
I.- APUNTES PARA UNA DEFINICION
En tiempos recientes, fue Francis Fukuyama quien se ocupó de anunciarnos el fin de la historia, del hombre y de las ideologías. Jeremy Rifkin hizo otro tanto con el trabajo y ambos parecían involucrar también la extinción de una de las mayores invenciones humanas: el Estado. Desde visiones opuestas (en algo punto no tanto), este último presagio fue compartido por la dupla Hardt-Negri y Paolo Virno, entre otros, quienes habrían entendido el agotamiento del sujeto estatal a través de la pérdida de su soberanía, lo que motivaría la recuperación del poder social originario depositado en él por un sujeto bastante amorfo e impreciso como la multitud (concepto que recibió críticas acertadas desde todos los ángulos posibles).
Sin embargo, globalización mediante, los Estados Nacionales no parecen haber encaminado su rumbo al ocaso definitivo. Antes bien, los países centrales muestran como se estarían readecuando para no perder fuerza en ninguno de sus componentes: la estatalidad y lo nacional. Respecto a lo primero, podemos decir que hace al mantenimiento del monopolio de la fuerza en manos del aparato estatal, que no sólo refiere a la defensa y a la policía, sino también a la posibilidad exclusiva de generar normas de cumplimiento general que serán obedecidas y contribuirán al bienestar general. En otro orden, lo nacional se encuentra influido por la continuidad de esa comunidad territorial y política que se ha formado en una geografía dada y que ha generado su Estado.
Por el contrario, en otros países como Argentina, se evidenciaría el riesgo de consolidar un nuevo tipo de organización estatal cuya característica principal obedece a su permanencia intencional en la trivialidad política, esto es, su decisión consciente de sobrevivir apenas a su disolución pero sin resignar esta reciente vocación de intrascendencia social.
Mi Leviatán querido.
"La misión del soberano", expresó Hobbes, "consiste en el fin para el cual fue investido con el soberano poder, que no es otro sino el de procurar la seguridad del pueblo; a ello está obligado por la ley de naturaleza…Pero por seguridad no se entiende aquí una simple conservación de la vida, sino también de todas las excelencias que el hombre puede adquirir para sí mismo por medio de una actividad legal, sin peligro ni daño para el Estado" ("Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil", F.C.E., México, 1998;275). Esta definición adopta un concepto de seguridad que no se limita a la protección colectiva contra la agresión física. En términos modernos, podemos afirmar que la misma involucra tres niveles simultáneos de cobertura: la seguridad pública, la seguridad jurídica y la seguridad social. Es decir, lo que ahora se conoce como un "entorno amigable" (para apropiarnos del lenguaje informático), es aquello que Hobbes contempló en su visión amplia de la seguridad; una combinación de reparo y fomento, cuestión esta última que sería proyectada y expandida luego de la segunda guerra mundial a través del Estado de Bienestar, hoy también agotado.
Cuando alguno o varios de los elementos apuntados comienzan a desintegrarse o no alcanzan el estándar mínimo de protección, los integrantes de una sociedad se sumergen en una situación de incertidumbre, de angustia colectiva, que contribuye a la colisión de los restantes componentes de la fórmula, iniciándose una serie de interrogantes: ¿Se prefiere la seguridad pública a la jurídica, o la social a las dos primeras? ¿Existe consenso para aceptar una sociedad autoritaria, violatoria de la ley, pero libre de riesgos físicos, con un aceptable nivel de empleo y ascenso social o una sociedad profundamente solidaria, democrática y respetuosa del orden jurídico pero sumida en la violencia civil?
La primera crítica a estas preguntas, además del exceso de simplificación, podría sustentarse en la inobservancia de las profundas vinculaciones que suelen darse entre cada uno de los supuestos de la seguridad. Un comentario común refiere que, en general, un ambiente propicio para el comercio y el empleo, a su vez promueven una mayor sujeción a las normas y todo esto potencia una menor producción de comportamientos antisociales.
Sin embargo, este argumento está lejos de convencernos. En todo caso, hay quienes ven como función específica del sistema político en las sociedades modernas, la de regular selectivamente la distribución de los riesgos sociales, reduciendo de ese modo el miedo, a través de la asignación competitiva de "valores de seguridad" (Danilo Zolo, "Democracia y Complejidad, un enfoque realista", Nueva Visión, Bs.As., 1994; 60).
En esta misma postura, se advierte que, a partir de la creciente complejidad de las sociedades postindustriales, el manejo monopólico del Estado en la atribución de estos valores deberá ajustarse a la misma serie de rituales y limitaciones procesales que gobiernan las facultades de los agentes individuales (Zolo,1994;87). Dicho de otro modo, la democracia deberá combinar, para mantener su eficacia, esa necesidad de protección con la preservación de la complejidad que involucra cualquier medida que se practique para ello y que conjuga las garantías de sus libertades política y económica.
Y quien debe llevar adelante esa difícil combinación es nada menos que el Estado. Sin embargo, tenemos suficientes pruebas de la realidad para concluir que la maquinaria estatal no puede producir la "alquimia" necesaria para promover esta felicidad democrática. O carece de los elementos para instrumentarla, o (y esto es lo más interesante), termina operando sabiendo desde el inicio que no obtendrá resultados satisfactorios en sus acciones de equilibrio y distribución de estos valores.
Luego de la extinción de los grandes proyectos colectivos (como les gusta llamar a algunos) y del paso de la última oleada capitalista, el "Leviatán", otrora protagónico en estos menesteres, ha quedado relegado al papel de actor secundario, que observa impávido a mundo que no comprende y para el que no le interesa encontrar todas las respuestas.
Este ha sido el terreno fértil para un nuevo tipo de lucha política, basada en presiones significativas pero no definitorias, que sólo pueden entenderse como una adaptación de tácticas bélicas al escenario civil, circunstancia que no debe provocar rechazos timoratos a su consideración. (continúa...)