La Editorial Paidós ha decidido excluir de su catálogo
las obras firmadas por el ahora famoso pedófilo. Se ha
recomendado, además, que sus obras no sean vendidas en
las librerías La maniobra es astuta: la gente que se
ocupa del tema y los chismosos de siempre correrán a
ver a cuánto se cotizan en el mercado negro. Por suerte,
no tienen los derechos de André Gide ni de Joe Orton,
quienes resultaban en exceso cariñosos con los pequeños
árabes.
En Alicia en el país de las maravillas, el
también pedófilo Lewis Carroll le hace decir a
la malvada reina:
"Behead them! Chop their heads off!"
Si nadie se preocupó acerca de los inconvenientes de
Carroll, en Gran Bretaña, aquí en Argentina se
está pidiendo la cabeza del abusador y pornógrafo.
En realidad, hace años que se están utilizando
chivos expiatorios a los que se necesita sacrificar para que
logremos justificar nuestros propios errores.
En el caso de la masacre de Cromañón, muy pocos
padres se preguntaron si les cabía alguna responsabilidad
en el hecho. Bastaba con descabezar al Jefe de Gobierno y todos
tranquilos. Es una sociedad singular: está casi primera
en el ranking de accidentes de tránsito en el mundo -con
un territorio semidespoblado-, la venta de cigarrillos ha aumentado
considerablemente luego de la prohibición de fumar, se
erige en símbolos sexuales a travestis usados, habitualmente,
por respetables padres de familia. Y así ad nauseam.
Se dice que los niños de esta sórdida historia
eran reclutados en los cybers o en otros lugares. Se nos informa
que un profesor de música de cierta edad se ofrecía
para dar clases de inglés gratuitas. Se calla, en cambio,
el absoluto descuido de los padres de los menores que siempre
están dispuestos a evitar las molestias de la prole.
La sorpresa sobreviene cuando se descubre que el desconocido
al que hemos abierto las puertas de nuestra casa para beneficio
de nuestros párvulos no es sino un depravado.
¿A qué viene el asombro? Hay padres desesperados
que no saben qué hacer con sus criaturas cuando sobreviene
el receso escolar. ¿Para qué se los ha tenido?
¿Por el famoso imperativo categórico? El caso
del pedófilo catedrático, un intelectual por completo
escindido enredado con un profesor de música y un tercer
cómplice dedicado a la gimnasia no debiera asombrar tanto.
Lo que sí provoca sorpresa es la desmedida confianza
que se otorga a los desconocidos para que nos liberen de los
monstruos sin cuello aunque sea por unas horas. Por otra parte,
¿para qué callarlo por más tiempo? Las
violaciones practicadas contra menores en el seno de las propias
familias no son siempre objetos de denuncia.
El meollo del asunto, y hasta que se pruebe lo contrario, es
que el affaire Corsi y adláteres viene muy bien para
desprestigiar a toda la comunidad psiquiátrica y psicológica
de Argentina. Todos aquellos que sospechaban de cualquier clase
de tratamiento terapéutico tienen ahora la excusa perfecta
para no salir del pozo. Han encontrado su chivo emisario. De
este modo, creemos, la salud mental de la población no
va a ir en aumento.
Asimismo, la pedofilia es ferozmente practicada en países
con un excelente nivel de vida -vayamos a Alemania o a Austria,
por ejemplo, y alojémonos en un cinco estrellas donde
nos ofrecen de todo-. La mojigatería argentina no tiene
límites y encuentra atajos para no reconocer la pandemia
que acosa a la sociedad en que vivimos. Es posible que estemos
todos enfermos aunque no abusemos de los menores. Incluso es
probable que todavía los de Cromañón no
estén conformes. Esto es: en el país del asado
y del dulce de leche eso no pasa.
Una mancha aún mayor del ennegrecido petróleo
se extiende ahora sobre los intelectuales argentinos. ¿Caeremos
bajo la sospecha todos los que escribimos libros, los que ocupamos
un cargo en la universidad, los que nos ocupamos de la violencia
familiar? En realidad, los intelectuales nunca fuimos simpáticos
ni para la población en general ni para los medios. El
señor Corsi y sus cómplices se encargan ahora
de darnos el pasaporte definitivo hacia la persecución.
Los diputados y senadores que frecuentaban Spartacus -con el
juez que todavía sigue siéndolo- se llamaron a
sosiego. Esto es, no se exhiben. Al fin y al cabo, no cometían
ningún delito A lo mejor robaban, desde el momento en
que pagaban sus caprichos sexuales con la dieta asignada. Y,
sin embargo, nadie se escandalizó por eso.
Cierto ex jugador y entrenador de fútbol -que goza ahora
de un programa radial- fue tratado como un preso VIP luego de
haber sido acusado por el abuso de un menor. En realidad, el
innombrable estaba ya muy fichado en Brasil y es probable que
le hubieran tendido aquí una encerrona por cuestión
de intereses monetarios. Se supone que es necesario juzgar a
Corsi y los secuaces, en especial porque hacía ya tiempo
que en España se les seguían los pasos.
Ahora bien: los padres que dejan a sus hijos frente a la computadora
con internet de banda ancha cuatro o cinco horas por día,
los que les dan el dinero para que frecuenten los cyber, los
que, en fin, depositan su confianza en cualquiera que los libre
de ellos, ¿no merecen también ser juzgados? Nos
conformamos con lanzar el grito de la reina malvada de El
otro lado del espejo pero no nos preguntamos cuál
es la enfermedad estructural que atraviesa al país entero.
¿O acaso no se está destruyendo a una generación
de púberes con el paco?
"Behead them! Chop their heads off!"
Se lanza el grito de guerra y todos quedamos tranquilos. En
un momento fue el caso Grassi. Ahora le toca a Corsi. Y con
él caen también los profesionales de la salud
mental y, de paso, todos los intelectuales. Los padres, horrorizados,
se presentan casi con la misma inocencia de sus hijos. Se reparten
capuchas de verdugo a precios módicos.
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