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Cine argentino: el monólogo de un idiota

Dos muy promocionadas películas se estrenaron con suerte diversa en cuanto a público: LA MUJER SIN CABEZA (Lucrecia Martel, 2008) y UN NOVIO PARA MI MUJER (Juan Taratuto). En la primera intervinieron, además del INCAA, capitales provenientes de España, Francia e Italia. La segunda es un paquete del poderoso Patagonik Group, asociado a multimedios.

En LA MUJER SIN CABEZA asistimos al momentáneo derrumbe de la dentista Verónica, la Vero para todos. Intenta un relato original, pero tiene el comienzo, nudo y desenlace de los viejos cuentos del primario. Una coqueta rubia cuarentona maneja el auto que sufre dos –atención al número- dos golpes. La cámara da a entender que ha atropellado a un perro. La Vero se registra en un hotel, se hace tomar radiografías –sufrió un golpe en la cabeza contra el volante-, tiene relaciones con su primo, porque para Martel todo queda en familia.

El marido no es ajeno a esta relación de la Vero que carece, en verdad, de peso. Los hombres adquieren verdadera importancia cuando se produce el encuentro del cadáver debajo del puente. Ahí intervienen y borran toda huella: la Vero nunca estuvo en un hotel, jamás se sacó radiografías y el primo es un interesante cómplice del marido. La dentista termina sojuzgada por las figuras masculinas y con el pelo ahora oscuro, otra señal del acatamiento al status quo.

Hay, como siempre ocurre en Martel, escenas con parientes diversos, chicos que deambulan –la cincuentona tiene ya hijas grandes ausentes en Tucumán-, y los pobres. Estos últimos son aindiados y no falta una visita a una villa para que podamos contemplarlos bien: en realidad la Vero se pierde y los indios salteños le indican el camino que va a la ciudad. La culpa –éste y no otro es el tema- hubiera merecido un relato menos convencional. Hay un exceso de tiempos muertos en esos 83 minutos del metraje.

La realizadora muestra paisajes y rostros autóctonos según es ya su costumbre. Declaró al diario CLARÍN que en Cannes habían silbado su película porque tenía subtítulos. En Buenos Aires carecía de ellos aunque su suerte estaba sellada de antemano. Hay una gran resistencia a las propuestas de Martel. Es sencillo: lo que ocurre con la Vero no nos interesa y esto se debe, en parte, a que el guión se mantiene sobre una tersa superficie que nada conmueve.

Se nos informa que todas las mujeres de esa familia han terminado locas –la última en padecer el mal es la Tía Lala-. Al parecer hay dos males en América Latina para la directora: la religión, que hace que los pobres sean imbéciles, y los hombres, que logran que las mujeres se conviertan en desdichados estereotipos. Son afirmaciones en exceso rotundas y si es que debemos creerlas, que nos entregue un relato novedoso. Ajena a sus fracasos, Martel se pasea por festivales e integra jurados. Todo es posible. Ah, la actriz protagonista hizo ya el mismo personaje en olvidado teleteatro y de allí la sacó Martel.

 

Los venerables todos

En UN NOVIO PARA MI MUJER, cuando la cámara panea por el barrio antes de mostrarnos al Tenso sentado en un cantero, nos hizo pensar a aquellas añejas presentaciones del mencionado microcosmos allá por los años '40 y de la mano de Carlos Borcosque. Bien: llega la Tana y, como hay que aggiornar los antiguos formatos, se nos hace ver que se trata de una pareja en dificultades que ha ido a ver una psiquiatra –su voz es OVER ya que dirige la sesión pero no la vemos-.

Los productores ejecutivos de Patagonik se jugaron el todo por el todo y encargaron un guión para complacer a tantos cuarentones en crisis –ella dice que tiene treinta largos-. El Tenso quiere separarse pero no sabe cómo decírselo a su mujer. Aquí interviene la barra –cualquier similitud con LA BARRA DE LA ESQUINA (Julio Saraceni-1950) es mera coincidencia-.

Se decide entonces liquidar a la dama mediante un adulterio y se recurre a un conquistador invencible. Este le dice al marido en cuestión que la largue a trabajar, porque si no él no puede abordarla. ¿Docencia, empleada de comercio, secretaria? No, seguimos con el aggiornamiento. El marido le paga un sueldo –sin que ella lo sepa- con el objeto de que largue su enorme capacidad para la bronca por una FM barrial.

La enorme popularidad de este guión escolar –el relato es inexistente y el montaje debe lograr que alguna primera figura se parezca a un actor- se debe, nos dicen, al proceso de identificación. Y bien: se trata de gente con el síndrome de Peter Pan que es sumamente desdichada y que no nos provoca risa. Ocurre que el Tenso es un pusilánime tan grande que ni siquiera se arrima a una sala de chat.

La confusión sobreviene cuando el conquistador termina enamorado de la Tana. Y todo se viene abajo. No sabemos ni importa si hubo relaciones entre ella y algún otro –también está el “pendejo” de la radio-. El hecho es que lo que se nos narra en flashbacks desde el consultorio de la psiquiatra ha ocurrido seis meses antes. Luego de oblar doscientos cuarenta pesos –fueron a ver a la madre de Rolón a juzgar por el precio- deciden separarse. El espectador sabe que como se trata de una comedia romántica a la manera de Hollywood no lo harán nunca.

Primero planos, planos medios, travellings, un montaje que pone en evidencia a las estrellas y una muy hábil campaña marketinera que se inició desde antes que comenzara el rodaje, convirtieron a UN NOVIO PARA MI MUJER en un éxito de taquilla como hacía años no se producía en el caso del cine argentino. Y esto no está nada mal. Es decir, resultaría provechoso que hubiera tanques de esta clase para enfrentar al cine el Norte. Que los espectadores se regodeen con la estética televisiva y, por momentos, la sitcom, viene al caso. Y viene porque nadie se pone a mirar TV para que le funcionen las neuronas.

No sabemos si por la cabeza de quienes ven este artefacto se piensa tal vez por un momento, que la Tana necesita un tratamiento urgente y que el Tenso puede terminar convirtiéndose en un bisexual todavía en edad de merecer. Pregunta: ¿qué clase de entendimiento sexual hay en esta pareja? Ah, los reproches que se prodigan lo dejan bien en claro: ninguno. Ella admite no haber tenido un orgasmo por largo tiempo.

Todo esto no parece desvelar a nadie. Menos a los que embolsaron la plata en la explotación local de la película. ¿El público piensa? Es una gran incógnita. Tal vez lo haga, es necesario, mientras ve la película. Pero no creemos que sea discutida a posteriori ni que valga la pena hacerlo. Ya fue y ahora nos vamos al próximo teleteatro. Curioso: tanto LA MUJER SIN CABEZA como UN NOVIO PARA MI MUJER resultan películas gélidamente asexuadas.

 

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