Alberto Methol Ferré

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Prólogo a "LA FORMACIÓN HISTORICA RIOPLATENSE"(*) de Luis Alberto de Herrera

Aunque escrito hace cincuenta años, “El Uruguay Internacional” traza el cuadro fundamental de las posiciones históricas de Herrera. Es cierto que con posterioridad Herrera introdujo numerosos enriquecimientos y amplió su horizonte. Se puede así indicar algunas variantes de importancia. Por ejemplo: en sus primeras etapas Herrera es un reivindicador de Urquiza, pero en la segunda guerra mundial, las tensiones de su lucha por la neutralidad (cuando Pearl Harbour hizo aquella célebre y escandalosa declaración: “es una guerra de colosos, festín de leones; allá los amarillos contra los rubios!...”) le alumbran retrospectivamente las intervenciones anglo-francesas en el Río de la Plata. Su posición nacional y anti-imperialista le conduce a levantar la memora de la Guerra grande, y aún defender a un tabú uruguayo como Rosas. Correlativamente, su aprecio por Urquiza declina.

Es importante señalar que “El Uruguay Internacional” tuvo como origen circunstancial la disputa argentino-uruguaya sobre los límites del Río de la Plata, y que es el momento de mayor irritación de Herrera respecto a la Argentina. Para él, la cuestión del Plata era de vida o muerte para el Uruguay, como lo es efectivamente. Pero entendió siempre, a la vez, que los derechos del Uruguay sobre el río le imponían obligaciones perpetuas como los demás países de la Cuenca. Allí está una de las raíces más hondas del neutralismo herresista en las dos guerras mundiales. Cuando a fines de 1940 se plantea la instalación de bases militares norteamericanas en el Uruguay, la resistencia de Herrera fue inquebrantable: “¡Bases, jamás!”. No sólo era defender la soberanía uruguaya: tampoco quería dejar convertir al país, como decía, en un “Caballo de Troya”, no podía permitir un revólver sobre el corazón argentino. Y en aquellas horas dramáticas se movilizaron todas las fuerzas contra él. Pronto los stalinistas fueron el elemento de choque. Fue el tiempo de la consigna stalinista de “Herrera a la cárcel”, aplaudida por los infaltables “demócratas” del imperialismo. Su férrea nuetralidad le costó a Herrera el golpe de Estado de 1942, dado por Baldomir e inspirado por Estados Unidos (no fue la única vez que los yanquis se le cruzaron al camino: también en 1959 a través de Nardone lo radiaron de la victoria del Partido Nacional). Pero esa batalla fue una etapa culminante de su vida política. En medio del fragor, Herrera recordaba y recogía aliento del ejemplo de Hipólito Yrigoyen.

¡No se podía entender que el hijo del canciller blanco cuando la Triple Alianza, que el soldado de Saravia, se aferrara con uñas y dientes a su pago criollo! “Mi vaso es pequeño, pero yo sólo bebo en mi vaso!” Herrera pensó y actuó en términos uruguayos y rioplatenses. Así se opuso a la doctrina cipaya de la “intervención multilateral” y a Braden. Pero el conjunto del Uruguay, desde su insularidad abstracta, se sentía “ciudadano del mundo” y le trasponía el plano de la “disyuntiva mundial”, no lo situaba en la opción nacional. De ahí la absurda tergiversación que implicaba la acusación de “nazi”. De nada valía que Herrera repitiera una y mil veces, en todos los modos posibles: “Nosotros, los hombres del Sur, por encima de todo, estamos “aquerenciados”... pues, ¡con nuestros quereres!”. Y que su política internacional se redujera a esta sensata fórmula: “La coordinación de actitudes entre Uruguay, Argentina y Brasil, es un imperativo histórico y moral y es una forma viva del instinto de conservación”. Todavía el Uruguay estaba ausente de Latinoamérica.

En suma, la actuación de Herrera acontece en las vísperas, culminación y crisis del Uruguay moderno. Abarca el ciclo de un país plenamente satisfecho de sí, próspero, liberal y extraño a América Latina. El nacionalismo de Herrera fue estructuralmente uruguayo, aunque con una dimensión de nostalgia, de solidaridad con el añejo tronco hispanoamericano. Esto le cualifica, le distingue de la tónica dominante propia de un cosmopolitismo portuario. Aunque Herrera es también un fruto de la balcanización coagulada, mantuvo fidelidad y orgullo de ser iberoamericano.“¡Yo estoy contento de mi raza!”

Una analogía puede contribuir a entenderle. En tanto que Yrigoyen fue una síntesis del viejo país argentino y la inmigración, ese fenómeno quedó en gran medida bifurcado en el Uruguay. Dentro del Partido Colorado, de filiación “garibaldina”, Batlle fue el gran intérprete de las nuevas masas de inmigrantes. Dentro del Partido Nacional, Herrera fue el “jefe civil” del pueblo criollo. Lo que se dio unido en Argentina con Yrigoyen, en Uruguay se concretó en la dualidad Batlle-Herrera: Herrera representa, como tipo, un cierto equivalente a Yrigoyen y al “gaucho” riograndense Getulio Vargas. Pertenecen a la misma coordenada histórica. No es un azar que haya estado ligado por honda amistad con ambos.

Así, el nacionalismo herrerista es de raíz rural, lo que explica la conexión ideológica de Herrera con Barrés. Aunque, por la diversidad de circunstancias, asumiera un distinto sentido. Aquí fue un nacionalismo “nativista”, salvador de las raíces autóctonas, procediendo al rescate de los que se denostaba como “barbarie”. En un país semi-colonial mantuvo el cordón umbilical. En su conjunto, Herrera fue un liberal con sentido nacional. Político concreto más que que ideólogo -le repugnaba el término-, sólo le inquietaba el “arte de lo posible”. Se movió dentro de pautas reformistas, con un empirismo de estilo inglés y mañas de baqueano. Es que el país era estructuralmente agropecuario, en la órbita pacífica de Gran Bretaña, sin fuerzas para montar industrias de consideración. La personalidad misma de Herrera refleja tal situación. Y sus virtudes son también sus límites, los límites de su coyuntura objetiva. Como es obvio, el Uruguay aislado no da para grandes empresas históricas.

Hoy en cambio, estamos al filo de una nueva época. La crisis del imperialismo, el surgimiento de nuevas fuerzas sociales, la emergencia de Latinoamérica como totalidad y su industrializción, nos imponen muy otras tareas. Tendremos que ir mucha más allá de Herrera, pero contando con él a nuestras espaldas. Un síntoma de ello ya se vislumbra en las generaciones uruguayas que entran al ruedo, y es la irrupción en estas tierras orientales de un potente “revisionismo histórico” que, quiérase o no, hunde sus raíces en Herrera. Sólo que ahora es prospectivo, lleva el futuro en su entraña vocación, con la unidad latinoamericana como horizonte y quehacer.

Mucho es lo que aún tendríamos que decir, pues la figura del viejo caudillo está como tapiada por una muchedumbre de malentendidos. Pero es tiempo de empezar por el principio: tomar contacto directo con él.

Montevideo, octubre de 1961.

(*)Ed. Coyoacán, Buenos Aires, 1961.

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¿Adónde va el Uruguay? (fragmento)

Primer epílogo y nueva introducción

El Uruguay el Tiempo

El Uruguay está pasmado, es hoy lo que Azorín: “El gran pasmado”. Sorpresivamente, inesperadamente, a través de lo más esperado (la legislación electoral uruguaya es la más refinada manera que pueda encontrarse en la historia de desviación, de exorcismo del sufragio universal), Herrera y Nardone han terminado con el Régimen. Lo han terminado en su esencia misma, aunque las apariencias se perpetúen, sobrevivan en la retina del alma de cada uruguayo. De sopetón, sin intermediarios, sin mediaciones, el Uruguay saltó del estanque hasta alta mar. La mayoría no sabe aún que está en alta mar. La muerte-vida del estanque se prolonga en la superficie de ondas de un mar de miles de metros de profundidad. Aunque parezca increíble, ha sido a través de Herrera y Nardone, a través de las urnas, a través de los candados del Régimen, que el Uruguay ha redescubierto el tiempo.

Es lo que los uruguayos habíamos olvidado, desde antes de mi niñez, desde la niñez de mi padre, y quizás de mi abuelo. No creíamos ya en el tiempo, no había tiempo para nosotros. El Régimen de Batlle era par todos una imagen de la eternidad si no la eternidad misma. Claro, por supuesto, que no hay eternidad en la historia, no era más que una idolización de lo contingente, un fetichismo que nos contaminaba a todos, al gobierno y al pueblo, a los oficialistas y a los opositores, a la derecha y a la izquierda. Todos habitábamos lo mismo, estábamos en lo mismo. Pero la eternidad en la historia es corrupción, es lo más atroz que pueda sucederle a un hombre y a una sociedad. La eternidad en la historia no puede ser más que estanque, con su fauna distorsionada de insectos empregnándonos el corazón y la cabeza. ¡Qué alivio saber que hay contingencia! ¡Qué descanso saber que hay incertidumbre! ¡Qué sano temor saber que las aguas fluyen! ¡Qué bueno saber que la vida requiere fortaleza, prudencia, audacia!

Quedan sí los empecinados, miles de empecinados, que se aferran a lo que pasó, a lo que se fue. Hay miles y miles que se repitan para salvarse del pasmo: “aquí no pasó nada, aquí no pasa nada, aquí no pasará nada”. Los satisfechos de ayer son los ciegos de hoy. Los opositores satisfechos de ayer son también los ciegos de hoy. El Régimen se ha transmutado en un domingo en el Antiguo Régimen. Por eso en tirios y troyanos sobrevive el Régimen, cuando ya no puede ser, cuando la muerte le ha sobrevenido tranquilamente, sin ruido; es cadáver con millones de células, todavía con vida, que no saben qué ha pasado en la sustancia del cuerpo. Es la larga, imperceptible muerte del espanto.

El Uruguay y el Tiempo. He aquí el gran tema nacional. El drama callado del país por lustros y lustros. Tuvimos, es cierto, hendijas por donde se nos colaba un poco de tiempo, pero parecían cerrarse de inmediato. Pronto eran devoradas por la Identidad total. ¿Cómo podremos salvarnos de la Identidad?, nos preguntamos angustiados una y otra vez. Parecía no haber respuesta. Cuando los amigos de patrias hermanas nos preguntaban acerca de nuestras cosas, no había más que encoger los hombros y contestar: nada.

No es este el momento de discurrir acerca de las razones que hubieron para que tales realidades existieran. Las hay muchas. Se nos vienen a la boca a borbotones, a nosotros lo que estuvimos callados durante años. A nosotros, lo que recién ahora comenzamos a balbucear recargados de una alegría tranquila y sintiendo sobre nuestras cabezas una responsabilidad sin precedentes en nuestra querida aldea uruguaya, en nuestra recorrida comarca uruguaya.¡Qué sabor han tomado las cosas! ¡Que dulce aspereza!

A todos los uruguayos les tenía tomados una pereza estéril, había que pensar a contramano, la facilidad nos eximía de la diferencia específica del hombre con la biología. Hasta el 30 de noviembre de 1958 nos era un esfuerzo pensar, hoy para todos el esfuerzo es dejar de pensar. Allí reside la raíz espiritual de lo que nos ha sucedido hace pocos días.

Hace día el Uruguay se ha encontrado en la historia frente a su Historia. La tiene que retomar de nuevo, rehacerla paso a paso, volvérsela a contar a sí mismo. Porque la no-historia que nos nos han enseñado y de la que eran víctimas los maestros mismos, a la vista está que es inservible, que es mentira, u que hoy es imposible proseguir en la mentira. Porque nunca el Uruguay esperó que semejantes cosas ocurrieran, porque el país entero ha dejado de entender y de entenderse. Pero ya no hay duda que la marea sube en el horizonte, la marea que se vino preparando en el mundo más callado del Uruguay, el rural, el campesino. Ya no hay más rurales a secas en el campo. Hay ruralismo. El campo, el bajo fondo del Uruguay le ha ganado por primera vez la batalla al Uruguay, ha ganado la primera batalla por el Uruguay. Y la marea también la fueron preparando los fenicios que anidaban en Montevideo, la fueron insuflando con su impunidad, con su soberbia. Por eso no es un azar que hoy, la victoria del país esencial está simbolizada en Luis Alberto Herrera, memoria indomable, de 85 años, del viejo Uruguay, y de Benito Nardone, hijo de gringos, superación del gringo en el arraigo nacional, líder rural, líder de lo más memorioso de nuestra historia viviente, la que no entró nunca en los textos. Así tenía que ser y así fue. En adelante comienza la dura historia de un futuro que será, pase lo que pase, nacional, aunque reciba coletazos fuertes y tenga reculadas. Aunque en esa hora las apariencias tengan una fuerza tal como para matar a los hombres, no serán más que lo que son: apariencias. Así, mi parroquia querida, padecida, sufrida, entra en la historia. El Uruguay y el Tiempo. Nuestro gran tema.

 

5 de diciembre de 1958.