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Año II, Volumen 9 - Agosto de 2008
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Como consecuencia de los acontecimientos, el escritor Ernesto
Sábato resolvió publicar una Carta Abierta al
Presidente de la República. Enviada a todos los diarios
importantes, sólo fue publicada por DEMOCRACIA.
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DOCUMENTO Nº 8
CARTA ABIERTA A SU EXCELENCIA EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA,
GENERAL PEDRO EUGENIO ARAMBURU
"Señor:
Acontecimientos que son del dominio público, y en los que
me he visto implicado por defender el principio de la libertad
de prensa, me inducen a dirigirme públicamente a usted
para expresarle ideas y sentimientos que están en el ámbito
de muchos millones de argentinos y que quizá usted no conozca
como es debido. Una de las graves consecuencias de una prensa
uniformada y temerosa es, precisamente, que los gobernantes llegan
a perder el contacto con la opinión pública real,
con las esperanzas y angustias de los ciudadanos. Me temo que
estemos llegando a ese punto, fatal par alas repúblicas,
en que los mandatarios, aislados por un estrecho círculo
de parciales, terminan por identificar las opiniones y cortesanías
de esos consejeros áulicos con las opiniones de la nación
entera. No de otra manera se pueden explicar flagrantes contradicciones
entre las excelentes ideas que usted enuncia en sus discursos
y las realizaciones de los encargados de llevarlas a la práctica.
Así, mientras usted pronuncia en San Luis admirables palabras
sobre los incondicionales, esos incondicionales que preparan y
en el fondo anhelan todo despotismo, las personas que candorosamente
intentan llevarlas a la práctica son silenciadas de inmediato.
Y como no nos es posible dudar de la buena fe de usted, forzoso
nos es concluir que vive engañado sobre hechos que tan
manifiestamente violan sus propios conceptos. De otro modo habría
que llegar a la tremenda conclusión que una vez más
las palabras se han desvalorizado, vaciado de su auténtico
contenido, para convertirse en símbolos equívocos
propicios a todas las tergiversaciones. La crisis que nuestro
país viene atravesando durante este cuarto de siglo se
ha revelado en una tergiversación de las palabras, ya que
al fin de cuentas éstas representan y simbolizan hechos,
y la crisis de hechos tiene que traducirse fatalmente en una crisis
semántica. Razón por la cual sería conveniente
redefinir ahora y con toda valentía palabras como democracia,
izquierda, derecha, nacionalismo, libertad y justicia. Esta nefasta
transmutación empezó hace mucho tiempo en el país,
ya en la época en que en nombre de la democracia se impedía
votar al pueblo, en nombre de la libertad se favorecía
a los frigoríficos y se encarcelaba y torturaba a los obreros
que luchaban por su pan, y en nombre de la justicia nuestros abogados
defendían a los poderosos consorcios de extranjeros que,
como la CADE, corrompían y envilecían nuestra cosa
pública. Muchos de esos males fueron anteriores a Perón,
y aunque con su régimen la corrupción llegó
a extremos incalificables, también debemos admitir que
estaban latentes en nuestra realidad las fallas que hicieron posible
semejante degradación. Como debemos valientemente reconocer
que no todo lo que sucedió durante esa década fue
negativo y destructor, ya que las grandes multitudes trabajadoras
advinieron a la vida política de la nación, y un
fuerte e irresistible sentimiento de justicia social se elevó
como un clamor que ya nadie puede desoir. La Revolución
de septiembre no se hizo como muchos espíritus mezquinos
o ciegos imaginan, pies, para retroceder la Nación al estado
que tenía en 1945: se hizo por motivos eminentemente éticos,
y en primerísimo lugar para terminar con la corrupción,
la prepotencia, el servilismo y la violación de los fueros
humanos. De modo que si esas reivindicaciones éticas son
olvidadas todo se habrá perdido y para nada habrá
servido el sacrificio de tantas vidas, de tantos seres que sufrieron
en las cárceles y murieron en nuestras calles. Millones
de ciudadanos, señor Presidente, comienzan ahora a sentir
nuevamente una oscura angustia, que usted podría advertir
si tuviésemos prensa libre o si, a semejanza de los príncipes
y reyes de tiempos pasados, saliese anónimamente por los
caminos y pueblo para escuchar a las gentes humildes de nuestra
patria. Y esa angustia se debe en primer término al temor
de que estamos ya sobre la pendiente de un nuevo y terrible desengaño,
y de que aquellos valores éticos que justificaron la cruenta
revolución estén a punto de malograrse o de ser
arrojados por la borda como un inútil lastre en una nueva
carrera hacia el despotismo, alentada por los serviles, por los
que pretenden restaurar los grandes privilegios económicos,
por los que ya sueñan con los nuevos negociados y, en fin,
por los políticos que, desprovistos de respaldo popular,
ansían la prolongación del gobierno revolucionario.
La angustia proviene además, de que muchos, tal vez millones
de compatriotas, comienzan a pensar ya que esos males son tan
profundos que parecen ser consubstanciales con nuestra realidad
nacional; que de verdad el pueblo argentino es incapaz de vivir
sin servilismo, sin negociados, sin prensa amordazada, sin radiotelefonía
corrompida, sin funcionarios venales, sin universidad apócrifa
y sin intelectuales colocados de espaldas a la realidad de la
nación. Hay grandes reservas morales en nuestra patria,
pero es preciso dar un grito de alarma sobre esta creciente decepción
y esta amenazante desesperanza que cunde en los espíritus
argentinos, ya que de otro modo prepararemos el camino a los aventureros,
los demagogos y los tiranos. Todavía hay fe en usted y
en algunos de los hombres que se jugaron la vida en la revolución,
pero es menester que pronto, urgentemente, valoresomente, esos
pocos hombres que aún tienen crédito moral den al
pueblo de la república una muestra inequívoca de
comprensión de la gravísima crisis, abatiendo todos
los obstáculos que interesadamente se han ido levantando
a su alrededor, obstáculos que les están impidiendo
ver lo que realmente pasa en nuestro país, lo que de verdad
sienten, piensan y ansían nuestros compatriotas. Usted
a quien por muchos motivos respetamos, no puede aceptar con complacencia
-estamos seguros de ello- la adulonería con que la prensa
grande llena páginas con las fotografías y las crónicas
de sus viajes, en una forma que repugna a los espíritus
libres y que tristemente recuerda tiempos todavía cercanos;
mientras esconden, tergiversan o simplemente hacen como que ignoran
la ansiedades profundas del pueblo argentino. Esas ansiedades
que podrían sintetizarse en muy pocas palabras: libertad,
prescindencia genuino en los pleitos partidarios, justicia social
y generosidad por los vencidos que no sean delincuentes. Estas
son las palabras que usted, señor Presidente, debería
escuchar. Y no la de esos paradojales consejeros que en nombre
de la democracia quieren impedir elecciones libres, y en nombre
de la libertad recomiendan un nuevo despotismo. Esté, señor
Presidente, con el pueblo, con el auténtico pueblo, y su
nombre pasará a la historia prócer de nuestra desventurada
patria."
Ernesto Sábato
Santos Lugares, 7 de septiembre
de 1956.
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