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ARGENTINA, AL ESTE DE JAVA

Explosiones, implosiones

Hace casi cuarenta años (1969) se estrenaba un digno ejemplo de aquellas películas que entrelazaban en su trama, acción y aventuras en un escenario atravesado por la erupción de un volcán en una isla del Pacífico, allá por 1883.
El film, que no es otro que "Krakatoa, al este de Java", sirve de referencia para observar el giro escénico que tomó la realidad política de nuestro país: el estallido de la pelea frontal por el poder, mediante la derivación de un conflicto sectorial y la participación de un conjunto de personajes, conocidos e ignotos, que tratan de satisfacer sus más diversas ambiciones metálicas (del bronce y del oro).
Todo esto se ha desarrollado al amparo de la erupción del volcán Chaiten, la que, si no fuera por la tragedia de quienes lo sufren, constituiría la metafora dramática de la implosión que se desencadenó en nuestra comunidad a todo nivel; una escenografía perfecta de la mejor producción nacional.
En medio de todo este entuerto, recíprocamente justificado en la pelea por las famosas retenciones móviles al campo, quedó al descubierto una de las mayores orfandades que padece la Argentina del siglo XXI: la política.

 

Sin red

¿Qué sucede cuando los detentadores del poder, públicos o privados, oficialistas u opositores, por insuficiencia de medios, ineficiencia de fines o inutilidad de objetivos, no alcanzan a consolidarse y ven peligrar su posición? Una de las salidas clásicas es el famoso "salto hacia delante", es decir, una proyección al vacío político, revestida de cierto sentido "épico", tendiente a aglutinar las fuerzas del terreno, recuperar protagonismo y, en el mejor de los casos, doblegar al adversario para alcanzar la "victoria" esperada.
Nada de esto tiene que ver con la solución de problemas de fondo o la adopción de medidas sustanciales que provengan de alguna concepción estratégica sobre lo que se quiere hacer con el país.
Para el gobierno, cuya utilización de los conflictos es recurrente, la crisis del campo sirvió a la finalidad de oscurecer la mirada pública hacia otros temas irresueltos y que hacen a su responsabilidad inmediata: el nivel de pobreza, educación y seguridad, es decir, nada menos que el bienestar de muchos argentinos que no han visto los proclamados beneficios de la "redistribución del ingreso" de las retenciones móviles.
La oposición, al fin, encontró una bandera, para la mayoría ajena, de reivindicación sectorial, que le permitió abordar la única lucha que está dispuesta a dar: la lucha mediática. Este grupo variopinto de opositores reunió desde "sellos" troskistas y ultraconservadores hasta dirigentes de discurso profético, que confunden términos provenientes de la obstetricia y la religión, para deleite de sus simpatizantes.
Y finalmente, pero no menos importante, queda el campo, cuya diversidad ha sido ignorada tanto por el error oficial como por los gorilas que aprovecharon la oportunidad para cambiar su imagen y hacer ejercicios airados de civilidad.

 

La normalidad de la excepción

¿Qué sucedió para llegar a esta crisis interna, sólo comparable en términos de confianza social, a la registrada a fines de 2001?
Una de las maneras de acercarse a este tema implica, desde el inicio, pensar la división entre lo ordinario y lo extraordinario. En otras palabras, aquellos acontecimientos que superan el regular devenir de las cosas, se ubican en la genérica categoría de excepcionales y, cuando estos, a su vez, producen un impacto negativo en la vida de las personas y sus bienes, alcanzan el llamado estado de emergencia.
Que el manejo de tales situaciones obliga a la utilización de medios especiales para superarlas no es novedad. Tampoco es novedad que dicha atribución dura tanto como la emergencia que debe conjurarse. Lo curioso es que la prolongación en el tiempo de la excepcionalidad, sirva para justificar la totalidad de una acción, aún en un entorno positivo.
Desde la antigüedad hasta nuestros días, la cuestión de la emergencia y su tratamiento desde el poder político ha sido objeto de reiterados estudios. Recientemente, autores como Giorgio Agamben se han ocupado, además, de dar una vuelta de tuerca al tema al introducir un rasgo que se evidencia en la actualidad: la dimensión de lo extraordinario en la normalidad, en la solución de lo cotidiano.
Nuestro país, que ha tratado de restringir el uso del poder excepcional desde su institucionalización (véase las previsiones adoptadas para evitar la suma del poder público) fue recorriendo un sendero que se inició por una construcción judicial de los decretos de necesidad y urgencia y que luego, con la reforma constitucional de 1994, tuvo su reglamentación.
Pero en medio de ello, quedaron fuera de control las sucesivas leyes de emergencia, urgencia, etc. que respondieron a los más diversos motivos pero cuyo objetivo fue siempre el mismo: la delegación legislativa de poder.
Desde el regreso a la democracia, primero fueron "las grandes regulaciones sociales de urgencia" (congelamientos de salarios, jubilaciones), luego vinieron las "grandes modernizaciones" (emergencia administrativa, privatizaciones), después las "emergencias pacificadoras" de principios de este siglo y, luego, las "urgencias del crecimiento": la necesidad de tener remedios extraordinarios para administrar la denominada recuperación extraordinaria.
Lo interesante de todo este proceso fue una declinación de las formas legales. Lo que era ley fue decreto y lo que era decreto se transformó en resolución. Esta discrecionalidad explica, en parte, que el aumento de las retenciones móviles haya sido dispuesto por un ministro, con la misma facilidad con que se nombra a un cadete o se compra una partida de librería (diríamos que la facilidad fue mayor en el caso del campo).
Y esto, que parece un tema ritual, es nada menos que la degradación institucional que culminó en el conocido "paro" agrario, en el estallido corporativo que puso sobre el tapete la excepción en la normalidad, el arbitrio de la urgencia en lo ordinario.

 

El peronismo geológico

Mientras tanto, ¿Que hace el peronismo ante este cuadro de situación? Por supuesto, es difícil obtener una única respuesta. Si sigue la línea orgánica queda atado a las consecuencias de la política oficial. Si se ubica al lado de los dirigentes agropecuarios termina apoyando esa mezcla de gorilismo y barricada que destila la protesta.
Es evidente que debe superar esa dialéctica y avanzar hacia una respuesta inteligente, que le permita "oxigenar" su pensamiento más allá de la coyuntura. No le vendría mal buscar en sus orígenes para recuperar algo de la identidad perdida.
Sin embargo, esta búsqueda no debe quedar sujeta a los liderazgos fallidos que, como capas de eras sucesivas, han sedimentado la conducción del movimiento.
Más allá de esta advertencia, mientras no se arbitre un debate franco sobre su futuro, el peronismo seguirá como ahora, desorientado, humeante, en medio de la lava de un volcán político que estalló y que, como en la película, está dispuesto a llevarse a muchos mientras siga activo.

s.m.

 

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LIBROS: "El debate Zaffaroni-Pitrola - LA CRIMINALIZACION DE LA PROTESTA SOCIAL" (Buenos Aires, Ediciones Rumbos, 2008, 63 págs.)

Lo último de Número 7 – Junio 2008