
La culminación de la reciente campaña electoral ha dejado un sabor amargo. Es que si bien existen expresiones del peronismo en distintas alianzas o partidos políticos como Unión Pro, el Frente para la Victoria, la Coalición Cívica u otras agrupaciones menores, hay una tendencia dirigida a ocultar o, más aún, a erradicar cualquier vestigio de ese rasgo de identidad.
En la Capital es donde este fenómeno (por llamarlo de alguna manera) resulta más evidente. Las principales listas contienen figuras del peronismo, sí, pero que se encuentran convenientemente disimuladas para evitar un supuesto rechazo de la público. En el Pro, la figura edulcorada de Michetti aleja cualquier posibilidad de ver a los peronistas que están acompañando ese proyecto, aún cuando es sabido el componente de “muchachos” que han sido sumados al gobierno macrista. Si tomamos a la Coalición, el nombre de Prat Gay y de los radicales que lo secundan oscurece la presencia de la “pata peronista” que se propuso articular Carrió, vía Gerardo Conte Grand y otros.
El oficialismo nacional, por su parte, tampoco se queda atrás. El acuerdo con Heller, banquero ligado al PC, supuso un golpe muy duro para el PJ porteño, sólo matizado con las incorporaciones de otros exponentes peronistas en la lista. Finalmente, tenemos el caso de Pino Solanas que, sin perjuicio de su historia personal, asienta su discurso en un nacionalismo de izquierda principista.
En la Provincia de Buenos Aires el panorama no es mejor. La única diferencia es que la utilización de la liturgia peronista puede crear el espejismo de ver candidatos o propuestas genuinamente peronistas donde, en esencia, no las hay. Ni la adquisición de memorabilia por De Narváez ni la retórica encendida de Kirchner alcanzan para superar esta situación.
En rigor, los problemas no son sólo las formas sino los contenidos. Es que el peronismo ha centrado, históricamente, su mirada en el conflicto distributivo, también conocido como puja distributiva. Su fortaleza, hay que decirlo, ha sido la forma de gestionar esa lucha de intereses con miras a elevar el nivel de justicia o equidad social.
La resistencia o negativa a iniciar un debate serio sobre estos aspectos, es lo que caracterizó a esta campaña electoral, preocupada por las consecuencias de un programa televisivo de imitación, por la mejor manera de transmitir corrección política o por generar una mayor sensiblería superficial a costa de tragedias generales o personales.
En este escenario, nadie desea “sacar los pies del plato”. Es preferible hablar de las estatizaciones o del campo, es decir, de
temas genéricos que no generen inquietud.
Muchos peronistas han aceptado este estado de cosas. Han preferido, en las principales opciones que hoy se debaten, ser los invitados “de piedra”, los “impresentables”, a quienes se les puede alquilar el cotillón sin que participen de la boda política.
Pero, a pesar de todo, el conflicto distributivo sigue allí, latente, esperando, profundizando sus miserias, a la espera de una resolución, pacífica o nó, que lo saque de su silencio.
Como al peronismo.-