Tal como pronosticamos en números anteriores del Escarmiento se venia la desobediencia. El abandono del Gobierno de porciones crecientes de poder (abandono de la gestión estatal, ineficiencia económica, inflación, estado publico de la corrupción de algunos funcionarios notorios, aislamiento internacional, aislamiento interno con gobernadores que “se paran de manos” a pesar de la construcción del nuevo unitarismo con la promoción de caudillejos locales con practicas asiáticas: no nos atrevemos a hablar de feudalismo -tal como se usa indiscriminadamente fascismo por los ignorantes de izquierda- ya que es demasiado concepto para una realidad tan pobre), tornó ilusoria la legalidad del 54 % como sostén de la legitimidad de cuatro años de mandato.
Sobre esta ilusión se montó un autoritarismo de baja calidad e incapaz de reproducirse. El discurso (la única práctica) “progresista” se sostuvo excesivamente con el interior de la billetera: único medio transversal que recorre todas las clases sociales. Desde la burguesía tetera (la que vive de la teta del Estado) hasta el último argentino miserabilizado con el “plan jefe y jefa de hogar” (y al argentino que no le llega) pasando por los ñoquis políticos (desde senadores nacionales hasta consejeros escolares suplentes en los Municipios), y los militantes rentados (Cámpora, Carta Robada, periodismo felpudo, inventos de puestos estatales inútiles “servidos”, literalmente, por inservibles).
En este proceso, las clases medias se tornaron sorprendentemente “republicanas” (división de poderes, respeto a los jueces, no reelección) y, por un rato, socialmente responsables de urgencia (seguridad, educación). Claro que encubriendo su fobia real (asco ante el ridículo gubernamental de la cadena nacional, manoteo de los dólares, intentos de invadir la vida cotidiana) mientras se olvidaban de los más desprotegidos (niñez abandonada, reducciones a la servidumbre, desempleo, trabajo en negro, miseria de los jubilados, drogas, destrucción del sistema de salud, impuesto al salario).
Desde el sector de los asalariados y desocupados se iba armando otra historia.
Luego de los desmanes de la conducción de la CGT, (transformada en una “orga” de amigos con manifiestos casos de miseria sindical divisionista perpetrados por su Comité Arbitral, reproduciendo lo que Cavalieri hiciera en los 90 de la mano de Menem) el apartamiento del “moyanismo” de los favores del Gobierno, fue visualizado por éste como un triunfo: cortando la pierna pretendieron ignorar que su causa era la gangrena. Y esta no era otra la corrosión interna del propio Poder Ejecutivo: La CGT “de Moyano” fue rápidamente sustituida por otra CGT aplaudidora (casi gratis).
Mientras el arco gremial se dividía sin prisa pero sin pausa (ignorando los inquilinos de Balcarce 50 que estas divisiones históricamente en la Argentina fueron el preludio del fin más o menos estrepitoso de los Gobiernos, civiles o militares) otros hechos sacudían -sin conmoverla- la anestesia y la evasión de la realidad que se dilapidaba con las actuaciones presidenciales por Cadena Nacional: el mas relevante fue el motín de fuerzas militarizadas que concluyó con la destitución de los Jefes de Gendarmería y Prefectura, el secuestro de una Fragata (y el paso a retiro -prácticamente acusado de inútil- del Jefe de la Armada), una payasada en un país africano (al que le fuimos a vender un tractor que no funcionaba) , hechos todos que pusieron de relieve que hasta los radicales merecen gobernar: guitarra en mano siempre balbucearían una explicación. El “kirchnerismo”, ni eso.
Cacerola en mano los sectores medios y altos, y los que pretendían serlo, se lanzaron a la calle en un par de oportunidades sobrepasando a las dirigencias políticas, algo nada difícil en este contexto. Manifestando su descontento dentro del marco político y económico del que no pretenden salir: la legalidad republicana y el restablecimiento de la seguridad económica ¿situaciones ambas imposibles de lograr en el mismo contexto? Solo le han hecho saber al Gobierno que la calle ya no la controlan los estrategos de Balcarce 50 y que el miedo que sembraron con el cuzquito D’Elia y sus huestes comedoras de niños crudos ya no alcanzaba para hacer ni un video de cumpleaños. Las clases medias salieron a la calle después de cumplir disciplinadamente su jornada de trabajo (en definitiva es la clase social de la “pequeña ganancia”), lo que permitió que la falta de sentido de la oportunidad de la Presidente ignorara la pasividad del malhumor que representaban. Y los ninguneó.
Pero cuando salieron a la calle fracciones pequeñas de los trabajadores y los desocupados convocadas por las Centrales partidarias de los trabajadores y por ”movimientos sociales” generados en el riñón “kirchnerista” la anestesia se disipó rápido y el Gobierno ladró que no se iba a dejar apretar. Es decir, pocos reales lograron lo que no pudieron los muchos virtuales.
Es que la huelga con movilización atacó el corazón del sistema: el aparato económico. Sin producción no hay recaudación impositiva y sin esta no hay “política”: El Apocalipsis. Y esto fue percibido. Como decía el Martín Fierro, no hay como el peligro para despabilar a un cristiano. Pero el exabrupto duró poco en esa vigilia. El desborde en el ámbito internacional pone contra la pared a un Gobierno que sigue creyendo en sus propias épicas cartoneras con la ayuda del diario “Clarín”.
Mientras el Gobierno vocea “modelo” y “paradigmas de inclusión” recurriendo para taponar sus agujeros ideológicos a cipayitos como Ernesto Laclau y su asistente-consorte, que a los codazos van desplazando a los tartamudos de la Carta Robada (1) “Clarín” y sus medios-consortes se empeñan en hacer creer que el Gobierno tiene un “relato” ¿un cuento? Cuando en realidad se trata de una costura inconexa de huidas hacia adelante… hasta que pasen al otro lado de la puerta.
EN DEFINITIVA, EL ENEMIGO ES EL PUEBLO REAL O EL GUSANO YA ESTABA EN LA FRUTA
Pocas cosas hay más peligrosas que decirle que no es Napoleón a un alienado que se cree Napoleón y que con falsa modestia dice que no lo es mientras actúa como tal. Este juego de espejos produce la esquizofrenia política, infinita e irrecuperable.
El desprecio de las clases medias por el trabajo sin “cuello blanco”, por los trabajadores de bajos salarios, por los “negros” y por el “hecho maldito” del peronismo, encontró una fórmula coagulada en el “kirchnerismo”- en definitiva una categoría fugaz de la política reaccionaria- que supo disfrazar aquel núcleo inmoral con la pseudo-defensa de los “derechos humanos” (a la fecha una fantasía de abogados y de asaltantes de cajas que giran en torno a la “Secretaría de Derechos Humanos”) (2)
La especiosa clasificación de los derechos humanos (de “primera”, “segunda” y “tercera” generación por parte de los Académicos) permite, mientras se discuten estas fantasías, que el manto de palabras cubra y oculte la mortalidad infantil, la desocupación, el asesinato de civiles a manos de delincuentes, la falta de salud, educación y la explotación del trabajo (en blanco y en negro); a la vez que impulsa la defensa del “matrimonio” homosexual, el aborto indiscriminado (que antes le imputaban como objetivo al imperialismo norteamericano: “hay que matar a los futuros guerrilleros en el vientre de la madre”) y el alquiler de vientres para habilitar un nuevo negocio: el criadero, donde las victimas serán los pobres ( aunque para algunos se les abriría otro negocio, que podrían sumar al de la adopción).
A nuestros napoleones de Balcarce 50 se les impuso inevitablemente la justificada desobediencia civil que llevaban adelantes sectores populares organizados en piquetes. El temor inicial a la presencia de masas desocupadas y hambrientas en las calles de las grandes ciudades fue rápidamente sustituido por la captación, mediante compra, de sus “líderes sociales”, permitiendo establecer un pilar de la ruina política: el clientelismo. Resultado del hambre y generador de ruinas espirituales, su núcleo duro pasa por el subsidio a la falta de trabajo sin horizonte de obtener empleo (el efecto buscado y aceptado), por la apropiación y reparto de una porción del subsidio por el “punterismo” -que lo manda “para arriba”, ya que sirve verticalmente a todos los estamentos del poder político- De este modo, mediante la subyugación y el dominio, se administra el plato de fideos de los pobres y marginados. Su emblema: los comedores populares en un país que no padece las consecuencias de una guerra y que superó hace un largo quinquenio los desmanes de la dupla De la Rua-Chacho Álvarez (hoy funcionario nacional).
La desobediencia civil encuentra su causa en la inseguridad jurídica y ésta en la inseguridad a secas (vital, económica, social, política) y tiene su necesaria expresión en el predominio de las relaciones primarias (físicas) de fuerza, sobre las secundarias (administradas) de fuerza. Dicho de otra manera, se trata del fracaso del Estado, desbordado en las calles. La desobediencia civil pone en cuestión el intento del bandidaje político de reducir la política a las frases, tan caras a “gobernantes” y “opositores”, tales como “división de poderes”, “funcionamiento de las instituciones”, etc. (3).
A esta altura queda claro que la desobediencia civil quedó en manos de los sectores hundidos por las crisis del 2001 y remachados por el odio del “kirchnerismo”, y en manos de los sectores gremiales que se desmarcaron del poder ante su notoria decadencia. De ningún modo en manos de los sectores medios que también alucinaron su épica cartonera desde el conflicto con el “campo” y las marchas de la cacerola. Su miopía política los llevó a engordar el 54% del oficialismo en el 2011 y a restárselo hoy al compás de la resta de los dólares que le practica el Gobierno. Con dólares en la mano (como en la época de Menem)
ni siquiera se agraviarían de la hoy sepultada re-reelección, del incremente del trafico y consumo de drogas, del tráfico de personas o del sordo genocidio de civiles con la complicidad de estos “conductores del Estado”.
La inexistencia de una clase política con vocación nacional (ni hablemos de la capilaridad social necesaria que permita su renovación) impide en esta etapa de la crisis la posibilidad de regenerar la vida política; limitándose todo el arco político a los discursos de la circunstancia pre-electoral -hoy post electoral- porque el negocio de estos profesionales de la política es capturar las distintas oficinas del Estado, no su puesta en funcionamiento cambiando radicalmente su objetivo.No existe diferencia conceptual alguna entre “la derecha” macrista, “la “centro izquierda” delirante de Carrió y del senil ´Pino´ Solanas -hombre funcional al “kirchnerismo” si los hay- o la vieja, gorila y siempre atomizada “izquierda” que pretende hacer creer que el resto ignora que el trotzkismo y sus derivados no tiene futuro (lo que les permite a sus candidatos abandonar la “revolución” y pelear por una banca en el “mundo burgués”).
A ninguno de estos candidatos a próceres se les ocurre verbalizar la necesidad de una desobediencia civil para limpiar los establos gubernamentales, porque saben (y demasiado bien lo saben) que ellos también servirían de abono.
Por ello, la desobediencia civil -noble en sus fundamentos de lucha contra las imposiciones tiránicas de cualquier signo- (4) se ha esterilizado por ausencia de conducción política en una mera desobediencia política de corte electoral. Si bien el afectado será el “kirchnerismo” en fuga, la víctima principal será el pueblo que padece a todo el arco electoralista. El vasto sistema de exclusión nacional montado desde mediados de los 70 apresta a reproducirse en un escalón más bajo de degradación.
Como siempre (¿y hasta cuando?) serán las estructuras organizadas de los trabajadores - crecientemente diezmadas por la labor de propios y extraños (entre éstos, los más peligrosos son los jueces filosofantes del “progresismo” gorila)- las que salvarán las papas del fuego y pagarán simultáneamente el costo del desastre que se avecina.
Porque, por si alguno se hace el distraído, si bien nuestra Constitución no dice como la Constitución italiana en su primer artículo: “L´Italia é una repubblica democratica fondata sul lavoro”, no hay Nación sin pueblo (como les gustaría a la burrada que posa de cristianucha de “derecha” en sus variantes “liberales” o “filo fascistas”). Y el pueblo se constituye con quienes trabajan para la grandeza de la Nación (a pesar de la burrada “internacionalista” de “izquierda”).
SIN POLITICA EXTERIOR TAMPOCO HAY NACION
Decía Maquiavelo que un Príncipe se definía por la elección de sus Secretarios (sus Ministros). En estas páginas señalamos que la Presidente se veía afectada en su accionar por el collar de sandías que representaba su Gabinete. El problema es que ella los eligió, fundada en gustos personales, en extrañas recomendaciones (“tengo un muchacho que viene bien…”) o en desconocimiento de lo sujetos (¿qué diferencia hay entre Boudou, Lousteau, o Kiscillof , para hablar solo de tres fracasados de la “línea económica”?).
A esta modalidad no escapan los gestores de la falta de política exterior. Los ministros por portación de apellido (Bielsa, Taiana y el sionista Timmerman), siguiendo expresas indicaciones de la Presidencia (ya que es imposible pedirles una idea propia, porque para ello habría que amenazarlos de muerte) fueron la cara del hazmerreir internacional y causantes de la sorna con la que se nos valora fronteras afuera. Carecieron de dignidad para renunciar a sabiendas del daño que le produjeron a la Nación.
Sin la gracia de Larry, Curly y Moe sus finales son igualmente desastrosos. Es que su mediocridad los torna sumamente aptos para la foto “bolivariana”, en la que estos blanquitos hasta logran sentirse levemente superiores a las encarnaciones “pachamamistas” y también ¿por qué no? algo “revolucionarios”. Como Catherine Deneuve en “Belle de Jour”.
Las “alianzas” con el finado Chávez (un usurero sudamericano), los coqueteos con el falso inca del altiplano desde el que nos llegó una provincia completa y con el presidente dolarizado del Ecuador, el de la retórica antiimperialista (retórica nada más) , no solo no ha mejorado los aspectos materiales y espirituales de nuestra Nación sino que nos ha hecho retroceder unos cuantos años en el huso histórico.
Nos han perdido el respeto. La palabra Argentina era escuchada y atendida en el pasado.
¿Cómo escuchar hoy a un país que ni siquiera puede hacerse respetar ante una actitud injuriante? La miseria de la política exterior, y el atraso en el desarrollo y el progreso internos son la consecuencia de la década trucha del “kircherismo” que arrastró fracasos anteriores y los potenció en su incompetencia. Por eso nos atrevimos a decir que el “kirchnerismo” es la etapa superior del “menemismo”.
Para el final dejamos la visión positiva. El General Perón de la Plaza de Mayo, nos dejó un mensaje que no todos supieron interpretar: “Mi único heredero es el pueblo”. Hoy, recogiendo su legado, podemos decir: TODOS SOMOS PERON. Y ahí empieza otra historia.
(1) Es llamativa la caída libre de Feinmann -en definitiva un modesto profesor judío de filosofía, como tantos otros- que no logro pasar el limite provincial de la General Paz. Mientras, la necesidad de escalamiento ideológico -es decir de militarización del lenguaje- llevó a reforzar el alicaído tenor de los discursos “kirchneristas” con algunos ejemplos de la apología “populista” de Laclau y de su afrancesada, esposa promotora de la “pospolítica” (?). La denostacion del populismo (en ese lenguaje, en realidad el peronismo) que el coloniaje local “por derecha” y por “izquierda” vomitaba desde los 60 y que le daba de este modo, una de las formas teóricas a su odio gorila; se transforma en apología en manos del inglesito Laclau, pero -y ahí también la nota distintiva de la esquizofrenia de sus alumnos “cristinistas”-encubre el odio gorila contra el peronismo. Le cabe a Laclau al menos, el merito de la coherencia: siempre fue un gorila. No es casualidad entonces que asesore a estos neogorilitas ni que, como estos, sea adepto a la “neolengua” orwelliana -lo malo es bueno, lo bueno es malo- el “populismo” es malo -si es peronista- , el populismo es bueno -si no es peronista”. El inglesito promueve, como en el año 1955, la democracia de los demócratas, excluyente de las mayorías y administrada por una “orga” de ribetes mafiosos: el verdadero paradigma de toda minoría iluminada, de la cual Laclau seria su Platon -al que, dicho sea de paso, le fue muy mal en Siracusa: le aplicaron la norma política de la Dirección Nacional de Patadas en el Culo.
(2) Que supo capitanear el repartidor Duhalde (el muerto) consagrando, con las “indemnizaciones de guerra” a los derrotados, la versión oligárquica de los “planes jefes y jefas de hogar”. Con algunos arrepentidos de la aventura militarista, del “Nunca Más” e investigaciones periodísticas como las de Ceferino Reato se va aclarando un panorama que esforzadamente se pretendió ocultar desde el núcleo del poder: las cúpulas de la guerrilla de los 70 estaban trazadas por la corrupción y el delito común, de la mano de las cúpulas militares. La fracasada conquista del Estado, aplastada por el Estado que no se dejó conquistar por ningún medio, logró una rápida recomposición en el espíritu de sus sostenedores. La lucha armada que culminó en una aplastante e irreversible derrota, derivó a su vez en un “giro moral” insultante: la incorporación a la política “democratica- burguesa” de los fracasados más activos de la aventura militarista. Lo de aventura no es aquí un calificativo moral sino una descripción lo más “material” posible: ¿Qué les hizo creer a sus protagonistas que podían derrotar a los aparatos del Estado, suprimir a los sindicatos, o simplemente lograr el apoyo popular luego de haber combatido a Perón y lo que este representaba?. A la luz de los escritos auto referenciales de ex –montoneros y de miembros del ERP –menos caudalosos de lo necesario- que sobreabundan en la autoestima y loas a la “lucha heroica” aparece como explicación plausible, el fondo común de alienación cultural y por ende política, que arrastró a una porción –no muy significativa- de una generación a programar una revolución destinada al fracaso de antemano.
La confluencia de ambición de poder y alienación cultural los hubiera colocado, en Francia, en el movimiento surrealista. Aquí, en la barbarie colonial: en la periferia no hay tiempo para la comedia. Todo fracaso es trágico. La “revolución” de los 70 se ha transformado, merced al “giro moral” en la criminalidad de los 90 y discepolianamente …en la del 2000 también. Si en los 70 se quería cambiar la sociedad, el “sistema”, destruir el Estado y sustituirlo por otro cualitativamente mejor (un temporal “estado proletario”) en los 90/2000 se trata de integrarse al Estado burgués-colonial por la vía administrativa (como empleado o contratista) o la cuasi-delictiva (ejercitando la revolución “light”) del piquete y de la limosna forzada. El carácter farsesco que sirvió para embalurdar la materia prima disponible (estudiantes hormonales y gorilitas disfrazados que vieron la oportunidad de revancha “por izquierda”) y enriquecer o vivir de arriba a personajes de la “Fundación Sueños Compartidos”, algo así como la “Fundación Felices los Niños” del Padre Grassi (al que por lo menos le dieron 15 años de cárcel), se va desactivando, acercándose a los juzgados penales en proporción más o menos directa a la retirada del Gobierno. El “holocausto” criollo se ha visto reducido a una cuarta parte y su épica se ha tornado muy modesta, sobre todo si se lo compara con los 70.000 muertos (repartidos por mitades entre el Estado y la guerrilla) de la tragedia peruana de la década de los 80; la que, por lo menos tuvo su “Comisión de Verdad y Justicia” que aquilató la ignominia de los bandos en pugna (Estado, paramilitares, guerrilla y organismos de apoyo) y el daño irreparable que estos miserables le infringieron a la población civil. Allí no hubo “héroes” por la simple razón que no puede haber héroes en una guerra civil.
(3) Y el “etc.” incluye a toda la batería “teórica” que pretende justificar al bandidaje y excluir precisamente a las personas concretas: No olvidemos que el enemigo de esta farsa democrática es, precisamente, el pueblo “que no delibera ni gobierna” según el artículo 22 de la Constitución Nacional.
(4) La desobediencia civil es inaceptable para cualquier teórico de la democracia, por la simple razón que esteriliza el sistema y es, consecuentemente “delictiva”. Es la preeminencia del formalismo sobre la vida arrolladora que nada sabe ni necesita de normas cuando peligra. La desobediencia civil que no encuentra cauce político abre peligrosamente la compuerta a desobediencias que no tienen nada de pacíficas. El caso de los alzamientos populares en las provincias mineras contra el envenenamiento y daños irreversibles provocados por la explotación, instala el siguiente interrogante: ¿si intentan matarme por qué no puedo intentar matarte?