

Busco un río. Un río que se tragó el desierto y que ahora ha vuelto a revivir. La avioneta entra en una térmica y pega una violenta sacudida. La cámara se me va para arriba y el estómago también. Vuelvo a enfocar, y ahí está, como hace siglos, el prehistórico Curacó venciendo al desierto y vertiendo sus aguas en el Colorado. La avioneta emprende un amplio círculo, y disparo repetidamente la máquina. No sólo intento registrar un hecho geográfico poco común —es la segunda vez que el Curacó llega al Colorado en lo que va del siglo—; también estoy siguiendo al viejo Zeballos que hace justo cien años, bordeando la insolación y el desastre, descifró las incógnitas de este río. Asimismo busco aclararme qué será de estas tierras despobladas, en lento proceso de desertización y regresión ecológica. La vista se pierde en las mudas travesías que fueron territorios de Calfucurá mientras la avioneta cierra su giro y reingresa en La Pampa. Ahí abajo, marcando los confines del País del Diablo, el Curacó vuelve a buscar al Colorado por ese cañón de pórfido que horadó durante milenios, verdeando apenas la estepa arbustiva, dándole un final exorreico, como entrevieron Rosas y Roca, a la cuenca del Desaguadero-Salado.
Sobre la mesa de la cocina de Servillano Salas, puestero de Lihué Calel, quedaron apartados los textos de Olascoaga, Ambrosetti, Costa, Monticelli, Stieben. Alguien puntea una milonga, se menciona a Luis Acosta García, se buscan noticias sobre las antiguas minas de cobre que hacia principios de siglo explotó el chileno Sepúlveda. En algún silencio de la conversación parsimoniosa me quedo detenido en una historia de una estancia del lote doce, una historia que ya escuché otras veces en el oeste pampeano: la aparición en la noche de los ruidos de la esquila, el murmullo de la comparsa, el chirrido de las tijeras. Ruidos de trabajo que suelen aparecer, o persistir, en tierras que se fueron despoblando. Los departamentos de Chalileo, Limay Mahuida, Curacó, Lihué Calel que venimos recorriendo —navegando, bordeando o sobrevolando el Salado— no llegan hoy al habitante por cada doce o trece kilómetros cuadrados. Un desierto que crece lentamente en medio de la Argentina. Afuera es noche cerrada y una llovizna prolija cae sobre los cerros que, esperanzado, Zeballos denominó de la Sociedad Científica Argentina. Adentro, en la penumbra de la cocina, la guitarra cambia de mano.
Hace un siglo el Salado o Chadileuvú venía bajando desde el norte, desde La Rioja, y recogiendo las aguas de los ríos Jáchal, San Juan, Mendoza, Tunuyán, Diamante y Atuel. Desconocido tanto por los viajeros de la colonia como por los cartógrafos de Arenales, este imponente "desaguadero" seguía hacia el sur formando extensísimos bañados después del paralelo 36, ahí donde comenzaba a enredarse con el Atuel, hasta la laguna de Urre-Lauquén donde el inmenso río se perdía o insumía, como lo testimonió por primera vez, en 1805, la cautiva Petronila Pérez al viajero Luis de la Cruz.
Pero otras veces, y con cierta regularidad, el Salado desbordaba las lagunas de Urre-Lauquén y La Amarga para precipitarse impetuosamente por el Curacó hasta el Colorado. De ahí la verosimilitud del dato de Falkner, quien afirma que esta vía fluvial fue navegada del Atlántico a Cuyo; y la explicación de esa enorme ancla que, según el padre Monticelli, fue hallada a principios de este siglo en los alrededores de Puelches. También la esperanza de los mendocinos: ya sobre el final del XVIII, un capitán de las milicias de Mendoza, Sebastián de Undiano y Gastellú, había soñado con la llegada de los bastimentos españoles a "las ahora desiertas costas patagónicas en busca de los cueros, sebo y lanas" producidos por Cuyo y llevados hasta el Atlántico por vía fluvial.
Esta idea de conectar Cuyo con el Atlántico mediante la navegación interna persistió durante todo el siglo XIX. Rivadavia proyectó un famoso canal de Los Andes que, según Vicente Fidel López, sólo sirvió para juntar dinero para combatir a Bustos y Quiroga: Rosas, durante toda la campaña al desierto de 1833, insistió en la importancia de la comunicación entre el Salado y el Colorado, cosa que no pudo comprobar, aunque sí pudo visualizar como problema un hombre de su ejército, el coronel Velasco, jefe del estado mayor de la división de la derecha, comandada por Aldao. Plantado frente al Salado en una de las confluencias de éste con el Atuel, a la altura de Limay Mahuida, Velasco anotó en su diario: "El Salado tiene una bella perspectiva porque es magnífico en la cantidad inmensa de agua que lleva... es sin duda navegable con fragata y es muy posible con el gasto de 4.000 pesos reunirle con el Colorado y darle dirección facilísima de Bahía Blanca..."
Dato importante, aunque fantasioso. Lejos estaba Velasco del Curacó, y ni él ni otros habían podido testimoniar de visu qué pasaba más allá de Urre-Lauquén, en esos territorios dominados totalmente por los indígenas. ¿Se insumía el Salado? ¿Había un río que lo prolongaba hasta el Colorado? ¿Era este río navegable? Casi todos confiaban en la navegabilidad del Atuel y del Salado, pero ¿qué pasaba después? Lo cierto es que Roca en 1878 todavía se preguntaba lo mismo. Justamente sobre el filo de la campaña, en setiembre de ese año, le escribía a Zeballos, al acusar recibo del original de La conquista de las quince mil leguas, diciéndole: "Tenemos además que corregir la geografía de esa región y averiguar por prolijos estudios hidrográficos sobre las innumerables corrientes que se desprenden de los Andes... y se precipitan al mar por el Colorado y el Negro; sí, como dice el coronel Velasco que acompañó al fraile Aldao en su expedición de 1833 al sur de Mendoza, el Chadileuvú y el Atuel son navegables por bergantines y fragatas y sí se podría vaciarlos con un costo de 4 o 5 mil pesos en el Colorado..." Y agrega Roca: "Los ricos y variados frutos minerales y agrícolas de la provincia de Mendoza tendrían su salida fácil y barata por Bahía Blanca".
Los interrogantes de Roca no podrían ser contestados por Ebelot, que recorre la zona poco después acompañando a Winter y a Levalle. Pero sí por Estanislao Zeballos, quien, un año después, en diciembre de 1879, en una de las expediciones más duras que recuerde la historia del conocimiento geográfico de nuestro país, comprobaba, palmo a palmo, la existencia de un cauce, seco en ese momento, que comunicaba la laguna de Urre-Lauquén con el Colorado: el río o arroyo Curacó, al que denominó Calfucurá. ("El río estaba allí —nota Zeballos—, el problema que había preocupado a los geógrafos y estadistas durante dos siglos quedaba definitivamente resuelto.") La conexión fluvial de Cuyo con el Atlántico era difícil, pero no imposible.
(Comparo: el Salado que vieron Cruz o Velasco, con su rica fauna lagunera, sus islas verdes, sus buenos 200m3/s, y el Salado que navegamos meses atrás, con sus escasos 20m3/s, atropellando bancos, troncos y desechos, pasando por arriba de algún jagüel o de algún alambrado que testimoniaban sus muchos años de seca; comparo también: los enormes bañados que formaban con sus derrames el Atuel y el Salado, esos bañados, que en 1879, Rudecindo Roca con su tropa tardó más de dos días en cruzar "con el agua hasta la raíz de los muslos", y esos brazos secos y borrados del Atuel, casi irreconocibles, como el que venía por detrás del puesto Vallejo para unirse al Salado donde está ahora el puente de la 143.) El Salado y el Atuel comenzaron a achicarse en lo que va del siglo a raíz de los aprovechamientos de “aguas arriba". El Atuel se secó del todo cuando se inauguró el Nihuil, en 1947. Entonces todo el sistema, que hasta ese momento llegaba bien a las lagunas (se pescaba fuerte en Puelches), se retrajo. Apenas hacía treinta años que había comenzado la colonización del oeste pampeano y ya sonaban a historia los entusiasmos posteriores al centenario: "Una de las primicias del territorio de La Pampa, el Valle de Beaufort, ¡En el río Salado! ¡La región más fecunda para la procreación de lanares! ¡Prados abundantes!...". Se secaron los ríos, y comenzó lo que el poeta denominó la "diáspora saladina". Pueblos incipientes como Algarrobo del Águila se transformaron en pueblos fantasmas. Estancias fuertes como Ventrencó fueron desalambradas. El departamento de Chalileo tenía, en 1947, 15.400 vacunos y 142.700 ovinos. Veinte años después estas cifras se habían reducido a 3.800 y 54.200 respectivamente.
Pero la desgracia no vino sólo por la desaparición de los ríos, sino también por los "años malos", y éstos afectaron tanto al este como al oeste. El este, colonizado después de 1880, fue un "boom" hacia principios de siglo, la prolongación de la provincia de Buenos Aires. "Los tiempos se han cumplido. El pavoroso desierto del pasado, la terrible incógnita de nuestros mayores, las vastas y solitarias planicies que durante siglos fueron el antemural del salvaje contra la civilización, La Pampa, en fin.... crece más rápidamente que sus hermanas....., constataba un cronista viajero de Caras y Caretas en 1907. Pero poco duró la ilusión. Antes de 1930 comenzaron las secas y los vientos, el polvo y la erosión, un proceso en el cual de alguna manera había pesado la mano del hombre: la tala indiscriminada del caldén para proveer de combustible a las locomotoras durante la primera guerra y la explotación inadecuada de los suelos en el avance ciego de la frontera agro pecuaria de principios de siglo. Errores del hombre en la problemática del este y del oeste sobre los que no dejaron de alzarse voces alertas como la de don Enrique Stieben, que dejó páginas magistrales sobre la ruptura del equilibrio biológico en La Pampa, o la del padre Monticelli, quien, en enero de 1930, al comienzo de los "años malos", escribió en su diario de naturalista viajero palabras no solo constatadoras sino también presagiantes: “La Pampa no tiene arreglo: la mano del hombre sólo se encargará de agravar la sed de sus arenas suprimiendo la poca agua que la naturaleza había encauzado entre las márgenes del Salado”.
La avioneta enfila hacia el norte. Sobrevolamos el Curacó, desandando el itinerario de Zeballos: La Vuelta de Carranza, La Vuelta del Tigre, Los Jagüeles de la Fuga... ("Querido teniente: levantar por primera vez, siquiera imperfectamente, un croquis geográfico de este río, es una empresa que compensa los sacrificios hechos, pues somos los primeros hombres de estudio que lo hallamos y lo revelaremos al mundo científico...") En el horizonte comienzan a dibujarse algunas figuras. A la derecha, suspendidas en la bruma, las sierras de Lihué Calel, a la izquierda el caserío disperso de Puelches, enhebrado con Lihué por las líneas que vienen de El Chocón y van hacia el este; en el centro, celeste y lechosa, casi sin límites, la laguna de Urre-Lauquén. Zona estratégica: "Allí han sido —le escribía el coronel Olascoaga a Zeballos— los campamentos de Mariano Rosas, Epumer, Baigorrita, Pincén y Namuncurá". La idea de Olascoaga era venir navegando el Atuel y el Salado para caer con caballada fresca sobre esos lugares, conjunto estratégico —asentamiento, comunicación, defensa— de los imperios indígenas.
Una "región australiana o del Illinois... Un magnífico emporio agrícola e industrial, cruzado por una dilatada arteria fluvial, cómoda, barata, jalonada por estanques de retención que aseguran por medio de regadíos, permanentes y metódicamente distribuidos, la agricultura intensiva..." Tras el viaje de Zeballos comenzaron los proyectos para canalizar y transformar en vía navegable el trayecto Atuel, Salado, Chadileuvú, Curacó, Colorado. Comenzaron los grandes sueños sobre el porvenir de la zona. Olascoaga, Floro Costa, Huergo, Barraquero. Al defender en 1908 el proyecto de este último en la Cámara de Diputados, afirmaría Manuel Carlés ya en el colmo de la ilusión fluvial: "No nos moriremos sin poder embarcamos en Jujuy para desembarcar en Cherburgo o en Southampton". Los proyectos de canalización de estos ríos y de desarrollo de la zona, sin duda ubicables entre los más ambiciosos de fines de siglo pasado, forman hoy parte de la historia de nuestras utopías. Pero desde la utopía también suelen señalarse cosas bien concretas, y en este caso lo eran: la necesidad de crear una vía de comunicación alternativa ante el alto costo del flete ferrocarrilero; la necesidad de encarar el desarrollo económico y la integración territorial del país en forma realmente global; la necesidad de basarse en una ética del progreso que no era, por cierto, la que empezaba a pesar en el puerto. Al defender la canalización de estos ríos, afirmaba Olascoaga, en su libro Topografía andina. Aguas perdidas (1909): “Un canal navegable como el que se propone es fuerza que sea el verdadero camino industrial del pueblo... la vía por donde el pobre se conduce hacia su mejoramiento llevando sobre sus hombros el engrandecimiento del país. Si hay tracción para abreviar los transportes, la pagará quien puede. El pobre agricultor que no puede pagar se conducirá en su canoa o jangada de propia confección y, aunque el viaje dure, no gastará más de lo que consume en su rancho. El secreto de la población y de todos sus progresos es el camino barato donde se mueven los pequeños: el conjunto de bienestar de éstos va directamente a la grandeza de la nación... Valen más para el desenvolvimiento étnico diez ranchos de paja felices que un palacio".
Abajo el Curacó, recuperado precariamente, serpentea por el desierto, cortando huellas y caminos que señalan sus muchas décadas de seca total: serpentea por el puro jarillal y no por praderas como las de Australia o del Illinois tal cual lo había imaginado el articulista del Boletín Geográfico Argentino, que comentaba el proyecto de Costa en 1896. No circulan por él barcazas trayendo frutos y minerales de Cuyo, tampoco se ven los canales de riego o las praderas de agricultura intensiva. Serpentea en un desierto ilimitado, poblado de interrogantes, de milongas del "ya no se ven”, de historias de criollos e inmigrantes, bandidos y pioneros que intentaron ganarle al desierto. La avioneta comienza a girar hacia la izquierda, pasa por arriba de las poderosas torres de El Chocón y enfrenta esa cruz de tierra parda y arbustos que es la pista de aterrizaje de Puelches. Tocamos tierra. Comenzamos a entrar en un pueblo disperso, de casas desparramadas que testimonian un proyecto mayor que no pudo ser. A un costado se alza, silenciosa, la pequeña iglesia donde relucen algunas piedras verdes, cargadas de cobre, traídas seguramente de las viejas minas abandonadas. Caminamos por un pueblo donde la estepa termina ahí nomás, confundida con el patio de las casas.
1) En el diario Clarín (04/12/1980)

“El hombre es el único ser de la Creación que
necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia.
El animal construye una guardia transitoria,
pero aquéñ instaura una morada en la tierra:
eso es la Patria”.
General Juan D. Perón en
El modelo argentino para la elaboración de un proyecto nacional.
1. Ante la recuperación de Las Malvinas y esa movilización o aceleramiento de la “conciencia territorial” que ha provocado,vale aproximarse a esa conciencia en la cual muchos han señalado, a lo largo de nuestra historia, falencias estructurales básicas, sobre todo en lo que se refiere a sectores hegemónicos de nuestra sociedad y nuestra cultura.
Cosa que no debe extrañarnos. El corazón de las políticas culturales, en muchos casos, en torno a ideologías desvalorizadoras del territorio-nación. El Rivadavia que se niega a San Martín afirmando “lo que conviene a Buenos Aires es replegarse sobre sí misma”; el Sarmiento de “el mal que aqueja a la Argentina es el extensión” o de los artículos en El Progreso de Santiago de Chile (1); el Echeverría de “la patria no se vincula con la tierra natal” son ejemplos en diferentes planos, de lo que afirmamos (2). La configuración de esta ideología sobre el territorio que de hecho, y no sin contradicciones, se da por ejemplo en los que Daus llamó los “geógrafos militantes” de 1870 (3) – Zeballos, Moreno, Lista, Fontana, Piedra Buena, Moyano, etc. - sería sepultada por la ideología de la granja inglesa y de la pampa verde que triunfa en el ochenta. Así como la campaña sobre “los pioneros de la soberanía”, muchos de ellos geógrafos militantes de 1870 estrechamente emparentados con el pensamiento de los proteccionistas de 1873, bien pudo haber sido “ahogada” por la política económico-cultural de Martínez de Hoz.
Lo cierto es que una figura como Pellegrini afirmaría en 1899: “Tenemos 2.800.000 kilómetros cuadrados de tierra, en su mayor parte fértil y sólo 4.000.000 de habitantes. Lo que necesitamos no es más tierra, tenemos demasiada, las distancias enormes, los transportes lentos y costoso. Si pudiéramos condensar toda nuestra población en la mitad del territorio que hoy ocupa, seríamos más fuertes, ricos y poderosos” (4).
2. Las teoría y los teóricos, conscientes o ideológicos, del “achicamiento”, se prolongarían en el tiempo. Hace apenas dos meses, Aldo Ferrer volvía a denunciar -en una línea que continúa las críticas de Arturo Jaureche a Hueyo y Fano (5)- que los proyectos económicos de Martínez de Hoz y de Alemann estaban destinados a un proyecto de país donde sobraban de diez a quince unidades millones de habitantes y unos dos millones de kilómetros cuadrados (6). Afirmación sobre la cual Ferrer se extiende en uno de sus últimos libros, "Nacionalismo y orden constitucional", donde relata: “Un colega, con quien guardo relaciones tan cordiales como opuestos son nuestros puntos de vista, y cuyas opiniones son de peso por su carrera pública y la rigidez de sus posturas ortodoxas, me decía a fin de de 1980: “Dadas las condiciones de la economía mundial, con cereales y petróleo nos alcanza para vivir muy bien. Habrá que tener un poco de industria para el mercado interno y nada más”. A partir de ahí pasó a proponer la fórmula ortodoxa antes mencionada. Es claro que la demanda de de empleo de esos sectores “líderes” no debe ser más del diez por ciento de la fuerza de trabajo. ¿Qué hacemos con el 90 por ciento restante? Habrá que verlo. Mientras escuchaba esto, pensé que no me había equivocado cuando, tiempo antes, afirmé que con esta política económica sobran dos millones de kilómetros cuadrados y 15 millones de habitantes. En realidad la política ortodoxa sería la fase final del programa del 2 de abril de 1976 y el triunfo final de su objetivo de fondo: el reestablecimiento del proyecto hegemónico del Puerto y la pampa húmeda, es decir el modelo económico vigente antes de la crisis mundial de 1930” (7).
Es decir, la negación del proyecto de los “cien millones de argentinos conducidos por la azul y blanca ante el trono del Altísimo” que Jauretche, profundo analista de esta problemática, solía mentar en sus críticas a los “descendientes” de la oligarquia del 80 y de la consigna de Cobden: “Inglaterra será el taller del mundo y la América del Sur, su granja”; es decir la negación de la Argentina del desarrollo industrial y de la clase obrera organizada, de la plena ocupación y el mercado interno fuerte, de la balanza de pagos favorable con partidos políticos masivos y crecimiento cultural. Es decir, todo aquello que la toma de Las Malvinas movilizó obturando, inevitablemente, los proyectos de achicamiento. O los proyectos de territorio sin pueblo que subyacen en los diversos alsogarayes que hace ya más de cien años estigmatizara José Hernández. (“Que no tiene patriotismo / quien no quiere al compatriota” se afirma en "Martín Fierro" como refiriéndose a esos economistas a los que siempre le sobran siete o más millones de argentinos.)
3. Una línea obstaculizadora del desarrollo territorio - industria - nación, elitista, cuidadosa de la granja inglesa del ochenta que tuvo sus agudos críticos a lo largo de nuestra historia. En los cercanos años al centenario, un formidable pensador nacional, por algo tan olvidado, el coronel Olascoaga, razonaba en un importante libro, también olvidado, de la siguiente manera: “Bueno es ya también que, como lección muy oportuna, recompongamos nuestra geografía histórica, que ha sido siempre lastimosamente interpretada bajo el concepto de las ideas que se nos antojaban, respecto de la topografía de todos nuestros territorios lejanos; cuando la Pampa era una sábana de muerto, uniformemente plana y estéril; cuando la Patagonia era “un páramo horrible, estéril y maldito, aún inferior a la Pampa” (...) cuando la cordillera era un enriscado de piedras, donde apenas podía tenerse un guanaco; cuando el Chaco y la Puna eran hogueras de calor, absolutamente inhabitables; por un lado, matorrales podridos e inaccesibles, y por otro; estepas de suelo raquítico sin ningún producto y sin ambiente de vida.
Así, en la mente del país debía dominar la idea de que nuestros centros poblados no componían otra cosa que un oasis en medio de la inmensidad yérmica; así; nunca se levantó el espíritu cuando se atentó al despojo de nuestros territorios desconocidos.
Y a fe que este menosprecio tradicional todavía encuentra acogida en individualidades retardatarias y formas de subsistir.
Los que hemos recorrido esas lejanías y venimos entusiastas con las noticias que rectifican las absurdas preconcepciones, jugamos a veces un rol bastante desalentador, por no decir ridículo. Ciertos personajes, demasiado hinchados con las nociones que tienen de corto radio, y que se afirman en su antigua cartografía y literatura, levantan su mirada irónica y compasiva, indicio infalible de sabiduría profunda, y dejan chato al pobre explorador.
Uno de esos togados, en una reunión política —donde no debe tratarse cosa que sea de interés público— dijo: —"Este Olascoaga no sabe hablar sino del Neuquén, del Chaco y de la Puna".
Es lo típico de la ignorancia, que deberíamos llamar empecinada, respecto de la cuestión geográfica; lo más importante que afecta la riqueza y el porvenir del país, la noción más indispensable para dirigir su buena administración” (8).
Testimonio duro, escrito en ese discurso nacional demitificador y concreto (que uno puede hallar en viejos generales de la independencia, como Guido, agudo analista de los objetivos ingleses en la Argentina, o como San Martín) que retomarían décadas después los hombres de Forja; testimonio de un hombre que no por haber sido soldado de Roca durante la Campaña al Desierto deja de señalar los derivados negativos de la política del 80: ese descuido e ignorancia sobre el territorio - nación —ideológico y visible en los trazados del ferrocarril inglés— que pesaría negativamente, aún hoy, en nuestras matrices culturales (9).
4 . Pero acerquémonos al presente y vayamos al testimonio de especialistas insospechables de forjismo populista o revisionismo peronitsa. Uno de ellos, Rey Balmaceda, señala en su libro "Límites y fronteras de la Argentina", graves deficiencias a la conciencia territorial de los argentinos. Ahí, después de afirmar “vivimos particulasmente ignorantes del territorio nacional” explica: “las causas principales de nuestro descreimiento de lo argentino se encuentran en la educación, que sirvió a la ideología liberal como instrumento idóneo para moldear a nuevas generaciones (en mucho integradas por descendientes directos de inmigrantes) en una tesitura demasiado comprometida con el pasado y solar nacionales. ¿Cuántos argentinos saben que a pesar de los desmembramientos la República Argentina ocupa el octavo lugar en el mundo por su extensión? ¿Cuántos argentinos conocen la trascendencia del tratado Roca-Runciman? ¿Cuántos argentinos están al de los fundamentos utilizados para declarar la existencia del sector antártico?”. Y agrega más adelante – y atención que no estoy citando a Jauretche—: “todo fue armado de manera tal (planes mal concebidos, programas deficientes, libros de texto rutinarios, autoridades complacientes) que el joven argentino de numerosas generaciones egressó de las aulas sin un verdadero conocimiento de la realidad que integraba” (10).
Diagnóstico severo. Y sectorial. El corte educacional —medio y superior— que, desde su nacionalismo elitista, le da Rey Balmaceda a la cosntitución de la conciencia nacional y que sirve para explicar las deficiencias de ésta en ciértos sectores “mandantes” de las capas medias y altas, deja de lado otros canales constitutivos de esa conciencia —de la cultura popular y sindical a la política y la acción de ciertos medios nacionales— que son los que explican la respuesta popular positiva en el caso de Las Malvinas.
Pero sigamos esta línea de diagnósticos críticos y acerquémonos más en el tiempo. Según el diario La Razón en una reciente conferencia sobre literatura militar, el Coronel Luis A. Leoni Houssay sostuvo que la diplomacia argentina fue bastante responsable del revés sufrido en las Naciones Unidas luego de la recuperación de las Malvinas. “En el orden internacional —dijo— nadie conocía del problema, lo cual constituye una falta grave de los representantes argentinos en el exterior, sobre todo los del área política y cultural que no corrigieron a tiempo esta falencia que pagamos cara en el Consejo de Seguridad”(11).
Falencia que muy bien puede ser explicada por la hegemonía de las ideologías liberales en los sectores políticos y culturales de nuestra diplomacia. Es decir, por el peso en ella de esa franja que va del “medio pelo” a la “intelligentzia” y que fuera minuciosamente descripta por Jauretche.
5. Y que es el sector que maneja la educación superior, las instituciones culturales oficiales, los medios masivos. Por eso la TV es un buen ejemplo de ignorancia y desconexión en lo que se refiere a la conciencia territorial. Hemos visto por TV, tras un spot sobre “los pioneros de la soberanía”, pasar una película apologética de Scott sin el más mínimo encuadramiento y sin la mención de la presencia de Sobral en la expedición de Nordenskjöld; hemos visto, el día de la declaración de la OEA proyectar una película en la cual se exaltaba a Teodoro Roosevelt quien aparecía festejando su cumpleaños cortando de un sablazo una torta en la cual la decoración era el mapa de América, y ¿por dónde la cortaba?: por el Canal de Panamá; y hemos visto también pasar por TV, acriticamente, la versión inglesa de la BBC sobre el viaje del Beagle sin mencionar cómo esta expedición, vista con desconfianza por Pacheco, Guido y Rosas, sirvió a los objetivos de dominio de los ingleses en el Atlántico Sur y participó de la dominación de las Malvinas, desde donde el propio Darwin le escribía a una de sus hermanas el 30 de marzo de 1833: “Hemos llegadó aquí, a las islas Falkland al comienzo de este mes, tras una sucesión de tempestades (...) con gran sorpresa hallamos izada la bandera inglesa. Supongo que la ocupación de este lugar debe haberse noticiado recién ahora a los ingleses; pero nos enteramos de que toda la parte austral de América bulle de fermento (...) por el lenguaje temible de Buenos Aires, uno supondría que esta gran república entiende declarar la guerra contra Inglaterra” (12).
6. Nuestra vida cotidiana está llena de estos ‘‘datos” que demuestran la incultura con respecto a nuestro territorio y su historia. Y voy a un caso.
Hace unos meses me topé, hojeando bibliografía patagónica en una librería de la calle Talcahuano, con el viejo libraco del Ingeniero Wauters sobre el Río Negro. Saqué el libro del estante y lo llevé al mostrador para preguntar su precio. Entonces un señor que estaba al lado mío miró el libro y exclamó con asombro: “¡Cómo, en 1909, en la Argentina se escribían libros de este tamaño sobre un rio!”. Por debajo de la charla de estaño librero que se armó ahí nomás, yo me quedé pensando en su asombro y mucho más cuando ese señor me dijo que era profesor de derecho internacional en una universidad argentina. Y me quedé pensando porque el libro de Wauters no es ninguna mosca blanca, sino una de las tantas muestras de esa fecunda bibliografía, de ese gran “corpus” de información sobre el territorio que en forma de libros o falletos, de tesis o monografías, de informes o expedientes, comienza a desarrollarse en la década de 1870 (y no me olvido de lo anterior, de los “geógrafos” coloniales, del Departamento Topográfico de Arenales, de De Angelis) tras las huellas de los hombres que se agrupan en instituciones como la Sociedad Científica Argentina, el Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, la Academia de Ciencias de Córdoba, el Instituto Geográfico Argentino. Un “corpus” informativo en el cual podemos incluir no sólo las muchas monografías sobre nuestros recursos publicadas por entidades privadas y oficiales sino también trabajos como los recopilados por Ricardo Napp para la Exposición de Filadelfia (La République Argentine, 1876); a publicaciones de instituciones como es el caso del valiosísimo e inhallable Boletín del Instituto Geográfico Argentino; a libros sobre proyectos o problemática territorial como La navegación interna de la República Argentina (1902) del Ingeniero Luis A. Huergo o el ya citado Topografía Andina. Aguas perdidas (1909) del Coronel Olascoaga. Bastaría ver los cuadernillos publicados por la Sociedad Científica Argentina en 1925 sobre la Evolución de las Ciencias en la República Argentina o libros como los Fundamentos de la fisiografía argentina (1922) de Franz Kühn para constatar cuán importante era ya, hacia el centenario, sólo la bibliografía científica sobre nuestro territorio.
Y este olvido, este desconocimiento, no es sólo un caso de “ingratitud” cultural hacia los exploradores, geógrafos, ingenieros, cientí ticos, agrimensores que a lo largo de nuestra historia relevaron y documentaron palmo a palmo nuestros recursos naturales, nuestra identi dad territorial y económica, nuestras posibilidades de desarrollo integral; sino también un demostrativo ejemplo de las debilidades estructurales de nuestra cultura. No es otra cosa esta desconexión anormal, que constatamos cotidianamente con respecto a la historia de cómo nos fuimos conociendo como país, o al conocimiento que fuimos acumulando sobre él, tema central, columna vertebral de cualquier cultura autónoma.
7. Hemos ido tocando algunos aspectos negativos de ese paquete de relaciones y experiencias que se articula en torno al territorio-nación, al territorio-historia, al territorio-sociedad; relaciones que constituyen o van constituyendo la trama de la “conciencia territorial”. Aspectos negativos, fallas, falencias que a veces se refieren al conjunto de la sociedad argentina (por ejemplo aquellas determinadas por el deficiente flujo de información territorial en nuestra cultura) y que otras veces se refieren a sectores de esa sociedad (por ejemplo el bloqueo de “lo territorial” en importantes zonas de la “intelliqentzia” y de las capas medias y altas). Lo cierto es que hay falencias y que en estas debemos distinguir diferentes niveles (13). Sin ser exhaustivos categorizaremos algunos de ellos.
El primer nivel es el de la no aceptación de la problemática territorial en sí, o como constitutiva de la identidad o del “proyecto” nacional. Se trata de alguna manera de un concepto obturado y reprimido cuando no falsamente reducido desde una perspectiva liberal universalista propia del iluminismo-positivismo o de las ideologías científicas del siglo pasado. Hecho que juega con los mecanismos de la “colonización pedagógica” y que puede ilustrarse con las “zonceras sobre el espacio” tratadas por Jauretche. Como se trata de un hecho ideológico, proveniente del descentramiento de la identidad que produce la dependencia cultural, no lo afecta mayormente el evidente derrumbe de las epistemologías mecani cistas del siglo pasado en que se apoya. Sólo la historia reducirá su poder en nuestra cultura hasta limitarlo a ser el factor universalista y utópico necesario en toda sociedad.
8. Un segundo nivel de falencias se refiere a la concepción de cómo se aprehende “lo territorial”. La concepciones “autoritarias” del aprendizaje en muchos casos de que promueven el afianzamiento de la “conciencia territorial” llevan necesariamente a soluciones o proyectos que se centran en la educación sistemática y en la mera transmisión de información. Es decir, por su misma concepción autoritaria y elitista dejan de lado tanto circuitos de percepción o conocimiento como canales por donde de manera digital o analógica, simbólica o experiencial circula, y no sin deficiencias, “lo territorial”: la vida cotidiana, la experiencia social, la acción politica o sindical, los medios masivos, la cultura popular, etc.
Se limita así el análisis, la discusión y la planificación politico-cultural en un marco ideológico en el cual de lo que se trata es de negar el rol que juega la cultura popular en la constitución de la “conciencia territorial”. Limitación que por cierto no tenían los pensadores territoriales les argentinos del siglo pasado, más receptivos o más propensos a aceptar una real comunicación social en este tema. Y me remito a los proyectos de “geografía amena” de Zeballos o a Carlos Correa Luna quien al reseñar en 1896 la acción del Instituto Geográfico Argentino (14) puntualizaba con respecto a la función de la prensa en la información geográfica: “La prensa diaria que aún constituye en gran parte nuestro libro, nuestra revista, nuestro pasatiempo intelectual, y sin duda nuestro medio de instrucción más popular, tuvo ocasión entonces de prestar muchos y muy buenos servicios...”
Reconocimiento importante del rol que jugó el periodismo en nuestro país (¿no fue él el real alfabetizador en la Argentina?) (15) y que aún sigue jugando. Fue el periodismo gráfico el que salió con mayor eficiencia a cubrir los vacíos que hay sobre las Malvinas en el saber general de los argentinos.
En síntesis: las limitaciones con respecto a la concepción de cómo se aprehende el territorio no sólo limitan y “enfrían” la comunicación sobre él, sino que también terminan desplazando sectores básicos de nuestra cultura.
9. Un tercer nivel de falencias, mucho más perceptible, es de información sobre el territorio: “cómo es”, cuál es su potencial, cómo se lo conoció, explotó, “aculturó”, historizó, integró o no integró, etc. La conciencia territorial se articula sobre todas estas informaciones y aquí hay que reconocer que el “saber general” de los argentinos es pobre porque lacirculación de este conjunto informacional es pobre a pesar de que, como lo señalarnos antes, la Argentina es rica en información territorial sobre sí misma. Pero esa in formación, muchas veces de difícil acceso no circula, generando así grandes vacíos. No falta “información”, por ejemplo, sobre el capitán Piedra Buena, pero para muchos argentinos Piedra Buena es sólo el nombre de una calle cuando no una figura borrosa y desleída. Sin embargo en cualquier cultura fuerte un hombre como Piedra Buena sería parte del saber general de manera muy precisa. Ya sea por haber defendido y poblado por su cuenta y solo, y en nombre de su país, el sur patagónico, como por su propia vida de navegante, pionero, y “robinson”: su gesta como salvador de náufragos, sus proyectos de poblamiento, sus “fábricas” en la Isla de los Estados, la construcción del Luisito después del naufragio del Espora —episodio fundamental de nuestra cultura del mar—, sus enfrentamientos con los “raqueadores” (sa queadores de náufragos) asentados en las Malvinas, su negativa a vender su Isla de los Estados a los ingleses, su apoyo generoso a las campañas de Frías, su enfrentamiento con Sarmiento, su presencia en el Cabo de Hornos para afirmar la soberanía argentina, y hasta su aprendizaje con Smiles, el “cónsul de los mares”, y su vida de piloto aventurero. Todas esas informaciones que alimentan y “calientan” la relación de una sociedad con su propio territorio, que “generan conciencia”. Ahora bien, ¿qué es lo que frena este flujo de información? Diversos obstáculos.
El primero de ellos es el descripto aquí como primera falencia: la no aceptación de lo territorial y con ello de los hombres que hicieron el territorio.
El segundo pertenece a un campo ideológico más claro: levantar a Piedra Buena es hundir a Sarmiento y a Sarmiento hay que protegerlo. En agosto de 1868 Piedra Buena había venido a pedirle ayuda a Sarmiento y éste se la había negado. En un memo de enero de 1872 el propio Piedra Buena narra este encuentro: “... recuerdo como se expresó el señor Presidente (Sarmiento). Dijo que no teníamos marina; que costaba mucho mantener un buque de guerra; que estábamos muy pobres; que ese territorio era desierto; que debíamos concertamos y que más bíen ese territorio les convenía a los chilenos, por ser el paso del Pacífico; que si se poblaba la guardia proyectada, habían de vivir como perros y gatos con los chilenos; que no había gente que darme...” (17).
Sin embargo el “loco” Sarmiento ya tenía en su cabeza en ese momento el proyecto de traérselo a Gould y construir —fastuosa inversión— el observatorio astronómico de Córdoba para “conquistar” el cielo Austral. Años después Gould publicaría su Uranometría Argentina, obra que permitió conocer cerca de 8.000 estrellas fijas del Hemisferio Sud, cuando en el cielo del norte sólo se conocían en ese momento 6.000 (18). Pero esto era “la ciencia” y no el territorio. Y también el deslumbramiento de Sarmiento por los Estados Unidos. En 1866 había escrito desde ahí: “Rivadavia, mi predecesor en trabajos por organizar el país, volvió de Inglaterra e importó con él, los elementos ingleses: crédito, bancos, emigración, gobierno responsable. Yo podría presentarme llevando el genio norteamericano, el espíritu de go ahead (esto es, de empuje) que todos me reconocen” ¡Qué iba a pedirle el pobre Piedra Buena a este Sarmiento que barajaba recién llegado de los Estados Unidos, y con estas ínfulas, y que soñaba con tenerlo al sabio norteamericano Gould entre los suyos. El “saber” que le ofrecía Piedra Buena no podía interesarle mucho.
Por último, hay un tercer obstáculo que se opone a una buena circulación de información en este caso y es aquel que, por aquello que señalamos al hablar del segundo nivel de falencias, hace que cuando circula la información se la limite, censure y mitologice negativamente como sucede con la mayoría de los próceres argentinos.
Y voy a otro ejemplo que nos puede servir para ejemplificar las deficiencias en la circulación con respecto a nuestra cultura territorial.
Conocemos en detalle, por películas, series e historietas, la problemática del far-west norteamericano, pero no conocemos, como bien lo señalaba el Padre Monticelli (19), botánico, explorador y viajero, nuestro propio far-west, el oeste pampeano, donde hoy se produce un grave proceso de desertización y regresión ecológica debido a los aprovechamientos de aguas arriba y a una deficiente administración de la cuenca del Desaguadero - Salado Chadileuvú. Una historia larga, o en tiempos largos, como todas las historias del territorio, que nos remite, en busca de la estructura fluvial primigenia, a audaces exploradores o pensadores territoriales de fines del XVIII y comienzos del XIX como Luis de la Cruz o Sebastián Undiano y Gástelú; a cruces de intereses sobre la zona entre Inglaterra y España como son los que motivan las expediciones de Villarino; a campañas fundamentales para el conocimiento de nuestro territorio como la del 1833 de Rosas (una campaña olvidada y crudamente desvalorizada en su aporte científico); a exploradores solitarios como Day; a las estrategias indígenas de Yanquetruz o Calfucurá; a la campaña al desierto y a los científicos que la acompañaron, como Dupont; a exploraciones como las de Zeballos —dura y exhaustiva— o Ambrosetti; a los utópicos proyectos de los “canalizadores” como Floro Costa, que buscaban competir con los altos costos del flete ferrocarrilero inglés. Y así hasta llegar a los optimistas proyectos de colonización de las primeras décadas de nuestro siglo que quebrarían poco después a raíz de “los años malos”, la política del agua y la imprevisión ecológica que describiera otro gran pensador del territorio, Enrique Stieben, para desembocar en una historia de desalambrados, éxodos y pueblos fantasmas cruzados aún por la sombra de Juan Bautista Bairoletto (20).
Historias que, como muchas o tras historias, fueron haciendo el territorio, cargándolo de vida y de proyectos, y transformándolo en parte substancial de la conciencia nacional. Historias que apenas tienen un lugarcito en nuestro saber general tan cargado de informaciones que vistas desde una perspectiva político cultural nacional son apenas pertinentes, tuando no negativas.
10. Y todo esto nos lleva a un cuarto nivel de falencias que si bien está estrechamente relacionado con el anterior, hay que diferenciar. Me refiero al procesamiento cultural de lo territorial, a su debilidad en cuanto zona central de la producción, la problemática o temática, la circulación y planificación, la recepción y el consumo culturales.
La hegemonía cultural porteña (y dentro de ella el peso de la problemática de las capas medias), la mitologización de la pampa verde, el peso de los modelos culturales externos, entre otros procesos, impidieron tanto la profundización y concreción de la integración cultural del país como el desarrollo o la afirmación de las culturas provenientes de otras regiones o la justa evaluación de ellas, casi siempre ubicadas en un rol complementario inferior (Güiraldes es un escritor nacional; Divalos es un escritor “regional”). En los Estados Unidos la problemática territorial generó categorías de análisis histórico como “la frontera” de Turner o géneros populares como los western y aún las historias de pueblos o regiones marginadas y en deterioro no impidieron que escritores consubstanciados con ellas como Steinbeck tuvieran validez nacional. Dificil que suceda lo mismo en nuestro caso. Y que no haya creación cultural o proyectos sino porque los hegemónicos de nuestra cultura marginan esa producción y estos cuando no los asimilan mal, empobreciéndolos.
Y me voy a detener en esto último, en aquello que señalamos al comienzo de este punto al referirnos a la recepción (las de lo que tratamos en la producción y la planificaicón evidentes para el lector). Y ejemplifico.
De los nexos profundos pueden darse entre el “Viento Blanco” de Dávalos y el ferrocarril de Huaitiquina de Hipólito Yrigoyen, de esa literatura minera que termina casi siempre en el fracaso y la muerte, dw esa propuesta de ahondamiento de la historia y la cultura de la Puna y la Quebrada que desarrolla Tizón, pasando por los deambulares de Atahualpa Yupanqui y el amplio espectro de la literatura que explora la migración interna, una de las líneas matrices de nuestra cultura, hasta la documentación de la vida concreta de los pobladores — a través del documentalismo político, los registros de Prelorán, las “historias de vida o las letras del folklore—, y la aperiencia concreta en la zona o el acercamiento a su historia, transita un paquete de relaciones culturales profundas que nuestra cultura no reconoce como tales, que no jerarquiza ncomo corresponde, que no termina de integrar, que lee mal, reduciénclolas muchas veces a color local, pintoresquismo, regionalismo o folklorismo exóticos.
No me olvido de los muchos que hicieron y que hacen para que esto no suceda. Pero lo cierto es que nuestra cultura ha sido y es hegemonizada, en gran medida, por sectores cuya conciencia nacional es debil y precaria (cuando no contradictoria, inexistente o caricaturesca) y que por ello son incapaces de ubicar el proceso de integración cultural - territorial del país en el centro de nuestra problemática político-cultural.
11. Quisiéramos ubicar estas reflexiones sobre la cultura del territorio en el marco de dos problemáticas no muy tomadas en cuenta por el análisis político-cultural en nuestro país. Una es la referente a toda esa cultura crecida en el mundo a partir de las polémicas sobre los “límites del crecimiento” y la crisis del petróleo, cultura que, a través de los diversos “alternativismos”, hoy nos llegan en versiones europeas o norteamericanas sin que hayamos elaborado culturalmente nuestra propia versión; la otra, es la referente a la construcción de un modelo nacional que ubique claramente a la Argentina frente a los modelos internacionales que nos son o nos serán propuestos. Ambas problemáticas, estrechamente relacionadas entre si, exigen un replanteo de fondo y totalizador de nuestra relación con el territorio (recursos, política demográfica, hábitat, calidad de vida, concepción del ecosistema, división internacional del trabajo, perfil industrial, valor de las culturas nacionales, etc.). Replanteo que no sólo exige un conocimiento integral del país sino también de cómo ese país fue, en medio de la dependencia cultural y económica, elaborando su propia identidad territorial, económica, social. Una identidad muchas veces agredida, parcelada, bloqueada. Pero fuerte y existente. Porque tiene una continuidad donde apoyarse.
Porque hubo un comerciante aventurero que se llamó Vernet y un gaucho rebelde que se llamó Rivero. Porque hubo gobernantes como el general Guido y diplomáticos como Manuel Moreno que se animaron a pelear solos contra la política palmerstoniana. Porque hubo hombres como Piedra Buena que defendieron con todo nuestros territorios australes. Porque hubo estudiosos, historiadores, políticos, viejos nacionalistas que nunca resignaron nuestra integridad territorial. Y también porque hubo hombres, como Scalabrini Ortiz, que denunciaron y desmenuzaron pacientemente la presencia del imperialismo inglés en la Argentina. Un imperialismo que no por haber dejado de actuar económicamente como otrora dejó de pesar en las matrices culturales de muchas políticas económicas que se quisieron implantar en el país. Un imperialismo, que aún sin el auxilio de teóricos e historiadores, visualizaron muy bien las clases trabajadoras de la primera mitad de nuestro siglo que convergieron en ese gran movimiento de integración territorial y social del país que, tras las huellas del yrigoyenismo, fue el peronismo.
Notas.
(1) En las cuales escribe como chileno proponiendo el dominio de Chile sobre el estrecho de Magallanes. Los artículos de Sarmiento fueron publicados por Ricardo Font Ezcurra en La unidad nacional, Buenos Aires, Ediciones Theoria, 1961.
(2) Los tres casos son profundizados por don Arturo Jauretche al analizar las “Zonceras sobre el espacio” en Manual de zonceras argentinas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1980, 8ª edición, p 39, 51 y 179.
(3) Federico A. Daus: “La conciencia territorial de los argentinos y su raíz geográfica” en: P. H. Randle editor: La conciencia territorial y su déficit en la Argentina actual, Buenos Aires, OIKOS, 1918, p. 180.
(4) Carta escrita desde París el 5 de mayo de 1899 a Francisco Subercasaux. Citada por Raúl Rey Balmaceda en: Limites y fronteras de la Argentina, Buenos Aires, OIKOS, 1979, p. 351.
(5) En 1956 Ernesto Hueyo había sos tenido en La Prensa que la Argentina tenía exceso de población, y proponía la emigración del excedente de argentinos innecesario para la economía pastoril. Diez años después el presidente de la Sociedad Rural, Faustino Fano, afirmaba que la población conveniente a la Argentina era la emergente de la relación cuatro vacunos por cada hombre lo que implicaba una población “óptima” de doce millones de habitantes. Véase Arturo Jauretche: El medio pelo en la sociedad argentina, (Apuntes para una sociología nacional), Buenos Aires, Peña Lillo, 1974, 12ª edición, p. 49. Textos relativos a esta problemática hemos seleccionado en Arturo Jauretche: La “colonización pedaógica” y otros ensayos. Selección y estudio preliminar por Aníbal Ford, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, colección Capítulo, Biblioteca Argentina Fundamental.
(6) Aldo Ferrer: “La Argentina preindustrial”, en Clarín, 12 de marzo de 1982.
(7) Aldo Ferrer: Nacionalismo y orden constitucional, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 230.
(8) Coronel Manuel J. Olascoaga: Topografía andina. Aguas perdidas, Buenos Aires, Cabaut y Cia,, 1935, p. 94. Biblioteca de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, vol. 1.
(9) No son muchos los que han rescatado el pensamiento territorial nacional del coronel Olascoaga. Entre ellos, Fermin Chávez (Historicismo e iluminismo en la cultura argentina, Buenos Aires, Editora del País, 1917) pp. 105. 111; y Militares de la soberanía, Edición Mimeografiada, Buenos Aires, Pueblo Entero, 1981 pp. 9 - 12) y Osvaldo Guglielmino: “Cultura y Conciencia Territorial” en Pensamiento y Nación (Buenos Aires, 1:35-42, noviembre-diciembre de 1981, p. 40).
(10) Op. Cit, p. 364.
(11) “Un grave error” en LaRazón, 6(¿) de abril de 1982.
(13) El análisis específico de estas falencias constituye un trabajo en curso de preparación del autor de esta nota y el licenciado Jorge campodónico.
(12) Carta citada por Diego Luis Molinari en: “La Primera Unión del Sur”. Orígenes de la Frontera Austral Argentino-Chilena Patagonia, Islas Malvinas y Antártida. Buenos Aires, Editorial Devenir, 1961, p, 54. Las formas acríticas y no nacionales en que fuera visto el viaje del Beagle fueron analizados en: Aníbal Ford: “Darwin, Fitz-Roy y nosotros”, en Clarín, 5 de noviembre de 1981.
(14) Carlos Correa Luna: “La obra del Instituto Geográfico Argentino”, en Boletín del Instituto Geográfico Argentino; XVII: 239-245 1896.
(15) La importancia del periodismo como medio educador en la Argentina y especialmente como medio alfabetizador fue puntualizada en: Aníbal Ford y Jorge B. Rivera: “Die Massenmedien” en:
José & Fried Zapata, editor: Argentinien, Tübingen, Horst Erdmann Verle 1977, p. 317 y sgts.
(16) Obsérvese cómo persiste en Sarmiento, como en Rivadavia, la idea de repliegue territorial.
(17) Luis A. Piedra Buena: “Memorandum escrito en Buenos Aires el 13 de enero de 1872 en: El capitán Luis A. Piedra Buena. Su centenario. Buenos Aires, Biblioteca del Oficial de Marina, 1933.
(18) Las contradicciones de Sarmien sobre el territorio fueron analizadas, al un brillante trabaio, por el padre Guiller mo Fur 5. J.: “Sarmiento y la geografía argentina”, en: Anales de la Academia Argentina de Geografía, 5,: 60-84, 1961.
(19) Juan V. Monticelli: Far-west argentino, Buenos Aires, Tipografía de Cole gio Pío IX, 1933.
(20) En diversos trabajos hemos analizando la historia del deterioro del oeste pampeano. Entre ellos: “Allá en la costa ’el Atuel no hay corderos pa’ comer” (en: Crisis, 39, p. 8-15, Buenos Aires, julio 1976) y “Curacó” (en: Clarin, 4 de diciembre de 1980).

Aunque escrito hace cincuenta años, “El Uruguay Internacional” traza el cuadro fundamental de las posiciones históricas de Herrera. Es cierto que con posterioridad Herrera introdujo numerosos enriquecimientos y amplió su horizonte. Se puede así indicar algunas variantes de importancia. Por ejemplo: en sus primeras etapas Herrera es un reivindicador de Urquiza, pero en la segunda guerra mundial, las tensiones de su lucha por la neutralidad (cuando Pearl Harbour hizo aquella célebre y escandalosa declaración: “es una guerra de colosos, festín de leones; allá los amarillos contra los rubios!...”) le alumbran retrospectivamente las intervenciones anglo-francesas en el Río de la Plata. Su posición nacional y anti-imperialista le conduce a levantar la memora de la Guerra grande, y aún defender a un tabú uruguayo como Rosas. Correlativamente, su aprecio por Urquiza declina.
Es importante señalar que “El Uruguay Internacional” tuvo como origen circunstancial la disputa argentino-uruguaya sobre los límites del Río de la Plata, y que es el momento de mayor irritación de Herrera respecto a la Argentina. Para él, la cuestión del Plata era de vida o muerte para el Uruguay, como lo es efectivamente. Pero entendió siempre, a la vez, que los derechos del Uruguay sobre el río le imponían obligaciones perpetuas como los demás países de la Cuenca. Allí está una de las raíces más hondas del neutralismo herresista en las dos guerras mundiales. Cuando a fines de 1940 se plantea la instalación de bases militares norteamericanas en el Uruguay, la resistencia de Herrera fue inquebrantable: “¡Bases, jamás!”. No sólo era defender la soberanía uruguaya: tampoco quería dejar convertir al país, como decía, en un “Caballo de Troya”, no podía permitir un revólver sobre el corazón argentino. Y en aquellas horas dramáticas se movilizaron todas las fuerzas contra él. Pronto los stalinistas fueron el elemento de choque. Fue el tiempo de la consigna stalinista de “Herrera a la cárcel”, aplaudida por los infaltables “demócratas” del imperialismo. Su férrea nuetralidad le costó a Herrera el golpe de Estado de 1942, dado por Baldomir e inspirado por Estados Unidos (no fue la única vez que los yanquis se le cruzaron al camino: también en 1959 a través de Nardone lo radiaron de la victoria del Partido Nacional). Pero esa batalla fue una etapa culminante de su vida política. En medio del fragor, Herrera recordaba y recogía aliento del ejemplo de Hipólito Yrigoyen.
¡No se podía entender que el hijo del canciller blanco cuando la Triple Alianza, que el soldado de Saravia, se aferrara con uñas y dientes a su pago criollo! “Mi vaso es pequeño, pero yo sólo bebo en mi vaso!” Herrera pensó y actuó en términos uruguayos y rioplatenses. Así se opuso a la doctrina cipaya de la “intervención multilateral” y a Braden. Pero el conjunto del Uruguay, desde su insularidad abstracta, se sentía “ciudadano del mundo” y le trasponía el plano de la “disyuntiva mundial”, no lo situaba en la opción nacional. De ahí la absurda tergiversación que implicaba la acusación de “nazi”. De nada valía que Herrera repitiera una y mil veces, en todos los modos posibles: “Nosotros, los hombres del Sur, por encima de todo, estamos “aquerenciados”... pues, ¡con nuestros quereres!”. Y que su política internacional se redujera a esta sensata fórmula: “La coordinación de actitudes entre Uruguay, Argentina y Brasil, es un imperativo histórico y moral y es una forma viva del instinto de conservación”. Todavía el Uruguay estaba ausente de Latinoamérica.
En suma, la actuación de Herrera acontece en las vísperas, culminación y crisis del Uruguay moderno. Abarca el ciclo de un país plenamente satisfecho de sí, próspero, liberal y extraño a América Latina. El nacionalismo de Herrera fue estructuralmente uruguayo, aunque con una dimensión de nostalgia, de solidaridad con el añejo tronco hispanoamericano. Esto le cualifica, le distingue de la tónica dominante propia de un cosmopolitismo portuario. Aunque Herrera es también un fruto de la balcanización coagulada, mantuvo fidelidad y orgullo de ser iberoamericano.“¡Yo estoy contento de mi raza!”
Una analogía puede contribuir a entenderle. En tanto que Yrigoyen fue una síntesis del viejo país argentino y la inmigración, ese fenómeno quedó en gran medida bifurcado en el Uruguay. Dentro del Partido Colorado, de filiación “garibaldina”, Batlle fue el gran intérprete de las nuevas masas de inmigrantes. Dentro del Partido Nacional, Herrera fue el “jefe civil” del pueblo criollo. Lo que se dio unido en Argentina con Yrigoyen, en Uruguay se concretó en la dualidad Batlle-Herrera: Herrera representa, como tipo, un cierto equivalente a Yrigoyen y al “gaucho” riograndense Getulio Vargas. Pertenecen a la misma coordenada histórica. No es un azar que haya estado ligado por honda amistad con ambos.
Así, el nacionalismo herrerista es de raíz rural, lo que explica la conexión ideológica de Herrera con Barrés. Aunque, por la diversidad de circunstancias, asumiera un distinto sentido. Aquí fue un nacionalismo “nativista”, salvador de las raíces autóctonas, procediendo al rescate de los que se denostaba como “barbarie”. En un país semi-colonial mantuvo el cordón umbilical. En su conjunto, Herrera fue un liberal con sentido nacional. Político concreto más que que ideólogo -le repugnaba el término-, sólo le inquietaba el “arte de lo posible”. Se movió dentro de pautas reformistas, con un empirismo de estilo inglés y mañas de baqueano. Es que el país era estructuralmente agropecuario, en la órbita pacífica de Gran Bretaña, sin fuerzas para montar industrias de consideración. La personalidad misma de Herrera refleja tal situación. Y sus virtudes son también sus límites, los límites de su coyuntura objetiva. Como es obvio, el Uruguay aislado no da para grandes empresas históricas.
Hoy en cambio, estamos al filo de una nueva época. La crisis del imperialismo, el surgimiento de nuevas fuerzas sociales, la emergencia de Latinoamérica como totalidad y su industrializción, nos imponen muy otras tareas. Tendremos que ir mucha más allá de Herrera, pero contando con él a nuestras espaldas. Un síntoma de ello ya se vislumbra en las generaciones uruguayas que entran al ruedo, y es la irrupción en estas tierras orientales de un potente “revisionismo histórico” que, quiérase o no, hunde sus raíces en Herrera. Sólo que ahora es prospectivo, lleva el futuro en su entraña vocación, con la unidad latinoamericana como horizonte y quehacer.
Mucho es lo que aún tendríamos que decir, pues la figura del viejo caudillo está como tapiada por una muchedumbre de malentendidos. Pero es tiempo de empezar por el principio: tomar contacto directo con él.
Montevideo, octubre de 1961.
(*)Ed. Coyoacán, Buenos Aires, 1961.

Primer epílogo y nueva introducción
El Uruguay el Tiempo
El Uruguay está pasmado, es hoy lo que Azorín: “El gran pasmado”. Sorpresivamente, inesperadamente, a través de lo más esperado (la legislación electoral uruguaya es la más refinada manera que pueda encontrarse en la historia de desviación, de exorcismo del sufragio universal), Herrera y Nardone han terminado con el Régimen. Lo han terminado en su esencia misma, aunque las apariencias se perpetúen, sobrevivan en la retina del alma de cada uruguayo. De sopetón, sin intermediarios, sin mediaciones, el Uruguay saltó del estanque hasta alta mar. La mayoría no sabe aún que está en alta mar. La muerte-vida del estanque se prolonga en la superficie de ondas de un mar de miles de metros de profundidad. Aunque parezca increíble, ha sido a través de Herrera y Nardone, a través de las urnas, a través de los candados del Régimen, que el Uruguay ha redescubierto el tiempo.
Es lo que los uruguayos habíamos olvidado, desde antes de mi niñez, desde la niñez de mi padre, y quizás de mi abuelo. No creíamos ya en el tiempo, no había tiempo para nosotros. El Régimen de Batlle era par todos una imagen de la eternidad si no la eternidad misma. Claro, por supuesto, que no hay eternidad en la historia, no era más que una idolización de lo contingente, un fetichismo que nos contaminaba a todos, al gobierno y al pueblo, a los oficialistas y a los opositores, a la derecha y a la izquierda. Todos habitábamos lo mismo, estábamos en lo mismo. Pero la eternidad en la historia es corrupción, es lo más atroz que pueda sucederle a un hombre y a una sociedad. La eternidad en la historia no puede ser más que estanque, con su fauna distorsionada de insectos empregnándonos el corazón y la cabeza. ¡Qué alivio saber que hay contingencia! ¡Qué descanso saber que hay incertidumbre! ¡Qué sano temor saber que las aguas fluyen! ¡Qué bueno saber que la vida requiere fortaleza, prudencia, audacia!
Quedan sí los empecinados, miles de empecinados, que se aferran a lo que pasó, a lo que se fue. Hay miles y miles que se repitan para salvarse del pasmo: “aquí no pasó nada, aquí no pasa nada, aquí no pasará nada”. Los satisfechos de ayer son los ciegos de hoy. Los opositores satisfechos de ayer son también los ciegos de hoy. El Régimen se ha transmutado en un domingo en el Antiguo Régimen. Por eso en tirios y troyanos sobrevive el Régimen, cuando ya no puede ser, cuando la muerte le ha sobrevenido tranquilamente, sin ruido; es cadáver con millones de células, todavía con vida, que no saben qué ha pasado en la sustancia del cuerpo. Es la larga, imperceptible muerte del espanto.
El Uruguay y el Tiempo. He aquí el gran tema nacional. El drama callado del país por lustros y lustros. Tuvimos, es cierto, hendijas por donde se nos colaba un poco de tiempo, pero parecían cerrarse de inmediato. Pronto eran devoradas por la Identidad total. ¿Cómo podremos salvarnos de la Identidad?, nos preguntamos angustiados una y otra vez. Parecía no haber respuesta. Cuando los amigos de patrias hermanas nos preguntaban acerca de nuestras cosas, no había más que encoger los hombros y contestar: nada.
No es este el momento de discurrir acerca de las razones que hubieron para que tales realidades existieran. Las hay muchas. Se nos vienen a la boca a borbotones, a nosotros lo que estuvimos callados durante años. A nosotros, lo que recién ahora comenzamos a balbucear recargados de una alegría tranquila y sintiendo sobre nuestras cabezas una responsabilidad sin precedentes en nuestra querida aldea uruguaya, en nuestra recorrida comarca uruguaya.¡Qué sabor han tomado las cosas! ¡Que dulce aspereza!
A todos los uruguayos les tenía tomados una pereza estéril, había que pensar a contramano, la facilidad nos eximía de la diferencia específica del hombre con la biología. Hasta el 30 de noviembre de 1958 nos era un esfuerzo pensar, hoy para todos el esfuerzo es dejar de pensar. Allí reside la raíz espiritual de lo que nos ha sucedido hace pocos días.
Hace día el Uruguay se ha encontrado en la historia frente a su Historia. La tiene que retomar de nuevo, rehacerla paso a paso, volvérsela a contar a sí mismo. Porque la no-historia que nos nos han enseñado y de la que eran víctimas los maestros mismos, a la vista está que es inservible, que es mentira, u que hoy es imposible proseguir en la mentira. Porque nunca el Uruguay esperó que semejantes cosas ocurrieran, porque el país entero ha dejado de entender y de entenderse. Pero ya no hay duda que la marea sube en el horizonte, la marea que se vino preparando en el mundo más callado del Uruguay, el rural, el campesino. Ya no hay más rurales a secas en el campo. Hay ruralismo. El campo, el bajo fondo del Uruguay le ha ganado por primera vez la batalla al Uruguay, ha ganado la primera batalla por el Uruguay. Y la marea también la fueron preparando los fenicios que anidaban en Montevideo, la fueron insuflando con su impunidad, con su soberbia. Por eso no es un azar que hoy, la victoria del país esencial está simbolizada en Luis Alberto Herrera, memoria indomable, de 85 años, del viejo Uruguay, y de Benito Nardone, hijo de gringos, superación del gringo en el arraigo nacional, líder rural, líder de lo más memorioso de nuestra historia viviente, la que no entró nunca en los textos. Así tenía que ser y así fue. En adelante comienza la dura historia de un futuro que será, pase lo que pase, nacional, aunque reciba coletazos fuertes y tenga reculadas. Aunque en esa hora las apariencias tengan una fuerza tal como para matar a los hombres, no serán más que lo que son: apariencias. Así, mi parroquia querida, padecida, sufrida, entra en la historia. El Uruguay y el Tiempo. Nuestro gran tema.
5 de diciembre de 1958.

Alberto Methol Ferré (1929)
Inquieto por la política y el destino colectivo, Methol ha sido un analista curioso de los mecanismos internos de la primera, que lo atraen con fascinada persistencia. A ese interés, tan lúdico (en puridad) como científico, tiene que imputarse el modo neutral, raigalmente “maquiavélico” en el mejor sentido del término, con que se ha inclinado sobre los hechos del Poder sin la (por lo menos visible) secuela de resonancias éticas que son habituales. Su estudio sobre el peronismo, en QUE, de Buenos Aires, de 1958, por ejemplo, ha sido juzgado con justicia como una pieza capital de esta visión lúcida y compleja, más inusual todavía cuando se vierte sobre movimientos histórico-políticos ambiguos, oscurecidos por la pasión, los intereses y hasta la simpleza. Su análisis de las condiciones de la propaganda política en el medio rural en “¿Adónde va el Uruguay?” (TRIBUNA UNIVERSITARIA, n° 6-7) es, al margen de su tesis central, igualmente penetrante, original, alcanzado sin andadores.
Pero esto no es sólo una perspectiva preferida, una, en cierta manera, actitud gnoseológica. Responde también a una convicción sobre la índole de la realidad misma, histórico-política, social. Las notas de “contingencia”, de “ambigüedad”, del fenómeno político, a resistencia de todo lo realmente importante a ser esquematizado, conceptualizado, previsto, ha pasado a menudo en Methol de ser una convicción de naturaleza intelectual a convertirse en una dispensa pragmática no exenta de riesgos. Dispensa de prever la dirección que las cosas toman. Dispensa al esfuerzo de instrumentalizar la acción política a la realización, a la encarnación de valores ético-sociales. Esta seguridad en que el espesor de lo real siempre va a bajar el impacto respecto al blanco que se apunte puede recalar en un maquiavelismo vulgar; ya decía en una breve polémica con Methol el valioso y llorado Rodolfo Fonseca Muñoz (MARCHA, nos 833-834) que, si con la certeza de que la gravedad va a rebajar nuestra puntería ya apuntamos bajo, nuestro proyectil picará más abajo aún.
Pero anótese, para los fueros de la verdad, que este maquiavélico Methol que orquestó para paladares cultos y con brillantez indisputable la ideología del “ruralismo” recién triunfante (el ya citado estudio “¿Adónde vamos?”, reeditado en folleto en 1959 y en Buenos Aires, el mismo año, con el título “La crisis del Uruguay y el Imperio Británico”); este maquiavélico Methol que sostuvo la significación histórica decisiva de las elecciones de Noviembre de 1958 (MARCHA nos 940-943 y POLÍTICA, de Buenos Aires, n° 1), este maquiavélico Methol se desvinculó del movimiento en el ápice de su influencia, cuando llegó —sin duda tras muchos “agonizing reappraisals”— a la madura certeza sobre los móviles, afinidades y sustrato social de la fuerza a la que él (marginal a sus intereses, a medias a convicción, a medias a ardida esperanza en poder orientar proficuamente su rumbo), había dotado de novedosa fundamentación (MARCHA, de febrero a abril de 1961, nos 1047-1049-1051 y REPORTER, nº 8, de marzo de 1961).
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En otros aspectos, no puede negarse que la brillantez, la versatilidad, la imaginación barroca de las posibilidades de la acción histórica, el gusto por la actuación vicarial y el adoctrinamiento de los jefes, el manejo consciente de fuerzas ciegas y contundentes es demasiado fuerte en Methol como para haber desaparecido con aquella experiencia, triste y cerrada no sólo para él. Las tentativas de una aglutinación de “izquierda nacional” lo tuvieron entre sus promotores y si el fracaso transitorio de la iniciativa (tal vez con otras cautelas, otros rótulos, otras alianzas, otras técnicas, otros planos de acción) no quiere decir que esté clausurada, esa continuación es seguro que lo contará entre sus teorizadores.
(*)Ed. Universidad de la República, T.II, Montevideo, 1964
Sin prisa pero sin pausa, como en un acuerdo, se han ido muriendo demasiados veteranos del pensamiento nacional. Quizá toda una advertencia, para comenzar a plantarse en sus definiciones y llevar a la práctica algunas de sus propuestas. Aníbal Ford, Methol Ferré y Mena Segarra se han ido a ese cielo que de tan lleno ya tiene ganas de llorar. Y para acompañarlos un poeta de esos, que fue capaz de hacer circular la tradición en la que todos ellos se desplazaban, por las más “escandalosas” experimentaciones de la escritura: Lamborghini, el Leonidas.
Todos ellos han sido puntos de referencia, y fatalmente lo serán en el futuro por la marca que dejaron. No conocí ni frecuenté al que más leí, al poeta. Vaya a saber por qué.
Su generación le atribuye el carácter de vate de callejón de los sueños rotos, o variante heterodoxa de un peronismo insufrible. Claro que para eso primero hay que definir el peronismo y eso, hoy, lo hacen los gorilas. Lamborghini (1927-2009) representó la búsqueda y el azar del lenguaje desnudo como el drama de la política, donde la realidad se va articulando peligrosamente en el par irreductible (amigo/enemigo). Por eso Leonidas no era un trágico en términos del mito porque no reactualizaba un final predecible: la desnudez del lenguaje perseguido era la voz que iba desflecando sus zonas muertas para renombrar siempre en clave política.
Los Poetas de Diario pretenden un Lamborghini poeta para ocultar al peronista cuya definición propia, ajena y territorial era la poesía: Sin aquel ésta no hubiera existido.
Porque sabía que solo afirmándose en la época se puede traspasar su horizonte, cribar lo que aparece como destino sin caer en la utopía. Porque si no… ¿para que poeta?
Sin bien Leonidas tuvo de ambas, como lo revela su adhesión sesentista en las “Coplas del Che” (s/f, Ediciones ARP), con un encendido prólogo del cura Hernán Benítez(*), no descarriló de la senda nacional de la que siguió extrayendo sus vislumbres, sin agotarlos, claro, y salpicando de claridad lo más oscuro de su letra. Leonidas fue la alpargata hecha libro.
(*) El mismo que años atrás había recusado el Apocalipsis saboteador de un Perón exiliado y desencajado en Caracas . Vale la pena leer las “Cartas Peligrosas” de Marta Cichero (ed. Planeta 1992)
ANIBAL FORD (1934-2009): “El Gran Jefe”
Conocimos a Aníbal a comienzos de los 80.Y pluralizo porque se trataba de los muchachos que hacíamos la Revista “CREAR”, a la que llegó después el grupo de los “veteranos” (Fermín Chávez, Anibal Ford, Jorge Rivera, Eduardo Romano, Abel Posadas, Eduardo Artesano y otros). Para nosotros, que en promedio rondábamos los 28/29 años el aporte de los “viejos” fue esencial; sea porque los leíamos, sea porque los escuchábamos con atención, sea porque nos permitían discutirlos en un marco de coherencia y responsabilidad no exenta de las bromas criollas. Aníbal era “El Gran Jefe” porque trabajaba como director de proyectos en un laboratorio que fabricaba conocido pegamento: la propaganda televisada de la época era con un indio grandote con plumas de cacique. A pesar de su cordialidad permanente, arrancarle una sonrisa plena era difícil (aunque, cuando con Rivera y Romano hacían tronar el escarmiento sobre el tuberío desataban el jolgorio a carcajada limpia). Hombre de múltiples oficios y muchos saberes fue discípulo de Jaime Rest, un crítico literario que dio un giro a los estudios culturales metiéndose en la “cultura popular” desde el mundo académico, resumiendo en sí las contradicciones del intelectual negado a la acción: su condición de socialista le garantizaba no hundir los pies en el barro.
Lo sospechamos a Aníbal víctima económico-financiera (como otros muchos) de Boris Spivacow, tanto en EUDEBA como en el Centro Editor de América Latina. Don Boris enlazaba así con una larga caterva de editores en la que descuellan Torrendell y Zamora todos “fabbri”, no obstante, de una obra casi gloriosa en el campo de la cultura popular. Jefe de redacción de la revista Crisis -dirigida por Eduardo Galeano- y financiada por otro personaje de la picaresca (y algo más) criolla, Federico “Fico” Vogelius, Ford contribuyó a marcar los perfiles de una época. Su críticos se empeñan en renunciarlo al peronismo a partir de 1989 (Menem) algo difícil de probar a la luz de la producción posterior y la actitud del propio Aníbal, en relación y polémica constante a partir del y con el peronismo. Lector atento de los ensayistas nacionales y de Fermín Chávez en particular, materializó esta perspectiva en su “Desde la orilla de la ciencia: Ensayos sobre identidad, cultura y territorio( Bs. As, Puntosur, 1987). Nombrada de distintas maneras, “la epistemología de la periferia” fue su ocupación constante.
Eduardo Romano, Anibal Ford y Jorge Rivera.
Al mentidero sobre su desvinculación del peronismo se agrega la de su “exilio interior”, tropo analgésico que repiten algunos de sus autoproclamados discípulos. Así apareció en la contratapa del diario “Crítica de la Argentina” (09/11/2009) donde el ignorante escriba lo postula segun la maltrecha corriente universitaria que sigue necesitando un inteligente que no haya salido del peronismo (¿cómo es eso posible? ¡Horror!). La verdad es que Anibal Ford colaboró al menos en tres oportunidades en la revista “Crear”: con "Una morada en la tierra. Notas sobre la cultura del territorio en la Argentina" (“Crear en la cultura nacional” nro. 9, junio-agosto de 1982, pp.7-14); “Reportaje a a Fermin Chávez: `Los movimientos populares alimentan la revisión de la historia´ (“Crear en la cultura nacional” nro. 11, noviembre-diciembre de 1982, pp.49-51) y con la publicación de su cuento de 1977, inédito, “¿Tienen lugares los pueblos?” (“Crear en la cultura nacional” nro. 13, mayo de 1983. (Hay otro texto, “Curacó”, de 1980) ¿Qué clase de exilio es éste? ¿O hacía turismo entre el “exilio” y el “desexilio”?
Su carrera y producción universitarias son una muestra de la inteligencia nacional y engrosan la cantera a explorar hoy y mañana. Sin bajar los brazos ante la enfermedad que lo boxeaba, este criollo que portaba un segundo apellido aleman (Von Halle) llevó adelante la revista digital “Alambre”, que, esta sí, desalambraba. ¿Alguien duda que murió un nacional?
Como homenaje de EL ESCARMIENTO reproducimos “Una morada en la tierra” y un artículo que está directamente relacionado: “Curacó”.
ORIENTALES DE LA PATRIA
ALBERTO METHOL FERRÉ (1929-1989) fue el “último mohicano” de los políticos-intelectuales en el Río de la Plata. Esa clase en la que militaron Perón, su admirado Luis Alberto de Herrera, Servando Cuadro, Puiggrós, Cooke, sus amigos Jauretche y Abelardo Ramos (1) y otros pocos que tampoco están entre nosotros y que expresaron la particularidad nacional desde distintas vertientes, pero siempre nacional: algunos encontrando el pueblo desde la Nación y otros completando la ecuación desde el otro extremo.
La particularidad uruguaya debía modular, además la geopolítica local; la que compartía con sus vecinos: la relación amor-odio con la Argentina y la vigilancia constante contra los nostálgicos de la Cisplatina.
Todas esas raíces siguen cruzando el pensamiento uruguayo y el del “Tucho” Methol Ferré fue una especie de espejo cóncavo en el que convergían junto con las determinantes extracontinentales analizadas por Luis Alberto de Herrera (ver en este mismo número "La formación histórica rioplatense").
En un movimiento de espiral ampliada y ascendente que partía del Uruguay fue incorporando a la teoría sus experiencias en la política del Plata, desde su viejo tropiezo con Benito Nardone (2) , integrándose en los 60 y los 70 a la izquierda política, primero en la Unión Popular con Enrique Erro y en el Frente Amplio después. Su planteo continental reconoce viejos orígenes peronistas como el discurso de Perón de 1953 (sus propuestas en torno al ABC) y las ideas recogidas en “Los Estados Unidos de América del Sur” (3). El camino lo iba jalonando con producciones tales como la Revista “Nexo” (1955 a 1958, tres números con Washington Reyes Abadie y el cuarto y último a cargo de Roberto Ares Pons) cuyo horizonte era la Federación Hispanoamericana. Luego, “La crisis del Uruguay y el Imperio Británico” (Editorial A. Peña Lillo, Buenos Aires, 1959), El Uruguay como problema (Ed. Diálogo, Montevideo, 1967), sus contribuciones a la revista Víspera(1967/1975); El Risorgimiento Católico Latinoamericano (Ed. CSEO-Incontri, Bolonia, 1983).
A fines del 83 aparece nuevamente “Nexo” –cuyos últimos números se editan en Buenos Aires. Su relanzamiento si bien recoge planteos de su etapa anterior le agrega una dimensión que el progresismo nunca digirió muy bien: el catolicismo. Esta “Nexo” no fue una revista “católica ortodoxa” como aparece en algún Diccionario de la Literatura Uruguaya. Hay que recordar que Methol Ferré integró el equipo del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) (1975/1992) y su pensamiento en esta etapa se movió, por así decirlo, entre Medellín y Puebla. La segunda “Nexo” fue, en el marco del “aggiornamento” de la Iglesia Católica de la época, la empresa intelectual más relevante por su coherencia. Le permitió al pensamiento católico quitarse de encima sus lastres más reaccionarios sin quedar enredado en la Teología de la Liberación (en su variante militarista), aunque dejando el flanco débil para la acusación de “modernistas” o “inmanentistas por los recalcitrantes de la hostia, o de “conservadores reformistas” por parte del zonzaje “Clacsista”.
El Editorial del nro. 18 de “Nexo” dispara: “NEXO tiene tres referentes principales: El Vaticano II, el Pontificado de Juan Pablo II y Puebla”. De la nómina de sus colaboradores se puede deducir la orientación que en breve acompañaría la vía muerta de la teología revolucionaría y del protestantismo “secular” de los Thomas Altizer, Harvey Cox y demás teólogos de la “muerte de dios” (4). La vía muerta no requería ninguna otra ilustración que la tapa de la revista TIME en la que aparecían Ronald Reagan y el polaco Wojtyla titulada “The holy alliance”, celebrando la caída del comunismo soviético.
La espina dorsal del pensamiento de Methol continuaría siendo, con la incorporación de ese pensamiento católico, el Uruguay como expresión, las teorías hispanoamericanas y dentro de éstas, la geopolítica: por allí desfilaban las rupturas de la filosofía de la historia de Haya de la Torre, el antiimperialismo cultural de Manuel Ugarte, las concepciones político-geográficas del brasileño Mario Travassos y el continentalismo de Perón. Hombres todos nacidos en el s. XIX (el más viejo era Ugarte) movidos por el furor de la independencia y la modernización de sus países.
Todas esas modulaciones son Methol Ferré, que incluyen “Perón y la alianza argentino-brasileña” (Ediciones del Corredor Austral, Córdoba, 2000) y “La América Latina del siglo XXI” (Ed. Edhasa, Buenos Aires, 2006).
Alguien deberá explicitar las íntimas articulaciones, su método y su sistema de la última etapa. (5)
Domingo Arcomano y Alberto "Tucho" Methol Ferré, Montevideo, 2003.
Conocí a Methol hace un cuarto de siglo en Montevideo, en su departamento de la calle Brecha. Allí concurríamos con amigos para hablar con el “Tucho”. Brillante conversador, tartamudez incluida (¡otra que Demóstenes!) era capaz de introducir el más siniestro humor negro, a continuación de la ironía y la carcajada. Pero no era sobrador. Era sabedor.
Un par de anécdotas:
-"¿Qué hacés vos allí?", le pregunte en su casa por una foto en la que estaba con Juan Pablo II...
Sonriendo me respondió con otra pregunta: -"¿Y vos de qué vivís?"
-"Soy asesor de gremios..."
-"Ves, vos vivís de una corporación y yo de otra"-
Charlando de la política local de ambas orillas en el viejo boliche “Santos Cancela” allá por el 2002, el “Tucho” definió, Gancia en mano, la situación argentina: “Ustedes (los argentinos) no le pueden ganar la guerra ni a Bolivia”.
UN BLANCO ENTRE COLORADOS Y FRENTISTAS
Amigos y conocidos comunes anoticiaron de la muerte de otro uruguayo insoslayable: MENA SEGARRA (1934-2009). Porteño de Montevideo, de filiación blanca (“como hueso de bagual”), de la vieja corriente de la Patria Vieja en la misma línea de sus antepasados, que fueron soldados de Aparicio Saravia en 1987 y 1904, don Celiar Enrique es una figura señera en la historiografía uruguaya contemporánea.
Como sucede en las pampas de este lado, es necesaria la muerte para aquilatar una figura que termina siendo más grande que la estima que sus contemporáneos le dispensaron en vida y que no era poca. Profesor de profesores, dirigió el IPA (Instituto de Profesores Artigas) y el Museo Histórico Nacional sucediendo interregno mediante a Pivel Devoto: una sombra con la cual pocos pueden contrastar todavía en Uruguay pero a la que Mena Segarra pulseó mano a mano.
Menudo y amable (**) era poseedor de un humor poco gallego: preguntado si era “blanco”, responde: “Sí, es notorio”. A esa altura era como preguntarle a Beethoven si sabía música. Crítico del Uruguay de posguerra, en el que cifra gran parte de los fracasos del Uruguay de hoy, no dejó de responsabilizar a la izquierda insurreccional de los desastres de los 70, perpetrados por la dictadura de los militares ( “...sin el movimiento tupamaro no habría habido dictadura”). Izquierda que hoy se encuentra en tránsito de re-entintar la historia, para justificar lo injustificable.
Escribió obras que serán recordadas y de consulta obligatoria para estudiar el proceso de la modernización del Uruguay: “Aparicio Saravia - Las últimas patriadas”, “125 años de historia” (sobre la Asociación Rural del Uruguay), “Las banderas de Aparicio” y sus recopilaciones de documentos (la “Guerra Grande”, José Batlle y Ordóñez, Luís Alberto de Herrera, etc.).
Respetado por propios y ajenos por su equilibrio al momento de historiar y por su amor profundo al Uruguay, ya no lo veremos ni en el Museo Histórico (del que fue depurado por el Frente Amplio) ni en la feria de Tristán Narvaja persiguiendo libros, medallas, monedas y todo otro documento objeto de su pasión ni en el, por estas fechas clausurado, boliche “Santos Cancela” en la esquina de la vieja calle Sierra y Paysandú: allí en su mesa ventanera, donde a veces aterrizaban Methol Ferré y otros para dar cuenta colectiva de una picada con “medio y medio” y algún fernet, exhibía la caza afortunada de restos históricos y alegremente tomaba examen acerca de su origen (fui uno de los “bochados” frente a una medalla de la primera guerra mundial).
(**) Y generoso también, como cuando le pedimos una contratapa para nuestra edición de la primera traducción castellana de los “Rehenes de Durazno” de Benjamín Poucel (Buenos Aires, El Calafate Editores/ El Galeón, 2001), narración que no dejaba del todo bien parado a Oribe.
(1) Siempre hablaba con simpatía de Jorge Abelardo Ramos y memoraba el haber diseñado la bandera del FIP (Frente de Izquierda Popular) el Partido de aquel “Colorado”
(2)Ver aquí “Primer epílogo y nueva introducción” del folleto “¿A dónde va el Uruguay?- Reflexiones a través del nuevo ruralismo” (Montevideo, 1958)
(3) Juan Domingo Perón: “Los Estados Unidos de América del Sur” -Selección y prólogo de Eduardo Artesano- (ECA, Buenos Aires, 1975)
(4) En Argentina, la Teología de la Liberación militarista fue aniquilada en sus representantes y sus representaciones no pudieron sobrevivirlos más que como objeto de estudio de las revistas “Cristianismo y Revolución” y la cordobesa “Enlace”. Algo parecido sucedió con los teólogos de la “muerte de dios” y los humoristas franceses de la “muerte de la filosofía” (los del “odio al pensamiento” que decía el boliviano Francovich): la censura ejercida sobre los libros hizo que pasaran desapercibidos para el “gran público” de clase media. A éste lo entretuvieron con la revista Masserista "Vigencia" (de la Universidad de Belgrano) que supo acoger a Juan José Sebreli y a Santiago Kovadloff, y con los falsos refugios de la cultura como el CIF (Centro de Investigaciones Filosóficas) y SADAF (Sociedad Argentina de Análisis Filosófico, que dirigía Félix Gustavo Schuster) que hacían crecer la “flor de romero”. Luego, Alfonsín.
(5) Lo hizo en los 60 otro uruguayo inmensamente grande, Carlos Real de Azúa (“Antología del ensayo uruguayo contemporáneo”, T. II Universidad de la República, Montevideo, 1964). Se puede leer un

III
Flor delirante, sierpe enfurecida
que en sangre bañas un rumor helado,
y al recorrer el aire delicado
ciñes delirios tu naciente herida.
Tu larga flecha viva y repetida
su obscuro amante alcanza ensangrentado.
Triste muere su furia y desatado
un río amargo huye con su vida.
¡Oh lumbre exacta hundiéndose en la tierra!
Tu dura voz se pudre en roja arena
y el espanto despierta perseguido.
Se renueva tu hechizo, nos encierra
tu círculo dorado, la serena
certidumbre del sueño acontecido.
TRÁNSITO
La rosa que iba a ser la rosa
se detuvo.
No quiso ser aroma, pétalo en el viento.
No quiso.
La noche que iba a ser la noche
se detuvo.
No quiso ser la túnica,
no quiso ser mortaja
de aquella destrucción que en el amor consuma.
No quiso el pájaro ser ansia en el viento,
ni quiso la palabra
ser la única palabra que te nombra.
No quiso ser tu piel otoño perfumado
ni el lento país madurado por tu boca.
No quiso.
No quiso el estanque quieto,
la vereda de lirios,
el verde grito herido de las hojas
no quisieron ser la Primavera.
La rosa que iba a ser la rosa
se detuvo.
Va mi sangre recorriendo un tibio cauce,
y moja de amapolas
mis días y mis noches
sus más calladas horas.
No quiero,
no quiero ser el mismo que pasara
azul adolescencia
en un jardín de mirtos y azucenas.
Mi vida que iba a ser envuelta por un ala
se detuvo.
No quiso,
no quiso comprender por qué la rosa
que iba a ser la rosa...
No quiso.
ANADIOMENA
De encendido flanco,
de desatado rumor,
de cifra ardiente.
Vuelve,
vuelve sobre tu cuerpo y tiende
ese triste camino por donde el mundo se despeña.
Criatura que en el sueño
con una espuma salobre se enceguece,
¡oh carne transitada por esa sed infame
donde muere y renace la historia de los hombres!
Un llamado se alza, un día se derrumba
y una herrumbre de hastío
calcina entre sus ruedas la terrible presencia,
¡Profundo otoño fijo, descenso del deseo,
dorada flor dormida en el aire sin nunca!
CIERTA DURA FLOR
Cierta dura flor, cierto aire duradero
donde no cabe su gracia,
donde no cabe acaso
su amorosa raíz que se desata en sueños.
Donde no le llaman,
donde a su nombre verdadero
él no acude tampoco ni responde.
Cierta ciega costumbre de antigua persistencia
cierto dibujo del tiempo donde la muerte acecha
y un rumor delicado
vierte en las venas su corrompida espuma.
Cierto lugar donde la tierra cumple
su cifra de exterminio repetida en el polvo.
Cierta dura flor.
Cierta criatura amarga y sometida,
cierto paisaje lento que llevan ramas verdes
donde la voz se queda en la vuelta del aire.
Donde no le llaman.
Donde a su nombre verdadero
él no acuda tampoco ni responda.
(1) Publicado por Editorial Losada, Buenos Aires, 1951, 74 págs.
AVANZA, Julio César
Abogado, escritor y educador que nació en Bahía Blanca el 11 de agosto de 1915 y
falleció el 15 de julio de 1958, en Buenos Aires. Representante de la "Generación del
40" y cofundador de la revista platense "Teseo". Graduado en La Plata, fue profesor de
Derecho Civil en el Instituto Tecnológico del Sur. En 1944 fue secretario de la
Municipalidad de General Roca (Río Negro), y posteriormente comisionado municipal
en Bahía Blanca y Subsecretario de Previsión en el Gabinete del coronel Domingo A.
Mercante. Luego fue electo Senador Provincial, función que ocupó sólo por un año,
porque Mercante lo designó su Ministro de Educación -ya había sido consejero general
de Educación-. Asimismo se distinguió como constituyente bonaerense en la
preparación de la Constitución de 1949. Durante su gestión en el Ministerio platense se
publicó la revista Cultura (*), de excelente nivel, y de la que se editaron 12 números,
entre octubre de 1949 y enero de 1952. Avanza es autor de una valiosa obra, publicada
en 1950 en La Plata: Los derechos de la educación y la cultura en la Constitución
Nacional. En la revista Sexto Continente, Nº 2, Setiembre de 1949, publicó "Hacia el
concepto de literatura nacional", una justa valoración del Martín Fierro.
(Fuente: Fermín Chávez, "Diccionario de Peronistas de la Cultura I", Buenos Aires, Ed. Teoría, 2003, pp. 13/14)
(*)
Revista CULTURA
Director: Julio César Avanza
Colaboradores: Carlos Astrada, Octavio N. Derisi, Ramón Gómez de la Serna, Antonio
Puga Sabaté, Luisa Sofovich, Antonio Herrero, Osvaldo Guglielmino, Bernardo Canal
Feijoo, Eugenio Pucciarelli, Antonio Cubil Cabanellas, Juan Carlos Ghiano, Elena
Duncan, Martín A. Boneo, Carlos A. Disandro, Juan Zocchi, Bruno Jacovella, Alberto
Ponce de León, Ernesto Segura, Héctor Villanueva, Jesús María Pereyra, Emilio Estiu,
César Rosales, Nicolás Cocaro, Féliz Esteban Cichero, Juan Carlos Dávalos, Guillermo House, Arturo Horacio Ghida, Luis Ortiz Behety, Leopoldo Marechal, María de
Villarino, Marcos Fíngerit, J. A. García Martínez, Rodolfo Falciani, J. Soler Daras,
Andrés Mercado Vera, Delfor Peralta, José Luis Sánchez Trincado, David Martínez,
María Granata, Enrique Puga Sabaté, Julia Prilutzky Farny, Leonardo Castellani, Jorge
Perrone, Ismael Quiles, Osiris V. CHierico, Alejandro de Isasi.
Ilustran: Juan Bay, Fernando Catalano.
Xilografías: Víctor E. Roverano./Fotos: Anónimas./Dibujos: Alfredo Bettanin, Pedro
Olmos, Rodolfo Castagna, J. A. Ballester Peña, Laerte Baldini./Rep. de Oleos:
Francisco A. de Santos, César López Claro, Domingo Pronsato, Enrique de Larrañaga.
Esculturas: Máximo Maldonado, José Alonso, Libero Badii./Propósitos: Cultura es la
actividad espiritual específica que tiene preponderantemente por objeto el desarrollo
pleno y armónico de la humanidad en el hombre y, a través de éste, el contenido
humano, en su más rica diversificación, de una nación, de un pueblo. Así entendida, la
cultura es un todo organizado desde dentro, que se traduce en una multiplicidad de
estructuras objetivas, y que presupone exigencias y nexos operantes. Los vínculos
esenciales de la cultura, así como las tareas específicas que de ellos se derivan, sólo se
integran en una unidad viviente cuando se identifican con el espíritu y el destino de la
nacionalidad en cuyo servicio están llamados a funcionar orgánicamente. La vocación
para la esencia de la comunidad nacional es también vocación para la cultura y sus
direcciones fundamentales, concebida ésta como voluntad apasionada para cumplir
plenamente, en el plano de valores y aportaciones universales, la misión histórico-
espiritual de un pueblo.
Descripción: La cultura y sus exigencias, relaciones del arte y la mar, poemas, una
señora perdida, el mojón, guión de lecturas hechas de la cultura.
Ideología: Oficialista./Lugar de pub.: La Plata. /Periodicidad: Aparece seis veces al
año./Nº de Publicados: Doce./Nº 1: octubre de 1949 al Nº 12: enero de 1952.
Publicación: Cerrada./Impresión: Tipográfica./Formato: 225 x 165.
Imprenta: T. Gráficos de Iglesias y Matera./Of. de Dirección: Calle 13 e/56 y 57.
Talleres: Lavalles 1653. /Páginas: 1280. /Precio: No figura. /Observaciones: Es una
publicación de Ministerio de Educación.
(Fuente: Washington Luis Pereyra: "La prensa literaria argentina 1890-1974/Tomo cuarto/ Los años del compromiso", Buenos Aires, Fundación Bartolomé Hidalgo, pp. 290/291)

En aquellos años de los cuarenta cuando la poesía, todavía, no era "puro verso", sino lágrima, pasión y canto-, una voz adolescente ingresaba en el picadero de la literatura nacional. Decimos nacional y no argentina simplemente, porque creemos que este rótulo cabe, en general, para todos los poetas oriundos del país; en tanto aquella otra denominación distingue a los que, en el contexto de la historia de la Nación, han recurrido a un modo, un estelo o un desvelo de las propias raíces, atendiéndose con preferencia a promover bienes culturales estables contenidos en una idiosincrasia distinta.
Con Umbral de tierra, en 1942, María Granata conmovió la mirada crítica del mundillo literario que, para la época era un rescoldo de discusión y bohemia. La polémica, de tono áspero a veces, y el ensoñamiento que, en sus escarceos fanales, anticipaba el cambio en su proceso natural de la cercana posguerra, campo árido que debieron arar y sembrar los escritores de la generación posterior. Para la criba más quisquillosa, la nueva voz venía de la mano -es una forma de decir- de Leopoldo Lugones y Horacio Rega Molina, lo que no era escaso elogio. Otra, más acertada, rescataba el cántico de una muchacha que se vertía emocionado ante la conjura de los seres animados o no, con plenitud expresiva y nobleza lírica. El libro alcanzó el premio Martín Fierro y el Municipal, distinciones envidiables para una expectativa de estreno.
Un quinquenio después, dio a conocer Muerte del adolescente. Allí refugia la mirada en niebla y desolada voz. Cuánta "angustia, transfiguración y deslumbramiento" arraigaba, como un árbol añoso, en su espíritu ardoroso y contemplativo. El poemario fue elegido, ese año, por el Club Libro del Mes. De Corazón cavado, posteriormente, supo decir el crítico Luis Soler Cañas (¿cómo no recordar a ese querible "gordo" sagaz y sabihondo?): "Poeta en sentido verdadero, mira las cosas y las traspasa, las ilumina y nos las Ilumina, y, ni celosa ni avara, nos las entrega después de haberlas hecho pasar por su arco de luz. No es la poesía de Granata una poesía gozosa: en el misterio descifrado del mundo el espíritu del poeta halla con mayor frecuencia el dolor que la alegría".
Con la misma humanidad "de aguas profundas", que hacen de su don estético una virtud comunicativa, seguirán Color humano y Cerrada incandescencia. La densidad del temple interior y la perfección de la forma, en variada oferta, hacen que sus textos encuentren, más allá del monólogo que es el poema, el oyente perseverante; no el modesto elector al azar sino el Interlocutor de un diálogo preexistente. Granata, por aquello que natura da, provoca siempre el gozo del reencuentro y su propia exploración íntima (dígase una vez más) está asumida en función de la proximidad de la criatura humana.
En pleno apogeo de la literatura latinoamericana, supo insertarse entre los popes de la nueva tendencia, una recta dirigida al descubrimiento de una representación del mundo apartado del europieísmo tradicional. María, entonces, aunque no definitivamente, se consagró a la narrativa y de esa entrega surgieron novelas y cuentos inquietantes, mágicos y perdurables. Dio el campanazo con Los viernes de la eternidad; y el rezongo del badajo y el metal no se había disuadido aún cuando publicó, en sucesiva expectación de la critica y los lectores, Los tumultos, El jubiloso exterminio, El diluvio y la guerra, El visitante, La escapada, El sol de los tiempos y Lucero Zarza. Con esta secuencia narrativa emparvó numerosos premios, entre ellos el más apetecible para el escritor: la constancia de que son casi inhallables y reclaman por reediciones.
Las novelas y relatos de Granata atraen por su clima de transfusión de la realidad hacia una hipótesis de mágico encantamiento que, no obstante, desnuda los rasgos auténticos o imaginarios de un mundo donde el continentalismo se refugia en esa recurrencia de la identidad. La riqueza del lenguaje, la elegancia del estilo, sin ocultar la valoración existencial ni el flujo de la anécdota, capta las alternativas o los vaivenes de un universo secular que, en el decurso del tiempo (o a pesar de él), sigue con su bagaje de misterio, hábitos y usos. El premio Nacional fue justo reconocimiento, la tarea de María Granata, empero, no se ha limitado a la poesía y la narrativa mayores. Ha escrito, además, para los niños y adolescentes, una rama de las letras de sumo riesgo en la que sobresalieron otros grandes escritores. Desde luego, no desconocemos el persistente deportismo de algunos que, entre la tipografía atractiva y el visualismo lineal, han logrado (¿o no?) hacer de esa digresión casi un género en el mercado de la literatura. Granata, en cambio, ha dado a sus obras un rico contenido histórico y ejemplar que reconforta en medio de la crisis del alma nacional.
Retomemos, finalmente, la rutina curricular. Poeta y narradora, como decimos, ha cumplido, también, con el periodismo y la cátedra. Colaboró en la mayoría de los diarios y revistas del país y del exterior. Figura en las antologías estimables, entre ellas las que recopilaron David Martínez, Miguel Brascó, Antonio Monti, Fermín Chávez, Guillermo Ara, José Isaacson y Luis Soler Cañas.
Cálida y cordial, desde que abandonó su aparente exilio provinciano sostenido entre cielo abierto, huertas y pájaros y el silbido de los trenes, es una asidua concurrente a los encuentros donde la amistad y la palabra sostienen una época que se derrumba entre la melancolía y el desencanto. María Granata es una de las figuras trascendentes de nuestra literatura y un espejo en el que debieran mirarse quienes, en el laberinto de la vida, suenan y crean con Infatigable aliento en pos de ese realismo mágico que es la palabra.

Nunca pensé que en esta sección escribiría alguna vez acerca de Jorge Bernardo Rivera (1935-2004). Más bien estaba pensando, desde que comencé a colaborar con la revista, en pedirle alguna nota acerca de los numerosos temas que había estudiado a lo largo de su extensa y constante labor y que cubrían aspectos tan variados de la cultura nacional.
Nos habíamos conocido en 1957, cuando por intermedio de Ricardo Oliver -luego se convertiría en su cuñado- vino a unas reuniones que improvisábamos para preparar el ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, ya que la dictadura implantada dos años antes nos sometería a un examen de "cultura general" para admitirnos.
En ese primer contacto, me asombró que alguien apenas unos años mayor, tuviera un bagaje de lecturas tan variado y tan meditado, desde los clásicos grecolatinos hasta los escritores del siglo XX. Pero mi asombro no se detendría ahí, en lo más mínimo. Rivera decidió finalmente no dar su examen de ingreso, seguro porque era un autodidacta convencido y el estudio sistemático, pero impuesto desde afuera, debía resultarle inadecuado.
Nos uniría, sin embargo, otra pasión, la de la poesía, e intercambiamos manuscritos, aunque también descubrí entonces que Jorge había participado en una Antología de los poetas Madí, en 1956, y la vigencia que seguían teniendo ciertos movimientos de vanguardia (yo andaba con mi Vicente Huidobro bajo el brazo, como un gran descubrimiento y como una defensa contra ciertos poetas sociales en busca de consignas, con los cuales había colisionado recientemente en un bar de Callao casi Rivadavia).
Comencé a visitarlo en su oficina del Ministerio de Obras Públicas, a iniciar allí conversaciones que seguían luego en el bar Los Galgos de Lavalle y Callao, alentadas por el es-pesor y las alas de la ginebra, y que solían terminar en cualquier otro boliche entre Once, cerca de donde yo vivía, y Flores, donde habitaba con sus padres. A algunas reuniones se sumó poco después Alejandro Vignati, víctima de cirrosis hace ya veinte años, y en un cruce que me costaría reconstruir en detalle, otros dos poetas cercanos al comunismo: Susana Thenon y Juan Carlos Martelli.
Ese cuarteto al parecer disonante, en varios aspectos, pero reunido por los energéticos vientos de la década del 60, elaboró una hoja plegada de ambos lados y que doblábamos manualmente: Aguaviva. Apenas cuatro números, pero algunos historiadores la mencionan como una resonancia local de la beat generation y, de hecho, establecimos en aquellos momentos cierta comunicación con Allan Guinsberg y con Gregory Corso. Un poco después, en otra insólita coalición con Luisa Futuransky y René Palacios More, imprimimos un Boletín de poesía hoy que no superó los dos números. Mientras tanto, colaboramos en otras publicaciones similares y me enteré de que ese mismo ex madista estaba preparando, con tenacidad y erudición, una Antología de la poesía gauchesca menos conocida y que al fin publicaría Jorge Alvarez, en 1968.
Esa facilidad para desplazarse entre los extremos, de encontrar nexos entre la innovación y la tradición, de echar por tierra con las barreras preconcebidas entre lo supuestamente culto y lo popular, debió de abrirme un panorama inusitado, del cual no me hablaban en las clases de la Facultad. Y que aproveché de inmediato en un artículo donde sometí a los llamados poetas de la "generación del 40" a un careo sin anestesia con la poesía - escrita o cantada- de Homero Manzi.
Ya por entonces Rivera transitaba hacia un lenguaje poético más coloquial, el de Poemas vecinos (1957), que se agudizaría con La explosión del sueño (1960) y con Beneficio de inventario (1963). Editamos ambos en la colección de Nueva Expresión y eso ya sucedía en medio del debate político con liberales, comunistas, trotskistas o el MALENA de Ismael Viñas, y en búsqueda de una identidad nacional-popular que nos ayudaron a encontrar, simultáneamente, el peronismo y lecturas de Antonio Gramsci.
La revalidación de lo popular y sus secretos intercambios con lo que otros aislaban en el depósito de lo "culto", nos llevó a trabajar en distintas colecciones y fascículos del Centro Editor de América Latina. Allí conocimos a Aníbal Ford, ampliamos la discusión y emprendimos ensayos solos o en colaboración que nos tendrían ocupados, junto con la militancia político-cultural, durante la década de 1970. Por ejemplo, dictando en yunta Literatura Argentina, en la Facultad intervenida por el triunfo electoral de 1973, e inmediatamente después Proyectos político-culturales en la Argentina, que era obligatoria para alumnos de varias carreras y que fue "desaparecida" cuando sobrevino el golpe militar de 1976 y nunca retornó.
Entre esas fechas y 1986, cuando preparamos el volumen Claves del periodismo argentino actual (Tarso), trabajamos seguido en colaboración, con un método muy sencillo: nos dividíamos el campo que abarcaría cada uno y al cabo nos reuníamos para ensamblar las dos partes, que solían acoplarse con una facilidad sorprendente. Buena parte de esa producción, y de las comunicaciones que leíamos y comentábamos en las reparadoras reuniones de ASAIC, que nos permitían (junto a Oscar Steimberg, Oscar Traversa, Heriberto Muraro, etc.) conservar una llama encendida en tiempos difíciles, de persecuciones y secuestros, de trabajos semiclandestinos.
Toda esa labor desembocó en un libro conjunto, de los dos y Aníbal Ford, que titulamos Medios de comunicación y cultura popular (Legasa, 1983).
A partir del 83, contribuimos a la organización de la carrera de Comunicación, donde Rivera ocupó la cátedra de Historia de los medios mientras yo me dedicaba a pelear un lugar en Filosofía y Letras, aunque a sugerencias de un sector (peronista) del estudiantado, también me hice cargo del Seminario de cultura popular y cultura de masas desde 1989. Con los materiales organizados para dictar su cátedra, Rivera gestó algunos de los libros que vendrían a completar su extensa bibliografía, dispersa en gran medida por la prensa periódica (La Opinión, Noticias, Clarín, Tiempo Argentino, Los libros, Crisis), por numerosas revistas, nacionales y del extranjero, que tenemos la obligación -intelectual y moral- de reunir.
Uno de esos libros fundamentales fue La investigación en comunicación social en la Argentina (Perú, DESCO-ASAICC, 1986) que reeditó Puntosur un año después. A la síntesis introductoria, que fundamenta las varias vertientes que convergieron para el surgimiento de los estudios culturales en el país, le sigue una Bibliografía rigurosamente anotada que resultará siempre de consulta indispensable al respecto.
Otro, tal vez más deslumbrante por el acopio de erudición en distintos frentes y niveles, lo tituló Postales electrónicas. Ensayos sobre medios, cultura y sociedad (Puntosur, 1994). Sus materiales provenían de colaboraciones periodísticas que se iniciaron en Clarín(1990-1991), pero cuando la conducción del suplemento Cultura y Nación decidió adoptar un sesgo más light (superficial), acorde con el auge neoliberal, prosiguieron en El País de Montevideo (1991-1993) y a Rivera le gustaba decir que se había convertido en un periodista uruguayo (país en el cual había cursado su enseñanza media).
Imágenes, Máquinas, Ciudades, Escrituras, Lecturas, son las cinco partes en que agrupó una suculenta información acerca de una etapa paleotecnológica y otra signada por la presencia de microordenadores, rayos láser, cohetería interplanetaria, comunicación satelital, imágenes holográficas, videojuegos, computadoras, televisión por cable...
Entre ambas traza secuencias originales de intercomunicación y despliega, al pasar, manojos de datos acerca de los orígenes y trayectoria del cine, la radiotelefonía, los héroes mediáticos, la literatura policial y otros tantos patrimonios culturales de las más diversas procedencias que Rivera conocía e integraba con particular fluidez.
De 1995 data El periodismo cultural (Paidós), que provee de un abundante material didáctico a quienes quieran asomarse a tales prácticas discursivas. Si comienza por definir allí lo que es el periodismo en relación con la cultura, sigue por caminos tan diversos como los géneros de las publicaciones periódicas, su historia -suscinta pero imprescindible-, la condición del periodista profesional y hasta un manual de estilo para la escritura de notas e inclusive guiones radiales y televisivos. Cierran el volumen, que tiene verdaderas características de manual polivalente, cincuenta páginas de testimonios y experiencias concretas.
Todo ese precioso legado de erudición y de trabajo diseminado por sus libros, de los cuales me he limitado a citar algunos, le asegura a Rivera, creo, una vigencia entre las jóvenes generaciones de lectores y estudiosos que excede los términos de este recuerdo personal y una merecida permanencia en la memoria cultural argentina.