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“El enigma Spinoza”

de Irvin Yalom
(Buenos Aires, Emecé, 2012, 390 págs.)

La vocación literaria de algunos psiquiatras/ psicólogos nos puso al alcance obras con momentos interesantes (el capítulo “El diván de propulsión a chorro: la historia de Kirk Allen”- versión “narrativa” del psicoanálisis de Paul Linebarger /Cordwainer Smith, según Pablo Capanna- en “La hora de 50 minutos” de Lindner, hace que valga la pena el libro). Aunque a esta clase de híbrido hay que sumarle otras: la ficcionalización de las historias psicoanalíticas (ficción de la ficción, en un regreso casi al infinito), el cruce de “historias de vida” con mucho producto freudiano adentro y por supuesto la novela histórica, madre generosa de toda esta prolífica descendencia, y más.

¿Pero que sucede cuando la ficción narrativa escapa de estos esquemas y del esquema de la novela histórica? Este subgénero a pesar de sus severas limitaciones de centauro desmediado supo tener algunas pequeñas joyas: baste pensar la figura central de Claudio Juliano (“El Apóstata” como lo nombraban los cristianos) en las obras de Merejkowski, Ibsen o Gore Vidal. O “Los gladiadores” de Koestler. Claro que el resultado se vincula con el talento literario, aún en obras desparejas como las nombradas.

En nuestro medio, el ciclo parece haberse consumido con las hoy rancias novelas de Manuel Gálvez: el resto no pasa de insufribles dramones siglo XIX o catarsis reaccionarias de ambientes similares.

Cuando aterrizan en el puerto novelas como “El enigma Spinoza” la reacción de los monitos tercer mundistas suele ser de aplauso, sin esforzarse más allá de la lectura playera. Algo similar pasó con otra obras de Yalom: “El día que Nietzsche lloró” (alguno se salvó de leerla yendo a ver su puesta teatral) o “Aprendiendo con Schopenhauer”.

La convergencia de personajes disímiles, alejados en el tiempo, el espacio y el ámbito cultural, posibilitan a veces aperturas que establecen relaciones insospechadas y desbaratan relatos tenidos por ciertos. Lo hemos intentado en “Ezra Pound y Saúl Taborda- Un anticapitalismo filosófico” y en el post-facio a “Una temporada en el Ingenio” de Chinolope (*). Más cercana en el tiempo, la pequeña obra de Onfray “El sueño de Eichmann. Precedido de Un Kantiano entre los nazis” (2009) alteró los nervios de muchos burócratas de la filosofía

“El enigma Spinoza” es mediocre desde ésta y otras perspectivas. La primera es la del desborde de la personalidad del autor: Yalom es un psiquiatra judío, estadounidense, asimilado. Una mezcla “tensional” de difícil equilibrio que aparece en forma precaria y contradictoria en toda la obra. La segunda es el desequilibrio en el manejo de los datos históricos, a pesar de la confesión en contrario del autor (en el “Epílogo”, que recomendamos tautológicamente leer al final, ya que se corre el riesgo de abandonar precipitadamente la lectura en ese punto).

Hay cierta impotencia en el delineamiento de los personajes que proviene del intento de reducción de los mismos en la gelatina psicoanalítica (Nietzsche, Schopenhauer, Spinoza -entre tantos- son verdaderas “bestias negras” de la invención freudiana, a los que se canibaliza pero a la vez se niega por la vía de la “interpretación”). Hay mucho del “Can´t” con el que Nietzche satirizaba al filósofo de Königsberg.

El desdoblamiento del autor entre Franco, un marrano (judío converso a la fuerza) proveniente de Portugal y un iniciado temprano en el psicoanálisis, Friedrich Pfister (1), que harán de comadronas socráticas de Spinoza y del ideólogo nazi Rosenberg, respectivamente, desnuda más a Yalom que a sus personajes. Mientras el marrano brutalizado por la persecución católica devendrá un rabino de ideas liberales y utópicas en la Holanda del s. XVII, el psicólogo “ario” devendrá en un alemán conformista que no irá más allá en su declinación liberal de rechazo a la barbarie nacional socialista. Ambos, propondrán la reforma del entendimiento (religión, “yo”) “desde adentro”, es decir adhiriendo al orden establecido y apostando al tiempo. ¿Yalom? Spinoza y Rosenberg, en cambio radicalizaron su discurso contra la religión, y abordaron el “yo” sin superar el horizonte de su acotado territorio -el este de Europa-, enancados en distintas pasiones (la razón, la mitología), letales a su modo en sus formulaciones extremas. Se puede cuestionar este paralelismo si se reduce la presentación a la materia filosófica, pero no si se comparan sus decursos existenciales.

Yalom se desenvuelve mejor mostrando las luchas de las facciones políticas del rabinato de la época, lo que le permite delinear con mayor acierto las circunstancias del repudio inquisitorial de Spinoza por la comunidad judía de Ámsterdam (2), que las internas políticas en el nazismo; de las que extrae solamente el caudal de los lugares comunes, aunque las diferencias entre ambas sean de grado (3). A pesar de la profesión de fe “histórica” del autor, la figura de Rosenberg se materializa apenas a partir del repudio de su entorno, tal como surge de las citas que reproduce Yalom y que generosamente le prodigara la camarilla nazi.

No hay referencia alguna a la obra principal de Rosenberg “El mito del siglo XX”, ni al contexto cultural de la misma, como fuente de investigación de su “naturaleza” psicológica; como sí la hay en cambio a la “Ética” y al “Tratado Teológico Político” de Bento Spinoza. Esta asimetría hay que cargársela a los prejuicios del autor, que se limita, Pfister mediante, a despachar “El mito…” junto con “Mi Lucha” -un festín para psicólogos- con los epítetos “tan infames, tan viles”. El mismo “Dr.Pfister” aparece sepultando “el desprecio que sentía por su paciente” Rosenberg.

Aquí es difícil separar lo “políticamente correcto” en la defensa profesional que hace Yalom, del oscurecimiento de las relaciones de la “comunidad psi” alemana con el nazismo, entre otras relaciones oscuras del más alto nivel. No estaría demás leer en este punto “El crimen occidental” de Viviane Forrester cuya punta del ovillo se encuentra en una cita de Hitler (pág. 344 de la obra) que hace Yalom.

Sin dudas la figura de Spinoza resulta altamente agradable aunque no sabemos muy bien si por algunas de sus ideas, o por su carácter de perseguido, o su capacidad de sufrimiento o por una combinatoria. No puede decirse lo mismo de Rosenberg (5) cuya figura inferiorizada aparece sospechosamente desleída, enfundada en su traje militar y sin asomo alguno que inspire nuestra piedad. Este nuevo desnivel parece el resultado de una tesis inicial del autor que busca complicidad para una historia que se da por descontada. Con un maniqueísmo más equilibrado hubiera ganado la novela aunque, como siempre, resultara asesinada la historia.

El “Epílogo” termina por arrastrar los déficits de la obra a su consumación. No pueden tomarse en serio sus elucubraciones sobre el proceso de Nuremberg: sus referencias a las películas “El Triunfo de la voluntad” (Leni Riefenstahl) y “El Plan Nazi” son risibles; la referencia a la medición del coeficiente intelectual de los prisioneros y algunos dichos de miembros del tribunal (en especial del general ruso Rudenko) son primarias.(4) Otro tanto sucede con la descripción de la actitud asumida por distintos sectores del Estado de Israel en relación a Spinoza: desde el decreto de que el herem (la exclusión) había sido eliminado por el tiempo -de lo que no pudo beneficiarse Spinoza, muerto casi trescientos años antes- hasta el repudio de los sectores ultra ortodoxos a esta posición, ratificando su invocación de ser el “pueblo elegido”. Este es uno de los mitos fundacionales de ese Estado, manejado por políticos laicos que no trepidan en invocar el mito religioso. ¿Hay algo más anti-spinozista que esto?

Uniendo ambos temas Yalom no trepida en afirmar entre sus concesiones políticamente correctas, que en Munich “…ésta, la más triste y más oscura de todas las historias, había comenzado”, privilegiando la “shoah” judía a manos de los nazis por encima de la “nakba” palestina a manos de los judíos del Estado de Israel. Sin consideración alguna a la barbarie stalinista, que no perdía frente a la barbarie nazi, entre otras tristes y oscuras historias del siglo XX, antes y después del “enigma Rosenberg”.

(*) Ver: Pounda, Ezra: “Jefferson y/oMussolini- seguido de Crédito Social. Un impacto”, Buenos Aire, El Calafate, 2004 págs. (“Epílogo para argentinos”) y Chinolope: “Una temporada en el ingenio”, Buenos Aires, 2004, 83 págs. (“Hoy Chinolope”).

d.a.

(1) Como dato cabe consignar la existencia de un Friedrich Pfister (1883-1967) contemporáneo de Rosenberg, cuya profesión era la de filólogo especialista en mitología y religiones antiguas de Europa, autor de un sugestivo título en 1936: Deutsches Volkstum (Etnia Alemana). ¿Casualidad?
(2) Antes había sucedido con Uriel da Costa, otro marrano, cuyo repudio, arrepentimiento, castigo y posterior suicidio compite en crueldad con los procesos de Giordano Bruno y Galileo a manos del Papado.
(3) La conmoción que significó entre los contemporáneos judíos de Spinoza la aparición del “mesías” (otro más) Sabbatai Zevi y la reacción de los rabinos principales contra él, son un botón de muestra.
(4) Recomendamos “La justicia de los vencedores- De Nuremberg a Bagdad” de Danilo Zolo (Ed. Trotta, Madrid, 2007, 206 págs.
(5) Aparentemente un “cuarto de judío” en la narración de Yalom, equiparándolo en este aspecto -y no solo en el- con el Inquisidor Torquemada, aunque estas asociaciones aparecen matizadas en el “Epílogo”. Esta clasificación delirante martirizó a muchos: Un ejemplo fue el cristiano Hilaire Belloc quien ante una pregunta maliciosa de Bernard Shaw (“¿medio?”) se apresuró a contestar: “No, no…un cuarto”. Es el judío que por los distintos caminos de la asimilación resulta crítico –a veces severo, a veces cruel- de su tradición de origen, sin capacidad de obviarla. ¿Yalom?

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