MEDIOAMBIENTE Y PRENSA ¿Decimos lo que quieren escuchar o lo que tenemos que decir?
por Claudio Bertonatti (*)
Con frecuencia, los problemas ambientales tienden a ser presentados públicamente con un estilo simplista, cuando no, pueril. Desde los medios, se tiende a identificar a "los malos de la película" y es ahí cuando también se buscan "actores" que puedan representar el papel de "los buenos" o "justicieros". Por supuesto, no falta quien -de uno y otro ladose presta a desempeñar ese "papel". Porque, como decía Atahualpa Yupanqui, "están los que cantan para la tradición y los que cantan para el micrófono". También, es real que existe una presión periodística para que el entrevistado de turno diga lo que el público quiere escuchar (o consumir) y no lo que tiene -técnica y moralmente- que decir, que no siempre es espectacular, sencillo o efectista, por más metáforas que uno quiera buscar.
El camino hacia la búsqueda de la verdad o de la justicia está minado de obstáculos. En realidad, está minado (que ya mucho decir).
Minado, porque nada es más fácil que buscar los "blancos" y los "negros", dejando de lado la amplia gama de "grises". Es ahí cuando el que obra con franqueza pisa la mina y desaparece de escena, para dar lugar a quien pueda ocupar el anhelado nicho "amarillista". Sin duda, parte de esta situación se nutre en la ingenuidad con que muchos consideran a los grandes medios de comunicación, como si fueran instituciones imparciales, paradigmáticas en la búsqueda de la verdad y casi científicas, perdiendo de vista que en la enorme mayoría de los casos se trata de empresas, que tienen su poco ingenua carga de intereses políticos y económicos en juego. Intereses que justamente suelen interferir con un análisis objetivo para presentar la realidad, porque -es sabido- una empresa se monta para obtener dinero, no verdades.
Un ejemplo de esto lo he observado en la posición de algunos "ecologistas" ante el tráfico de fauna, cuando se manifiestan en contra de todo tipo de comercio, sea legal o ilegal, sustentable o irracional, igualándolos a todos y esgrimiendo sólo argumentos sensibleros, desnutridos de la realidad social por la que atraviesa dramáticamente mucha gente y restringiendo la aplicación del "uso sustentable" sólo a la teoría. Es que cuando llega el turno de dar impulso a proyectos, que implican aceptar y apoya la caza, la pesca, la deforestación o recolección racional y controlada de una especie, se oponen, porque -en el fondo- son fundamentalistas y les preocupa más el sufrimiento de los "pobres animalitos" que el de la gente. Por eso, no es raro hallar "ecologistas" bastante insensibles ante los dramas humanos. Parecieran no comprender que no es posible conservar la naturaleza sin justicia social. Y que de la pobreza sólo se sale con desarrollo, y que cualquier desarrollo implica generar impactos ambientales. El tema es generar sólo los necesarios, del menor modo posible y compensándolos con otras medidas que equiparen los daños con beneficios concretos para los recursos naturales.
Aspiro a que estos comentarios no sean percibidos como una crítica insinuada. Porque es un ataque. Y un ataque que no está destinado sólo a los periodistas amarillistas o a los medios que los contratan, sino, especialmente, a mis colegas, los que "cantan para el micrófono" y a los que en su anhelo vedetista terminan "enfermos de importancia". Se olvidan (si la tuvieron) de la motivación original por la cual se enrolaron en la causa ambiental, porque dedican demasiado tiempo y esfuerzo a sí mismos. La verdad es que lo siento mucho. Pido disculpas por personalizar tanto esta nota, pero me sentiría un poco cobarde decir esto usando otra persona gramatical.
Luego de regar la pólvora, me interesa encender el fósforo. Los verdaderos "héroes" del ambientalismo, en realidad, debemos buscarlos en las filas "enemigas". Entre los industriales que necesitan producir y lo hacen con el menor impacto ambiental; entre los comerciantes de fauna, cazadores o pescadores que se mantienen al margen de la ilegalidad; entre los funcionarios públicos honestos rodeados de corrupción; o entre los periodistas serios que trabajan rodeados de los que buscan "sangre". Porque son ellos los que superan el "no podemos", "no sabemos", "veremos qué podemos hacer" o el "habrá que ver". Desde el lado de las ONGs tampoco es fácil hacer las cosas bien, pero creo que menos difícil que en los casos anteriores, donde el reconocimiento suele ser más mezquino. A veces, parece-mos lo que el Dr. Enrique Richard suele llamar la "Sociedad de los aplausos mutuos", refiriéndose a las instituciones ambientalistas que entregan premios a sus pares o que organizan reuniones y congresos para aplaudirse luego de cada presentación. Tiene mucha razón.
La verdad es que no hay una sola manera de ver un conflicto ambiental y distintas miradas, desde distintos sectores, contribuyen a armar el rompecabezas. Por lo tanto, la construcción de una solución debe contar con una participación multisectorial. Si aceptamos la necesidad de escuchar a todos los protagonistas, los que están de uno y otro lado del problema tendríamos una idea bastante aproximada y más objetiva sobre el conjunto de hechos y circunstancias que dan fopensamiento y actitud intransigentes. Eso está claro. Pero es en esos momentos cuando habrá que reconocer a los que trabajan "por el oro" (buscando socios o fondos), "por el bronce" (satisfaciendo su orgullo) o por la causa ambiental, que es el lugar de menor "lucimiento" y "rentabilidad" para los "enfermos de importancia".
No quiero terminar esto sin ratificar mi convicción en la necesidad de contar con lo que podríamos denominar "una defensa inteligente". No quisiera que se entienda que la inteligencia es una expresión pedante, sino anhelada. Y lo ratifico porque me consta que ha dado muy buenos resultados para la conservación de la naturaleza. En particular, para aquellos casos "terminales", como lo parecía aquel protagonizado por dos gasoductos que atravesaron el noroeste de la Argentina hace no mucho tiempo atrás. Cuando ya no había más espacio (o dinero) para pagar solicitadas o avisos "ecologistas", cuando ya se habían agotado las instancias legales y cuando la fiebre mediática dejó lugar a la temperatura normal que auspicia a la indiferencia, bien podría haber llegado el olvido para buscar nuevos conflictos y repetir el esquema, pero una negociación honesta por parte de una empresa y una ONG permitieron ir más allá de lo que la ley había pautado. Así, se logró que uno de los gasoductos invirtiera en arrimar gas a varias localidades jujeñas que no disponían de este recurso, que se compraran cerca de 20.000 ha. para crear dos áreas naturales protegidas en Salta (una a cargo de la Administración de Parques Nacionales y otra a cargo del Estado provincial), que se fortalecieran otras áreas protegidas olvidadas y que se financiaran durante varios años unos cuantos proyectos de uso sustentable y conservación para beneficiar a la biodiversidad y a la gente, entre otras cosas. No es poco. Porque si todos los proyectos de desarrollo o de infraestructura hubieran dejado o dejaran este tipo de "compensaciones" (término que algunos de mis colegas rechazan) nuestro país, sin duda, sería otro. Este criterio de gestión no es comparable con la venta de indulgencias papales ni con un "cambio de figuritas" para permitir cualquier tipo de proyectos a cambio de "compensaciones". Pero sería necio -una vez perdida la batalla- no buscar la adopción de medidas ambientalmente positivas para contrarrestar los impactos negativos de un proyecto.
Los conflictos ambientales son de una complejidad enorme, con desafíos que no podemos resolver sólo desde las ONGs. Además, pensemos que no es inusual que adolezcamos de lo que llamo el "Síndrome de la sociedad zoológica", cuando terminamos más preocupados por la fauna que por la gente. Por esta razón, debemos tener una aptitud y actitud predispuesta a buscar soluciones realistas, sin traicionar los ideales, ni manteniendo posturas fundamentalistas, reservándonos el enfrentamiento cuando ya no hay espacio para construir soluciones consensuadas. Porque el paradigma de alcanzar un desarrollo socialmente equitativo, económicamente viable y ecológicamente sustentable requiere de personas, recursos y acciones coordinadas y complementarias de los tres sectores de la sociedad. Lógicamente, se necesita de un Estado, de empresas y ONGs competentes, sólidas técnica y éticamente. Porque si el Estado no ejerce su criterio rector hará un mal gobierno. Si la empresa no busca compatibilizar el aumento de su rentabilidad con la sustentabilidad ambiental perderá liderazgo y deteriorará su nivel de competitividad en el mercado. Y si las ONGs no obran con la consigna de resolver los problemas de fondo perderán su capital más importante: la credibilidad. Está claro que ese no es el camino.
Creo que este panorama guarda una estrecha relación con nuestra capacidad (o incapacidad) para superar la crisis ambiental, que es una parte de la gran crisis nacional. Nos preocupamos mucho de la tasa de "riesgo país" asociada a la visión de nuestros acreedores sobre la posibilidad de pago que tenemos para afrontar los intereses de nuestra deuda externa. Pero no es profunda la preocupación del "riesgo país" en lo educativo, en lo científico, en lo cultural y en lo ambiental. Pareciera que, ni siquiera, en lo social. Sí, en lo económico. Esto habla de la necesidad de trabajar intensamente en abordar los temas ambientales con el nivel de seriedad y profundidad que merecen, para que conozcamos el diagnóstico y podamos aplicar un buen tratamiento para nuestros males.
Por último, todo indica que si el país no está peor es por muchos de nuestros compatriotas. A la Argentina la salvan las pasiones personales, porque detrás de todo proyecto que funciona, que genera resultados positivos para la conservación del patrimonio nacional (cultural o natural) hay una persona movida por su vocación y pasión. En un país serio, sabemos que las iniciativas no funcionan así, de abajo para arriba. Más bien, al revés. El Estado dicta directivas para que cada una de sus instituciones impulse una visión del país que proyecta ser. Desafortunadamente, nuestro país es desdichado. Hace rato que no vemos tal visión. Hemos tenido un talento descomunal para hundir un país como este. Pero nos queda cierta esperanza de verlo resucitar. Lógicamente, no hay que esperar milagros. Sí, en cambio que esas personas apasionadas, con conocimientos, vocación y honestidad puedan alcanzar no sólo el micrófono para decir lo que tienen la obligación moral y profesional de decir, sino cargos decisivos para un país más promisorio. El tiempo dirá si este no es otro sueño roto.
(*) Naturalista, docente y museólogo.