"De casa al trabajo y del trabajo a casa", una expresión
que sugiere no detenerse en distracciones inoportunas, o mejor aún,
no perder el tiempo en el viaje de ida y retorno de la actividad
cotidiana. Un consejo que se remonta a épocas de fábricas
y talleres con persianas levantadas, campos trabajados a pulmón,
oficinas y comercios abiertos, hombres y mujeres convencidos de
ser protagonistas de un sistema productivo en plena actividad.
Es cierto que la frase mereció la crítica de cierto
intelectualismo político por su presunto aspecto "desmovilizador".
¿Por qué del trabajo a casa? ¿Por qué
no del trabajo al sindicato o a la asamblea de base? Sin embargo,
la observación desconocía el costado mas humano y
concreto de la oración: aquel que recomendaba volver al encuentro
de los suyos, la familia, con el sentimiento del deber cumplido.
En los momentos de vigencia de los grandes proyectos colectivos, el
trabajador, como sujeto individual, incorporado a esa entidad mayor
denominada "proletario" o "masas obreras" que
constituiría el motor universal del cambio frente al capitalismo.
Empero, el último cuarto de siglo se encargó de anunciarnos
el declive pronunciado de las grandes ideas universales y, como
concluye Francois Furet en Le passé d´une illusion,
regresar al hombre al interior de la antinomia fundamental de la
democracia burguesa, redescubriendo, como si fuera ayer, los términos
complementarios y contradictorios de la educación liberal,
los derechos del hombre y el mercado.
Ello podría presagiar un nuevo reconocimiento de la categoría
de trabajador. Sin embargo, la misma se subsumió, globalización
mediante, en la de "usuarios" y "consumidores"
más económicas y viables al postcapitalismo ¿Y
el trabajo? Bueno, ahí apareció Jeremy Rifkin hablándonos
de su extinción en el concepto tradicional, aunque se cuidó
de preservar a todo un sector (los servicios sociales) como alternativa
destinada a morigerar el impacto negativo de tal "descubrimiento".
Claro que, en una Argentina de 15% de desocupación formal
y más de un 20% de desocupación real (disimulada con
los planes sociales), no parece muy acertado convencer y convencerse
del "fin del trabajo"
El desocupado sigue añorando su pertenencia a la categoría
de "trabajador" con todo el entorno ritual que ello implica:
los preparativos previos, la despedida de la familia al hombre y/o
mujer que todos los días se dirige a su trabajo y la bienvenida
a su regreso.
Es que, además del componente económico (esencial
por cierto), el trabajo confiere al grupo humano un escenario de
utilidad, de trascendencia próxima, una especie de epopeya
singular que otorga confianza en el destino propio, diferente a
la seguridad especulativa buscada por el pequeño burgués.
Como afirma Jünger en Der Arbeiter, los trabajadores son de
un mundo más rico, más profundo, más fructífero,
al tener relación con los poderes elementales, lo que les
permite ejercer una determinación sin ambigüedades en
todos los ámbitos de la vida.
Para aventar estos riesgos, en los ochenta, nuestro politólogo
contemporáneo, Carlos "Chacho" Alvarez, sacó
provecho de la expresión "cultura del trabajo",
como una versión mas edulcorada que gustaba al progresismo
de Barrio Norte, ya que limitaba el asunto a un tipo de costumbre,
un mero modo de vida, mucho más efectivo más inofensivo
y fácil de digerir "socialmente".
Pero la epopeya del trabajo supone algo más. Un hacer ordinario
con mucho de heroico que incide y transforma la realidad a partir
de la tarea encomendada. Una obra de mutación permanente
que resulta a la vez una empresa familiar y de conjunto.
Esta épica del trabajo subsiste aún hoy. Se encuentra
presente en los empleados y en muchos de aquellos que, sin serlo,
no toleran el mantenimiento del subsidio como forma de vida, se
ubica en las esposas de los piqueteros que desean ver marchar a
sus hombres a una ocupación digna o en los familiares de
la piquetera víctima de un botellazo en el centro porteño,
que le reclamaron a ésta una actividad mejor (y quizás
más segura) que la profesión de ambular sin rumbo,
para fruto de unos pocos "vivos".
En este sentido, hasta el dicho "de casa al trabajo y del
trabajo a casa" se está convirtiendo en algo revolucionario,
en función de los elementos que contiene.
¿Será por eso que a lo largo de los años
se ha perfeccionado el actual sistema de fomento y gestión
de la desocupación masiva? ¿No será que se
trata de evitar que existan más trabajadores, libres para
pensar y organizarse por sí mismos?