/

CRITICA DE LA “MILITANCIA”

Por ROMAN CORREA
En el país de la burguesía “tetera” cuya máxima expresión es la falsamente llamada Unión Industrial Argentina (ya que carece de los tres conceptos) seguida de cerca en ambición por el sello de goma llamado CGE, su pendant ideológico no podía ser otro que la “militancia” rentada. Si los primeros están prendidos como garrapatas a la teta del Estado y junto con sus funcionarios se dedican a esquilmar las arcas públicas (en nombre de la “producción” y el “trabajo”, unos, y del “modelo” y la “inclusión”, los otros), a los “militantes no les queda más remedio que simular la “lucha” (que nunca iniciaron) y, billetera mediante, apoyar a la “burguesía nacional” y al “estado popular”.

Contra toda lógica, ya que estamos desandando el siglo XX, rumbo al XIX para acercarnos a los arcaísmos bolivianos y nicaragüenses, la posmodernidad -algo deformada- llegó al puerto colonial: “el gran relato” nacional y popular se ha fragmentado en una multiplicidad de pequeños relatos virtuales donde conviven periodistas asalariados que se autodenominan “independientes” o “militantes” -en realidad tránsfugas de un vago progresismo literario que se han convertido al oficialismo kirchnerista (como si esto significara algo más que un salto hacia el plato de porotos) o en neoconversos de la oposición mediática (como si esto significara algo más que un salto hacia otro plato de porotos)-, junto a impresentables bandidos de la política que reciben el nombre de “legisladores” (¡!??), o bien “ministros”(¡!??) o “gobernadores”. Con ellos convive la figura de una Presidente que parece haber perdido el timón del barco y el dibujo de un Presidente extinto adentro de un traje de buzo.

¿Cómo se llegó a esto?

Los “militantes” (léase “la cámpora”, “la kolina” y cuanta intrascendencia política pueda nombrarse, autoproclamada “nacional y popular” mientras cobra sueldos del Estado, en forma directa o indirecta son como los comedores de deshechos ideológicos condenados por sus jefes a alimentarse en un CEAMCE literario: su ingesta es el desperdicio en mal estado hace tiempo echado al abandono.

La denominada “resistencia peronista” (1955-1973) se amasó con miles de militantes que no solo no cobraban (salvo cárcel y garrotazos) sino que las más de las veces ponían (plata y testículos). NO HAY MILITANTES EN NINGUN OFICIALISMO: O SON CUADROS O SON PUSILANIMES RENTADOS MEZCLADOS CON GRUPOS DE CHOQUE (alternativas estas últimas que no requieren ninguna preparación política, la que sí se le exige al cuadro político, sea cual sea el ámbito en el que le corresponda actuar). El peronismo tuvo de ambos, pero nunca confundió los conceptos. Los cuadros se fueron extinguiendo, biológicamente o por cooptación en las distintas “administraciones” del régimen “republicano” a partir de 1983. Lo que sobrevivió fue el pusilánime rentado y el lumpen todoterreno, apto para borracho del tablón, patota sindical o pechador del bandidismo al servicio de los “políticos democráticos”. Ni hablemos si trabaja de puntero, administrando “planes sociales” para enriquecimiento personal, propio y de Concejales e Intendentes.

Mientras el militante peronista (recordemos a César Marcos, Raúl Lagomarsino, a John William Cooke en su etapa nacional, a Héctor Tristán, el mayor Alberte o al Cnel. Federico Gentiluomo, entre los más conocidos que estaban clandestinos, pero en la superficie) mientras ese militante arriesgaba su vida y su hacienda, los “militantes” posmodernos aseguran ambas: la excusa es la defensa del gobierno “popular” fundando éste carácter en el voto -en la legalidad “democrática”- y no en la legitimidad de la justicia social y la independencia del País. Si privilegiaran éstas últimas y no practicaran la revolución de cartón su puesto de lucha (la verdadera, no la del jarabe de pico) es la del militante que combate en todos los frentes a un gobierno reaccionario. Entiéndase: antipopular.

En los 70 el narrador Pablo Urbanyi daba a la imprenta en el viejo Centro Editor de América Latina su libro de cuentos “Noche de Revolucionarios”. En el que da título al conjunto retrata a la pequeña burguesía adocenada, “revolucionaria”, mientras departe en una festichola nocturna en torno a la Revolución y a Carlos Marx, para luego dispersarse amablemente. Si me apuran me atrevería a decir que el fotógrafo era peronista.

De esa escoria intelectual congelada en el retrato de familia que provee Urbanyi, previo paso -los menos- por la “experiencia” sediciosa de la guerrilla, han sobrevivido burócratas actuales del kirchnerismo (algunos con cuentas pendientes de juzgamiento por crímenes de lesa humanidad) e ideólogos de la “carne podrida” como sustento ideológico del “militante”.

En los 90, el profesor de filosofía Feinmann -un glosador un tanto pedestre de mediocres ideas ajenas ¿o las vuelve mediocres cuando las expone?- ensalzaba la figura del “militante” desde una imagen que hoy resulta invertida -pero que el predicador electrónico no denuncia como fracasada-: “El militante respeta el trabajo. No porque sea un sometido, sino porque sabe que en el trabajo está su poder, su organizatividad (sic) y el sentido final de su militancia: la justicia social”. El “profe” está al borde del juicio popular: por incitación al trabajo.

Si con la “democracia” comenzó la fabricación de “militantes” (la “Coordinadora”, los “jóvenes brillantes” de Menem y su rama colateral de la UCeDe , luego los “shushi” capitaneados por Antonito de la Rua, y hoy “la camperita” (ver EL ESCARMIENTO N° 19) también con la “democracia” comenzó la extinción de cuadros de la mano de la defección de los “dirigentes” peronistas de la política nacional. El privilegio de la forma legal en lugar del interés nacional (que ambos términos de la ecuación pueden coexistir de manera no contradictoria lo demostró el peronismo de los 40 ) siguió practicándose en la década berreta que administró el matrimonio Kichner. El estallido de la política a manos de la economía (lo que presupone la endeblez de la política) está arrastrando también el esquema legal, “republicano” al que son tan afectos los profesionales de la política colonial y sus laderos, “opositores” incluídos: pretenden cumplir con “las reglas del arte”, sin reparar que luego viene la autopsia y ellos pueden ser el cadáver. Tampoco son cuadros, ni militantes; algunos pocos, también, apenas son “militantes” …“opositores”.

Es que el “kirchnerismo” (una formula de retórica vacía) privilegió el saqueo de las cajas públicas promoviendo la exclusión (“planes sociales”, trabajo en negro en complicidad con la burguesía tetera, miserabilización de los jubilados y de la vida cotidiana en los grandes centros urbanos, consolidando la vida miserable de las pequeñas comunidades de las provincias feudales) escudado en la declamación de una Presidente con una precaria formación política. La incorporación de la “escuelita pordiosera de actores” capitaneada por una estrellita televisiva en descenso no le ha agregado efectividad a sus mensajes, sino todo lo contrario.

Si el alimento ideológico para la gilada universitaria se constituye con la divulgación pseudorevisionistas de los Pigna, los O´Donnell, los lugares comunes de Galasso, los intentos gallináceos de periodistas de la historia devenidos carne muerta de “institutos” (como el Dorrego), las tonterías de profesores de filosofía que garronean el presupuesto oficial, o el galimatías de Ernesto Lacloaca y la Chanta Moffeta, todo ello promovido desde el Estado y a expensas de la cultura nacional, hay que reconocer que los “militantes”, por lo menos en este plano, no son del todo responsables. Apenas son un ejemplo del maridaje entre la tontería y la inmoralidad.

Lo llamativo del caso (también una expresión de la severa limitación humana) es que la fórmula se repite en países del siglo XIX como Bolivia y Venezuela: ideólogos de escaso vuelo teórico (como el de Linera en el altiplano, un “marxista” vergonzante pero que conoce el valor parisino de la ideología y de los euros) o la utilización de muertos que no pueden defenderse (como el caso de Ludovico Silva en Venezuela) confluyen en un cocido retórico que rodea de una pátina de mierda (como en el cuento “El sueño del Pongo” de Arguedas) a un payaso tropical que habla con un pajarito o a un indígena con pretensiones de monarca.

El vacío ideológico que así se produce -y el consecuente vacío doctrinario- se intenta llenar con el cocoliche marxistoide tan falso en sus orígenes -y consecuentemente en su práctica- como el cocoliche “democrático” en sus variantes “liberales” o “neoconservadoras” (máscaras en realidad que encubren el latrocinio “republicano”).

Los “militantes” fueron enviados a “luchar” en una guerra inexistente armados con un plato de sopa y un tenedor. Cuando el fraude sea insostenible y el alimento se acabe, el futuro es el hambre. Allí, ni el “dios” que profetizaba Heidegger ni el chapulín colorado podrá salvarlos.

La salida de este pantano será dolorosa, aunque no necesariamente larga. Como siempre el poder del cambio está en el pueblo, y dentro de éste en los sectores organizados que hoy, mal que les pese a muchos, están constituidos por las organizaciones sindicales a pesar de la descomposición que presentan por tramos (algunos parecen comicastros de la legua que, al igual que los actores felpudos del “kirchnerismo”, han reforzado sus rodilleras para cumplir mejor su cometido de alcahuetes). Aunque no alcance para seguir, si lo es para empezar.




Nota Anterior

SABINA SPIELREIN

Nota Siguiente

EL DOLOR PARAGUAYO

Lo último de Número 20 - Octubre 2013

SOBRE UNA ESTETICA NACIONAL

Kuki Shuzo (*): “ La estructura del Iki” (**) Superado el “orientalismo” (“japonería” incluida) del modernismo

SABINA SPIELREIN

LA DESTRUCCIÓN COMO ORIGEN DEL DEVENIR (traducción directa del alemán) Publicamos en este Número 20 de

LA POESÍA DE LAS HISTORIAS

I- “PURO BIOGRAFO”, de Eduardo Romano(Buenos Aires, Ediciones Activo Puente, 2013, 157 págs.) “Y entonces bajamos

TABORDIANA (Primera Parte)

Carlos A. Casali: “La filosofía biopolítica de Saúl Taborda”, Lanús, Ediciones de la Universidad Nacional de