PSICOLOGÍA DEL HINCHA
Hay que hacer un distingo entre el hincha y el partidario.
Por que si, fundamentalmente, a los dos los mueve la misma inclinación,
los dos tienen distinto matiz psicológico. El partidario,
en efecto, representa el tipo medio del entusiasta; el hincha,
en cambio, constituye el tipo pasional. Uno no romperá
jamás la armonía de su línea; el otro se
dejará llevar en cada caso, por la violencia incontenible
de su instinto footballísco. El hincha no razona; se
limita a “sentir” a su club. El partidario discierne
y, por consecuencia lo lleva a admitir el factor de la posibilidad.
Existe en el tono de sus discusiones la serenidad que emana
de ese mismo análisis. El hincha es otra cosa: es realmente,
un dogmático. Cree porque cree. Su raciocinio rudimentario
escapa a la gravitación de otra fuerza que no sea su
ciega pasión por su club. Frente a la realidad, formulará
las consideraciones más pueriles y absurdas para sacar
adelante su tesis, siempre favorable a su pasión. En
presencia del contrincante ocasional, nunca se declarará
vencido. Y cuando la fuerza incontenible de la lógica
lo haya arrojado a un rincón, surgirá de sus cenizas
retóricas la definitiva mala palabra con la cual cubrirá,
suciamente, su honrosa retirada. En el elogio del triunfo obtenido
por su club enriquecerá al idioma con nuevos adjetivos
laudatorios. Para el fracaso, también encontrará
a mano la disculpa necesaria y rotunda que pone fin a la discusión.
En resumen: el hincha es un hombre que vive y se desplaza en
una única realidad: la que crea su fantasía pasional.
EL HINCHA Y SU TRAGEDIA
El hincha individualmente considerado, tiene una tendencia
marcada al espíritu gregario. Huye de la soledad como
de una mala sombra. Como en el fondo es un débil, necesita
respirar el ambiente de la complicidad para estar a sus anchas.
Mientras no sale de su barriada y se desplaza en el medio familiar
y cotidiano, su individualidad adquiere un matiz vulgar. Todo
le es propicio, entonces, para disimular el volcán partidario
que lleva adentro. Será difícil allí reconocer
al hincha en su faz propia. Pero la escena cambia de aspecto
en cuanto el hincha se junta con los demás, en función
solidaria y activa. Desde el momento que abre los ojos a la
luz dominguera, con la visión obsesionante del match
inminente, comienza el fermento de su acometividad interior.
Hay ya prepotencia en sus gestos, en sus modales, en sus actitudes.
El ritmo de la vida, plácida y sin alternativas –
aferrada a la necesidad perentoria de vivir – se transforma,
entonces, como si se hubieran abierto, de par en par, las ventanas
de nuevas perspectivas. Se hunde, después, en la abigarrada
multitud del field, colocado, naturalmente, en el sector amigo
y propicio. Ya ha dado la primera exteriorización bullanguera,
durante el trayecto, desplegadas al viento las insignias de
su club que cobija, en forma guerrera, el anhelo incontenido
de la victoria próxima. Y una vez en la cancha comienza
a sufrir. Porque aquí reside la tragedia del hincha,
señores. El no asiste al espectáculo mismo, en
el deseo de presenciar un cotejo superior. El no ha desafiado
las inclemencias del tiempo y las incomodidades de la distancia
para darse el regalo deportivo de una lucha de contornos clásicos.
El no está, ahí, apretado y sin aliento, con el
fin de, aplaudir al vencedor, después de observar las
bellezas incomparables del football de verdad. El se ha hecho
presente, pura y exclusivamente para ver victorioso a su club.
Todas las alternativas, entonces, lo obsesionan, pero desde
este precario y anhelante punto de vista.
TRANSFORMACION DEL HINCHA
Afirmamos que, fundamentalmente, todas las hinchadas se asemejan.
No podría ser de otra manera desde que el elemento constitutivo
de las mismas es idéntico, Hay, sin duda, pequeñas
diferencias de matiz al que da color la idiosincracia singular
de ciertas barriadas. Pero este detalle poco importa frente
al valor sustancial de la multitud footballística. El
ambiente del field es, siempre uno. Desde que el partido comenzó
todo ese ambiente se refleja, con exactitud fotográfica,
en la cara del hincha. Vedlo: su fisonomía contraída,
sus músculos en tensión, el color arrebatado de
sus facciones patentiza las alternativas extraordinarias de
la lucha que se desarrolla sobre el verde césped de la
cancha. No es necesario presenciar el cotejo para hacer deducciones.
El hincha se encargará de darnos, a cada instante, la
sensación real de lo que allí pasa. Ha perdido,
bajo la influencia tremenda de su pasión, el control
de sí mismo. Aplaudirá, vociferará, imprecará,
insultará, gritará cosas horribles según
marche el team de su club en la competición presente.
Pacífico comerciante, buen padre de familia, obrero humilde
y silencioso, aristócrata desaprensivo, honesto ciudadano,
ladrón consuetudinario o rufián con un pie en
la cárcel, su condición de hincha nivelará,
por unas horas de field, tan diversos destinos. El football
ha tenido esa suprema virtud; la de igualar las cabezas de los
más distintos tipos bajo las sugestiones de una idéntica
pasión; la de nivelar los corazones con una misma ansia
de victoria final.
EL ELOGIO DEL HINCHA
Bienvenido sea el football si, de esta suerte, realiza sus
funciones de armonía democrática. No importa que
alguna vez el hincha desborde su entusiasmo, en forma poco académica
o mediante exteriorizaciones algo contundentes. Si lo hace no
lo mueve ningún interés de mezquino lucro personal;
lo anima únicamente su pasión deportiva, ciega
y sorda a la dura realidad que los rodea, como son todas las
pasiones humanas Por lo demás, aquella multitud, abigarrada
y anhelante, ostenta para su bien, la estética armonía
de su contextura interior. Ella no tiene la culpa de que todos
los hombres honrados lleven adentro a un criminal en potencia.
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