbrante en su arquitectura morfológica.
Cada palabra era un verso candoroso y descriptivo, que transformaba
las metáforas en parábolas blandas y rítmicas.
Citaremos un solo ejemplo a fin dono fatigar tanto: es la palabra
quespi-kala que en aymara da nombre a cualquier piedra preciosa.
Su traducción literal es “piedra que se escapa”,
esto es que no queda nunca en una sola mano. El simple enunciado
de esta calificación resume algunas bellas páginas
de Kipling.
Producto telúrico de esta línea poética
del lenguaje precolombino parece ser la obra de Ruben Darío,
quien no ocultó jamás su origen indio. De este
gran poeta de América y del habla castellana son los
siguientes versos:
Ellos eran altivos, nobles y francos,
ceñían sus cabezas con raras plumas;
ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas.
Olegario Víctor Andrade y Olmedo tampoco habrían
podido volar a tanta altura si no hubiera corrido por sus venas
sangre americana.
A los diez años de edad —dice Garcilaso de la
Vega— los hijos del inca eran sometidos a un examen público
que duraba 30 días, antes de “ser recibidos como
hijos del Sol”. En esta prueba los aspirantes debían
demostrar pleno dominio de los ejercicios físicos que
eran necesarios para la guerra (lucha, carrera, salto, etc.);
intervenían en ‘violentos simulacros de combate;
sometíanse a rígidos ayunos, dormían en
el suelo, andaban descalzos y vestían pobremente. Si
el aspirante resistía a todos estos esfuerzos, el inca
lo armaba caballero, en acto solemne.
El joven lanzado al servicio de la comunidad desde los ayllus
proletarios ahondaba, en cambio, en los secretos de la naturaleza,
descubriendo en las plantas la eficacia de los purgantes y los
enemas y se hacía diestro —vale decir, técnico—
en el arte de las sangrías, la trepanación, el
embalsamamiento, la circuncisión y la deformación
craneana. En este aspecto de la cultura precolombina la ciencia
moderna ha recogido muchas enseñanzas. Hay más
de tres mil plantas medicinales aborígenes que tienen
clasificación bilingüe en el latín, pero
una sola sobraría para agradecer a los sabios quichuas
su valioso aporte a la ciencia universal: he nombrado a la quina,
irreemplazable en el mundo para, el tratamiento del chujchu
o paludismo.
Célebre es el precepto que sobre el apostolado de la
medicina dejó en los quipus el sabio Pachacutec, considerado
como el Confucio de América: “El médico
que ignora las virtudes de las yerbas o que, sabiéndolas
de algunas no procura saber de todas, sabe poco o nada. Le conviene
trabajar hasta conocerlas a todas; así las provechosas
como las dañinas para merecer el nombre que pretende”.
Perón, que es hombre de América y que obra siempre
en función de pueblo, como si recibiera trascendentales
mensajes de la madre-tierra dice así: “El poner
la cultura al servicio del pueblo es hacer buen uso de ella.
La cultura no puede ser sino un instrumento generalizado de
la acción de los hombres en beneficio de los demás
hombres. No creo que la ciencia ni la cultura puedan estar jamás
al servicio del mal de los hombres, sino de su bien”.
En el Tahuantinsuyu la muerte misma era una función
orgánica que se cumplía alegremente; porque no
era muerte sino paso natural a otras formas de vida. Esto explica
el fondo filosófico de la anécdota que cuenta
el escritor colombiano Marco Fidel Suárez de aquel señor
que se burlaba de un indio octogenario porque a su edad plantaba
un nogal. El indio respondió así: “Mi amo,
debemos vivir como cristianos y trabajar como eternos”.
El autor de “El libro de oro” comenta a
continuación que “este pensamiento es todavía
más admirable que el que pone Líttré al
empezar el tomo tercero de su diccionario” y se concreta
así: “Quien desea ocupar bien el tiempo debe
trabajar siempre como si tuviera largos años por delante
para arreglar la vida como si hubiese de morir en breve”.
Y añade Suárez: “El indio habló
mejor que Littré”.
Cuanto a la astronomía, siempre se habló con
seriedad y admiración del conocimiento que tenían
los indios de los solsticios, los equinoccios, los eclipses
y las fases de la luna. Todo el cielo había sido observado
y estudiado desde los intihuatanas diseminados por la vastísima
extensión territorial del Tahuantinsuyu. La semana era
de diez días con uno de descanso. Los meses tenían
31 días y el año llamado huata era de doce meses.
Las nociones adquiridas sobre geometría y aritmética
fueron igualmente notables. El profesor Posnasky eleva a los
matemáticos precolombinos al rango de “verdaderos
maestros de la plomada, el nivel, la escuadra, la lienza y el
gnomon solar”. “Para ellos —subraya
textualmente— no existía esa clase de problemas”.
Conocían la suma, la resta y la multiplicación,
como se ha comprobado mediante el examen del curioso mecanismo
dé los quipus o hilos de distintos colores con nudos
especiales que equivalían a signos fonéticos y
numerales. Larco Herrera cree haber encontrado en esta escritura
precolombina, la simbología de un notable lenguaje textil
que representaba a una de las más importantes industrias
de la Confederación Incaica.
Misiones igualmente prácticas para el servicio de la
comunidad eran las que desempeñaban los chasquis o heraldos
que partían periódicamente del Cuzco hacia los
cuatro estados confederados. Un historiador contemporáneo
dice al respecto:
“América precolombina tuvo un correo no superado
por ningún otro pueblo de la época”. Joaquín
V. González llama a los chasquis “auténticos
Mercurios de la mitología griega, llevados a la más
alta perfección”.
Mucho habían adelantado en otros aspectos de la cultura
precolombina, tales como la poesía, la música,
el teatro, las fiestas pascuales, la cerámica, el dibujo,
la orfebrería y otras artesanías populares. Y
en lo que respecta a la influencia de lo indígena en
la cultura universal destaca Cohen los informes -que desde el
Nuevo Mundo le llegaban a Francisco Vitoria, profesor de teología
moral de la Universidad de Salamanca. Dichos informes demostraron
— Cohen— la posibilidad de crear una conducta internacional
basada en la razón y en los ajustes mutuos.
“Cuando Hugo Grotius —agrega— recogió
los hilos del pensamiento de Vitoria para formar con ellos el
moderno derecho internacional; también sufrió
la influencia profunda de los ejemplos que le daba el gobierno
justo de los indios”.
Cohen sostiene, finalmente, lo que copiamos a continuación:
“Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros contemporáneos
descubrieron en la democracia de América nativa —basada
en la libertad, la igualdad y la fraternidad de los in4ios—
una luz para la humanidad dolorida”.
Insiste además Cohen que en “la revolución
de Norteamérica, la Revolución Francesa y las
guerras de la independencia de las colonias de España
se desató una ardiente, llama de pasión por la
libertad que habían alimentado los indígenas”.
Aquí es donde claramente se ve todo cuanto se hizo en
contra del indio, no solamente desde Europa, sino también
desde lo que nosotros, llamaríamos “Repúblicas
oligárquicas de América”.
Nuestros escritores, estadistas y maestros nos enseñaron
que “los principios e ideas característicos de
la Revolución Francesa,
—por ejemplo— habían ejercido influencia
en el alma ciudadana de la revolución de Mayo”.
Algunas veces lo han hecho en forma muy sutil. Uno de nuestros
historiadores dice lo siguiente:
“La palabra revolución para calificar entrañablemente
el hecho político y social de Mayo fue empleada el
mismo año 1810. En el prólogo de la reedición
castellana de “El Contrato Social” de, Rousseau
dijo Mariano Moreno que se había producido en Buenos
Aires “una feliz revolución de ideas”.
Fue una ex presión afortunada que recogió después
Bernardino Rivadavia”.
Desde entonces nosotros no hicimos más que repetir esto,
sin tomarnos el trabajo de estudiar por cuenta propia los ante
cedentes históricos del caso desde’ un punto de
vista indoamericano. Era de buen tono, porque nos hacía
más intelectuales, aceptar a ojos cerrados todo lo que
venía de Europa. La verdad fué suplantada por
un interés mercantil subordinado a inconfesados cálculos
de absorción imperialista. -
¿Cuál fué este proceso de absorción
“del imperialismo extranjero en América? ¿No
fué el indio su primera víctima? La segunda fué
el gaucho y la tercera el criollo. A estos tres gropos sociales
de honda raigambre americana, los aniquilaron en seguida “porque
no supieron permanecer fieles a su origen”, es decir,
a lo colonial según leemos en “El factor geográfico
en la política sudamericana” de Carlos María
Maladriga, publicado en Madrid en 1917. En este año,
el capitalismo internacional necesitó levantar una nueva
y densa cortina de humo para cumplir desde la sombra su cuarta
etapa: la entrega definitiva del país a los consorcios
extranjeros que, desde la época de Rivadavia, venían
adueñándose de nuestra riqueza. El mejor modo
de interesar a los nuevos capitalistas del Viejo Mundo en la
monstruosa aventura, era la de convencerlos de que ya no había
indios ni gauchos en América sino hombres “que
habían entrado en razón”, mostrándose
dispuestos a intervenir en la lucha que habría de desembocar
en la destrucción de los valores auténticamente
indoamericanos.
Siguió a este período una larga secuela de injusticias
y vejámenes. El trabajador argentino comenzaba a correr
el riesgo de seguir el mismo camino del indio y del gaucho.
En las grandes ciudades, sobre todo, se había enseñoreado
una dieta dura capitalista que despreciaba al pueblo nutriéndose,
en cambio, de las ideas y de las conveniencias europas. Hasta
se llegó, al extremo inaudito de admitir que, desde una
embajada extranjera se dirija a cara descubierta los problemas
internos del país en lo político y cultural que
antes se manejaba con hilos menos visibles.
Conviene reflexionar mucho sobre esta última etapa de
la absorción exterior y ver si no hubiéramos tenido
los criollos el trágico destino de tener que ir a pedirles
a los indios un lugar en sus toldos para librarnos de la esclavitud
semi-colonial a que nos estábamos sometiendo si no se
hubiera producido la aparición de Perón. “Los
sudamericanos no saben permanecer fieles a su origen hispano”
continuaba diciéndose desde una falsa interpretación
histórica, pues la verdad es otra. Y muy distinta, desde
luego. Nuestra independencia política responde a una
ansiedad auténticamente americana, como vamos a verlo.
Partió, en realidad, de los movimientos libertarios de
Tupac Amaru, Oberá y otros caudillos indígenas,
pero si hemos de aceptar como punto inicial concreto de la voluntad
soberana de los pueblos de nuestro continente, la revolución
emancipadora de los Estados Unidos del Norte, veremos sin esfuerzo
que “entre los hombres que pelearon al lado de Washington
figuraban el caraqueño Francisco de Miranda, don María
Pablo de Motier, marqués de La Fayette, que había
llegado al Nuevo Mundo en 1777 Saint-Simon, que se distinguió
más tarde corno filósofo socialista y el valiente
Kosciusko; héroe infortunado de la independencia polaca”.
Después de la capitulación del 19 de octubre
de 1781 que aseguró la independencia de los Estados Unidos
dél Norte, La Fayette regresó a Francia, su patria,
destacándose en la toma de la Bastilla. Por su acción
en este suceso histórico de la revolución francesa,
fué elegido jefe supremo de la flamante guardia nacional
y hasta llegó a ser, como sostiene Amador de los Ríos,
un verdadero ídolo cuando la “Declaración
de los Derechos del Hombre”, debido a no pequeña
parte de su iniciativa. Pero hay algo más que esto y
que ya es mucho, pero que tampoco se dice, Y es que La Fayette
envió a Jorge Wáshington la llave de la Bastilla,
hecho significativo que puede abrir un nuevo capítulo
revisionista de la Historia, sin desdeñar, naturalmente,
la frase de Mariano Moreno en el prólogo de “El
contrato social”. Se había producido, si, una verdadera
revolución de ideas en el Buenos Aires de 1810. Pero
una revolución de ideas latentes desde antiguo en el
alma popular. O en otros términos: una revolución
ajena a la revolución intelectual de Europa que no habría
de prosperar jamás porque faltaba allí lo que
aquí sobra, esto es, el verdadero concepto de la libertad.
Los aborígenes lo explican así: “La
libertad se construye sobre el respeto por lo que piensa el
hermano mío y el respeto de éste por lo que pienso
yo”.
A pesar de un sencillez, este principio habría de chocar
con los viejos privilegios de una oligarquía encastillada
y clasicista, que creó y consolidó por mucho tiempo
una Confederación de Estados mercantiles, controlada
y sojuzgada por el capitalismo imperialista, en vez de constituir
una Confederación de pueblos amparada en sus derechos
y obligaciones por un gobierno auténticamente indoamericano
que sostenga la justicia social, la independencia económica
y la soberanía política. El general Perón
lo expresa mejor en estos párrafos:
“La historia de los pueblos, he dicho muchas veces,
es la historia de la lucha por la justicia y la libertad del
hombre. En esa lucha por la justicia y por la libertad de
los pueblos, es necesario concentrar humanísticamente
la contemplación de la historia de la evolución
de la humanidad. Ella nos lleva a través de todos los
tiempos en una evolución orgánica hacia mayores
agrupaciones. Desde la familia primitiva, a través
de las tribus, de las ciudades, de los países, de las
naciones, de las confederaciones, se ha escrito la historia
de la lucha del hombre por la conquista de su libertad, de
su justicia y de su independencia.
A nosotros nos está tocando vivir esta última
etapa. Hemos asistido todavía muchos de nosotros a
la terminación de la formación de las nacionalidades
en 1870 y presenciamos hoy un nuevo movimiento orgánico
y estructural de los viejos pueblos que nos dieron su origen.
Es así que hoy se está trabajando en Europa
para formar la más formidable confederación
de naciones que haya presenciado la historia de la humanidad.
El año 2000, han dicho los visionarios de la historia,
ha de encontrar a los continentes confederados. Quizá,
eso, después, origine la lucha de los continentes hasta
que, según anuncian algunos hoy, se llegue a la lucha
interplanetaria.
El mundo va siempre hacia mayores formaciones orgánicas.
Mirando este panorama se nos presenta a los americanos, y
especialmente a los americanos del sur, la inquietud de pensar
si nosotros hemos de esperar al año 2000 adelantándonos
a él, o el año 2000 habrá de esperarnos
a nosotros en nuestras realizaciones.
La elección, ha de hacerse de acuerdo con el criterio
que cada uno tenga sobre el evolucionismo. Es indudable que
los positivistas del evolucionismo querrán espera allá,
en el año 2000, a que el tiempo llegue. Los retrógrados
pensarán que es más prudente ir detrás
del año 2000 y no adelante”.
Vemos como el presidente de la República escucha el
llamado de la tierra y de la sangre hermana. Y como es el portavoz
auténtico de los pueblos de América que obra en
función telúrica y profética, ninguno como
él señala mejor el rumbo a seguir. Refiriéndose
a la unión de los pueblos, dice el general Perón:
“Ese es el llamado de América, el verdadero
llamado de América. No hay otro llamado de América,
y digo que es único, porque es el único que
pronunciamos nosotros con el corazón pletórico
de amor y sentimiento”.
Y en tal llamado está incluido el indio; el indio que
fue el primer proletario de América y la primera víctima
del imperialismo extranjero; el indio que de hoy en adelante
es un argentino más, con iguales obligaciones y derechos.
Así lo establece el 2º Plan Quinquenal en el capítulo
relativo a la Organización del Pueblo; así lo
proclama el hecho excepcional en la historia de nuestras instituciones
de haber sido designado director Protección al Aborigen
el cacique Jerónimo Maliqueo, representante genuino del
intrépido y aguerrido pueblo de Arauco.
Dos hechos de igual trascendencia social se han producido en
el presente año con respecto a la protección del
aborigen por el Estado. Uno es la adopción de medidas
tendientes a inscribir en el Registro Civil a todos los aborígenes
que no han anotado allí su nacimiento ni han cumplido
con las leyes de enrolamiento. El otro es una ley, sancionada
recientemente por ambas Cámaras por la cual se autoriza
al Poder Ejecutivo a crear ocho colonias-granjas de adaptación
y educación de la población aborigen en las provincias
de Salta, Jujuy y territorios de Formosa y Neuquén.
Las colonias que se autorizan por esta ley, corresponderán:
2 a la provincia de Salta; 1 a la provincia de Jujuy; 4 al territorio
de Formosa y 1 al territorio de Neuquén. En los ocho
establecimientos se impartirá enseñanza primaria
y clases prácticas de enseñanza agraria. La construcción,
instalación, adquisición de instrumentos de labranza,
utensilios de artesanía y adquisición de tierras,
así como el funcionamiento de los establecimientos, se
harán por intermedio del Ministerio de Asuntos Técnicos
de la Nación, autorizándose a tales efectos al
Poder Ejecutivo a invertir hasta la suma de ocho millones de
pesos.
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