/

ES IMPRESCINDIBLE UNA GENUINA POLITICA CULTURAL

"No se ría malevo. Todo ser que ha recibido gratuitamente una jeta de su terrible Creador debe mostrarla, lucirla y defenderla en todos los certámenes. Es la norma universal".

Leopoldo Marechal


Comencemos por las definiciones. La filosofía griega era gramática. "¿Qué es la naturaleza?" "¿Qué es el alma?", "¿Qué es el amor"?, etc. El propio sentimiento trágico de la vida, en la indagación unamunesca, se expresa en términos filosóficos. ¿A qué llamamos cultura? Según el léxico, al desarrollo intelectual artístico, como a la acción de cultivar las letras, ciencias, técnicas o artes.

El origen de la palabra es religioso y se relaciona con el vocablo "culto". Los iniciados antiguos fueron sacerdotes. Merced a los conventos y los monjes pudo salvarse la herencia clásica durante la Edad Media. En el interior de nuestro país la palabra "cura"es sinónimo de culto; no goza de parecido privilegio el pastor protestante, en el mundo nórdico.

Por principio, la cultura ha sido siempre menester de "clérigo", es decir, de intelectual, de hombre de estudio, de acuerdo a la acepción histórica del concepto. Para ser culto es necesario "ordenarse", recibir un sacramento de tipo religioso o profano. De aquí que el concepto irradie una acepción "elitista", como dice la actual y andante sociología importada, exenta de controles de cambio. El concepto de "elite"alcanza a los estudios de humanidades, sin los cuales la cultura no existe. Todos somos iguales menos en las diferencias naturales que fijan la virtud y el talento, como estipuló la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. La decencia común y la viveza de genio son signos de aristocracia. Ninguno de nosotros aceptaría ser igual a un lavador de cheques, a un vaciador de bancos dirigido por el Estado, a un torturador público o a un especialista en definir al Peronismo desde la "Teoría de rabanito" y declarar la intrascendencia de la cultura desde la Secretaría del rubro, paradójicamente a su cargo.

En sentido etnológico, la cultura abarcaría todo lo que el hombre elabora siempre que apunte a la realización de valores de tipo filosófico y con la facultad de objetivarse en bienes mentales o espirituales. En tal forma, constituiría cultura las normas que sirven de pauta de acción a una comunidad. En ellas se asienta idealmente la conducta del grupo cultural. En el mundo ha habido hasta ahora veintidós culturas, según el historiador inglés Arnold Toynbee; únicamente, según este autor, la raza negra de África no se ha visto aún solicitada por dicha necesidad creativa. El norteamericano Huntington es mas drástico, también excluye a los latinoamericanos.

Varios y múltiples pueden ser los órganos culturales, pero en nuestro país desde el punto de vista estrictamente intelectual, el verdadero pulmón de nuestra corriente sanguínea es la universidad; de ella deben provenir nuestros gobernantes, políticos, reformadores, intelectuales, artistas y técnicos. En Europa y ciertas regiones de Hispanoamérica, la cultura se aspira espontáneamente. A través de las catedrales, los museos, las bibliotecas, las avenidas, la gran prensa, los jardines públicos. Entre nosotros ese papel es subrogado por las altas casas de estudio.

Sin embargo, la Universidad argentina está en conmoción y el movimiento y la serie de contradicciones que esta engendra la han distanciado de los demás órganos culturales encerrándose en sí misma, como un quelonio, y sometiéndose al voluntarismo sindical de sus elecciones estudiantiles. Pero todo cambio o revolución proviene de desequilibrios y de la decisión de superarlos. El "plutonismo"universitario - llamémosle así - se inspira en el dogma de la lucha de clases y en sus mitos económicos, sociales y cívicos. Dicho fuego subterráneo ya ha consumido demasiadas vidas y riquezas. La nueva política cultural debe partir de la evidencia de que los más importantes acontecimientos nacionales han sido los combates llevados a cabo por el pueblo - y no por "vanguardias esclarecidas"- en procura de mayor dignidad y bienestar humano y social. Se ha dicho ya desde estas páginas, y lo repetimos, que luchar por la cultura nacional es, en primer lugar, luchar por la emancipación nacional, matriz material a partir de la cual nace la verdadera cultura. La lucha intelectual de hoy día es una lucha nacional.

No obstante, el objeto general de las aspiraciones revolucionarias universitarias no sería tanto la liberación nacional cuanto el acceso de la clase oprimida al poder. Pero, ¿qué pensaríamos, si para el caso de intentar nuestra manumisión social y patriótica, se prescindiese de las garantías constitucionales y los fueros sociales? ¿Bonapartismo, fascismo? Es necesario concitar el sano y ejecutivo espíritu revolucionario con las consignas del Movimiento, que se hallan sujetas a tácticas diversas. El peronismo es, por esencia, revolucionario. Desde los primeros días, hablóse siempre de la "revolución justicialista"o la "revolución nacional justicialistas". De no haber sido así, carece de toda explicación racional y lógica, el odio y la envidia del mundo respecto de la Argentina, a partir de 1945. Esta ofensiva "de las balas y la baba" contra el pueblo de Mayo se desató a partir del 17 de octubre. El peronismo es una especie de bolivarianismo ideal y mítico - no el caricaturesco del Congreso de Panamá o el choteo de Guayaquil -destinado a irradiar a todo el ámbito de la América española una solución revolucionaria común. Bolívar solo pensó en cambiar Madrid por Londres, o sea una metrópoli por otra. La solución, en cambio, reside dentro de nosotros. El problema conceptual de la cultura escapa al objetivo de estas páginas. La locución "cultura popular" es tal solo un sinónimo de la palabra "ilustración". Una persona ilustrada no es necesariamente culta. Igual sucede con los vocablos "instrucción"y "educación". Las consignas educativas de William James que "civilizaron" a los Estados Unidos no se entendieron nunca como acción culturizadora. La cultura entraña el problema crítico, que puede gravitar contra ella misma (Ernst Cassirer) y sus polos son la creación o la aniquilación, el platonismo o el nietzscheanismo. Tal expresión dramática no ha alumbrado en nuestro país salvo el caso aislado y cuestionable de Lugones.

Y Jorge Luis Borges? Este fue un escritor erudito, aspirante a "scholar", cuya difusión semicosmopolita a la zaga de Hugo Wast y Manuel Gálvez se debe a razones extraculturales (director de la biblioteca de Estado más importante del hemisferio austral, "viajero"anglosajón de su propio país, arcángel Miguel de la milicia democrática contra el dominio oscuro de Satán-Perón. Cultivo moroso del mito gardeliano de la "viejita", frecuentación de un "entourage" de poetisas y poetisos semiins-truídos, etc. etc.) En suma, los mitos de Pasternak y Solshenitzin, trasladados al subdesarrollo de una colonia intelectual europea, un taller de costura con vista al puerto.

En el terreno realista de los hechos la solución que debe arbitrarse es simple: el pueblo debe ejercer el poder, recuperar el Estado que le fue sustraído después de Pavón y dictarse el tipo de cultura que más le convenga.
Los términos "aristocrática" y "popular"carecen de sentido crítico. La mente del dueño del Mercedes-Benz es similar a la de su chofer, unidas estrechamente una y otra por el chorro de lodo humano, recogido en los callejones de las ciudades de la potencia hegemónica, que se derrama por la pantalla del televisor. En el Barrio Norte de Buenos Aires, acrópolis de América del Sur, pocas personas leen libros o aciertan a interpretar las entrelíneas de los periódicos. El tango, mal que le pese a nuestro estrafalario Secretario de Cultura, es arte barroco, o sea, elaborado extravagante, fruto de los epígonos orilleros de Góngora.

La más alta expresión de la aventura artística, el clasicismo, es en cambio popular. El folklore del interior tiene origen erudito. El pueblo puede aspirar a una cultura de "élites", si ese es su anhelo y objetivo. En vez de inocularnos engendros como la "cumbia villera", reivindicada por funcionaros que jamás dedicaron diez minutos de su vida a Corelli y a Bach, y tal vez ni siquiera a Astor Piazzola o Atahualpa Yupanqui, deberían acercar al público al mundo de Haendel y Cimarosa, con la convicción que gustará de él. Para Eugenio D'Ors, el poema "Martín Fierro" es tan complicado como las ecuaciones simbolistas de Mallarmé.

Los jacobinos aspiraron a modificar las bases mismas del razonamiento humano; el justicialismo sólo anhela abolir un orden cultural "falso e bugiardo" y sustituirlo por otro nuevo, auténtico y veraz.

Nota Anterior

MEDIOAMBIENTE Y PRENSA: ¿Decimos lo que quieren escuchar o lo que tenemos que decir?

Nota Siguiente

Universo Rejtman: de Rapado (1996) a Los guantes mágicos (2004), una parodia de la clase media.

Lo último de Cultura

PSICOLOGÍA DEL HINCHA

Como recordatorio del "fútbol para bobos" rescatamos una versión apologética (ver aquí) de los años 20

“El enigma Spinoza”

de Irvin Yalom (Buenos Aires, Emecé, 2012, 390 págs.) La vocación literaria de algunos psiquiatras/ psicólogos