La crisis emotiva de las clases medias ha permitido el crecimiento
acelerado del "pólipo literario" llamado "libro
de autoayuda", saturados de terapias breves ofreciendo
la conquista de la felicidad a corto plazo y con una mínima
inversión, aparte del costo del engendro. ¡Cuánto
librero de Buenos Aires, cual mercero del Once, sonríe
ante la debilidad humana! "Tu debilidad es mi fuerza".
Pero contra toda primera impresión, la autoayuda no queda
limitada al zoológico colgado de Osho o Paulo Coelho
o, si se trata de burguesitos con pretensiones, de los gurús
norteamericanos que les enseñan a robar con más
rapidez. No. La autoayuda también se desliza en berretalandia
a partir de secreciones de "psicólogos" que
posan de escribas y jeremías bíblicos, de "coachs"
ontológicos (¡!), "conchitas" parlantes
(Menem lo hizo) y hasta frustrados deshollinadores que confunden
los procesos cognitivos con el caño de su inodoro (algunos
con combustible espiritual incluido, de modo de aspirar a una
cloaca con motor). Una categoría que ha cedido un poco
de terreno es la de la autoayuda propia, la autoconfesión
("Me salvé del cáncer", "Era gay
y no lo sabía" "Vivir adoptado", "Mamá
era de Wraclaw y huyó de la Zwi Migdal").
En este registro, y en una subdivisión, están
los distintos artefactos enraizados en los 70 que van atravesando
"géneros literarios", de modo que nos enteramos
con la palabra "Fin" de lo bueno que era su autor
en la época, y ahora. Por supuesto lo bueno en forma
primitiva implica lo malo y aquí los buenos y los malos,
como en los cuentos de niños, están bien definidos.
Lo que no deja de ser un cuento. La grosera versión orwelliana
(manipular el pasado, para controlar presente y futuro) y cinematográfica
a lo Peter Greenaway (comer del cadáver del ser amado)
en la historia promovida por las damas del pañuelo blanco,
ha tenido sus consecuencias de superficie, menos profundas no
obstante que el miedo que continúa instaurado socialmente
por la Dictadura del 76.
Una de estas consecuencias es el cambalache literario-filosófico-histórico
en forma de libro, utilizado por sus autores como "aguja
de marear" para no ir a ningún lado. Servicios de
Inteligencia, ex-"perros", ex-"montos" y
talenteadores afines a esos grupos han dado lo suyo, marcados
por la común actitud antiperonista. En la criba de este
registro insertamos el puchero escriturario (comida de rango
popular hecha con sobrantes, en este caso de letras) denominado
"TIMOTE Secuestro y muerte del general Aramburu"
de "José Pablo" Feinmann (1).
Feinmann supo calentar el ambiente teorizando desde la revista
Envido, tanto como Clotilde Acosta ("Nacha Guevara")
y Piero Debenedictis ("Piero") lo hacían desde
la imitación de Cabaret francés y la canción
de protesta. Eso sí, con gesto heroico y crispación
ética. Mientras estos últimos, como tantos otros,
tuvieron que huir para poder salvarse, el teórico felizmente
fue olvidado por la banda militar del 76, probablemente porque
no se lo tomaban en serio.
Hoy, Feinmann, devenido "otrista" secularizado,
el otro de aquellos Montoneros originalmente católicos
y pacatos según nos dice, nos lleva de la mano al proceso
de los últimos días de Aramburu. Aquí y
allá desliza algún error de enciclopedia, pero
en fin, se trata de una novela (¿o no?). Cuando pretende
ironizar le sale mal: Así, cuando Firmenich es presentado
como el Manolito del engendro gorila de Quino, Mafalda; y el
patrón de boliche -que, por serlo- resulta traidor, buchón
y trepador, entre otras cosas.
Los párrafos de autoayuda se deslizan sin problemas
en la caracterización de Norma Arrostito ("Gaby")
-(p. 38-39), la de Abal Medina (un "nietzscheano",
p. 55 y un hereje casi protestante vía Bergman), el conocimiento
de manual (la mirada sartreana) o su ajuste de cuentas con la
cúpula de Montoneros, lectores de Salgari, Julio
Verne y Oesterheld (¡!)-(p. 42-43). Sin duda la diferencia
de lecturas hace la diferencia: "mientras ustedes están
civil y materialmente muertos yo, que leía la Crítica
de la Razón Dialéctica, ni memorista ni pasional,
tengo una clase de filosofía en un canal de televisión
como los franceses, me codeo con la historia" aunque por
razones literarias apele a resúmenes en la línea
Pigna-Lanata (p. 56-58) (ni los manuales Lerú se animaban
a tanto).
Los personajes entran y salen, dicen su mentira o se las atribuyen
como en el caso de Mugica que aparece promoviendo "matar
por exceso de amor" (la víctima agradecida): el
mismo esquema mental hipócrita (progresista al fin) que
preside la disculpa del asesinato a manos de un marginal: es
"un hecho social ineluctable", ni siquiera ético.
Los conocimientos históricos de José Pablo son
un poco lentos (cuando no cartonea, como en las p. 105-106,
donde hace una anacrónica apología del gauchismo):
Tal en el caso de la calidad de la historiografía del
levantamiento y asesinato de Valle: El libro de Salvador Ferla
("Mártires y Verdugos") a quien hace aparecer
retrospectivamente como "peronista", cuando nunca
renunció a su nacionalismo católico y el de Rodolfo
Walsh ("Operación Masacre") quien había
dado sus primeros pasos en esa atmósfera y publicó
su obra por entregas en el diario de los hermanos Jacovella
(idem). Pocos se toman el trabajo de leer, en este caso Feinmann,
la correspondencia entre Perón y Cooke al respecto. Vale
la pena, a pesar de la tragedia del error de Valle (que involucró
a Marechal y a Castiñeira de Dios) y de tantos otros
que pagaron con su vida la intentona.
Su carácter de glosador de pensamientos ajenos, no solo
lo aleja de la historia, sino del acceso a la política.
Probable lector de alguna "teoría del partido proletario",
desconoce la articulación real de masas y vanguardias
(o elites, como se guste) en la historia real. Esta ignorancia
unida a su negativa a la acción política (es un
"intelectual") lo lleva a justificar la inercia dicharachera
con la "astucia de la razón" hegeliana y con
el "género" elegido: la "ficción",
porque "la ficción no juzga". La irresponsabilidad
absoluta. Claro que ello le permite calificar el asesinato de
Aramburu como algo distinto que "asesinato" (como
el de Rucci, por ejemplo). Es un crimen sí, pero enmarcado
en la astucia de la razón, metafísico.
En la era del pensamiento debilitado, la estrategia de Feinmann
es la de la degradación del conocimiento histórico.
Su odio personal por Firmenich (¡oh, amores contrariados!)
lo lleva desde la falsación sin más de un documento
montándose en argumentos sofistas ("...la versión
de Firmenich es la versión de Firmenich. Solo eso bastaría
para, no solo desconfiar de ella, sino para tornarla falsa")
(p- 84). Precisamente ese conocimiento histórico degradado,
pueril, no es distinto que el enarbolado por Walsh, Gelman,
Oesterheld o Urondo, (p. 101) ni es un espejo invertido del
de Feinmann: la única diferencia es que aquellos estaban
adentro de Montoneros y Feinmann peligrosamente en la periferia,
y del lado de afuera.
Así, manipulador de palabras al fin, aunque se noten
los hilos del títere, aparece Aramburu prisionero del
"destino" (p. 101) y como tal de una historia con
"sentido": la astucia de la razón, ésta
vez a caballo de un anagrama: Con las palabras se puede hacer
casi todo, menos engordar. Como el mate, churrasco de agua caliente,
solo entretiene.
En el capítulo 11 del libro, el aire de familia, reúne
a toda esta porción de fracasados. La referencia a Sarmiento
("Inventé anécdotas a designio"), su
Facundo y la asociación inevitable con Respiración
Artificial de Piglia (2), inunda esta pobreza de literatura
de la literatura.
Y claro, ante este panorama "Dios es reaccionario. Cualquiera
lo sabe" (p. 105). La apelación berreta al "cualunquismo",
en busca de la adhesión barata, "consensuadamente
democrática", pero con términos grandilocuentes
aunque ya muy gastados, es la red que sostiene el escrito de
Feinmann. Pero ¿no se trata de una novela? Casi. No podía
faltar el tema del "holocausto" (3) y la referencia
a Auschwitz. Viene de la mano de Löwith, el eterno discípulo
del nazi Heidegger, aunque en su referencia a dios, no aclara
si se trata el dios del viejo testamento o el del nuevo. De
todos modos la sospecha es fácil. Acá se podría
decir que Feinmann es de origen judío. Aunque también
sospechamos que casi todo el mundo lo sabe.
En este libro, a esta altura un libro-catarsis, el único
elemento literario rescatable resulta la presencia del capataz Blas Acebal, una historia dentro
de la historia, un "gaucho" a lo Vacarezza, difícil
de conciliar con el guiño de la "banalidad del mal"
páginas más adelante. Alumnos agradecidos.
Y lo mejor: el "monólogo interior" de Firmenich
y su caracterización del "Che" Guevara (p-
248-249) creando la más siniestra ironía a pesar
del autor y desnudando su impotencia: lo real devorando la ficción.
En fin, otro artefacto Clarín/Pagina12. Los muertos
siguen firmes. Los "vivos" también. Nada ha
cambiado. ¿Esto era una novela?
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