Claudio Bertonatti

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QUEMA DE PASTIZALES Y CORTINA DE HUMO

Recientemente una ola de incendios en el Delta bonaerense y entrerriano llamó la atención de todo el país. Pero no nos engañemos: esto sucedió solo porque el humo llegó a la ciudad de Buenos Aires y porque molestó a sus habitantes. Dicho de otro modo, el tema fue noticia porque generó preocupación en la Capital y no por lo que esos incendios implican desde el punto de vista ambiental para todos los argentinos. De hecho, las noticias se centraron más en cuántos incendios hubo, en dónde y qué nivel de toxicidad tenían que en tratar de esclarecer quiénes fueron los responsables y por qué esta vez el humo llegó hasta el corazón de “La Reina del Plata”.

 

Fuegos hubo siempre…

Desde que el ser humano lo descubrió, el fuego fue una de las herramientas más antiguas y fundamentales. Donde hay pastizales, se lo usa. En el Delta, por ejemplo, su aplicación es habitual entre los ganaderos. Quemando los pastizales se puede mejorar la pastura ofrecida como forraje para el ganado y, por consiguiente, se mejora la actividad productiva. Los ganaderos buscan lograr el rebrote, que es obviamente mucho más nutritivo que los pastos secos, tan poco apetecibles para el ganado. Por eso, el uso del fuego con este fin es una práctica de manejo de pastizales muy antigua, no sólo en los del centro-norte de nuestro país, sino en varias regiones del mundo, porque sus beneficios están suficientemente comprobados.

 

Fuegos buenos y fuegos malos

Es decir, que el fuego como herramienta puede ser muy útil. De modo que las quemas pueden ser buenas o malas según sean realizadas. Por eso, no hay que temerle tanto al fuego como a quien lo genera. Para que un fuego se realice responsablemente hay que contemplar varios aspectos. Algunos de ellos son: la temperatura del aire, la dirección y velocidad del viento, la humedad del aire, la precipitación y el contenido de humedad o agua del suelo. Estos factores, aunque están fuera del control humano deben ser conocidos y tenidos en cuenta. Además, hay que tomar otros recaudos ineludibles, como el saber asesorarse sobre cómo, cuándo y con qué técnica conviene usar el fuego (el INTA cuenta con técnicos especializados en fuego). Por ejemplo, los fuegos frontales con viento a favor queman rápido y afectan poco al suelo. Por el contrario, hacerlo viento en contra implicará que avance más lentamente. Lo importante es saber qué técnica conviene aplicar de acuerdo al tipo de pastizal y a las condiciones climáticas de la región. En función de ello se deberá determinar la cantidad y calidad del combustible, la fecha y estación del año y la hora de aplicación de la quema. Previo a ello, habrá que verificar las condiciones climáticas del día (en particular, la dirección y fuerza del viento), notificar a las autoridades locales y a los vecinos sobre el día en que se realizará el fuego (para que estén prevenidos), contemplar medidas preventivas (como contrafuegos) y contar con un plan de emergencias, contingencias o eventualidades (para no improvisar).

Está claro, entonces, que los cientos de focos simultáneos en el sur de Entre Ríos y norte de Buenos Aires no fueron hechos con los recaudos mencionados. Es más, son un claro ejemplo de una situación mal manejada. Y no solo por el fuego, sino por algo más grave: el desarrollo agropecuario no planificado, en pleno avance desordenado.

 

¿Planeamos o improvisamos?

Es muy sencillo: cuando no se planifica se improvisa. Nuestro país cuenta con unos diez millones de pobres y la única fórmula conocida para aliviar o resolver la situación de esa gente es con el desarrollo. Pero no cualquier desarrollo, sino uno sustentable, viable económicamente, solidario socialmente y ambientalmente responsable. No es lo que estamos viendo, desde ya, porque para que un modelo de desarrollo agropecuario sea sostenible se requiere de planes de ordenamiento territorial. Vale decir de un plan basado en el relevamiento y conocimiento del territorio geográfico, identificando sus distintas aptitudes y proponiendo las actividades productivas más adecuadas para ellas. Esto de la mano de una red de reservas naturales y corredores biológicos que garanticen el impulso productivo de la mano de la conservación de la riqueza natural argentina. Podrá imaginar el lector que estamos muy lejos de ver esto porque más bien vemos lo contrario: una expansión improvisada de la frontera agrícola, de la mano de los cultivos “de moda”, los que demanda el mercado internacional. Y no nos engañemos: la culpa no es de la soja, que es una pobre planta que hoy por hoy es una de las estrellas del mercado agrícola. Hoy es la soja y mañana puede ser el maní. Uno nunca sabe… Está claro, igual, que la culpa es del Estado argentino que no planifica y de los productores que acompañan la improvisación en lugar de garantizar suelos fértiles y agua potable a largo plazo. Cuando manda el dinero la necesidad no deja espacio a la razón ni a la planificación. Así nos va…

Sucede que estos incendios constituyen el síntoma indirecto de ese avance agrícola que desplazó a la ganadería hacia sitios hasta ahora marginales como el delta, donde ahora se habla de más de un millón de vacunos. Y es así como la práctica del uso del fuego llegó a esta región, donde hasta hace poco tiempo no era habitual. Por esto, el problema que hoy nos afecta, tiene una fuerte vinculación con la política de desarrollo agropecuario que tiene vigencia en nuestro país, donde muchas veces las consecuencias ambientales y sociales no están debidamente medidas.

Es fundamental que el diálogo accidentado entre el sector agropecuario y el Gobierno Nacional se retome incluyendo la problemática ambiental y social que el actual modelo de desarrollo está generando, y que de una vez por todas, se discuta cómo alcanzamos la sustentabilidad de las actividades productivas primarias. Una sustentabilidad, que debe abarcar los aspectos económicos, sociales y ambientales por igual. Y estas últimas no están siendo atendidas. Así lo reclamó la Fundación Vida Silvestre Argentina.

Por eso es fundamental que se defina un modelo de desarrollo equilibrado, no sólo regido por las leyes del mercado. Y ese modelo debe estar acompañado por un marco normativo adecuado (que prevea situaciones como la actual), capacitación, y mayores controles.

Mientras esto no ocurra seguiremos improvisando y pagando por ello.

 

¿Y los responsables dónde están?

Es importante que el Estado (municipal, provincial y nacional) identifique a los responsables de los incendios intencionales y les sean aplicadas sanciones desmoralizantes o desalentadoras. Mientras esto no ocurra, seguirán los incendios descontrolados. Los impactos de los incendios irresponsables son ambientales, económicos y sociales. Algunos de ellos, irreversibles. Y hay que recordar que este tipo de fuegos están penalizados por el Código Penal (arts. 186 a 189, delitos contra la seguridad común y estragos culposos). En la medida en que haya impunidad, esta situación va a continuar. Si lo que sucede no activa medidas de prevención por parte de Estado, de control y de aplicación de la ley -con sanciones ejemplificadoras y desmoralizadoras para los potenciales responsables- , lo que hoy es noticia se va a transformar en parte de la cotidianeidad.

 

Daños graves y expectativas grandes

La superficie afectada en esta ocasión fue cercana a las 100.000 hectáreas. Para los especialistas es alarmante, dado que arrasó con gran parte de una región ecológica específica, distinta a todas las demás de la Argentina: la denominada Delta e islas del Paraná, con ecosistemas frágiles y especies amenazadas de extinción como el ciervo de los pantanos.

Ante estos hechos, existe una necesidad: la de compensar los daños ambientales. Una forma concreta es creando y fortaleciendo varias reservas naturales. Por ejemplo, Entre Ríos debería crear una o varias reservas en el bajo Delta entrerriano, donde se encuentran, por ejemplo, las últimas poblaciones entrerrianas de ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus) cuyo hábitat natural, son justamente pajonales y embalsados como los afectados por el fuego. Por su parte, la Provincia de Buenos Aires debería redoblar la apuesta del Municipio de San Fernando para que el área núcleo de la reserva de la Biosfera del Delta tenga mayor nivel de protección que el actual. Y, finalmente, el Estado Nacional podría ampliar el Parque Nacional Pre-Delta y la Reserva Natural Estricta Otamendi, cuyas superficies son pequeñas frente a los desafíos y amenazas ambientales de la región.

Si la vocación por administrar los bienes públicos se antepone a los intereses particulares las autoridades provinciales y nacionales pronto podrán darnos más de una alegría.

 

¿Cómo seguirá esta historia?

Difícil saberlo. Hemos atendido este problema porque el humo llegó a la Casa Rosada. Podríamos tomar esto como un mensaje para aprovechar mejor este momento de definiciones de fondo en torno a la crisis del campo. En buena hora que se analice el tema de fondo, pero no es atinado dejar de lado el tema ambiental. De hecho, deberían ser invitados a las reuniones clave con las altas esferas del gobierno a los representantes de universidades, centros académicos, institutos de investigación, el INTA e, incluso, a las organizaciones no gubernamentales para que –juntos- contribuyan a delinear un modelo de desarrollo sustentable serio y en un país predecible. ¿Es mucho pedir?

Claudio Bertonatti

 

La nota de nuestro Colaborador Claudio Bertonatti, quien lleva puesta con pasión la camiseta ambientalista (que no es la de “Greenpeace” a la que son adictos los Mefistos argentinos de lo “políticamente correcto” o colonialmente saludable) esta presidida por la seriedad de un profundo conocedor del tema y por el optimismo de quien se resiste a creer que la realidad no puede mejorarse. Posiciones ambas que celebramos. Por nuestra parte queremos destacar que la búsqueda de responsables debe incluir a: 1) Todos los responsables: es difícil creer que un viejito con un bidón de nafta pueda quemar casi 100.000 hectáreas que incluyen vastos humedales (es decir suelos de baja permeabilidad cubiertos por agua poco profunda), 2) A Romina Picolotti, Secretaria de Medio Ambiente por incumplimiento de los deberes de funcionario publico y por falta de idoneidad en el cargo. (Como los dioses son dueños de un humor cruel, hay que recordar que Picolotti “nace a la política” con los cortes de los entrerrianos de Gualeguaychu contra las pasteras del Uruguay, cortes dinamizados en ese momento por…Alfredo de Angelis); 3) A Daniel Scioli, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, por los mismos motivos, aun cuando no se lo pueda someter a proceso judicial por ser felpudo del gobierno central (¿creyó que la quemazón era de otra Provincia?). El Gobernador menemista-duhaldista-kirchnerista, se parece demasiado a un frankenstein de la política: formado por cadáveres y casi termina en un incendio.
Por otra parte no es menos cierto que la quemazón desnuda, como bien señala Bertonatti, la irracionalidad de un sistema, donde falta planificación tanto del Estado como de los productores, lanzados a la caza irracional de la renta agraria sin importar sus consecuencias. Este es el capitalismo que tenemos, el “modelo de acumulación con inclusión” según la vacía terminología pseudo-“marxista” de la Presidente (quien quizá olvida, ¿o no?, que la acumulación originaria de capital que historio Marx se basaba en el latrocinio y en el despojo violento). La pregunta final de Claudio en su artículo, no es difícil de responder. Aunque ni el ni nosotros cejaremos en el optimismo.

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MEDIOAMBIENTE Y PRENSA: ¿Decimos lo que quieren escuchar o lo que tenemos que decir?

MEDIOAMBIENTE Y PRENSA ¿Decimos lo que quieren escuchar o lo que tenemos que decir?

por Claudio Bertonatti (*)

Con frecuencia, los problemas ambientales tienden a ser presentados públicamente con un estilo simplista, cuando no, pueril. Desde los medios, se tiende a identificar a "los malos de la película" y es ahí cuando también se buscan "actores" que puedan representar el papel de "los buenos" o "justicieros". Por supuesto, no falta quien -de uno y otro ladose presta a desempeñar ese "papel". Porque, como decía Atahualpa Yupanqui, "están los que cantan para la tradición y los que cantan para el micrófono". También, es real que existe una presión periodística para que el entrevistado de turno diga lo que el público quiere escuchar (o consumir) y no lo que tiene -técnica y moralmente- que decir, que no siempre es espectacular, sencillo o efectista, por más metáforas que uno quiera buscar.

El camino hacia la búsqueda de la verdad o de la justicia está minado de obstáculos. En realidad, está minado (que ya mucho decir).

Minado, porque nada es más fácil que buscar los "blancos" y los "negros", dejando de lado la amplia gama de "grises". Es ahí cuando el que obra con franqueza pisa la mina y desaparece de escena, para dar lugar a quien pueda ocupar el anhelado nicho "amarillista". Sin duda, parte de esta situación se nutre en la ingenuidad con que muchos consideran a los grandes medios de comunicación, como si fueran instituciones imparciales, paradigmáticas en la búsqueda de la verdad y casi científicas, perdiendo de vista que en la enorme mayoría de los casos se trata de empresas, que tienen su poco ingenua carga de intereses políticos y económicos en juego. Intereses que justamente suelen interferir con un análisis objetivo para presentar la realidad, porque -es sabido- una empresa se monta para obtener dinero, no verdades.

Un ejemplo de esto lo he observado en la posición de algunos "ecologistas" ante el tráfico de fauna, cuando se manifiestan en contra de todo tipo de comercio, sea legal o ilegal, sustentable o irracional, igualándolos a todos y esgrimiendo sólo argumentos sensibleros, desnutridos de la realidad social por la que atraviesa dramáticamente mucha gente y restringiendo la aplicación del "uso sustentable" sólo a la teoría. Es que cuando llega el turno de dar impulso a proyectos, que implican aceptar y apoya la caza, la pesca, la deforestación o recolección racional y controlada de una especie, se oponen, porque -en el fondo- son fundamentalistas y les preocupa más el sufrimiento de los "pobres animalitos" que el de la gente. Por eso, no es raro hallar "ecologistas" bastante insensibles ante los dramas humanos. Parecieran no comprender que no es posible conservar la naturaleza sin justicia social. Y que de la pobreza sólo se sale con desarrollo, y que cualquier desarrollo implica generar impactos ambientales. El tema es generar sólo los necesarios, del menor modo posible y compensándolos con otras medidas que equiparen los daños con beneficios concretos para los recursos naturales.

Aspiro a que estos comentarios no sean percibidos como una crítica insinuada. Porque es un ataque. Y un ataque que no está destinado sólo a los periodistas amarillistas o a los medios que los contratan, sino, especialmente, a mis colegas, los que "cantan para el micrófono" y a los que en su anhelo vedetista terminan "enfermos de importancia". Se olvidan (si la tuvieron) de la motivación original por la cual se enrolaron en la causa ambiental, porque dedican demasiado tiempo y esfuerzo a sí mismos. La verdad es que lo siento mucho. Pido disculpas por personalizar tanto esta nota, pero me sentiría un poco cobarde decir esto usando otra persona gramatical.

Luego de regar la pólvora, me interesa encender el fósforo. Los verdaderos "héroes" del ambientalismo, en realidad, debemos buscarlos en las filas "enemigas". Entre los industriales que necesitan producir y lo hacen con el menor impacto ambiental; entre los comerciantes de fauna, cazadores o pescadores que se mantienen al margen de la ilegalidad; entre los funcionarios públicos honestos rodeados de corrupción; o entre los periodistas serios que trabajan rodeados de los que buscan "sangre". Porque son ellos los que superan el "no podemos", "no sabemos", "veremos qué podemos hacer" o el "habrá que ver". Desde el lado de las ONGs tampoco es fácil hacer las cosas bien, pero creo que menos difícil que en los casos anteriores, donde el reconocimiento suele ser más mezquino. A veces, parece-mos lo que el Dr. Enrique Richard suele llamar la "Sociedad de los aplausos mutuos", refiriéndose a las instituciones ambientalistas que entregan premios a sus pares o que organizan reuniones y congresos para aplaudirse luego de cada presentación. Tiene mucha razón.

La verdad es que no hay una sola manera de ver un conflicto ambiental y distintas miradas, desde distintos sectores, contribuyen a armar el rompecabezas. Por lo tanto, la construcción de una solución debe contar con una participación multisectorial. Si aceptamos la necesidad de escuchar a todos los protagonistas, los que están de uno y otro lado del problema tendríamos una idea bastante aproximada y más objetiva sobre el conjunto de hechos y circunstancias que dan fopensamiento y actitud intransigentes. Eso está claro. Pero es en esos momentos cuando habrá que reconocer a los que trabajan "por el oro" (buscando socios o fondos), "por el bronce" (satisfaciendo su orgullo) o por la causa ambiental, que es el lugar de menor "lucimiento" y "rentabilidad" para los "enfermos de importancia".

No quiero terminar esto sin ratificar mi convicción en la necesidad de contar con lo que podríamos denominar "una defensa inteligente". No quisiera que se entienda que la inteligencia es una expresión pedante, sino anhelada. Y lo ratifico porque me consta que ha dado muy buenos resultados para la conservación de la naturaleza. En particular, para aquellos casos "terminales", como lo parecía aquel protagonizado por dos gasoductos que atravesaron el noroeste de la Argentina hace no mucho tiempo atrás. Cuando ya no había más espacio (o dinero) para pagar solicitadas o avisos "ecologistas", cuando ya se habían agotado las instancias legales y cuando la fiebre mediática dejó lugar a la temperatura normal que auspicia a la indiferencia, bien podría haber llegado el olvido para buscar nuevos conflictos y repetir el esquema, pero una negociación honesta por parte de una empresa y una ONG permitieron ir más allá de lo que la ley había pautado. Así, se logró que uno de los gasoductos invirtiera en arrimar gas a varias localidades jujeñas que no disponían de este recurso, que se compraran cerca de 20.000 ha. para crear dos áreas naturales protegidas en Salta (una a cargo de la Administración de Parques Nacionales y otra a cargo del Estado provincial), que se fortalecieran otras áreas protegidas olvidadas y que se financiaran durante varios años unos cuantos proyectos de uso sustentable y conservación para beneficiar a la biodiversidad y a la gente, entre otras cosas. No es poco. Porque si todos los proyectos de desarrollo o de infraestructura hubieran dejado o dejaran este tipo de "compensaciones" (término que algunos de mis colegas rechazan) nuestro país, sin duda, sería otro. Este criterio de gestión no es comparable con la venta de indulgencias papales ni con un "cambio de figuritas" para permitir cualquier tipo de proyectos a cambio de "compensaciones". Pero sería necio -una vez perdida la batalla- no buscar la adopción de medidas ambientalmente positivas para contrarrestar los impactos negativos de un proyecto.

Los conflictos ambientales son de una complejidad enorme, con desafíos que no podemos resolver sólo desde las ONGs. Además, pensemos que no es inusual que adolezcamos de lo que llamo el "Síndrome de la sociedad zoológica", cuando terminamos más preocupados por la fauna que por la gente. Por esta razón, debemos tener una aptitud y actitud predispuesta a buscar soluciones realistas, sin traicionar los ideales, ni manteniendo posturas fundamentalistas, reservándonos el enfrentamiento cuando ya no hay espacio para construir soluciones consensuadas. Porque el paradigma de alcanzar un desarrollo socialmente equitativo, económicamente viable y ecológicamente sustentable requiere de personas, recursos y acciones coordinadas y complementarias de los tres sectores de la sociedad. Lógicamente, se necesita de un Estado, de empresas y ONGs competentes, sólidas técnica y éticamente. Porque si el Estado no ejerce su criterio rector hará un mal gobierno. Si la empresa no busca compatibilizar el aumento de su rentabilidad con la sustentabilidad ambiental perderá liderazgo y deteriorará su nivel de competitividad en el mercado. Y si las ONGs no obran con la consigna de resolver los problemas de fondo perderán su capital más importante: la credibilidad. Está claro que ese no es el camino.

Creo que este panorama guarda una estrecha relación con nuestra capacidad (o incapacidad) para superar la crisis ambiental, que es una parte de la gran crisis nacional. Nos preocupamos mucho de la tasa de "riesgo país" asociada a la visión de nuestros acreedores sobre la posibilidad de pago que tenemos para afrontar los intereses de nuestra deuda externa. Pero no es profunda la preocupación del "riesgo país" en lo educativo, en lo científico, en lo cultural y en lo ambiental. Pareciera que, ni siquiera, en lo social. Sí, en lo económico. Esto habla de la necesidad de trabajar intensamente en abordar los temas ambientales con el nivel de seriedad y profundidad que merecen, para que conozcamos el diagnóstico y podamos aplicar un buen tratamiento para nuestros males.

Por último, todo indica que si el país no está peor es por muchos de nuestros compatriotas. A la Argentina la salvan las pasiones personales, porque detrás de todo proyecto que funciona, que genera resultados positivos para la conservación del patrimonio nacional (cultural o natural) hay una persona movida por su vocación y pasión. En un país serio, sabemos que las iniciativas no funcionan así, de abajo para arriba. Más bien, al revés. El Estado dicta directivas para que cada una de sus instituciones impulse una visión del país que proyecta ser. Desafortunadamente, nuestro país es desdichado. Hace rato que no vemos tal visión. Hemos tenido un talento descomunal para hundir un país como este. Pero nos queda cierta esperanza de verlo resucitar. Lógicamente, no hay que esperar milagros. Sí, en cambio que esas personas apasionadas, con conocimientos, vocación y honestidad puedan alcanzar no sólo el micrófono para decir lo que tienen la obligación moral y profesional de decir, sino cargos decisivos para un país más promisorio. El tiempo dirá si este no es otro sueño roto.


(*) Naturalista, docente y museólogo.