PROGRESISMO NACIONAL O DE FACTORIA (1)
POR EL DOCTOR ARTURO M. JAURETCHE
"Esta noche, conversando con ustedes me propongo desarrollar
un tema, uno de cuyos términos puede parecer un poco contradictorio:
progresismo de factoría. Sin embargo el país lo ha
tenido como se verá más adelante. Es una forma falaz
de progreso al que opongo el verdadero sentido: progresismo nacional.
Estamos viviendo un momento propicio al esclarecimiento de problemas
argentinos tan antiguos como la historia misma de la nacionalidad,
un momento de reacomodamiento de valores en todos los campos, en
que todas las conceptuaciones ideológicas del pasado están
permitidas y en que, en política como en economía
-en cuanto lo económico es un factor condicionante de lo
político- se comprende la necesidad de barajar y dar de nuevo.
En líneas generales, y sin pretender que nuestra historia
pueda ajustarse con precisión dentro de los moldes de un
esquema rígido, podríamos emplear aquí los
términos de la dialéctica histórica en su forma
marxista y decir que el debate entre federales y unitarios es la
cubierta de un movimiento antinómico donde la tesis está
representada por el estancamiento hispano de las condiciones colonialistas
y la antítesis por el progresismo anglosajón. Debe
agregarse también que hay que distinguir un colonialismo
de exportación y un colonialismo de estancamiento. Recalco
el carácter general de estos lineamientos, cuya precisión
es discutible. Lo cierto es que el drama argentino consiste en que
no se dieron condiciones históricas en los hombres de la
síntesis.
Algunas veces he preguntado: ¿qué hubiera sido de
este país si en el momento histórico de ese debate
hubiera aparecido el caudillo o conductor de la síntesis;
el hombre que uniera en su contextura histórica, la propensión
instintiva hacia lo propio, y la ejecución política,
bárbara pero nacional de Rosas, al sentido económico
de Ferré y tal vez la ecuanimidad de Paz?
A lo largo de toda la historia argentina se da siempre una posición
polémica. El doctor Borda en sus generosas palabras de presentación,
ha recordado un momento de nuestro modesto pasado de lucha. Necesito
precisar algunos errores de ese pasado compartido por los hombres
que hemos militado en FORJA, y por los hombres que han militado
en el nacionalismo. Errores que no amenguan los errores de la parte
contraria.
La posición polémica nos hizo perder de vista la
parte valedera y de razón que tenían nuestros adversarios,
pero la posición polémica tenía que ser así,
para ser combativa. Se necesitaba que los líderes de los
acontecimientos llegasen y con los acontecimientos surgiera el hombre
en cuya acción se resolviesen las contradicciones históricas
que han desgarrado nuestra nacionalidad.
Los acontecimientos se han producido y tenemos el hombre del destino.
El hombre de la síntesis.
El siglo XIX fué el siglo del liberalismo económico.
El siglo XIX olvidó, por obra de sus pensadores, hijos del
racionalismo y del iluminismo abstracto y optimista, que todo pensamiento
de política económica debe inspirarse en la frase
de Turgot: "Quien olvida que existen estados políticamente
separados unos de otros y constituidos exclusivamente, no tratará
bien una cuestión económica." Así, con
el señalamiento de un hecho concreto, Turgot apuntaba una
crítica decisiva y exacta a una generalización histórica
brillante pero en buena parte falsa.
Es que el siglo XIX vivió bajo la inspiración de
Adam Smith y de la escuela Manchesteriana. La concepción
de las ideas de Adam Smith es una concepción, como lo ha
señalado List, exclusivamente cosmopolita. Ignora o pretende
ignorar el hecho cierto de que la nación, además de
realidad espiritual históricocolectiva, es una realidad económicomaterial.
Es curioso que los contradictores de la escuela liberal, los marxistas,
hayan incurrido en el mismo error.
La escuela liberal, en lo económico, corresponde también
a una vocación filosófica idealista. No en vano el
positivismo, su sustento metafísico ha sido denominado por
alguien como un idealismo experimental: la interpretación
de la nacionalidad a través de una vocación idealista
no es, desde luego, económica. Atribuye más gravitación
en las naciones, a la raza, a la religión, a las costumbres
o a la lengua que a los factores económicos. Pero el marxista,
con su rudo determinismo económico, con su interpretación
materialista de la historia, ha producido esta paradoja: que un
hecho permanente de la historia es negado por él sin intentar
su interpretación económica. Puede radicar ese error
en la formación cultural de Marx, que le hacía excepcionalmente
la tarea crítica. Su origen semítico reacio a toda
idea de identificación entre la nación con la geografía
pura y la territorialidad, explica en parte su actitud, ya que la
idea nacional del pueblo hebreo es una idea esencialmente cultural
o religiosa, y desde el punto de vista psicológico una postura
de defensa frente al mundo social circundante, al que el judío
anhela destruir para salvarse como raza.
Sin embargo, esa explicación no sería exhaustiva
para él. Marx no era simplista. Lo atribuyo con más
seguridad a la teoría de la lucha de clases en que la lucha
entre las naciones interfiere cambiando el panorama y dificultando
la interpretación.
Aceptar el hecho económico nacional implica negar la internacionalidad
de la lucha de clases, implica negar el grito primario: "Proletarios
del mundo uníos", porque la consecuencia lógica
sería un planteamiento nacional que repugnaría a la
esencia internacional del marxismo. Muy duro será para un
clasista aceptar que un obrero de las hilanderías de Manchester
tiene más intereses comunes con los accionistas de las mismas
que con los obreros de las hilanderías de la India.
Cuando, siendo yo todavía muy joven, se firmaba el tratado
de Versalles, asistí a la liquidación de Austria-Hungría.
Austria-Hungría, según todos los tratados clásicos,
según todas las enseñanzas recibidas en la escuela
primaria, secundaria y universitaria, no era una nación,
era una agregación de naciones, ya que no había comunidad
de idioma, ni de tradiciones, ni de raza ni de religión.
Todo el mundo saludó alborozado la destrucción de
ese engendro, de ese monstruo que sin embargo había perdurado
parte de la edad media y moderna, sosteniendo entonces la exaltación
de las nacionalidades: de las nacionalidades abrumadas bajo el régimen
austrohúngaro; provocando la adhesión de todos los
pensadores políticos y económicos sin que nadie se
detuviera a analizar este hecho demostrativo de que una nación
es, ante todo, una creación de la economía. Austria-Hungría
era la unidad económica de la cuenca del Danubio.
Una señora alemana, polemizando con uno de nuestros ex embajadores,
oyó que éste le decía: "¿Cómo
puede usted simpatizar con Hitler que no es alemán?"
A lo que ella contestó: "Hitler nació alemán
en el Tratado de Versalles".
El Tratado de Versalles se consumó de acuerdo a las ideas
de las nacionalidades en cuanto zonas de influencias subordinadas,
pero no se ajustó a las ideas de las naciones en cuanto entes
históricos, económicos, geográficos y etnográficos
sobrepersonales. Creó una serie de potencias mutiladas de
su centro económico natural y que lógicamente habrían
de correr hacia la fuerza centrípeta más poderosa
que la atrajera.
Traía esta anécdota y este recuerdo sobre Austria-Hungría
para dejar establecido de manera terminante que una nación
puede ser muchas cosas. Pero es, además, un hecho económico
indiscutible. El olvido de que el mundo está organizado en
función de una serie de hechos económicos, que son
las naciones, es la falla principal de la doctrina liberal tal cual
la expresara en su clásica obra "La Riqueza de las Naciones"
Adam Smith, el teórico máximo de individualismo económico.
Para hablar del progresismo de factoría, necesariamente
necesito remitirme al siglo XIX, momento histórico en que
se inicia en nuestro país la influencia ideológica
del liberalismo europeo. List, refiriéndose a un joven economista
desaparecido prematuramente, refiere que este joven economista señalaba
que Europa padecía dos despotismos, de los cuales, el más
poderoso era el que no ejercía mando material. Napoleón
y Adam Smith sojuzgando a las inteligencia habían demostrado
que las armas ideológicas eran más eficaces que las
armas materiales. Entre nosotros es más difícil vencer
a los conquistadores que trajeron abalorios mentales que a los que
vinieron con las armas en la mano.
La economía liberal partía del supuesto del cosmopolitismo.
Partía del supuesto de la igualdad natural de las naciones.
Era lógica consigo misma y con su planteo en el orden interno
de las misma naciones.
La idea spenceriana del estado gendarme, ajeno a las relaciones
de los individuos, es la que conduce a una concepción indefensista
del Estado superviviendo en medio de un supuesto de equilibrio en
que las leyes económicas se cumplen por imperio de las leyes
de la naturaleza y al margen de la voluntad humana.
En el campo interno de las naciones la idea del Estado gendarme
ha sido hace rato abandonada. La ley de la oferta y de la demanda,
la primera y fundamental de esas leyes, es cierta en un mundo abstracto,
en un mundo de puras regularidades mecánicas, pero en cuanto
dos partes, dos entidades, dos corporaciones pueden ponerse de acuerdo
para limitar la producción o para dirigir los mercados, esa
ley no se cumple. Es decir, la economía real de los hombres
desmiente la economía teórica de los ideólogos.
En el mundo de la realidad, que no es un mundo mecánico
o matemático, actúan la inteligencia y los intereses
de los hombres. También en el mundo internacional actúan
la inteligencia y los intereses de las naciones. Es así como
en el mundo interno, el Estado ha intervenido con las leyes obreras,
con la legislación sanitaria, con las represiones a los trusts,
con las reformas impositivas, con una actividad cada vez mayor y
más completa.
El estado de equilibrio natural no existe sino teóricamente
y la igualdad de situaciones tampoco. Puede ser rota constantemente.
En el orden de lo internacional ocurre lo mismo. En el momento que
la escuela liberal toma el dominio de la inteligencia económica
en el mundo, los países representan muy distintos grados
de la evolución económica. Hay quienes están
en el estado de salvajismo, quienes en el estado pastoril, quienes
en el manufacturero, y quienes en el estado manufacturero comercial
completo.
Las leyes que ellos enuncian, en un mundo teórico de igualdad
de situaciones, deben completarse naturalmente. Pero ese mundo teórico
no existe. Y vengo a sostener aquí, cosa que, por otra parte,
no es ninguna novedad, que la escuela liberal no fue más
que el instrumento de la consolidación del imperio británico
en el mundo.
Sin embargo, provocó en las mentes el siguiente error: Inglaterra
está adscripta al sistema de la escuela liberal. Es el primer
país del mundo. El que más progresa. Luego, por inferencia
lógica, el sistema liberal es el mejor.
Pero Inglaterra se adscribió al sistema liberal cuando tenía
ya organizado su instrumental para el dominio del mundo, y había
construido su poderosa flota.
Las dos Isabeles presiden la historia del mundo moderno. Isabel
de España, que comprende las excelencias de la situación
geográfica de su país en el perfil del mundo antiguo
y del mundo moderno, en el vértice donde se encuentran el
Mediterráneo y el Atlántico, comprende la ventaja
que representa su larga costa llena de puertos y funda una política
que consiste en desinteresarse en el problema de Europa para tender
la vista al mar. Con esa política construyó su imperio
e inauguró la edad moderna. Pero los Austria, que la suceden
en el poder, traen a España los problemas dinásticos
de la Casa de Austria. No comprenden que es imprescindible dar la
espalda a los Pirineos y, más alemanes que españoles,
tienen por preocupación fundamental la de resolver los problemas
europeos. Entran en las guerras de Europa y dan a Isabel de Inglaterra
la oportunidad de recoger la enseñanza, la escuela y el rumbo
señalado por Isabel de España.
De ahí en adelante Inglaterra sólo se preocupa de
Europa para mantener su equilibrio. Una Europa absorbida por la
conservación de su propio equilibrio, donde ningún
Estado puede ser suficientemente fuerte para alejarse de los problemas
de rivalidad y disputar el mar a la insular Gran Bretaña.
Esta actúa en Europa sólo para restablecer el equilibrio;
contra Napoleón, contra Guillermo II, contra Hitler, y para
que los vencedores de éstos no saquen beneficios de la victoria
que los haga demasiado fuertes. Y esta política le vale hasta
este siglo, mientras el problema del dominio del mundo es europeo.
Ahora las cosas son distintas porque ya no son exclusivamente europeos
los países que pueden disputárselo.
Isabel de Inglaterra comprende también que el instrumento
material de la fuerza no es nada más que el antecedente del
instrumento comercial. Si Pitt el viejo decía: "Cuando
se trata de comercio, débese defenderlo o morir, es nuestra
última trinchera", no hacía más que
repetir un pensamiento ya madurado por la política británica,
en cuanto a tendencia hacia el dominio mundial.
Adscripta al sistema mercantil, Inglaterra crea su marina mercante.
No es por el sistema Iiberal que construye barcos y les da cargas
exigiendo a sus colonias que todos los transportes se hagan en barcos
de su procedencia y que toda su producción se redistribuya
desde el imperio británico. Es por el imperio del Acta de
Navegación. La protección a su vez estimula que sea
la primera en el desarrollo de sus industrias. Y cuando alborea
el siglo XIX, Inglaterra está ampliamente preparada e instrumentada
para proclamar una política de indefensiones nacionales,
en la que siendo la más fuerte ha necesariamente de triunfar.
Por eso, los hombres de la organización nacional, en su
concepción de la Argentina, no podían hacer otra cosa
que la que hicieron. Eran hijos de su tiempo y de las ideas existentes,
Existía por ahí un hombre de acción como José
María Rojas y Patrón, que pensaba de otra manera,
pero era un hombre de excepción en el medio, un hombre que
intuía, con los escasos elementos a su disposición,
otras formas de la economía.
Estados Unidos pudo salvarse de esta trampa de la economía
liberal porque Estados Unidos tuvo la ventaja de que sus condiciones
históricas se habían creado con anterioridad al monopolio
mundial de la escuela liberal. Estados Unidos pudo construir su
pensamiento antes de que la difusión del pensamiento de Adam
Smith hubiese totalizado con su prestigio el pensamiento económico
del mundo.
Los hombres del 53 y los que los sucedieron fueron progresistas.
Esto es un problema polémico, un motivo de discusión
permanente. A veces hemos dicho que han sido los hombres del antiprogreso.
Creo que no. Dadas las condiciones citadas, cumplieron una tarea
útil en la evolución de nuestra economía pastoril.
Son más bien sus continuadores, fuera de época, los
que son antihistóricos. Algún escritor, humorísticamente,
citó: "Alberdi dijo: "Gobernar es poblar",
agregando: "y se quedó soltero".
Los hombres de la organización nacional tuvieron también
esa cualidad típica del pensamiento del siglo XIX. Fueron
amigos de las abstracciones, fueron enemigos de las cosas concretas
y, por qué no decirlo, hubo también el deslumbramiento
de Europa. Sarmiento compara el gaucho de las pampas argentinas
con el francés que conoció en la Rue de la Paix, y
de ahí saca consecuencias sobre nuestro atraso. No las hubiera
sacado si, me nos deslumbrado con las luces de gas que alumbraban
a Europa, hubiera comparado al gaucho de las pampas argentinas con
el paisano de Avignon o con el campesino de la Vendée.
Pero de todos modos, en la senda del desarrollo pastoril, época
que necesariamente debíamos cumplir, esa generación
creo que no fue antihistórica. Es progresismo, pero progresismo
de factoría. Es un debate que parece inacabable y creo que
es debate simplemente porque no se centra la cuestión.
¿Qué progresismo hizo esa generación en la
Argentina?
Fomentó la inmigración, fomentó el ferrocarril,
creó la industria de la carne, creó la industria del
azúcar, creó la industria del vino, fomentó
el cultivo de los cereales, fomentó, en una palabra, las
condiciones históricas para el establecimiento de la factoría.
Fomentó la inmigración porque era necesaria una mano
de obra apta, barata y adecuada a las nuevas condiciones de producción
que en el país se creaban. Fomentó el ferrocarril
porque era necesario crear el sistema de transporte de nuestras
materias primas exportables y lo fomentó distorsionando nuestra
economía para hacer a todo el país subsidiario de
Buenos Aires y a Buenos Aires la cabeza de puente de Europa, un,
simple puente de desembarco. Fomentó la industria de la carne.
Evidentemente le debemos enormes progresos en el refinamiento de
nuestras haciendas. Y le debemos el establecimiento de los sistemas
de preparación de las carnes y de toda la industria frigorífica.
Pero un tipo de producción de carne, la que tenía
determinado mercado, la que estaba destinada a abastecer determinadas
poblaciones. Navegando a lo largo del Paraná y del Uruguay
es fácil ver todavía los restos de los antiguos saladeros
cerrados.
Protegió la industria del azúcar, pero esta protección
significó por vía indirecta, el cierre de los saladeros.
Las consecuencias fueron la pérdida de los mercados de Brasil
y Cuba que dejaban de vendernos azúcar, y la eliminación
de los competidores del comprador único, que regiría
desde entonces nuestra producción de carne como portador
exclusivo.
Fomentó la industria vitivinícola, pero significó
la pérdida del mercado francés. Y fomentó el
aporte inmigratorio hasta que las condiciones de producción
se dieron. Después lo detuvo. Hubiera sido rara en esa generación
y en esa clase una preocupación nacionalista para detener
el aporte inmigratorio. No fué la defensa de la unidad cultural
del país, ni la defensa del patrimonio permanente de nuestras
ideas, de nuestros sentimientos, lo que movió a detener la
inmigración. El resultado, no previsto entonces, de que el
aporte inmigratorio permitiría nuestra afirmación
étnica y nacional fué una consecuencia imprevista
y no querida.
En síntesis, para no ser demasiado enumerativo, quiero señalar
que se fomentó el progreso en una sola dirección,
se construyó una economía apta para determinado tipo
de producción y a determinados precios y en consecuencia
un comercio monocorde que eliminaba por anticipado les competidores,
ya por el manejo del transporte marítimo, del transporte
ferroviario, o del crédito. Fué así, la Argentina,
parte integrante del Imperio Británico. Cuando la Argentina
comenzó a recobrarse, a diversificarse en su producción,
a buscar nuevos mercados y por sobre todo a encontrar su único
y fundamental mercado: el propio, la oligarquía jugó
la última carta: el pacto Roca-Runciman, apoyado por próceres
interesados en el mantenimiento de las relaciones jurídicas
de la propiedad territorial, es decir de la estancia, fundamento
a través de la riqueza agrarioganadera del país, de
la vinculación y supeditación física de Gran
Bretaña. Esto es lo que pudo entender Lisandro de la Torre.
Cuando, contra el tratado, defendía los precios de la carne,
fue abandonado por sus amigos los grandes señores rurales.
Es que a ellos les interesaba más defender la persistencia
de una forma de la economía que mejorar circunstancialmente
los precios de sus novillos. Hay en cada grupo social una intención
defensiva más fuerte que el razonamiento, un mimetismo instintivo.
Por eso lo dejaron a de la Torre en su soledad azorada que terminara
en tragedia.
Sin embargo, derribada de todos sus bastiones de gobierno, la oligarquía
que ha gobernado al país sigue hablando en tono doctoral
y sigue en cierto modo honradamente apegada a sus viejas leyendas.
En un editorial reciente de "La Prensa" se intenta demostrar
que el país en este momento no está en plena prosperidad.
Todo lo que ocurre es producto de la inflación. El intento
de demostración se fundaba en que nuestras exportaciones
no alcanzaban el nivel de los años más prósperos.
En el fondo, el pensamiento, creo que es sincero. Nos ha costado
mucho a nosotros emanciparnos de la superstición de las tablas
del comercio exterior como fundamento de la riqueza nacional.
Tengo aquí algunas cifras que sirven para demostrar en qué
medida la pobreza o riqueza de una nación está dada
por la relación entre su comercio exterior y el volumen de
sus transacciones internas. Un país de gran volumen de transacciones
internas tiene un comercio exterior grande en cifras, pero reducido
proporcionalmente. País de escasas transacciones internas,
es país en que proporcionalmente es muy grande el comercio
exterior. Los Estados Unidos de Norte América, por ejemplo,
para una renta nacional de setenta y un mil millones de dólares,
tenían en 1939, sólo tres mil ciento veintitrés
millones de dólares en exportación. Y en 1943, para
una renta nacional de ciento cuarenta mil millones tenían
- incluidos los préstamos y arriendos - trece mil millones
de dólares de exportación. En cambio Cuba, sobre una
renta de quinientos cincuenta y un millones de dólares tiene
un comercio de exportación de trescientos cincuenta y un
millones.
La riqueza de un país, en definitiva no está dada
por lo que exporta. Está dada por lo que consume de su propia
producción y por lo que exporta. Es decir, que la prosperidad
nacional se mide por lo que consumen los habitantes. Por eso, la
medida de la grandeza nacional está dada también por
el tipo de vida social de sus habitantes, es decir, por la política
popular de sus gobiernos.
Más adelante volveremos sobre este aspecto, para lo cual
me interesa destacar que, en el plano general de las ideas, las
naciones poderosas y fuertes no se han adscripto nunca sino en la
medida del interés nacional, a la doctrina liberal. A la
doctrina liberal o a cualquier otra.
Cuando me hice cargo de la presidencia del Banco de la Provincia
de Buenos Aires(2), tuve oportunidad de decir que las doctrinas
son para los pueblos y no los pueblos para las doctrinas. El aferramiento
al doctrinarismo es típico del hombre público incapacitado
para el gobierno. El gobierno exige elasticidad, comprensión
de la realidad histórica inmediata y lealtad patriótica.
¿Y para qué buscar otros ejemplos que los que nos
prestan los ingleses? Pitt, tory y proteccionista, se convierte
en librecambista en el momento que lo necesita, lo que provoca la
ironía de Disraeli: también él tory y proteccionista.
Pero Disraeli proteccionista, dirá algún día,
ya en el gobierno y en interés de Inglaterra, que la protección
está muerta y que la agricultura es una dama que ha sido
traicionada por el honorable gentleman.
Su política, la de Inglaterra, no es manchesteriana ni anti
manchesteriana. Su política es inglesa, es decir, nacional.
Pero la exportación sí, es siempre manchesteriana.
En el frontispicio de la escuela liberal estaba escrito: "Inglaterra
será el taller del mundo, y el mundo el granero de Inglaterra".
En ese sistema se nos asignó a nosotros el papel de proveedores
de materias primas alimenticias. Subsidiariamente, de las lanas
para la industria del tejido. Al hablar, pues, de progresismo de
factoría, estamos señalando a un tipo de progresismo
que técnicamente es progreso, pero que internacionalmente
no lo es, en tanto en cuanto no coincide con el interés nacional.
Ahora bien: ¿qué vamos a hacer frente a los enunciados
doctrinarios? ¿Nos vamos a adscribir al nacionalismo económico?
¿Nos vamos a adscribir a cualquier doctrina, o nos vamos
a adscribir a la única doctrina posible: la del interés
nacional? El país lo ha resuelto el 24 de febrero(3). Pero
grandes sectores del país no quieren comprender que ha llegado
la gran ocasión histórica y que no se puede seguir
adelante con la economía de factoría. Es tan simple,
tan elemental demostrar que no se puede seguir con una economía
primaria y sin diversidad, que parecen ociosas estas palabras.
Cuando don Miguel Miranda dice que él está dispuesto
a bajar el precio del trigo, si bajan el precio de las herramientas,
nuestros opositores, en vez de indignarse con los que no quieren
bajar el precio de las herramientas, para tener el trigo barato,
se indignan con don Miguel Miranda.
El hecho cierto es que en el transcurso de los últimos cuarenta
años, el valor de nuestros productos primarios de la tierra
ha bajado de cinco a seis veces el poder adquisitivo frente a los
productos elaborados. En 1917 una fanega de trigo se vendía
a $ 17 m/n y un Ford costaba $ 1.700 m/n 100 fanegas de trigo. Hoy,
¿cuántas fanegas de trigo hacen falta para comprar
un Ford? Se me dirá que el Ford 8 de ahora es una cosa seria,
que es un automóvil de lujo. En rigor, su precio dentro del
mercado interno de Estados Unidos no ha variado proporcionalmente,
la relación sigue siendo la misma, porque si bien el coche
es más completo, la producción en serie y el aprovechamiento
de la energía han hecho que todas esas mejoras no incidan
sobre el costo de producción. Por otra parte, los productos
primarios de la tierra, y particularmente los alimentos, tienen
un mercado de limitadas posibilidades. Nosotros no podemos producir
mucho más trigo que el que producimos, aun suponiendo que
todos los mercados del mundo fueran compradores ansiosos de nuestro
trigo. Y esa limitación está dada por la cantidad
de tierra apta para la producción de trigo. Por otra parte,
es un hecho bien evidente, trasladándonos del plano de las
naciones a lo individual, que la aptitud de consumo de materias
alimenticias esta dada por el tamaño del estómago
y por la rapidez de la digestión. De tal manera que Rockefeller
no puede consumir muchos más productos alimenticios que el
consumiría cualquiera de los obreros de sus establecimientos
petroleros. En cambio, el mercado de los productos industriales
es ilimitado. Las necesidades nacen en las mismas proporciones que
los medios de compra. Con la cantidad que el hombre, en su sueño
más aventurado, se consideraría rico, se considera
pobre el día que se realiza ese sueño. Por otra parte,
la aptitud de consumo es, aparte de un problema de medios, un problema
de cultura. Un hombre culto tiene muchas más necesidades
que un hombre ignorante.
Hace un tiempo -y discúlpenme que dé este tono de
conversación a las cosas, pero es que deseo que sean claras-
hace un tiempo, como decía, un fuerte comerciante de la provincia
de Buenos Aires, no muy identificado con el actual gobierno, me
hacía algunas objeciones a estas ideas y se me ocurrió
preguntarle: - ¿Quién es más rico: su empleado
que gana $ 250 hoy, o Vd. hace 30 años? - ¡Yo! Hace
30 años tenía un millón de pesos. -Sí,
pero Vd. hace 30 años prendía la vela con un fósforo;
después no hablemos del baño caliente, tenía
que poner las leñitas en el fuego, etc. Su empleado de $
250 da vuelta una llave y tiene luz; da vuelta otra llave y tiene
agua caliente; Vd. tomaba los domingos una bebida fresca; ahora,
si al sereno del establecimiento le dieran una bebida caliente,
con toda seguridad se indignaría. Ese mundo de consumos nuevos
que ha creado la técnica proviene de la transformación
industrial. Un país, naturalmente dotado geográfica
y racionalmente, que no se adapta a ese mundo de consumos, o prescinde
de los consumos, es un país pobre y una economía de
factoría.
Es una economía de factoría; no tenemos marina mercante.
Agreguemos que se hizo lo posible para que no la tuviéramos.
La libre navegación de los ríos fué inscripta
en nuestra carta constitucional. A los ingleses jamás se
les ocurrió establecer la libertad de navegación del
Támesis, ni a los alemanes del Elba, ni a los franceses del
Sena. Las flotas de cabotaje y fluviales son la base de la formación
de la marina mercante. A nosotros se nos impuso esa capitulación
y no en beneficio de los países que necesariamente estaban
llamados a compartir con nosotros el dominio de los ríos
por su situación geográfica, sino de todas las naciones
del mundo. Se deseaba que no tuviéramos flota mercante. Pero
lo más grande no es eso. Lo más grave es que encima
se nos enseñó que eso era un triunfo. Y sinceramente,
yo recuerdo la sorpresa con que un día decía enfáticamente:
"nosotros, que hemos establecido la libertad de los ríos..."
Me detuve y pensé: ¿pero de quién los hemos
libertado? De nosotros mismos.
Habrá que escribir el manual de zonceras argentinas(4) en
el que también se podrá incluir aquello de que la
"victoria no da derechos". Es decir: cuando uno pierde,
lo pierde todo. Y cuando gana, no gana nada.
Esta digresión es interesante para ahondar en lo que dije
al principio de cómo los abalorios mentales han sido tan
peligrosos para nuestro desarrollo económico como los materiales.
No teníamos tampoco un régimen de seguro nacional.
Todos nuestros transportes al exterior y nuestra producción
pagan primas que se compensan en las primas de los meros riesgos,
como se ha visto en esta última guerra... Todo el que vende
en su propio puerto está expuesto a que sus compradores se
agrupen o que uno de ellos se imponga a los competidores y fije
sus precios. No se puede vender equitativamente sin tener una marina
mercante propia, un seguro y un sistema de crédito propios.
Se habla constantemente de la concentración en Buenos Aires,
de este enano de cabeza gigantesca que parece ser el país,
y se habla de la dispersión de Buenos Aires al interior.
Buenos Aires necesita dispersarse al exterior. Es llegada la hora
en que nuestros consignatarios no estén en Buenos Aires,
sino en Amberes, en Shanghai, en París, en Londres, en todos
los puertos del mundo. Necesitamos diversificar nuestro comercio
exterior. Pero temo caer, porque todos somos hijos de la época
en que nos hemos formado, en la preocupación excesiva del
comercio exterior, que era la dominante de la oligarquía
derrotada. Es el comercio interno, es la satisfacción amplia
de las necesidades del pueblo y no de las necesidades primarias,
sino de las necesidades que da la cultura y una aptitud para la
vida de alto estilo, lo que debe ser el hecho resultante de nuestra
producción económica.
Para comprender eso necesitamos darle a la palabra saldo, que es
otra de las zonceras argentinas, su verdadero valor. Siempre se
ha hablado aquí de "saldos de exportación".
Saldo es lo que sobra. Saldo es lo que queda como remanente. En
fin, habiendo señoras no hace falta explicarlo, porque ellas
frecuentan las liquidaciones. Es decir, saldo es lo que sobra, y
puede sobrar de dos maneras: por incapacidad de compra del propio
país o por una capacidad de producción que supera
la mayor capacidad de compra del país.
Todos estos problemas, así un poco abigarradamente expresados,
los comprendíamos y los sentíamos los que andábamos
en esa larga lucha con distintas denominaciones y con distintas
banderas. Pero no atinábamos a la instrumentación
política necesaria para encauzar esas ideas y para hacer
el proceso de transformación del país.
Y no atinábamos porque, antidemocráticos unos y democráticos
otros, no habíamos comprendido que lo primero que había
que instrumentar era el pueblo. No el pueblo como entidad política,
como vano enunciado en las justas del civismo, sino el pueblo como
valor social, como voluntad de lo nacional histórico, apuntando
hacia el porvenir de la República.
Creo que ése es el secreto político de Perón.
Y la razón de sus creaciones de gobierno, que van en el orden
lógico de su política desde la Secretaría de
Trabajo hasta el Banco Central, pasando por la Secretaría
de Industria y Comercio. Él comprendió que nada se
podía esperar de los sectores gobernantes. Que había
que galvanizar fuerzas nuevas y que las fuerzas nuevas que había
que galvanizar eran aquellas que habían de ser beneficiadas
directamente por la constitución de la gran Argentina. Por
eso inició en el campo social una política que es
movida por un sentimiento de justicia, pero se integra en una comprensión
total de la acción de masas destinada a hacer de lo social
y de lo económico una forma concreta de realización
política altamente nacional.
Cuando Perón crea el Consejo de Postguerra y también
la Secretaría de Industria y Comercio, revela un sentido
total de la nueva realidad argentina. No había en ese momento
en el gobierno otra comprensión de la riqueza de las naciones
que la puramente crematística. Es el momento en que frena
las exportaciones y hace perder inmejorables negocios, salvando
al país de la más terrible de las inflaciones: vertiginosidad
en la circulación del dinero y escasez de bienes de consumo.
Fenómeno del que ha sido víctima todo el continente.
Desde el primer momento, él tiene la visión clara
de la integración del fin social y económico y de
la construcción de una Argentina que abandone la economía
primaria de factoría para entrar en una economía de
transformación.
El nuevo censo creo que nos va a sorprender. Nos ha sorprendido
ya con el admirable ejemplo de colaboración y disciplina
que ha ofrecido el país. Nos ha de sorprender no sólo
en el número de habitantes y en la comprobación de
su potencial económico, sino en el nuevo agrupamiento de
sus grupos sociales.
Constantemente se oye en el campo la queja de la despoblación
del mismo. Yo no he visto el campo abandonado por los auténticos
productores del agro. Yo he visto el suburbio de los pueblos de
campo abandonado por un proletariado que ha venido a la industria.
A principios de siglo en los suburbios de los pueblos vivía
un paisanaje más o menos acomodado, con ranchos limpios,
con sus jardines, con buenos cercos. Estaban constituidos por artesanos
que trabajaban el cuero, chatarras, puesteros retirados etc. El
grueso de la población de la provincia de Buenos Aires vivía
en las estancias, distribuido en las grandes extensiones de campo
donde los propietarios les permitían tener una majada y su
rancho. Había una economía familiar perfectamente
organizada. Era una forma patriarcal de pastorismo. Esos hombres
no trabajaban para la estancia. Ellos salían a hacer trabajos
afuera y a ganar el numerario. Entretanto, las necesidades inmediatas
del hogar eran atendidas por la mujer y los hijos. La mujer lavaba,
era comadrona, o tenía alguna habilidad reposteril. La majada
también servía, en cierto momento, para atender las
necesidades inmediatas.
Fue el progresismo de factoría el que los desplazó.
Los campos se valorizaron con la aparición de razas finas
de hacienda, y esa gente fué desplazada del campo a los suburbios
de los pueblos. Allí careció de establecimiento fijo.
El hombre abandonaba el hogar en busca de trabajo, pero ya no tenía
tropilla. Su vuelta era insegura. Y la mujer no podía mantener
el hogar abandonado porque frecuentemente faltaban los recursos
que antes proporcionaba el lote de campo gentilmente prestado. Cuando
el hombre volvía, se encontraba, a veces, con hijos de otra
procedencia. Y así he alcanzado a ver cómo el matriarcado
desplazó al patriarcado en nuestra institución familiar
de familias criollas. Ese proceso doloroso de raíz económicosocial
produjo la subalimentación del criollo, su degradación
biológica, es decir, racial. En nuestro país el problema
alimenticio no ha sido a fundamental, pero al cundir la escasez
y no poderse mantener un buen régimen de vida, la insuficiente
alimentación en los primeros años del niño
no permitía restaurar las energías en el resto de
su existencia.
El desarrollo del país ha traído exceso de población
a los centros urbanos. Los establecimientos de campo se han quedado
sin mano de obra barata. Pero esos hombres han pasado de un promedio
de $ 60 a $ 70 mensuales -que era lo que podían hacer contando
con el aporte fuerte de cosechas- a un promedio de $ 250 a $ 300.
En la ciudad se han hecho productores industriales, es decir, contribuyen
a aumentar las riquezas del país, creando cosas consumibles.
Se han hecho a su vez consumidores. Consumidores de productos rurales,
creando, por fin, un sólido mercado interno que no depende
de la inestabilidad de las exportaciones.
Vamos, pues, hacia una economía no comercialista, sino societaria,
hacia una economía de utilidad social. Vamos hacia una economía
de consumos y recién estamos entrando en lo que verdaderamente
constituye la riqueza de las naciones. Los hechos ya se producen.
Tenemos ya un gobierno que fomenta el proceso, y productores capaces
de realizarlo. Es necesario e imprescindible destruir las últimas
zonceras, las últimas telarañas que deforman el pensamiento
argentino, que enmascaran las condiciones objetivas de esta etapa
histórica de la nacionalidad.
Pero esta conversación, en definitiva, no es más
que una modesta contribución al Plan Quinquenal. Todo lo
que he intentado expresar está dicho en el discurso de introducción
a su lectura en el Congreso del señor Presidente de la República.
Será bueno para nosotros leer de nuevo esa parte esencial
del mismo.
Está hecha con una imagen de lo más feliz la crítica
de un sistema doctrinario que establece la indefensión del
país. No es el problema colocarse entonces en un punto de
vista doctrinario. Es necesario adoptar frente a las leyes de la
economía y de la política liberal, un punto de vista
concreto. Cuando esas leyes funcionaron naturalmente, se pudo ser
liberal. En cuanto esas leyes que se pretende exhumar son interferidas
por fuerzas negativas y adversas a lo nacional, no puede haber otra
dirección que la del Estado. ¿Diremos entonces que
esto es "nacionalismo económico?" Podemos decirle
también liberalismo defensivo; economía liberal nacional.
Podemos llamarlo como se quiera. Lo importante es que lo hagamos.
Otra de las supersticiones coloniales es la necesidad de poner
motes y etiquetas a las cosas. Recuerdo que cuando salíamos
a la calle con estas ideas, que por cierto han sido superadas por
la Revolución, el afán clasificador de los espectadores
se ponía en evidencia. A nosotros, los hombres que militábamos
en FORJA, nos preguntaba algún oyente: ¿Pero ustedes
son fascistas? ¡No!, contestaba yo. ¿Entonces son comunistas?
¡No! ¿Entonces son liberales? ¡No! Quien, asombrado,
preguntaba: ¿Y entonces qué son? Era yo a mi vez quien
interrogaba a mi interlocutor, diciéndole: ¿Es usted
peluquero? ¡No! ¿Es abogado? ¡No! ¿Acaso
empapelador? ¡No! ¿Y entonces qué es usted?
Porque hay muchas formas de encarar la realidad. Lo importante es
eso, ser realista.
He querido esta noche exponer algunas ideas generales dispersas
y más que nada destruir algunas supersticiones.
Y si algo tenemos que creer firmemente, hasta con fuerza de superstición,
es sólo esto: es necesario trabajar dignamente, limpiamente
y decorosamente, pero trabajar. Es necesario aumentar los límites
de producción, es necesario consolidar la ventura argentina
de este día para que sea la ventura argentina permanente.
Y si no lo hacemos, y si todos no se movilizan con la misma emoción
tranquila y segura con que el pueblo argentino se ha movilizado
desde los días de la Revolución emancipadora, fracasaremos.
Y si fracasamos económicamente, habremos fracasado como
Nación, ya que la oportunidad de una Nación se da
una vez. Y el hombre del destino nacional también una vez.
Nada más.
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