Economia

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EL FLAGELO DE LAS RETENCIONES

Frente al feroz estallido social y económico del 2001/02, resultaba inevitable que se aplicaran medidas político-económicas excepcionales, ya que la crisis se presentaba también excepcionalmente grave, como de hecho lo fue.

La debacle del “modelo de convertibilidad” instaurado durante los ´90”- fue, en esencia, consecuencia directa del mantenimiento de un tipo de cambio fijo por Ley (1peso = 1 dólar), sostenido artificialmente, primero con fondos fruto de las “privatizaciones”, y luego con sobre endeudamiento publico -sin que hubiere suficiente capacidad de pago-; con el fin de cubrir un déficit fiscal crónico derivado de un gasto publico creciente. Resultaba claro que para desarmar semejante laberinto, ya sin capacidad de financiamiento y en pleno colapso, era necesario realizar cirugía mayor. Cirugía que efectivamente se llevo a cabo, con premura y “sin anestesia”, como muchas veces ocurre en los mismísimos campos de combate, donde se hace necesario amputar uno o más miembros del cuerpo humano en forma traumática para preservar la vida.

De esta forma, y a grandes rasgos, se consumó un cuantioso Default de deuda externa e interna –el mayor de la Historia del Mundo-, se realizó una devaluación de más del 200%, se pesificó la mayor parte de los pasivos en moneda extranjera, y se promulgó la Ley de Emergencia Económica; curiosamente aun vigente.

En tal escenario y desde el punto exclusivamente económico era claro que para compensar desequilibrios, entre otras medidas, las autoridades emergentes en la crisis recurrirían a un viejo, conocido y muy discutido instrumento de la economía argentina: las retenciones o derechos de exportación, que no son mas que un arancel aduanero que se aplica sobre el precio de las exportaciones reduciendo el valor efectivo que finalmente cobra el exportador/productor.

 

ANTECEDENTES.

Las “retenciones” a las exportaciones, podrían calificarse a esta altura de los hechos casi como un “clásico argentino” ya que las mismas se aplicaron en el País -bajo diferentes formatos- desde la segunda mitad del Siglo XIX, y prácticamente fueron utilizadas en casi todos los gobiernos desde aquella época; y como vemos aun hoy se mantienen.

Durante los últimos 60 años, las retenciones se aplicaron casi siempre con algunas interrupciones, con extremos de altísimos guarismos de “retención” durante el último Gobierno de Juan/Isabel Perón de los años ’70 y del radicalismo alfonsinista de los ‘80; y con alícuotas de “cero retención” durante la primera parte del militarismo procesista del ’76 y durante todo el gobierno peronista de Menem de los ’90 (aunque en éstos dos últimos casos la sobre valuación del peso terminaba asimismo afectando el tipo de cambio real percibido por la exportación).

Esta claro que resultaría tan simplista como equivocado asociar la aplicación, o la no aplicación de las retenciones a las exportaciones, con el “éxito” o el “fracaso” de un determinado modelo económico. De hecho –y para nuestro pesar- y sin pretender juzgar la gestión de la actual administración, desde que tenemos memoria no ha existido en la Argentina “modelo” alguno que haya resultado plenamente exitoso en materia económica, y las retenciones se aplicaron y se eliminaron sistemáticamente desde las más variadas ópticas ideológicas.

 

INTERROGANTES.

La pregunta que deberíamos hacernos hoy, no es si las retenciones son “buenas” o “malas” como instrumento, sino para qué “sirven” si es que sirven; y porqué motivo las economías de los países desarrollados y la gran mayoría de los países emergentes mas avanzados ya no las utilizan. Puesto que a decir verdad las retenciones aparecen, hoy en el Mundo, en franco retroceso.

Estos interrogantes merecen respuestas objetivas y desapasionadas, única forma de comprender las eventuales “bondades” del instrumento “retencionario” y los perjuicios que su aplicación, en forma estructural, ocasiona a una economía que pretende desarrollarse en forma plena e insertarse en un mundo cada vez más demandante de materias primas y principalmente de agroalimentos con valor agregado; recursos éstos que nuestro país puede ofrecer en abundancia y que a la vez permitirían obtener vitales recursos económicos genuinos para el desarrollo.

El inevitable resurgimiento de los derechos de exportación (retenciones) en el 2002, cumplía sin ninguna duda una función compensadora frente a una profunda crisis fiscal (de escasez de recursos), y de amortiguador de precios internos (fundamentalmente de energéticos y alimentos) dada la mega devaluación que había tenido lugar.
Prácticamente se aplicaron retenciones a todos los rubros exportables, a los industriales (con alícuotas muy bajas de no mas del 5%), y a los productos agropecuarios con tasas de retenciones que llegaban al 23,5% para el grano de soja. Alícuotas que parecían aceptables dadas las circunstancia del momento.

Entonces, y frente a la promesa de que la medida sería “transitoria”, el campo acató las retenciones sin reclamo alguno, asumiendo una vez más un posicionamiento francamente solidario, dado el tremendo caos socioeconómico en que se encontraba la Republica. De hecho, el sector granario –mayormente exportador- se había visto “beneficiado” con la suba en pesos -de los cereales y oleaginosos- fruto de la devaluación, subas que habían permitido licuar viejos pasivos, y que con la cosecha en plena evolución, auguraba muy buenos márgenes por hectárea, resultado que finalmente se dio en la cosechas del 2002 hasta el 2004; hasta la caída de los precios de los granos ocurridos en las campañas agrícolas 2005 y 2006.

Hoy se estima que desde 2002 hasta 2007, el campo aportó a las arcas del Estado, en concepto de retenciones, una cifra cercana a los 40 mil millones de dólares. Durante dicho lapso (2002-07) y tras la exitosa negociación de la mayor parte de la deuda pública defaulteada, el País fue protagonista de una fenomenal recuperación económica que permitió duplicar el producto bruto interno, bajar las tasas de desempleo, duplicar las exportaciones, aumentar en forma notable la recaudación fiscal y lograr los vitales superávit “gemelos”, el fiscal y el comercial.

De esta manera, la participación del “componente” retenciones agropecuarias, que en 2002 configuraban cerca de un 25% del presupuesto nacional, hacia 2006 pasaron a representar apenas un 6% del mismo. Este era el momento ideal para iniciar un camino de reducción de las mismas (retenciones), junto con el diseño de una política sectorial agropecuaria, específica, que estimulara la productividad principalmente del sector cárnico y el sector lechero, cuya producción se destina mayormente al mercado interno.

Pero es a partir de la renuncia del Ministro Roberto Lavagna, que la política económica inicia una etapa de marcada profundización de la aplicación de subsidios cruzados y transferencias intersectoriales con la base en un tipo de cambio relativamente “alto” con el fin de mantener la “competitividad” de la economía.

La nueva etapa altamente fiscalista-subsidiaria y “retención dependiente” incluye el mantenimiento de los controles de precios en los servicios públicos y se inician controles sobre diversos rubros del sector agroalimentario, llegándose a prohibir y/o regular la exportación de carnes, trigo, maíz y productos lácteos con el pretendido fin de “asegurar” el abastecimiento interno y “evitar” la suba de precios.

 

RESULTADOS.

Los hechos han demostrado que con la actual política económica (de nítido tono “neokeynesiano”, que básicamente apunta a estimular el consumo con la “monetización” como locomotora), se ha perjudicado a la vital contraparte productiva, afectando de lleno a algunas actividades del sector agroalimentario, paradójicamente destinadas al consumo interno.

Comprobamos hoy que a pesar que, de la mano de la excepcional recuperación de los precios internacionales de los granos, se aumentó la producción de productos cuyo principal destino es la exportación (como el maíz y la soja); el trigo, la carne y la leche -cuya producción aun se destina mayormente al consumo doméstico-, se encuentran bajo un constante hostigamiento oficial que ya afecta y compromete el futuro de las actividades.

El trigo –cuyo producido actual se reparte igualmente entre consumo interno y exportación- esta sometido no solo al castigo de fuertes retenciones y controles sobre los precios, sino también a regulaciones y controles que frenan la exportación, llegando hoy al extremo de que los productores dudan sobre si bajarán el nivel tecnológico del cultivo (afectando los rindes) hasta el extremo de no sembrar el vital cereal. Algo increíble que ocurra en un país como la Argentina.

La producción de carne vacuna sufre las consecuencias de un “fuego cruzado” entre la actividad agrícola más “rentable” (que desplaza a la ganadería fuera de los suelos mas fértiles llevando la actividad a zonas difíciles, donde es necesaria la tecnificación y la inversión) y los controles y presiones gubernamentales sobre los ganaderos y toda la cadena productiva.

La producción láctea también esta fuertemente castigada, ya que –al fijarse un precio máximo para el mercado interno- esta en los hechos bajo los efectos de una retención de más del 50%, respecto de los excepcionales precios de los lácteos en el mercado internacional.

Si bien la suba de los precios de los agroalimentos es estructural y “global”, y afecta a todo el Mundo; en Argentina aun los productos que están “bajo control” se encuentran hoy inmersos en una alarmante carrera inflacionaria, y al mismo tiempo se observan principios de escasez esporádica (por caída en la producción), mayormente en productos lácteos y carne vacuna, que obviamente impacta en los precios al consumidor mas allá de los controles oficiales.

Por caso, vale notar que la actividad ganadera de carne, con una política de controles y falta de apoyos concretos, alcanzó en el ultimo año el mayor porcentaje de liquidación de vientres de las ultimas décadas, y que la Argentina -que antes peleaba los primeros puestos como exportador de carnes vacunas de excelente calidad con Australia y Nueva Zelanda-, ha sido desplazada de los mercados en volúmenes exportados, y relegada por Brasil (hoy primer exportador) y por Uruguay.

Llama la atención por otra parte, que un territorio tan rico en recursos del agro, que a los ojos del Mundo no debería tener problemas alimentarios, puede aparecer hoy como cualquier otro país pobre que no cuenta con recursos propios, con problemas de provisión y abastecimiento y “debiendo” recurrir a controles, retenciones y cupos para “no quedarse sin comida”. De hecho es sabido que el país produce hoy alimentos para unas 300 millones personas.

 

LA PROTESTA.

La fuerte reacción del Campo -frente al nuevo y sorpresivo incremento de las retenciones a las exportaciones-, que se plasmó en la mayor y más contundente protesta que el sector haya realizado alguna vez –con semanas de paro comercial con bloqueo de rutas y múltiples asambleas a lo largo del territorio nacional- , encuentra explicación en dos contundentes razones:

1.- La extemporaneidad de la medida, instalada justo después de la realización de ExpoAGRO, la clásica megamuestra del sector; espacio donde se tranzan decenas de millones de pesos en nuevas inversiones en maquinaria e insumos para la próxima campaña (reinversión)-. Asimismo la fuerte suba de las alícuotas “retencionarias” se consumó pocos días antes del inicio masivo de la nueva cosecha de granos gruesos. Es decir, cayó muy mal en el sector la aplicación imprevista de una exacción adicional con “la cosecha en la mano”, lo que rompe las “reglas de juego”, las que deben primar en toda actividad de un país que pretende ser previsible y que estimula las actividades productivas básicas.

2.- La exagerada alícuota –que para el cultivo emblemático “soja” se elevó del 35% al 44,5%- con carácter “móvil” para el poroto de soja. La medida afecta a la soja, sus derivados y demás granos (incluidos girasol, trigo y maíz) con una alícuota creciente en caso que los precios de los productos suban más en los mercados internacionales, y con una tasa decreciente para la eventual “baja” de precios.


El nuevo esquema “móvil” es aun hoy fuertemente rechazado por los productores, ya que además de instalar una desmesurada quita sobre los precios de exportación, altera las operaciones de los mercados a término y de opciones, herramienta comercial que permite a los productores y a los compradores establecer precios de referencia y precios efectivos para operaciones a futuro y, de esa manera, poder planificar, programar la actividad y sus eventuales resultados y las futuras inversiones.

 

IMPACTO.

Para tener una idea de la dimensión de la carga, se comprueba (SEA Consultores) que, con el actual esquema de retenciones vigentes (en zonas periféricas, no núcleo), por cada 1 dólar que “gana” el productor con un cultivo de soja (con rindes promedio y costos promedio), por retenciones y demás impuestos el Estado se lleva u$s 3,3, es decir que el Gobierno cobra el 76% de impuesto sobre la actividad.

Para el maíz, por cada 1 dólar que “gana” el productor, el Estado se lleva el 70% del ingreso bruto; y para Trigo/Soja (doble cultivo en una estación) el Estado se lleva 3 dólares por cada dólar que “gana” el chacarero, un 75% de impuestos. A todas luces no hay otra actividad en la economía argentina actual que deba pagar semejante carga tributaria.

Mas allá del hecho de que en ningún país comparable con la Argentina por sus recursos y posibilidades se aplican impuestos a las exportaciones (no las usa Brasil, ni Uruguay, ni Paraguay, ni Chile y mas bien la tendencia mundial ha sido a dejarlas en desuso en los casos que se aplicaron).

El principal error conceptual de la medida es suponer que todos los productores “ganan”; y eventualmente, estimar que todos ganan lo mismo. La realidad es que cada productor es un caso de ganancia o pérdida diferente, según sus costos en insumos y labores, su escala, su nivel de producción y su distancia al mercado. Bien se dice que en el negocio agropecuario (como en todas las demás actividades económicas) existen tantos resultados como operadores hay en el sistema. Es decir que no todos los productores “ganan” igual y algunos también pierden.

Cabe señalar aquí que la escala de producción, esta determinada básicamente por la superficie de tierra que se trabaja. Las retenciones masivas generalizadas tal cual se aplican hoy, expropian “renta presunta” asumiendo “ganancias iguales” para todo el espectro de 400 mil productores que, se estima, existen hoy en el país. En este escenario los que mas sufren son los productores mas pequeños, que como sabemos son el 80% de la población productiva del sector. De ahí la contundente y masiva reacción del campo. Es asi que podemos afirmar que, en los actuales niveles, las retenciones al sector agropecuario configuran un impuesto aberrante, distorsivo y discriminatorio.La discusión que debería plantear el agro aquí, es que el impuesto a la renta debe aplicarse sobre ganancias efectivas después de la deducción de costos en cada caso en particular, teniendo en cuenta que éstas gabela, de acuerdo a la Constitución, no puede exceder el 33% de la ganancia. Resulta obvio que para implementar ésta propuesta se debería actualizar un empadronamiento de productores que son “sujeto” de pagar el Impuesto a las ganancias.

 

OTROS RIESGOS.

Por otra parte, resulta oportuno recordar que la actividad agrícola es de alto riesgo. Aunque en rigor, las siembras se desarrollan hoy en un marco de notable certeza técnica; también se desenvuelven en un marco de azaroso riesgo climático y de mercados. Y agreguemos a ésta altura –con semejante toqueteo permanente de la comercialización, por parte del Gobierno- también se ejecutan con una marcada y letal incertidumbre económica. Los productores en principio de campaña sembraron y arriesgaron con determinadas reglas juego. Si hubiere una "ganancia extra", la misma debe considerarse un premio a quien invierte y corre riesgos.

Recordemos que el Estado, que cobra retenciones en la salida de puertos exportadores, nada arriesga, y se acerca al productor solamente al momento de vender la cosecha; habiéndose cambiado las reglas de juego dos veces de Noviembre a la fecha, subiendo las retenciones (soja) del 27,5 al 45%, en dos etapas; también con otros valores aumentados para los demás rubros del sector.

No hay Modelo en el Mundo desarrollado que haya tenido éxito esquilmando al sector rural. El desarrollo de las potencialidades que ofrecen las enormes ventajas competitivas del país en materia agroalimentaria, deberían servir de trampolín para impulsar un planteo genuino de desarrollo paralelo del sector servicios y del sector industrial, sin ningún tipo de discriminación al campo y estimulando a los productores de bienes básicos no solo para abastecer plenamente el mercado interno, sino también lograr crecientes volúmenes exportables.

 

5 de Mayo de 2008.

El conflicto “campesino” como audazmente lo llamara Castells, presenta versiones distintas según los intereses que convergen en el. Gonzáles Delparral hace una ajustada aunque somera descripción del historial de las retenciones en la Argentina, donde la ventaja competitiva de un sector –como en cualquier otro país en proceso de desarrollo capitalista- termina sosteniendo estructuralmente la economía nacional. Por cierto que en la “segunda mitad del S. XIX” y bien entrado el XX los sectores beneficiados no constituían todo el país sino una parte exigua de el, la oligarquía agrícola-ganadera con fuertes lazos –no solo económicos- en el exterior. Fueron las reservas provenientes de la exportación agro-ganadera los que posibilitaron en los 40 y 50 del siglo pasado la modernización de la Argentina y la ruptura del modelo de Nación formalmente independiente y económicamente subordinada. No es menos cierto que la crisis –real e inducida en el sector- aceleró el final de aquel proceso.

Por otra parte el vínculo Retenciones/Modelo Económico, en el cual aquellas son una variable subordinada del segundo, se califica por el éxito de este, el que a su vez depende de variables externas no precisamente subordinadas.
La Ausencia de un Proyecto Nacional arruina toda viabilidad de modelo económico que no sea la conocida transferencia de ingresos entre sectores – de los que tienen menos a los que tienen más- como ha venido sucediendo sin interrupción en, prácticamente, los últimos sesenta años. La ruptura de las “reglas de juego” por parte del Gobierno (suponiendo que alguna vez hayan existido) se potencia por la improvisación y la metodología de almacenero del ex -Presidente Néstor Kirchner quien como el murciélago es casi ciego y se “orienta” a los gritos. No hay Plan, no hay planificación, no hay marcos reguladores consistentes y previsibles. En definitiva como los actores de una “rascada” teatral todos –Gobierno y “campo”- improvisan sobre un libreto malo y espontaneo ajustado a las necesidades del momento. El problema es que esto no termina con un aplauso. No cabe la menor duda que el que mas gana es el que más debe tributar dentro del límite compatible con la reinversion y el crecimiento. Como lograrlo con gobiernos sucesivos que son una versión mejorada y subtropical de los “gangs” de Chicago de la década del 30? Con gobiernos que incentivaron e incentivan la fuga de capitales? con la ausencia de una clase política capaz de timonear la Nación? Con corporaciones –todas hijas del capitalismo dependiente- cortesanas del Estado y mordiéndose como perros debajo de la mesa? La crisis gubernamental habla por si sola: La incapacidad para torcer su propio rumbo nos habla del riesgo a que estamos sometidos. A su vez, los muchachos del “campo” que se acordaron tarde de la Nación, creyendo que esta se construye sola, encabezan un reclamo que los excede largamente sin la participación de los otros sectores políticos y económicos (gobernadores, intendentes, industriales, sectores de servicios, sindicatos). Obviamente se requiere un Pacto Social como parte de un Plan Nacional, a su vez diseño operativo de un Modelo que se articule sobre las posibilidades y necesidades nacionales, es decir un Modelo Argentino. El drama es que los “actores sociales” que debieran comprometerse y ejecutarlo se hallan profundamente deslegitimados ante sus representados. Dicho de otra forma, hay que empezar de abajo, convencer al pueblo acerca de los métodos y objetivos mientras se toman medidas de emergencia. Caso contrario la actual contienda, resulte como resulte, carece de futuro político. Y asistiremos a otra versión nacional del apotegma de Bolingbroke: “Los grandes desastres se solucionan con grandes calamidades”

d. a.


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MEDIOAMBIENTE Y PRENSA: ¿Decimos lo que quieren escuchar o lo que tenemos que decir?

MEDIOAMBIENTE Y PRENSA ¿Decimos lo que quieren escuchar o lo que tenemos que decir?

por Claudio Bertonatti (*)

Con frecuencia, los problemas ambientales tienden a ser presentados públicamente con un estilo simplista, cuando no, pueril. Desde los medios, se tiende a identificar a "los malos de la película" y es ahí cuando también se buscan "actores" que puedan representar el papel de "los buenos" o "justicieros". Por supuesto, no falta quien -de uno y otro ladose presta a desempeñar ese "papel". Porque, como decía Atahualpa Yupanqui, "están los que cantan para la tradición y los que cantan para el micrófono". También, es real que existe una presión periodística para que el entrevistado de turno diga lo que el público quiere escuchar (o consumir) y no lo que tiene -técnica y moralmente- que decir, que no siempre es espectacular, sencillo o efectista, por más metáforas que uno quiera buscar.

El camino hacia la búsqueda de la verdad o de la justicia está minado de obstáculos. En realidad, está minado (que ya mucho decir).

Minado, porque nada es más fácil que buscar los "blancos" y los "negros", dejando de lado la amplia gama de "grises". Es ahí cuando el que obra con franqueza pisa la mina y desaparece de escena, para dar lugar a quien pueda ocupar el anhelado nicho "amarillista". Sin duda, parte de esta situación se nutre en la ingenuidad con que muchos consideran a los grandes medios de comunicación, como si fueran instituciones imparciales, paradigmáticas en la búsqueda de la verdad y casi científicas, perdiendo de vista que en la enorme mayoría de los casos se trata de empresas, que tienen su poco ingenua carga de intereses políticos y económicos en juego. Intereses que justamente suelen interferir con un análisis objetivo para presentar la realidad, porque -es sabido- una empresa se monta para obtener dinero, no verdades.

Un ejemplo de esto lo he observado en la posición de algunos "ecologistas" ante el tráfico de fauna, cuando se manifiestan en contra de todo tipo de comercio, sea legal o ilegal, sustentable o irracional, igualándolos a todos y esgrimiendo sólo argumentos sensibleros, desnutridos de la realidad social por la que atraviesa dramáticamente mucha gente y restringiendo la aplicación del "uso sustentable" sólo a la teoría. Es que cuando llega el turno de dar impulso a proyectos, que implican aceptar y apoya la caza, la pesca, la deforestación o recolección racional y controlada de una especie, se oponen, porque -en el fondo- son fundamentalistas y les preocupa más el sufrimiento de los "pobres animalitos" que el de la gente. Por eso, no es raro hallar "ecologistas" bastante insensibles ante los dramas humanos. Parecieran no comprender que no es posible conservar la naturaleza sin justicia social. Y que de la pobreza sólo se sale con desarrollo, y que cualquier desarrollo implica generar impactos ambientales. El tema es generar sólo los necesarios, del menor modo posible y compensándolos con otras medidas que equiparen los daños con beneficios concretos para los recursos naturales.

Aspiro a que estos comentarios no sean percibidos como una crítica insinuada. Porque es un ataque. Y un ataque que no está destinado sólo a los periodistas amarillistas o a los medios que los contratan, sino, especialmente, a mis colegas, los que "cantan para el micrófono" y a los que en su anhelo vedetista terminan "enfermos de importancia". Se olvidan (si la tuvieron) de la motivación original por la cual se enrolaron en la causa ambiental, porque dedican demasiado tiempo y esfuerzo a sí mismos. La verdad es que lo siento mucho. Pido disculpas por personalizar tanto esta nota, pero me sentiría un poco cobarde decir esto usando otra persona gramatical.

Luego de regar la pólvora, me interesa encender el fósforo. Los verdaderos "héroes" del ambientalismo, en realidad, debemos buscarlos en las filas "enemigas". Entre los industriales que necesitan producir y lo hacen con el menor impacto ambiental; entre los comerciantes de fauna, cazadores o pescadores que se mantienen al margen de la ilegalidad; entre los funcionarios públicos honestos rodeados de corrupción; o entre los periodistas serios que trabajan rodeados de los que buscan "sangre". Porque son ellos los que superan el "no podemos", "no sabemos", "veremos qué podemos hacer" o el "habrá que ver". Desde el lado de las ONGs tampoco es fácil hacer las cosas bien, pero creo que menos difícil que en los casos anteriores, donde el reconocimiento suele ser más mezquino. A veces, parece-mos lo que el Dr. Enrique Richard suele llamar la "Sociedad de los aplausos mutuos", refiriéndose a las instituciones ambientalistas que entregan premios a sus pares o que organizan reuniones y congresos para aplaudirse luego de cada presentación. Tiene mucha razón.

La verdad es que no hay una sola manera de ver un conflicto ambiental y distintas miradas, desde distintos sectores, contribuyen a armar el rompecabezas. Por lo tanto, la construcción de una solución debe contar con una participación multisectorial. Si aceptamos la necesidad de escuchar a todos los protagonistas, los que están de uno y otro lado del problema tendríamos una idea bastante aproximada y más objetiva sobre el conjunto de hechos y circunstancias que dan fopensamiento y actitud intransigentes. Eso está claro. Pero es en esos momentos cuando habrá que reconocer a los que trabajan "por el oro" (buscando socios o fondos), "por el bronce" (satisfaciendo su orgullo) o por la causa ambiental, que es el lugar de menor "lucimiento" y "rentabilidad" para los "enfermos de importancia".

No quiero terminar esto sin ratificar mi convicción en la necesidad de contar con lo que podríamos denominar "una defensa inteligente". No quisiera que se entienda que la inteligencia es una expresión pedante, sino anhelada. Y lo ratifico porque me consta que ha dado muy buenos resultados para la conservación de la naturaleza. En particular, para aquellos casos "terminales", como lo parecía aquel protagonizado por dos gasoductos que atravesaron el noroeste de la Argentina hace no mucho tiempo atrás. Cuando ya no había más espacio (o dinero) para pagar solicitadas o avisos "ecologistas", cuando ya se habían agotado las instancias legales y cuando la fiebre mediática dejó lugar a la temperatura normal que auspicia a la indiferencia, bien podría haber llegado el olvido para buscar nuevos conflictos y repetir el esquema, pero una negociación honesta por parte de una empresa y una ONG permitieron ir más allá de lo que la ley había pautado. Así, se logró que uno de los gasoductos invirtiera en arrimar gas a varias localidades jujeñas que no disponían de este recurso, que se compraran cerca de 20.000 ha. para crear dos áreas naturales protegidas en Salta (una a cargo de la Administración de Parques Nacionales y otra a cargo del Estado provincial), que se fortalecieran otras áreas protegidas olvidadas y que se financiaran durante varios años unos cuantos proyectos de uso sustentable y conservación para beneficiar a la biodiversidad y a la gente, entre otras cosas. No es poco. Porque si todos los proyectos de desarrollo o de infraestructura hubieran dejado o dejaran este tipo de "compensaciones" (término que algunos de mis colegas rechazan) nuestro país, sin duda, sería otro. Este criterio de gestión no es comparable con la venta de indulgencias papales ni con un "cambio de figuritas" para permitir cualquier tipo de proyectos a cambio de "compensaciones". Pero sería necio -una vez perdida la batalla- no buscar la adopción de medidas ambientalmente positivas para contrarrestar los impactos negativos de un proyecto.

Los conflictos ambientales son de una complejidad enorme, con desafíos que no podemos resolver sólo desde las ONGs. Además, pensemos que no es inusual que adolezcamos de lo que llamo el "Síndrome de la sociedad zoológica", cuando terminamos más preocupados por la fauna que por la gente. Por esta razón, debemos tener una aptitud y actitud predispuesta a buscar soluciones realistas, sin traicionar los ideales, ni manteniendo posturas fundamentalistas, reservándonos el enfrentamiento cuando ya no hay espacio para construir soluciones consensuadas. Porque el paradigma de alcanzar un desarrollo socialmente equitativo, económicamente viable y ecológicamente sustentable requiere de personas, recursos y acciones coordinadas y complementarias de los tres sectores de la sociedad. Lógicamente, se necesita de un Estado, de empresas y ONGs competentes, sólidas técnica y éticamente. Porque si el Estado no ejerce su criterio rector hará un mal gobierno. Si la empresa no busca compatibilizar el aumento de su rentabilidad con la sustentabilidad ambiental perderá liderazgo y deteriorará su nivel de competitividad en el mercado. Y si las ONGs no obran con la consigna de resolver los problemas de fondo perderán su capital más importante: la credibilidad. Está claro que ese no es el camino.

Creo que este panorama guarda una estrecha relación con nuestra capacidad (o incapacidad) para superar la crisis ambiental, que es una parte de la gran crisis nacional. Nos preocupamos mucho de la tasa de "riesgo país" asociada a la visión de nuestros acreedores sobre la posibilidad de pago que tenemos para afrontar los intereses de nuestra deuda externa. Pero no es profunda la preocupación del "riesgo país" en lo educativo, en lo científico, en lo cultural y en lo ambiental. Pareciera que, ni siquiera, en lo social. Sí, en lo económico. Esto habla de la necesidad de trabajar intensamente en abordar los temas ambientales con el nivel de seriedad y profundidad que merecen, para que conozcamos el diagnóstico y podamos aplicar un buen tratamiento para nuestros males.

Por último, todo indica que si el país no está peor es por muchos de nuestros compatriotas. A la Argentina la salvan las pasiones personales, porque detrás de todo proyecto que funciona, que genera resultados positivos para la conservación del patrimonio nacional (cultural o natural) hay una persona movida por su vocación y pasión. En un país serio, sabemos que las iniciativas no funcionan así, de abajo para arriba. Más bien, al revés. El Estado dicta directivas para que cada una de sus instituciones impulse una visión del país que proyecta ser. Desafortunadamente, nuestro país es desdichado. Hace rato que no vemos tal visión. Hemos tenido un talento descomunal para hundir un país como este. Pero nos queda cierta esperanza de verlo resucitar. Lógicamente, no hay que esperar milagros. Sí, en cambio que esas personas apasionadas, con conocimientos, vocación y honestidad puedan alcanzar no sólo el micrófono para decir lo que tienen la obligación moral y profesional de decir, sino cargos decisivos para un país más promisorio. El tiempo dirá si este no es otro sueño roto.


(*) Naturalista, docente y museólogo.