Trato de resumir, con el título elegido, los aspectos más
rescatables y también más endebles de esta vehemente
defensa (Las putas de los medios. Fuerza Bolivariana Universitaria.
Universidad de los Andes, diciembre de 2002) del presidente venezolano
Hugo Chávez y de su movimiento bolivariano. Vehemencia que
lleva al insulto, bastante reiterado, contra personeros del poder
internacional que a todos nos repugnan, pero a los que debemos cercar
con denuncias concretas, con datos irreversibles de sus conexiones
y genuflexiones, cosa que , por otra parte, el autor también
proporciona ( por ejemplo a propósito de Gustavo Cisneros,
un zar de las comunicaciones locales que "no sabe expresar
coherentemente una frase en español", en las páginas
150156), no obstante lo cual se ha beneficiado con su intermediación
en toda clase de negocios electrónicos gracias a la confianza
que le tienen "humanistas" como Henry Kissinger o David
Rockefeller. En cuanto al autor, José Sant Roz, aclaremos
que es docente universitario -en la Universidad Nacional de Los
Andes, editora del libro- especializado en Física y Matemáticas,
que ha publicado acerca de esas ciencias, pero también sobre
historia y política venezolanas. Que acredita una esmerada
formación, pues tras haber sido becario en California, enseñó
en varias universidades (UCV, UDO, Western Illinois). Simultáneamente,
ha desarrollado una intensa actividad periodística en El
Nacional, donde sus opiniones le acarrearon el despido, y actualmente
en La Razón y Despertar Universitario.
Acordamos con Roz en que han existido campañas terroristas
sobre la opinión pública en diversas circunstancias
y ocasiones de la vida mundial, desde la descalificación
de los republicanos españoles, en 1936, hasta la Guerra del
Golfo y la más reciente y siniestra invasión a Irak,
cuando se inventó el nombre de armas nucleares para las fuentes
petrolíferas ambicionadas. En América Latina, recordamos
en especial la violentas destitución de Salvador Allende
en Chile (1973) o la confabulación de la "prensa seria"
(La Razón oportunista, La Opinión "progre"
o La Nación que sabe cuál es su lugar en los momentos
decisivos) contra Isabel Perón, en 1976, aunque supieran
que detrás de la caída de su errática presidencia
acechaba un baño de sangre.
Vale en el libro, por tanto, la denuncia contra quienes, también
desde los medios gráficos, radiales y televisivos, impulsaron
el solapado golpe de Estado contra el presidente Chávez en
abril de 2001. Un relato similar al de aquellos antecedentes citados
y donde cumplieron un verdadero protagonismo los canales RCTV, Venevisión,
TELEVEN y Globovisión, junto con los periódicos El
Nacional, El Diario de Caracas, El Universal, etc.
Las influencias del ex presidente Carlos Andrés Pérez
y su partido Acción Democrática, los manejos del sindicalismo
burocrático y mafioso de Carlos Ortega. Al punto de bloquear
las transmisiones de la gubernamental Venezolana de televisión.
Lo que no compartimos es su anacrónica confianza en los
criterios de "manipulación", cuya inconsistencia
teórica ha desechado hace tiempo la investigación
comunicacional. En parte por una razón que se reitera en
el texto de Roz y es la de menospreciar a la audiencia, una vez
que se la ha declarado absolutamente pasiva. Un acápite del
autor afirma en la página 33: "Cien mil estúpidos
es una marcha de la Coordinadora Democrática", es decir
de la agrupación que impulsó las movilizaciones golpistas
de 2001. El convocado a marchar por las calles es un "proclive
idiota"(77) y quienes acatan los eslóganes civilistas
"un montón de idiotas" (97).
"Cuando vi las imágenes de gente que iba en la
marcha del 11-J, me invadió nuevamente la tristeza. Era gente
confundida y manipulada en su inmensa mayoría, mezclada con
la escoria más nefasta del pasado político nuestro"
(98) Sólo en la página 110 parece reparar en que no
todos necesariamente sucumben a las maniobras mediáticas,
cuando admite que "si algo ha logrado la inmensa mayoría
de los venezolanos es derrotar la falacia constante de los medios;
esos millones de personas que marchan a favor de Chávez han
dejado de creer en los cuatro canales del Apocalipsis y no compran
ni El Nacional ni El Universal, algo admirable".
Tampoco cabe, creo, adjudicar a "cómodos y sangrones
de la clase media, que siempre dejan que los demás decidan
por ellos" (71) y "a casi todo el mundo de la
clase media para arriba" (117) devoción proyanqui,
aunque la Coca Cola y otras señales del peor gusto hayan
invadido nuestra vida cotidiana desde mediados del siglo XX; ni
su total sumisión acrítica al dirigismo mediático,
aunque conozcamos las debilidades y ambivalencias de dicha clase
social en América Latina. En todo caso, y ante tales sospechas,
se esperaría del gobierno, si lo alientan verdaderamente
aires renovadores y justicieros, impulsar políticas culturales
que maniaten y neutralicen a sus adversarios, por arduo que eso
sea, impidiendo las movilizaciones callejeras de que Roz tanto se
lamenta.
Otra falencia del trabajo consiste en identificar los medios con
sus espacios informativos, donde suele concentrarse el interés
desorientador y confusionista que propician ciertos intereses concretos.
Todos hemos obviado noticieros de algún canal para disfrutar
otros segmentos de su programación. En ese sentido, y partiendo
sobre todo de nuestra experiencia, ya que desconozco la agenda de
los canales venezolanos, el humor -y en sentido más amplio
la ficción-ha cumplido siempre una sutil tarea corrosiva
capaz de eludir la torpeza de los censores, sólo preocupados
por lo explícito o apenas capaces de leer ese nivel del mensaje.
Cierto machismo tropical lesiona asimismo la justificada ira del
autor, como cuando trata de "amariconados" o "asexuados"
a algunos programas de Venevisión; cuando enarbola el equívoco
eslogan "Chávez no se deja" o cuando acude a argumentos
discutibles de Wilhem Reich para formular generalizaciones llenas
de presuposiciones e indemostrables: "la clase proletaria
está menos congestionada sexualmente que la clase media y
la alta; en la clase baja el sexo es más pagano y está
mucho menos afectado por tabúes. En la clase media y alta
se dan muchos problemas de frigidez, cosa que no ocurre en la baja"
(118-119).
Roz debería salirse de su enojo para comprender por qué
al humilde camillero que asiste a su madre enferma "se le pega"
el "se va se va se va" de los opositores, recordar categorías
marxistas como la de alienación y no condenarlo por "imbécil"
(89), ni negar al pueblo venezolano la posibilidad de adherir a
una propuesta política que puede beneficiarlo, aunque no
sea inmediatamente, aduciendo que falta "una generación
con carácter, noble y emprendedora" (135). Lo que faltan,
al parecer, son organizaciones popular-estatales que instrumenten
políticas defensivas y capaces de contraatacar a tiempo.
El libro incluye, en fin, una serie de entrevistas y un apéndice
documental necesario. De las entrevistas, sobresale la efectuada
a la uruguaya Aram Aharonian, Presidenta de la Asociación
de Periodistas Extranjeros y de la revista Question, quien introduce
una inteligente diferenciación entre el sectarismo de los
medios alternativos y la riqueza de los comunitarios, la ausencia
de un clase capitalista latinoamericana independiente - la mayoría
son gerentes y no empresarios-y la urgencia de organizar una "política
comunicacional" efectiva a favor del gobierno. Nuestro compatriota
Zito Lema, Director de la Universidad de las Madres de Plaza de
mayo, no aporta nada interesante y en un momento opone civiles a
militares, a la manera de los más crasos alfonsinistas de
ayer, pasando por alto que desde el general San Martín, el
almirante Piedrabuena o el general Savio, hasta los patriotas del
GOU, de donde salieron Juan Perón y Víctor Mercante,
y los últimos nacionalistas expulsados del ejército
por la última dictadura, en 1980, muchos hombre de armas
bregaron por una existencia nacional digna e independiente.
La venezolana Vanesa Davies reincide en lugares comunes o crasas
ingenuidades acerca de una hipotética prensa profesional
y objetiva, como si el avance de los estudios acerca de la enunciación
no hubiera descartado ya tales posibilidades, insiste en "los
rasgos de la compleja y calculada ciencia para distorsionar la información"
(212) como si del otro lado no hubiera más que un sujeto
inocuo y desprevenido. Admite, inclusive, que cualquier periodista
no está haciendo política -en sentido amplio, claro-
cada vez que formula una pregunta, acerca un micrófono, emite
ciertas palabras o preguntas y no otras.
En suma, si se justifica la bronca de Roz contra las maquinarias
que bregan por extender la postración del continente a los
mandatos e imposiciones externas, aliadas con inmorales y corruptos
"caballeros" venales, sus encuadres y análisis
adolecen de muchas debilidades que, al fin de cuentas, no socavan
de modo contundente las posiciones del enemigo. Pero ya hace muchos
años en varias ocasiones Perón reiteró, confirmando
también así su sagacidad política, que el peronismo
había triunfado en 1946 con todo el aparato cultural en su
contra; que lo derrotaron en 1955, cuando toda la prensa era oficialista,
y que recuperó el gobierno en 1973, cuando la dictadura que
comandaba entonces el general Agustín Lanusse intentó
cerrarle todos los caminos electorales.