
En aquellos años de los cuarenta cuando la poesía, todavía, no era "puro verso", sino lágrima, pasión y canto-, una voz adolescente ingresaba en el picadero de la literatura nacional. Decimos nacional y no argentina simplemente, porque creemos que este rótulo cabe, en general, para todos los poetas oriundos del país; en tanto aquella otra denominación distingue a los que, en el contexto de la historia de la Nación, han recurrido a un modo, un estelo o un desvelo de las propias raíces, atendiéndose con preferencia a promover bienes culturales estables contenidos en una idiosincrasia distinta.
Con Umbral de tierra, en 1942, María Granata conmovió la mirada crítica del mundillo literario que, para la época era un rescoldo de discusión y bohemia. La polémica, de tono áspero a veces, y el ensoñamiento que, en sus escarceos fanales, anticipaba el cambio en su proceso natural de la cercana posguerra, campo árido que debieron arar y sembrar los escritores de la generación posterior. Para la criba más quisquillosa, la nueva voz venía de la mano -es una forma de decir- de Leopoldo Lugones y Horacio Rega Molina, lo que no era escaso elogio. Otra, más acertada, rescataba el cántico de una muchacha que se vertía emocionado ante la conjura de los seres animados o no, con plenitud expresiva y nobleza lírica. El libro alcanzó el premio Martín Fierro y el Municipal, distinciones envidiables para una expectativa de estreno.
Un quinquenio después, dio a conocer Muerte del adolescente. Allí refugia la mirada en niebla y desolada voz. Cuánta "angustia, transfiguración y deslumbramiento" arraigaba, como un árbol añoso, en su espíritu ardoroso y contemplativo. El poemario fue elegido, ese año, por el Club Libro del Mes. De Corazón cavado, posteriormente, supo decir el crítico Luis Soler Cañas (¿cómo no recordar a ese querible "gordo" sagaz y sabihondo?): "Poeta en sentido verdadero, mira las cosas y las traspasa, las ilumina y nos las Ilumina, y, ni celosa ni avara, nos las entrega después de haberlas hecho pasar por su arco de luz. No es la poesía de Granata una poesía gozosa: en el misterio descifrado del mundo el espíritu del poeta halla con mayor frecuencia el dolor que la alegría".
Con la misma humanidad "de aguas profundas", que hacen de su don estético una virtud comunicativa, seguirán Color humano y Cerrada incandescencia. La densidad del temple interior y la perfección de la forma, en variada oferta, hacen que sus textos encuentren, más allá del monólogo que es el poema, el oyente perseverante; no el modesto elector al azar sino el Interlocutor de un diálogo preexistente. Granata, por aquello que natura da, provoca siempre el gozo del reencuentro y su propia exploración íntima (dígase una vez más) está asumida en función de la proximidad de la criatura humana.
En pleno apogeo de la literatura latinoamericana, supo insertarse entre los popes de la nueva tendencia, una recta dirigida al descubrimiento de una representación del mundo apartado del europieísmo tradicional. María, entonces, aunque no definitivamente, se consagró a la narrativa y de esa entrega surgieron novelas y cuentos inquietantes, mágicos y perdurables. Dio el campanazo con Los viernes de la eternidad; y el rezongo del badajo y el metal no se había disuadido aún cuando publicó, en sucesiva expectación de la critica y los lectores, Los tumultos, El jubiloso exterminio, El diluvio y la guerra, El visitante, La escapada, El sol de los tiempos y Lucero Zarza. Con esta secuencia narrativa emparvó numerosos premios, entre ellos el más apetecible para el escritor: la constancia de que son casi inhallables y reclaman por reediciones.
Las novelas y relatos de Granata atraen por su clima de transfusión de la realidad hacia una hipótesis de mágico encantamiento que, no obstante, desnuda los rasgos auténticos o imaginarios de un mundo donde el continentalismo se refugia en esa recurrencia de la identidad. La riqueza del lenguaje, la elegancia del estilo, sin ocultar la valoración existencial ni el flujo de la anécdota, capta las alternativas o los vaivenes de un universo secular que, en el decurso del tiempo (o a pesar de él), sigue con su bagaje de misterio, hábitos y usos. El premio Nacional fue justo reconocimiento, la tarea de María Granata, empero, no se ha limitado a la poesía y la narrativa mayores. Ha escrito, además, para los niños y adolescentes, una rama de las letras de sumo riesgo en la que sobresalieron otros grandes escritores. Desde luego, no desconocemos el persistente deportismo de algunos que, entre la tipografía atractiva y el visualismo lineal, han logrado (¿o no?) hacer de esa digresión casi un género en el mercado de la literatura. Granata, en cambio, ha dado a sus obras un rico contenido histórico y ejemplar que reconforta en medio de la crisis del alma nacional.
Retomemos, finalmente, la rutina curricular. Poeta y narradora, como decimos, ha cumplido, también, con el periodismo y la cátedra. Colaboró en la mayoría de los diarios y revistas del país y del exterior. Figura en las antologías estimables, entre ellas las que recopilaron David Martínez, Miguel Brascó, Antonio Monti, Fermín Chávez, Guillermo Ara, José Isaacson y Luis Soler Cañas.
Cálida y cordial, desde que abandonó su aparente exilio provinciano sostenido entre cielo abierto, huertas y pájaros y el silbido de los trenes, es una asidua concurrente a los encuentros donde la amistad y la palabra sostienen una época que se derrumba entre la melancolía y el desencanto. María Granata es una de las figuras trascendentes de nuestra literatura y un espejo en el que debieran mirarse quienes, en el laberinto de la vida, suenan y crean con Infatigable aliento en pos de ese realismo mágico que es la palabra.