I -
En 1967, al celebrarse el Centenario del Nacimiento de Rubén
Darío, publicó la Universidad de Texas un folleto
“como tributo a la memoria de Rubén Darío,
uno de los principales innovadores literarios de América
y España”. (1)
Contiene materiales interesantes, todos con una pulcra presentación
gráfica. Pero al llegar a la “Bibliografía”,
nos llamó la atención un garrafal error. Se dice
allí: “Prosas profanas y otros poemas. Prologue
by J. E. Rodó. Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni
e hijos, 1896.”
Son
correctos los datos de título, lugar, imprenta y fecha
de la edición. Pero esta primera versión no tiene
el prólogo de Rodó, que apareció con la
segunda edición de la Viuda de Ch. Bouret, en Paris,
en 1901, sin su firma, en circunstancias muy curiosas que más
adelante estudiaremos. (Su firma está en la tercera edición,
en 1908)
Es cierto que no se nos previene que los títulos que
se enumeran, sean todas primeras ediciones. Pero es evidente
que, en el caso de “Prosas profanas”, a los datos
que pertenecen a la edición príncipe, se le ha
intercalado la constancia del supuesto prólogo de Rodó.
La edición así presentada, no existe.
Es sabido que el estudio del escritor uruguayo se publicó
en 1899. En la más autorizada edición de sus obras
completas, hecha por Emir Rodríguez Monegal, su descripción
reza así:
“Rubén Darío / Su personalidad literaria,
su última obra / La Vida Nueva, II (1899)”
(2)
“Su última obra” es, desde luego, “Prosas
Profanas”.
Podría suponerse, sin embargo, que Darío anticipó
el texto de su libro a Rodó, y que éste se apresuró
a redactar su estudio, para que sirviera de prefacio. Pero no
pasó tal cosa. Cuando Rodó visita a Darío
en Buenos Aires, a fines de 1897, “puede conjeturarse
que en este viaje Rodó habrá conversado con el
gran poeta sobre el estudio que ya entonces preparaba, dedicado
a Prosas Profanas” (3)
De todas maneras, una posible confusión ha sido alentada
por otros autores: Pedro Henríquez Ureña, en su
conferencia “La obra de Rodó”, alude, equivocadamente,
a “el Rubén Darío de Rodó, (1898)”
(4)
Y el propio Emir Rodríguez Monegal da pábulo
al error, extrañamente, cuando transcribe una carta del
montevideano a Luis Berisso, secretario de Darío, fechada
el 4 de marzo de 1898 donde le dice: “Dentro de breves
días le enviaré mi opúsculo sobre Darío.
Como verá, lo publico como anticipación de un
estudio más amplio...” Emir Rodríguez
Monegal entiende que “puede verse que Rodó
habla de su estudio sobre Darío como si ya estuviese
publicado, aunque tardaría todavía cerca de un
año en publicarlo” (5) Ésta es una
lectura errónea de R. Monegal. Lo que anuncia Rodó
a Berisso, es que le va a enviar su trabajo cuando lo publique,
que él creía que sería “dentro de
breves días”, y no otra cosa. (También se
equivoca R. Monegal, al fechar Prosas Profanas en 1888, lo que
puede tratarse de una errata, abundantes en esta edición)
(6)
No podemos dejar pasar otro dislate en la Bibliografía
de la Universidad de Texas. ¿Qué significa esa
nota de “Prologue by J.E. Rodó”? ¿Cree
su autor que Rodó escribió su ensayo en inglés,
o que fue traducido al inglés al intercalarlo en el libro
del gran poeta? ¿O que figura allí en castellano,
para que él lo anotara en inglés? ¿de dónde
sacó este bibliotecario esta absurda nota, si no fue
de su confusa cabeza? Demás está decir que una
de las normas básicas de la bibliografía, o de
las citas, es la fiel transcripción de las portadas,
principio que este amanuense ha violado con irresponsabilidad.
Y es mejor pensar que todo esto es un error, una grave distracción,
y no una revancha de Caliban contra dos de los más altos
espíritus que denunciaron su amenaza para Nuestra América...
- II -
Rodó empieza su estudio dariano con un esbozo de “la
personalidad que estudiamos, de la manera más segura:
teniendo ante los ojos el inequívoco trasunto de su obra”
(7) Subraya “el interés por lo esencialmente literario”,
“la crítica como juicio de arte”, “siempre
en atención al fin directo de la actividad literaria
que es la realización de la belleza” (8)
Comienzan entonces las puntualizaciones, con la más
grave y discutible: Darío, “indudablemente,
no es el poeta de América”. (9) Más
aun: habla del “antiamericanismo” de Darío:
“...la elección de sus asuntos, el personalismo
nada expansivo de su poesía, su manifiesta aversión
a las ideas e instituciones circunstantes, pueden contribuir
a explicar el antiamericanismo involuntario del poeta”
(10)
Y este rasgo se une al aristocratismo: “Su poesía
llega a los oídos de los más como los cantos de
un rito no entendido” “Habíamos tenido en
América poetas buenos y poetas inspirados, y poetas vigorosos.
Pero no habíamos tenido en América un gran poeta
exquisito” (11) Por eso, “No será
nunca un poeta popular [...] y me imagino que no le importa
gran cosa...el papel de representante de multitudes debe repugnarle
tanto como al poeta de Las Flores del Mal, que [...] se jactaba
de no ser lo suficientemente bête (bestia) para merecer
el sufragio de las mayorías...” “es ajeno
a todo sentimiento de solidaridad social” (12)
Carga las tintas sobre la “artificiosidad” de Darío:
“Joya es ésta de estufa; vegetación
extraña y mimosa que mal podía obtenerse de la
explosión vernal de savia salvaje, en que ha desbordado
hasta ahora la juvenil vitalidad del pensamiento americano...”
(13).
Darío es frívolo y superficial: “este
artista gran señor” no tiene al Sentimiento entre
sus amigos [...] es un artista calculador, que “se diría
que tiene el corazón vestido con piel de Suecia”
(14)
Después de esta introducción tan adversa a Darío,
comienza el análisis de cada composición, que
hoy nos parece tan apabullante como la visión general.
En algún pasaje, la petulancia del joven Rodó
llega a un autoritarismo fuera de lugar. Es cuando se ocupa
de la serie formada por “Para una cubana”, “Para
la misma” y “Bouquet”. Aquí Rodó
pierde la compostura, y exclama: “Reconvengo a Darío
por esas seis páginas triviales de las colección
[...] me parecen indigno que semejante poetas las confirme y
reconozca por suyas” (15)
Cierto que se disculpa ante este exabrupto: “La capacidad
de admirar es, sin duda, la gran fuerza del crítico.
Paro los que lo somos, o aspiramos a serlo, tenemos nuestro
inevitable trasgo familiar, a quien atormenta el prurito infantil
de afilar sus dientes menudos hincándolos en carne noble”.
Y cuando habla de “El elogio de la seguidilla”,
anota: “Quede la observación sin borrar, para
que no falte ni aun el mordisco hincado en el detalle...”
(16) Este toque mordaz, que felizmente Rodó no repite,
podemos atribuirlo a la influencia de Clarín, el célebre
crítico español, maestro y amigo de Rodó,
que señoreaba con su crítica burlona y despiadada
en esos años.
El talento analítico de Rodó brilla en muy pocos
pasajes, justamente aquéllos que tienen un tono admirativo.
Por ejemplo, capta con sutileza el genio de Darío cuando
ajusta tema y forma de algunos poemas: como en “El coloquio
de los centauros”, y en “Epitalamio bárbaro”.
(17)
También son muy felices sus observaciones sobre el poderío
del poeta sobre las formas: “Rubén Darío
domina con majestad el ritmo del verso”. Estudiando
“El elogio de la seguidilla” subraya: “La
originalidad de la versificación concurre admirablemente
al efecto de este capricho delicioso”. Así,
el dodecasílabo tradicional español, de Juan de
Mena a los románticos, recibe “un sello nuevo
en su taller; lo ha hecho flexible, melodioso, lleno de gracia...”
(18)
Es magistral la disquisición en la que examina las relaciones
entre poesía y música, a propósito de la
“Sonatina” (19)
Y, por último, elabora toda una explicación,
original y penetrante, de la antífrasis que da título
a la obra. (20)
- III -
¿Cuál fue la reacción de Darío
frente a este trabajo? Una primera lectura, tal como la hacen
R. Monegal y Mario Benedetti (21), nos lleva a prever una respuesta
airada, frente a esta andanada de reparos y censuras, expresadas
a veces en un tono nada comedido, como hemos visto.
Sin embargo, Darío le pide autorización a Rodó
para poner su estudio como prólogo a la segunda edición
de su poemario, que publicará la editorial Bouret en
1901. Debemos pensar, por lo tanto, que el poeta aprueba el
contenido del ensayo, al que considera digno de figurar a la
cabeza de su obra. Y no podía ser de otra manera. Si
bien algunas apreciaciones de Rodó eran injustas, otras
no tienen un carácter de censura. Entre ellas la nota
de aristocratismo, que el propio Rubén Darío proclama
en el prólogo de su obra. En este punto había
una coincidencia total entre el uruguayo y el nicaragüense,
en cuanto a la filosofía artística y social que
expresan los poemas: elitismo, refinamiento, esteticismo puro.
Las observaciones que el crítico formula, son hechas
a vía de elogio, y no de desvalorización, como
lo vemos con nuestra sensibilidad actual. La aversión
al vulgo, a la mediocridad, a las sociedades filisteas en que
viven, identifican a los dos escritores en un plano profundo.
Pero otras objeciones de Rodó no deben haber sido bien
recibidas, tanto por su tenor -pensemos en la acusación
de insensibilidad, por ejemplo-, como por el tono admonitorio
con el que están formuladas. .
Dos hechos han sido tomados como prueba del fastidio de Darío
frente al joven crítico: uno de ellas es la “esquelita
de pocas líneas” (22), cortante, con la que aquél
acusa recibo del trabajo:
“Marzo 31, 99.
Caro amigo:
Gracias mil. Su generoso y firme
talento me ha hecho el mejor servicio. Usted no es sospechoso
de camaradería cenacular. Pronto le escribiré
largamente.
Gracias
Rubén Darío.”
Comenta Benedetti: “Lo de mejor servicio parece particularmente
agresivo; además, no le escribió largamente...”
(23) También podríamos entender como irónico
lo de “Gracias mil”...
Y luego viene “el agravio camuflado” (24) más
hiriente: la edición de “Prosas profanas”
de 1901 apareció precedida del comentario de Rodó,
pero... sin su firma. (Que aparecería con ella, sí,
pero en la tercera edición, de 1908, en la misma editorial)
Henríquez Ureña explicó que el nombre del
autor “fue suprimido por impericia de una casa editorial,
(aunque el error se corrigió después, afortunadamente),
en la primera reimpresión europea de “Prosas Profanas.”
(25) Darío se disculpó con Rodó, y alegó
una equivocación de la casa Bouret. “Rodó
se sentía ofendido y calló” (ERM)
La verdad es que la editorial deslindó toda responsabilidad
en la omisión, y descargó la culpa en Rubén
Darío, lo que parece más verosímil, sea
por descuido del poeta, o porque de esta manera éste
se tomó una pequeña revancha de aquello que no
le gustó en el ensayo. Para colmo de sarcasmos, Darío
“para atenuar el efecto aseguraba en broma que la
firma era innecesaria, ya que el estilo de Rodó era fácilmente
reconocible” (26)
Agreguemos que Darío, al publicar la segunda edición
de “Prosas profanas” aumentó su contenido
con nuevas composiciones (“Cosas del Cid”, “Dezires,
layes y canciones”, y la serie de “Las ánforas
de Epicuro”) El estudio de Rodó abarca sólo
el cuerpo de la primera edición, desde luego. A un lector
inadvertido podría llamarle la atención este desajuste
entre el prefacio y la obra. Esto es ilustrativo de la importancia
menor que le daba Darío al trabajo del crítico,
de quien tal vez estaba más interesado en lucir su firma
que en ostentar un prólogo totalmente pertinente. (Y
sin embargo la omite...)
¿Qué le molestó a Darío en el trabajo
de Rodó? No las observaciones en sí, porque él
entiende, como lo anota Rodó, que “no son hechas,
[en su mayoría] para marcar una inferioridad literaria”,
sino todo lo contrario, para realzar su acierto, que el crítico
comparte.
Benedetti menciona “las reticencias” de los elogios
de Rodó (27) Darío habría echado cuentas,
y decidió incluir el ensayo de Rodó, porque los
ditirambos superaban en número y en peso a las objeciones.
Y, además, porque el nombre de Rodó había
alcanzado resonancias internacionales, después del éxito
de “Ariel” (1900) Pero la ausencia de su firma restaba
eficacia laudatoria al prólogo frente al lector común.
Otra posible explicación de este desencuentro, es el
carácter de glosa-crítica que tiene las páginas
de Rodó.
José Pedro Segundo en su sólida Introducción
a su edición de las “Obras Completas” de
Rodó (28) anota que éste empleó tres modalidades
de método crítico: el análisis puramente
estético, la consideración histórico-biográfica,
y la que nos interesa ahora: la “crítica-glosa”,
la recreación del texto comentado: en esta forma
“la lujuriosa fantasía del escoliasta y los recursos
de su erudición cuidadosa se conciertan para una nueva
representación prosificada de la obra en estudio: siempre
ingenioso duplicado...” el mejor ejemplo de este sistema
es “el estudio capital consagrado por José Enrique
Rodó a la exaltación de las “Prosas Profanas...”
(29)
Y R. Monegal, que sigue puntualmente a Segundo, dice: “en
1897 señala con más insistencia la función
de glosa o traslado que tiene la crítica [...] al analizar
los poemas de Leopoldo Díaz ensaya la técnica
de recreación o glosa que desarrollaría ampliamente
en su estudio sobre “Prosas profanas”. En este último
trabajo se evidencia la labor de amplificación y traslado
(del lenguaje de la imagen, Poesía, al lenguaje de la
idea, Crítica), que el crítico debe encarar como
misión principal”, y la cumple “como
si quisiera rivalizar con el poeta” (30)
Esta técnica era, también, una manera de afirmar
la independencia de la crítica como género literario
(31)
Como un claro ejemplo de este procedimiento, puede hacerse
la lectura comparada de “Era un aire suave”
(32) con el comentario paralelo de Rodó. (33) No
podemos hacer ahora este examen, pero se percibe que Rodó,
llevado por su inventiva, va mucho más allá de
lo que dice el poeta, y teje un cuadro distinto, con detalles
descriptivos y cambios en la anécdota, agregados por
su imaginación. Él mismo se justifica: “Tal
amplifica mi fantasía, dócil a toda poética
sugestión, el fondo hechizado del cuadro en que la magia
del poeta hace revivir a esa marquesa Eulalia...”
Y se pregunta: “¿Tocar así la obra del
poeta, para describirla como un cuadro, con arreglo a un procedimiento
en que intervenga cierta actividad refleja de la imaginación,
es un procedimiento legítimo de la crítica?”
(33)
En sustancia: Rodó crea un texto que es el remedo, la
transposición del texto literario, con el agregado de
comparaciones, juicios de valor, nuevos detalles, etc., pero
que siempre se tejen sobre el bastidor de la página original.
Pero ¿la vocación creadora de Rodó lo lleva
a pretender que su crítica iguale o supere el espesor
literario del libro de Darío? (34)
Así lo vieron algunos contemporáneos al valorar
su “Rubén Darío”, que llegaron a considerarlo
mejor que la obra en la que se apoyaba. Su íntimo amigo
Víctor Pérez Petit, exclama con entusiasmo: “en
su extraordinario opúsculo “Rubén Darío”
[...] comprende y siente el arte nuevo a extremo tal que su
prosa supera en muchos pasajes la belleza y esplendor de los
versos del gran lírico” (35) Y el poeta andaluz
Salvador Rueda le escribe: “el estudio que usted ha
consagrado a nuestro amigo Rubén es toda una Maravilla
[...] Es usted en él un poeta extraordinario, es usted
en ese trabajo más poeta que el mismo Darío...”
(36) Y tres cuartos de siglo después, afirmará
lo mismo E. Petit Muñoz. (37)
¿Sospechó acaso Darío la pretensión
de Rodó de auparse sobre sus hombros, y fue ésta
la causa de su mortificación? No nos atrevemos a darlo
por sentado, pero es muy claro que Darío tenía
un vivo sentido de pertenencia sobre lo que escribía,
y grandes recelos acerca de seguidores, imitadores y acólitos
literarios de todo tipo. Él decía “mi poesía
es mía en mí”, como Cervantes escribía
que Don Quijote sólo para él había nacido.
(38)
Pero cualquiera haya sido el motivo, es lo cierto que sobrevino
entre ellos una “accidentada relación” (Benedetti)
a partir de 1901. Y Rodó mantuvo una obstinada hostilidad
hacia Darío. Cuando se le invita a presentar a Darío,
en Montevideo, en 1912, con un discurso previo a una conferencia
de aquél, se niega a hacerlo. En cambio el poeta tiene
varios gestos amistosos, que culminan con la dedicatoria parcial
a Rodó, de “Cantos de vida y esperanza” en
1905 (precisamente la obra que desborda ese americanismo que
Rodó le reclamaba)
Solamente cuando muere Darío depone Rodó su animosidad,
y teje su elogio:
“Su nombre, que ya tenía, en vida de él,
cierta vibración de nombre ideal y legendario, resonará
en el tiempo con el poder evocador de renovación y
poesía...” (39)
Lástima que Rodó alabe sólo al poeta formal,
y no al gran lírico que canta sus más tocantes
versos cuando siente, y lo muestra ya en “Prosas profanas”,
que “El Enigma es el soplo que hace cantar la lira”.
(“Coloquio de los centauros”) (40)
Y su reconocimiento era justo en lo artístico, y tardío
e insuficiente en lo humano.
Agosto de 2008
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