Recepción

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LIBROS: "Debates y combates. Por un nuevo horizonte de la política" de Ernesto Laclau (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008, 140 páginas)

La izquierda académica del nuevo siglo se esfuerza, con cierta desesperación, en reinventar o readecuar sus definiciones tradicionales de la sociología y la ciencia política, con el objeto declarado de retomar la iniciativa.

En ese escenario cabe ubicar el texto que comentamos y que reúne un conjunto de ensayos de Ernesto Laclau, publicados entre los años 2003 y 2007, en donde el autor arremete contra algunas de las posiciones conceptuales de Slavoj Zizek, Alain Badiou, Giorgio Agamben y la dupla Hardt-Negri.

Laclau, que ya venía sosteniendo este tipo de discusiones en sus trabajos anteriores, particularmente al desarrollar su concepción del "populismo" y las variables que lo configuran, como los llamados "significantes vacíos", "significantes flotantes" y la "heterogeneidad constitutiva" (v. "La Razón Populista", FCE, Bs.As., 2005), vuelve aquí a plantear lo que considera aspectos cruciales del reciente debate político de la izquierda.

Con Zizek, la controversia adquiere características de enfrentamiento personal. Si bien se inicia respondiendo las críticas del primero a su teoría del populismo, Laclau se empeña en desarmar lo que, según adelanta en su introducción, es una "una mezcla indigesta de determinismo económico y subjetivismo voluntarista, a lo cual se añade una distorsión sistemática de la teoría lacaniana" (pág. 11).

A Badiou, por el contrario, lo trata con mayor respeto, al entender que sus reflexiones éticas se encuentran cercanas a sus enfoques teóricos. Es destacable, en este aspecto, la discusión de Laclau en torno a las nociones de "situación" y "acontecimiento" así como sobre las fuentes del compromiso ético. Rescatamos como muestra que "para Badiou, la política emancipatoria tiene lugar estrictamente fuera del terreno del Estado; desde nuestra perspectiva, la lucha tiene lugar, a la vez, dentro y fuera del Estado: de lo que se trata es de constituir, a través de una construcción hegemónica, un Estado integral, en el sentido gramsciano del término" (pág. 106).

Por supuesto que un autor dedicado al populismo no podía dejar de renovar sus críticas a la noción de "multitud" de Hardt y Negri, que tantos reproches mereció a partir de la publicación de "Imperio". Sin embargo, este ensayo es -quizás- el menos enriquecedor del libro, al no aportar nuevas observaciones al seudo concepto elaborado por el conocido dúo. La conclusión del trabajo, en cuanto a que "las multitudes nunca son espontáneamente multitudinarias; sólo pueden llegar a serlo a través de la acción política" (pág. 140) resulta elemental.

Más allá de ello, creemos que el análisis más interesante es el referido al punto de vista de Agamben sobre su Homo Sacer y el campo de concentración como paradigma político occidental (en rigor, paradigma biopolítico). Laclau rechaza la aplicación de la idea del campo concentración propuesto porque, en el fondo, "el mito de la sociedad plenamente reconciliada es lo que gobierna el discurso (no) político de Agamben... su mensaje final es el nihilismo político" (pág. 123).

En síntesis, como exponente del llamado post-marxismo, Laclau acierta en poner en evidencia las "ventanas" que ofrecen las distintas tesis de la izquierda europea reciente (aunque le reproche a Zizek su afiliación al Partido Liberal Democrático de Eslovenia, v. pág. 64). Sin embargo, su dedicación no alcanza para ofrecer, más allá de sus anteriores aportes sobre el populismo, otras novedades que se puedan destacar del panorama actual.

En rigor, ante el abuso de las metáforas extraídas de las guerras mundiales del siglo XX, las novedades son ciertos "redescubrimientos" de autores como Hobbes, Santi Romano, Schmitt, que son abordados parcialmente, en un intento de encajarlos en las visiones del ensayista. De allí que no asombre su resignación ante el fracaso de la revolución mundial, aunque se la quiera ver solo por sus efectos "dislocatorios" (pág. 53).

Para quien le interese, se aconseja su lectura junto con la saga de Homo Sacer de Agamben (especialmente su Estado de excepción, AH Editora, Bs.As., 2004).

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LIBROS: "El debate Zaffaroni-Pitrola - LA CRIMINALIZACION DE LA PROTESTA SOCIAL" (Buenos Aires, Ediciones Rumbos, 2008, 63 págs.)

La confrontación de ideas cuyo objetivo esencial -al menos en el occidente que conocemos- es la discusión eterna a cargo de académicos y congresistas que se hallarían más cerca de la "verdad" -cualquiera sea su definición - que la "masa sudorosa" que los alimenta manifiesta, no tan en el fondo, que la búsqueda se ciñe a lograr la "verdad por consenso" es decir a crearla a partir de la discusión racional, presuponiendo que el curso vital de las personas esta predeterminado y configurado por "argumentos" (los de los "académicos"). Aquí tenemos toda la fundamentacion, de una profundidad rayana con lo tangencial, de los profesantes "liberales" que castigan con su osamenta sillas, sillones y sillitas de congresos, seminarios, encuentros, terapias, catarsis, y masturbaciones varias del Puerto de Buenos Aires y las ciudades anexas. Por supuesto que todos ellos tienen matices, como en las clasificaciones de Buffón.

Y son los matices los que esconden la trampa. Veamos como se manifiesta en el folleto "El debate Zaffaroni-Pitrola LA CRIMINALIZACION DE LA PROTESTA SOCIAL". La letra pequeña pone en la misma bolsa y nivel a dos personajes circunstanciales de la política argentina: uno, Juez de la Corte Suprema de la Nación y otro, dirigente político del reciclado trotzkista. Con ello se pretende en forma ingenua dar idea de la jerarquía del "dialogo" que versara sobre un tema querido por el progresismo de alma buena: LA CRIMINALIZACION DE LA PROTESTA SOCIAL. Desconocemos la secuencia de la exposición de cada participante, pero el prólogo (que denuncia que se trata de una publicación del Partido Obrero) y algunas sugerencias de Pitrola nos hacen sospechar que el orden expositivo es exactamente al revés del publicado (pág. 48). El prólogo nos habla de un "penalista de fama internacional" y de un "dirigente obrero y socialista" (pág. 7) afirmaciones que en un país como el nuestro y a la luz de las producciones de ambos son, por lo menos, extrañas.

Por supuesto la muchachada del Partido Obrero no se iba a perder la oportunidad de hacer "algunos señalamientos a modo de introducción". En ellos, lo más destacable es la reutilización de términos sin contenido preciso como "keinesiano" (¿el PO lee a J.M. Keynes? Es dudoso), o "reformista". Fieles a su tradición de estar contra todos, hacen caer bajo el látigo a sus (ex) compañeros de ruta: Lula, Tabaré Vázquez, el ecuatoriano Correa y el marxista por decreto Hugo Chávez. No es ocioso hacer notar aquí que los trotzkistas argentinos, revolucionarios e internacionalistas, fueron expulsados de Nicaragua por los Sandinistas y de Venezuela por el Bolivariano. Otra afirmación imperdible es que "el juicio histórico solamente lo pueden dar los pueblos". Nosotros preguntamos: ¿Qué pueblos? ¿Qué pueblo? ¿El argentino en su conjunto? ¿El "campesinado"? ¿La "clase obrera"? ¿La "vanguardia revolucionaria" de todos ellos? ¿El PO? En fin, historia vieja, aburrida, fraudulenta y funcional a la colonización política. El resto de este segmento son las repeticiones del manual Lerú para el militante. No está de más recordar que el trotzkismo argentino ha tenido, a pesar de sus inconsistencias, desquicios y heterodoxias varias, a cerebros como Abelardo Ramos, Héctor Raurich, Silvio Frondizi, Milcíades Peña o el mismo Nahuel Moreno (dejamos afuera provisoriamente a J. Posadas, quien debe estar dialogando con extraterrestres y con Víctor Sueiro). Esto, para señalar el nivel teórico que hoy manifiesta esta corriente política y de pensamiento.

La exposición de Zaffaroni contiene una serie de perlas e inexactitudes que corresponde señalar. En primer lugar hay un doble error en la afirmación acerca de que se ha estudiado poco sobre "el terror a las masas" en la segunda mitad del s. XIX (pág. 19). Nos permitimos recordarle los estudios dedicados a Gabriel Tarde, Gustavo Le Bon, el delirante Lombroso, los españoles Rafael Salillas y Luis Simarro, etc. así como sus proyecciones sobre la primera mitad del s. XX : el mismo Le Bon, Freud, Ortega y Gasset, Hendryk de Man (tío del joven filo-nazi Paul de Man, mimado por el progresismo de "filosofía y letras"), Elías Canetti, Hermann Broch (cuya teoría sobre la locura de las masas -massenwahntheorie- ha sido recogida en nuestro medio por Fernando Pages Larraya), etc. La pregunta que dejamos flotando es: ¿Qué tipo de estudio sobre el terror a las masas reclama Zaffaroni? ¿Uno adecuado a la no criminalizacion de la protesta social? Me parece que aquí hay un intento, en exceso literario, de suprimir la dimensión política en beneficio de la interpretación sociológica.

Las distinciones que introduce entre resistencia a la opresión, protesta social y desobediencia civil, nos parecen vidriosas ya que cada una de ellas o sus combinatorias deben contextualizarse y su patrón de medida, mal que les pese a los teóricos de la ciencia política, es el éxito o su falta. La resistencia civil -prohibida por nuestra Constitución, repudiada por un eminente jurista como Sampay- supone para Zaffaroni lisa y llanamente la ilegalidad, y supone un grado de organización y no violencia de la cual carecería la protesta social. Esta distinción se nos presenta como puramente académica (pág. 20/21). ¿Quién supone que la protesta social carece de organización? ¿Quien puede suponer que la resistencia civil no se articula con hechos violentos? Mientras Gandhi hacia lo suyo una parte del pueblo hindú era persistentemente masacrado por los imperialistas británicos, debido a la resistencia civil no necesariamente pacifica (baste recordar el genocidio de la etnia Sihk en Amritsar). O la lucha de los negros norteamericanos que, mientras "resistían civilmente" eran colgados por el Klan (e inmortalizados en la canción Strange Fruit/Fruto Extraño, de Lewis Hallan). Esta resistencia no hubiera llegado a nada, Luther King incluido, sin los "brothers" Panteras Negras, los Malcolm X, los Julios Lester, las Angela Davis y los hermanos Jackson. Dicho de otra manera la resistencia civil es una táctica, no una estrategia.

A su vez las notas distintivas que Zaffaroni le atribuye a la protesta social le son perfectamente aplicables a la desobediencia civil (pág. 14). Esta distinción, repetimos, puramente académica se extiende a los llamados derechos individuales y a los derechos de la protesta social; creándose de esta manera -en el último caso- una especie de sujeto colectivo, cuando en realidad sólo existe una aglomeración circunstancial de intereses dispares (la de los individuos que reclaman, la de los jefes que encabezan el reclamo, y la de los funcionarios del estado). Aquí, reitera la reducción de la acción política a sociología, operada desde la interpretación jurídica (pág. 22). Sobre la base de las posiciones conocidas de Zaffaroni, su exposición se corona con una hipóstasis cual es el acercamiento utópico al "modelo ideal de Estado de Derecho", mediante acciones que no incluyen la criminalizacion de la protesta social (pág. 39); sin haber precisado de qué se trata esta, ni cuáles son las acciones que deben ser sometidas por el Estado a las reglas vigentes.

En uso de la palabra Pitrola, luego de exageraciones varias de las que se desprendería un nivel de martilogio cristiano inexistente, que no logra explicar por qué no alcanzaron el poder y por qué la "clase obrera" los ignora, se mete de lleno en la crítica general -un tanto lavada- de las miserias del derecho laboral; colocándose por tramos en el marco gremial y en otros rechazándolo, a veces en el marco del "estado de derecho" y otras veces fuera, según la utilidad circunstancial para el Partido (págs. 44/45 y 58/59). Lo mismo vale para su interpretaciones del tipo penal aplicable a un delegado que comete delitos (pág. 48). Los ejemplos que presenta solamente son entendibles si se los lee a la luz de la orientación política del ponente.

Fuera de ello y de la disciplina y el manual del Partido, Pitrola realiza una caracterización de las acciones del Gobierno de Kirchner que suscribimos enteramente y que nos permitimos reproducir en su integridad:

"Hoy tenemos un gobierno y un régimen social, económico y político que esta defendiendo esencialmente la renta de los exportadores, el repago de la deuda externa a la banca internacional; un régimen que defiende a las compañías privatizadas que saquean a nuestros recursos naturales, que defiende un 40 por ciento de trabajadores en negro, la flexibilidad laboral, salarios absolutamente retrasados respecto de los precios; que defiende el robo más grande que haya sufrido la clase obrera argentina en su historia, que es la confiscación del sistema jubilatorio con el régimen de las AFJP y las leyes de solidaridad provisional, y las jubilaciones mínimas".

Sobre la metodología política del kirchnerismo:

"Cooptación de Madres, cooptación de Abuelas, cooptación de piqueteros, cooptación de izquierdas, cooptación de sindicalistas, cooptación de fracciones políticas opositoras del sistema, de este y del otro, de otros partidos." (pág. 60/62).

Aquí Pitrola revela la contradicción existente entre una correcta caracterización del presente político y su divorcio con las herramientas elegidas por el trotzkismo para cambiarlo: el eterno divorcio entre la realidad y el deseo que caracteriza a la pequeña-burguesía de izquierda. Puestas las cosas blanco sobre Negro, Pitrola se sirve de instituciones y funciones del Estado burgués (Facultad de Derecho, una publicación legal) para la acción política, algo que no sorprende en la táctica de la izquierda, es decir, la utilización del "frente legal". Sorprendente resulta, sí, la actitud de Zaffaroni, un ciudadano al servicio de ese Estado burgués, que termina fagocitado por la táctica de un grupo cuyo objetivo es la destrucción del mismo. Siempre con vistas, claro, a instaurar el Estado "proletario" y midiendo la marcha de la historia con un reloj de arena mojada.

El folleto que comentamos resulta de todos modos bienvenido y -con las salvedades marcadas- merece leerse, ya que nos refresca y actualiza posiciones que no por conocidas son menos vigentes a causa de sus efectos negativos para la Nación.

d.a.

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ALHAJITA ES TU CANTO

El capital simbólico de Atahualpa Yupanqui
Ricardo J. Kaliman (Tucumán, 2003)

"Alhajita es tu canto" es uno de los versos de "Zambita de los pobres", composición de don Atahualpa Yupanqui. La frase poética, subtitulada con el concepto (acuñado por Pierre Bourdieu) de "capital simbólico", nos pone sobre la pista de la propuesta analítica de Ricardo J. Kaliman en este texto insoslayable para comprender, desde una perspectiva propia de la sociología de la cultura, la conformación del campo de la moderna música folclórica argentina.

La información que aporta Kaliman se vuelve fundamental para cualquier investigador que quiera trabajar con seriedad objetos culturales etiquetados como "folclore" desde el sentido común: lejos de esencialismos y de miradas analíticas esquemáticas, el texto articula herramientas propias de la crítica literaria con una serie de datos contextuales, indispensables para iluminar una zona discursiva descuidada, o directamente ignorada, por la academia argentina. Es justo recordar que ha sido el propio Kaliman, junto a un grupo de investigadores de la Universidad Nacional de Tucumán, el primero en preocuparse, desde una perspectiva crítica, por subsanar el olvido.

"¿Por qué el reconocimiento a la obra de Atahualpa Yupanqui se alza casi omnipresente a lo largo y a través del abigarrado conjunto del folclore argentino moderno?" Este interrogante, que funciona como disparador de la argumentación, será minuciosamente respondido a lo largo de las más de 150 páginas que forman Alhajita es tu canto.

Leyendo los resquicios de las letras de Yupanqui, en un corpus breve pero preciso para reconstruir el capital simbólico del cantautor tucumano, el análisis complejiza las representaciones identitarias subyacentes en el discurso folclórico argentino, reconociendo en el decir del canto yupanquiano matrices que incluyen el esencialismo hegemónico (el folclore pensado por intelectuales orgánicos como Lugones o Rojas) junto a discursos subalternos cimentados, en el caso de Yupanqui, por la reivindicación de un temprano indigenismo y la experiencia democrática del populismo yrigoyenista. Pero también la vivencia trashumante del hombre de campo, poseedor de saberes no validados por el racionalismo moderno y, al mismo tiempo, víctima de las desigualdades sociales impuestas por las clases dominantes.

Al analizar el discurso de Atahualpa, discurso omnipresente en la conformación y consolidación del campo folclórico moderno, Kaliman logra confirmar una de sus premisas argumentativas: el campo del folclore moderno es "un terreno de lucha por la definición y redefinición de la colectividad que se pretende expresar en él". Un terreno de lucha definido originalmente por la oligarquía terrateniente, y sobre cuya oposición hubo que negociar otros sentidos. Terreno en el que, por cierto, el peronismo no dejó de marcar su huella, consolidando el circuito industrial folclórico al ritmo de las migraciones internas que, ya desde la década del 30, alimentaron las grandes ciudades, especialmente Buenos Aires y su conurbano.

Debo señalar la vocación de apertura que propone Alhajita es tu canto: "Este libro no pretende ser exhaustivo ni definitivo. El campo en el que se sitúa es no sólo complejo sino además relativamente inexplorado". En tal sentido, la elección del análisis literario se presenta como un camino posible (y en el caso de Atahualpa indispensable) para investigar esta zona cultural. El análisis musicológico, sin embargo, no se descuida: descripciones breves y sutiles de armonías yupanquianas, lo mismo que de su estilo de canto, sirven para dar pistas a futuros investigadores que quieran profundizar, por ejemplo, en el saber de los acordes criollos utilizados por Yupanqui. La relación del cantautor con la industria de la música tampoco es ignorada, dejando abierta la posibilidad de estudiar las transformaciones de esta industria y su relación con las rutinas productivas del género.

Alhajita es tu canto se presenta, entonces, como un texto pionero e indispensable para comprender el surgimiento y la consolidación del folclore argentino moderno, complejo proceso social, dinámico y contradictorio, que continúa transformándose (a pesar de los discursos puristas y esencialistas) en una redefinición identitaria constante.

Un enfoque crítico y original a uno de los textos fundacionales del folclore moderno: la obra de don Atahualpa Yupanqui, lugar de cruce de saberes y conflictos que, hasta este libro, nunca se había abordado con la rigurosidad merecida.

(*) Carlos Juárez Aldazábal (Salta, 1974) es periodista y poeta. Publicó La soberbia del monje (1996), Por qué queremos ser Quevedo (1999) y Nadie enduela su voz como plegaria (2003). Con la socióloga Julieta Mira: Reconstruir el tejido social. La Trama de Palermo Viejo (2003).

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CON LA BRONCA NO ALCANZA

Eduardo Romano desmenuza críticamente el libro de Sant Roz, cuyo ajustado título define adecuadamente su objeto, pero su interior pierde la magnífica oportunidad de desmenuzar los funcionamientos de los "aparatos" de comunicación, sin poder hilvanar respuestas político-institucionales adecuadas. La ceguera política del autor parece ser el pequeño síntoma de un vasto conjunto inestable al que las recientes elecciones y el triunfo de Chávez -a pesar de "los medios" (opositores y propios)-parecen consagrar como el de una sociedad radicalmente dividida.


Trato de resumir, con el título elegido, los aspectos más rescatables y también más endebles de esta vehemente defensa (Las putas de los medios. Fuerza Bolivariana Universitaria. Universidad de los Andes, diciembre de 2002) del presidente venezolano Hugo Chávez y de su movimiento bolivariano. Vehemencia que lleva al insulto, bastante reiterado, contra personeros del poder internacional que a todos nos repugnan, pero a los que debemos cercar con denuncias concretas, con datos irreversibles de sus conexiones y genuflexiones, cosa que , por otra parte, el autor también proporciona ( por ejemplo a propósito de Gustavo Cisneros, un zar de las comunicaciones locales que "no sabe expresar coherentemente una frase en español", en las páginas 150156), no obstante lo cual se ha beneficiado con su intermediación en toda clase de negocios electrónicos gracias a la confianza que le tienen "humanistas" como Henry Kissinger o David Rockefeller. En cuanto al autor, José Sant Roz, aclaremos que es docente universitario -en la Universidad Nacional de Los Andes, editora del libro- especializado en Física y Matemáticas, que ha publicado acerca de esas ciencias, pero también sobre historia y política venezolanas. Que acredita una esmerada formación, pues tras haber sido becario en California, enseñó en varias universidades (UCV, UDO, Western Illinois). Simultáneamente, ha desarrollado una intensa actividad periodística en El Nacional, donde sus opiniones le acarrearon el despido, y actualmente en La Razón y Despertar Universitario.

Acordamos con Roz en que han existido campañas terroristas sobre la opinión pública en diversas circunstancias y ocasiones de la vida mundial, desde la descalificación de los republicanos españoles, en 1936, hasta la Guerra del Golfo y la más reciente y siniestra invasión a Irak, cuando se inventó el nombre de armas nucleares para las fuentes petrolíferas ambicionadas. En América Latina, recordamos en especial la violentas destitución de Salvador Allende en Chile (1973) o la confabulación de la "prensa seria" (La Razón oportunista, La Opinión "progre" o La Nación que sabe cuál es su lugar en los momentos decisivos) contra Isabel Perón, en 1976, aunque supieran que detrás de la caída de su errática presidencia acechaba un baño de sangre.

Vale en el libro, por tanto, la denuncia contra quienes, también desde los medios gráficos, radiales y televisivos, impulsaron el solapado golpe de Estado contra el presidente Chávez en abril de 2001. Un relato similar al de aquellos antecedentes citados y donde cumplieron un verdadero protagonismo los canales RCTV, Venevisión, TELEVEN y Globovisión, junto con los periódicos El Nacional, El Diario de Caracas, El Universal, etc.

Las influencias del ex presidente Carlos Andrés Pérez y su partido Acción Democrática, los manejos del sindicalismo burocrático y mafioso de Carlos Ortega. Al punto de bloquear las transmisiones de la gubernamental Venezolana de televisión.

Lo que no compartimos es su anacrónica confianza en los criterios de "manipulación", cuya inconsistencia teórica ha desechado hace tiempo la investigación comunicacional. En parte por una razón que se reitera en el texto de Roz y es la de menospreciar a la audiencia, una vez que se la ha declarado absolutamente pasiva. Un acápite del autor afirma en la página 33: "Cien mil estúpidos es una marcha de la Coordinadora Democrática", es decir de la agrupación que impulsó las movilizaciones golpistas de 2001. El convocado a marchar por las calles es un "proclive idiota"(77) y quienes acatan los eslóganes civilistas "un montón de idiotas" (97).

"Cuando vi las imágenes de gente que iba en la marcha del 11-J, me invadió nuevamente la tristeza. Era gente confundida y manipulada en su inmensa mayoría, mezclada con la escoria más nefasta del pasado político nuestro" (98) Sólo en la página 110 parece reparar en que no todos necesariamente sucumben a las maniobras mediáticas, cuando admite que "si algo ha logrado la inmensa mayoría de los venezolanos es derrotar la falacia constante de los medios; esos millones de personas que marchan a favor de Chávez han dejado de creer en los cuatro canales del Apocalipsis y no compran ni El Nacional ni El Universal, algo admirable".
Tampoco cabe, creo, adjudicar a "cómodos y sangrones de la clase media, que siempre dejan que los demás decidan por ellos" (71) y "a casi todo el mundo de la clase media para arriba" (117) devoción proyanqui, aunque la Coca Cola y otras señales del peor gusto hayan invadido nuestra vida cotidiana desde mediados del siglo XX; ni su total sumisión acrítica al dirigismo mediático, aunque conozcamos las debilidades y ambivalencias de dicha clase social en América Latina. En todo caso, y ante tales sospechas, se esperaría del gobierno, si lo alientan verdaderamente aires renovadores y justicieros, impulsar políticas culturales que maniaten y neutralicen a sus adversarios, por arduo que eso sea, impidiendo las movilizaciones callejeras de que Roz tanto se lamenta.

Otra falencia del trabajo consiste en identificar los medios con sus espacios informativos, donde suele concentrarse el interés desorientador y confusionista que propician ciertos intereses concretos. Todos hemos obviado noticieros de algún canal para disfrutar otros segmentos de su programación. En ese sentido, y partiendo sobre todo de nuestra experiencia, ya que desconozco la agenda de los canales venezolanos, el humor -y en sentido más amplio la ficción-ha cumplido siempre una sutil tarea corrosiva capaz de eludir la torpeza de los censores, sólo preocupados por lo explícito o apenas capaces de leer ese nivel del mensaje.
Cierto machismo tropical lesiona asimismo la justificada ira del autor, como cuando trata de "amariconados" o "asexuados" a algunos programas de Venevisión; cuando enarbola el equívoco eslogan "Chávez no se deja" o cuando acude a argumentos discutibles de Wilhem Reich para formular generalizaciones llenas de presuposiciones e indemostrables: "la clase proletaria está menos congestionada sexualmente que la clase media y la alta; en la clase baja el sexo es más pagano y está mucho menos afectado por tabúes. En la clase media y alta se dan muchos problemas de frigidez, cosa que no ocurre en la baja" (118-119).

Roz debería salirse de su enojo para comprender por qué al humilde camillero que asiste a su madre enferma "se le pega" el "se va se va se va" de los opositores, recordar categorías marxistas como la de alienación y no condenarlo por "imbécil" (89), ni negar al pueblo venezolano la posibilidad de adherir a una propuesta política que puede beneficiarlo, aunque no sea inmediatamente, aduciendo que falta "una generación con carácter, noble y emprendedora" (135). Lo que faltan, al parecer, son organizaciones popular-estatales que instrumenten políticas defensivas y capaces de contraatacar a tiempo.

El libro incluye, en fin, una serie de entrevistas y un apéndice documental necesario. De las entrevistas, sobresale la efectuada a la uruguaya Aram Aharonian, Presidenta de la Asociación de Periodistas Extranjeros y de la revista Question, quien introduce una inteligente diferenciación entre el sectarismo de los medios alternativos y la riqueza de los comunitarios, la ausencia de un clase capitalista latinoamericana independiente - la mayoría son gerentes y no empresarios-y la urgencia de organizar una "política comunicacional" efectiva a favor del gobierno. Nuestro compatriota Zito Lema, Director de la Universidad de las Madres de Plaza de mayo, no aporta nada interesante y en un momento opone civiles a militares, a la manera de los más crasos alfonsinistas de ayer, pasando por alto que desde el general San Martín, el almirante Piedrabuena o el general Savio, hasta los patriotas del GOU, de donde salieron Juan Perón y Víctor Mercante, y los últimos nacionalistas expulsados del ejército por la última dictadura, en 1980, muchos hombre de armas bregaron por una existencia nacional digna e independiente.

La venezolana Vanesa Davies reincide en lugares comunes o crasas ingenuidades acerca de una hipotética prensa profesional y objetiva, como si el avance de los estudios acerca de la enunciación no hubiera descartado ya tales posibilidades, insiste en "los rasgos de la compleja y calculada ciencia para distorsionar la información" (212) como si del otro lado no hubiera más que un sujeto inocuo y desprevenido. Admite, inclusive, que cualquier periodista no está haciendo política -en sentido amplio, claro- cada vez que formula una pregunta, acerca un micrófono, emite ciertas palabras o preguntas y no otras.

En suma, si se justifica la bronca de Roz contra las maquinarias que bregan por extender la postración del continente a los mandatos e imposiciones externas, aliadas con inmorales y corruptos "caballeros" venales, sus encuadres y análisis adolecen de muchas debilidades que, al fin de cuentas, no socavan de modo contundente las posiciones del enemigo. Pero ya hace muchos años en varias ocasiones Perón reiteró, confirmando también así su sagacidad política, que el peronismo había triunfado en 1946 con todo el aparato cultural en su contra; que lo derrotaron en 1955, cuando toda la prensa era oficialista, y que recuperó el gobierno en 1973, cuando la dictadura que comandaba entonces el general Agustín Lanusse intentó cerrarle todos los caminos electorales.