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“PERON Y EL ARTE DE LA CONDUCCION - Aportes para la cultura política argentina”

Por Alfredo Mason, Buenos Aires, Ed. Biblos, 2009, 177 páginas.

Este es un libro importante sobre un aspecto del pensamiento de Perón (un pensamiento que enseña a pensar) y que nos introduce, con una claridad de conceptos bastante inusual, a una realidad diariamente escamoteada por la “intelligentzia” portuaria y sus puntos de venta.

Sin concesiones a la tilinguería académica (ocupada en descular, como propias, las teorías del dominador europeo/estadounidense) Mason indica que “uno de los elementos más preciosos que (Perón) nos legara para nuestra cultura política, es su concepción del poder, remarcando dentro de ello la importancia de la formación, la organización y la conducción política” (p.15). Desgajada de sus orígenes militares el núcleo esencial de la conducción será política y ésta, política nacional.

Merece transcribirse la descripción cuasi-aristotélica que hace Mason del mundo degradado de la practiconada que se hace pasar por política: “…desaparecen del horizonte los liderazgos y se transforman en jefaturas; los cuadros medios aparecen como operadores; el diálogo abierto con el pueblo se transforma en el monólogo televisivo; la conducción busca ser reemplazada por el marketing político y finalmente, la política se transforma en un fin de carácter laboral.”

El repudio del formulismo vacío (de “izquierda” y de “derecha”) y del tecnicismo unilateral, que son la negación de la política, se hacía patente en el pensamiento de Perón. La política la entendía como conflicto y a la política nacional como la solución nacional del conflicto. La actualidad de esta contradicción no solo es expresión de lo inevitable sino también el acicate de la acción política: “renunciar a la política es renunciar a la lucha, y renunciar a la lucha es renunciar a la vida, porque la vida es lucha” (Perón, 1973)

Mason arriesga definiciones que constituyen un verdadero desafío conceptual y que nos reclaman un profundo análisis. No es menor la cuestión de la verdad en el discurso político: “… si cuando llega el momento de la decisión, la mayoría sostiene un discurso, éste es políticamente verdadero” (n. 4, p.17). Cada uno de los conceptos involucrados en el aserto ameritarían un seminario. Si a ello agregamos las propias definiciones de Perón, nos enfrentamos a una arquitectura proteica sólidamente arraigada en lo particular e imbricada con lo universal, relevante en términos de construcción política (teórica y práctica). Mason es conciente de ello, destacando la IMPORTANCIA DE DESCUBRIR EL SIGNIFICADO DE LAS CATEGORÍAS QUE APARECEN EN EL DISCURSO POLÍTICO. Tarea que no es para filólogos o lingüistas sino materia de reflexión y ejecución para quienes han hecho de la política una de las formas de la militancia nacional.

El Capítulo I dedicado al proceso de formación del pensamiento de Perón sintetiza los aportes sobre el tema, remite a los contextos de aquel proceso y destaca “el hecho más importante que convocó (su) reflexión temprana (…) la Primera Guerra Mundial (…)” en el que confluyeron la movilización total de las energías de la Nación (centrada en las masas) y el poder destructivo de la técnica.

Vale la pena destacar la capacidad de asimilación de Perón, un hombre nacido en el s. XIX, formado con oficiales argentinos que habían participado en la denominada Campaña del Desierto, y con extranjeros que formaron el pensamiento militar en el centro de Europa. Sin amilanarse ni estancarse en el militarismo de cátedra (al que lo habilitaba su condición de profesor brillante) y dotado de un eminente sentido práctico, desarrolló su carácter de lector atento pero no subordinado. En éste ámbito Mason reafirma un rasgo que ya advirtiera Fermín Chávez: el de un Perón “retraductor”, incapaz de vincularse de modo trivial con otras ideas. Ello se advierte en la obra “Conducción Política” que remite explícitamente a los “Apuntes de Historia Militar”, del mismo Perón. Él recibe las ideas con carácter instrumental, de medio, renombrándolas con lenguaje propio (en definitiva, el de su propia herencia cultural).

No es menor en este punto la adecuación nacional que realiza de procesos que, como el de la planificación, eran la respuesta “global” (sin distinción de ideologías) a una de las cíclicas crisis capitalistas a partir del crack de 1929 Y LA SUBORDINACION A LA POLITICA de las acciones (incluida, en especial, la guerra) que afectaban a la comunidad nacional. Pues, en la visión de Perón, el poder civil o político es el que posee la visión estratégica (p. 27).

En este proceso formativo Mason señala la evolución de las posiciones historiográficas de Juan Domingo Perón. Desde su inicial liberalismo (“mitrista”) arribará a la visión integradora del final de sus días, pasando por su adhesión al revisionismo histórico (posterior a 1955); aunque el principio de desmarque del panteón liberal se daba desde la propia obra de gobierno, en particular desde el ámbito cultural, donde la nueva heterodoxia historiográfica (el revisionismo) se iba posicionando alentada por toda clase de “herejes”: Liberales, nacionalistas, marxistas purgados, socialistas y algún anarquista iban demoliendo las construcciones “históricas” articuladas en torno a las “Historia de…” de don Bartolo (el bartolismo). Por otra parte, el mismo ámbito castrense iba desgranando perspectivas historiográficas que entraban en crisis con el eje Mitre-Levene, aunque no lograron consolidarse (Ver: Federico Gentiluomo, en El Escarmiento Nro. 7 aquí)

Aquella primera etapa liberal, coherente con la subordinación del profesional militar al poder político concluye, a nuestro juicio con la revolución de 1930, en la que Perón suma a su visceral anticomunismo juvenil y su anti-irigoyenismo epocal, su irrecurrible desprecio a la conducción militar desgajada del pueblo.

Aun bajo la fuerte influencia de la concepción de la “Nación en Armas”, Perón y los militares de su generación, reclamaban la existencia de “un pueblo fuerte, física y espiritualmente” (conf. Juan Lucio Cernadas, citado por Mason), reclamo que visto a la distancia y luego del agua y la sangre corrida bajo el puente de nuestra historia constituye un bofetón para nuestro gobernantes actuales, “posmodernos”, rivadavianos, fuera de la historia.

Otro de los aciertos del autor es la introducción del concepto de sistema “desigual y combinado” para caracterizar la práctica de poder de la década infame: conservadora en lo político y liberal en lo económico. Después de todo, Trotzky, acunador del concepto, tenía que servir para algo en la Argentina.

Sin prisa pero sin pausa se nos deja entrever las variadas fuentes históricas, políticas, intelectuales, militares de Perón. Para algunos no será una sorpresa menor la presencia de Roosevelt y Ortega y Gasset en este recuento -al que nos permitimos agregar a Chiang Kai-Shek con sus “tres banderas”- (1). El tema de la integración nacional, presente en todos ellos, se refleja en la concepción dialéctica, en el pensamiento de Perón, entre partido y movimiento. Mason luego de explayarse aquí en una verdadera clase de teoría política remata con una conclusión arriesgada, que le cuestionará más de uno (me anoto): “Quizá lo más parecido al peronismo sea hoy el Partido Comunista Chino” (n.18 p.38).

Los párrafos dedicados a la “cuestión del fascismo” son un acta de condena a las acusaciones al respecto que le endilgaran a Perón políticos, periodistas de dudosa -o no tanto- financiación y “académicos”. (2) La misma suerte corre el supuesto antisemitismo de Perón, repetido por cuanto burro ocioso se acerca al tema, cuando las pruebas en contra servirían para llenar varios tomos de registro. Mason destaca la cantidad de argentinos judíos promovidos por Perón a puestos fundamentales en los aparatos del Estado. Aquí queremos apuntar acerca de algunos pocos -los más conocidos- italianos judíos que buscaron refugio en la Argentina , víctimas de las leyes raciales de Mussolini (1938) y que desarrollaron su actividad sin problemas en nuestro país: el jurista Deveali, el economista Dino Jarach, el historiador de la ciencia Aldo Mieli, el matemático Beppo Levi, la periodista Margheritta Sarfatti -amante de Mussolini y autora de una biografía del amado (“DUX”)- el historiador de la filosofía Rodolfo Mondolfo … (éste arribó a la Argentina con una nota de recomendación del filósofo Giovanni Gentile, ex Ministro de Educación de don Benito e ideólogo del fascismo). Mondolfo, después del golpe de 1955 mordió prestamente la mano de sus benefactores. Y muchos etcéteras.

Mason demuestra también que cualquier comparación estructural o ideológica entre peronismo y fascismo corre por una vía muerta hacia el precipicio.(3) ¿Qué decir, por ejemplo, del “fascio” -la organización compulsiva ESTATAL “tripartita” (Estado, empresarios y sindicatos), comparándolo con el sindicato argentino?: la caída de Mussolini determinó el fin de los “fascios”. Cuando fue derrocado Perón, la única INSTANCIA ORGANIZATIVA DEL PUEBLO que quedó intacta -primer medio de la resistencia peronista- fue precisamente el sindicato.

Perón conduce lo que el pueblo organiza, si perjuicio de inducir desde el Estado o desde el exilio otras instancias de organización. Esta nada sutil diferencia es la que resulta incomprensible a la recua que se resiste a “agarrar los libros” para no desbarrancar de una vez en el peyote o en el tiro del final. (4)

Es que el tema de las masas y su organización nacional (“no se conduce lo inorgánico”, decía Perón) resulta central y no fácil de comprender y abordar (menos para “intelectuales”). En el libro de Mason por primera vez que sepamos se establece un vínculo coherente (: racional y de sentido común) y desde una perspectiva local de la teoría, entre el mundo de la técnica y el trabajador. Sin duda laten en el fondo las sugestiones de Jünger y Heidegger, expresamente referidos por el autor en la obra, pero subordinadas al pensamiento de Perón sobre el problema; quien, en su síntesis, fue incorporando diversas incitaciones de su tiempo a las que no fueron ajenas las encíclicas papales de León XIII y Pio XI (5). Dado el carácter que le otorgaba a las teorías (prácticamente circunscriptas a su carácter instrumental, “operatorio”) y su particular pragmatismo, el conjunto le permitía utilizar los núcleos esenciales de otros pensamientos para anclarlos en las necesidades de la política nacional.

La promoción de las “organizaciones libres del pueblo” (el sindicato es una) llevó a Perón, en 1973, a repudiar los sindicatos de fábrica (SITRAC/SITRAM) y la existencia de varias centrales de trabajadores (por el divisionismo que todos ellos implicaban). Hoy los ideólogos de aquel divisionismo (por ejemplo Garzón Maceda, un hombre que todavía chapea sin avergonzarse con los programas de La Falda y Huerta Grande) dragonean como asesores ministeriales y de dirigentes “peronistas” que creen lograr de esta forma lustre “revolucionario” retroactivo, que les permita encubrir sus traiciones del presente. Todo ello es manifestación de la crisis de representación: el cierre burocrático de la democracia interna facilita la apatía de los trabajadores, la proliferación de “sindicatos sellos de goma”, la proliferación de “Centrales” que no expresan organizaciones de lucha o negociación político- económica, sino instancias de la lucha prebendaria por la “caja” al amparo del poder de turno (vía distintos Ministerios) y los viajecitos a la OIT ejercitando la teoría del astronauta (se mueven en el aire, patalean, pero no va a ningún lado).

Mason cierra su libro con un capítulo sobre “Los paradigmas políticos”. Aquí lo más discutible son sus presupuestos y premisas (bíblicas, vetero y neo testamentarias) de las que, creo, se puede prescindir sin que se vea afectado el desarrollo propuesto(6). Es que la remisión de Mason parece tener un hondo contenido personal, difícil de congeniar con la atracción de Perón por el “(…) fondo empírico de conocimiento que transmitían las grandes evoluciones a las generaciones posteriores”(p.118) que la honestidad intelectual de Mason suraya. Perón se mueve, en este punto, si se quiere, en el ámbito de la filosofía de la historia, pero todavía en el ámbito del exemplum (visto en perspectiva nacional), sin hipóstasis ni trascendentalismo

Los paradigmas políticos que aquí solo transcribimos y que Mason invita a profundizar y desarrollar son: a) La Nación en Armas, b) La liberación nacional, c) La guerra revolucionaria, d) El trasvasamiento generacional e) La universalización. Ha sido mérito del autor establecer su secuencia y solapamiento, su vínculo genético y sistemático (su organización en suma) haciendo honor al subtítulo del libro: aportes para la cultura política argentina.

Una reflexión final: hace una veintena de años el filósofo Alexis Jardines estableció una suerte de “fenomenología” de la decadencia del marxismo en Cuba (“Réquiem”-1990). En sentido inverso, habría que elaborar una “fenomenología” de la articulación del pensamiento de la conducción política en la Argentina. Si la del cubano expresaba la síntesis que acompañaba en paralelo la destrucción del “socialismo real”, ésta servirá para recuperar y expandir, no solo en el ámbito local, un núcleo duro de la “praxis” política (en su doble vertiente de teoría y práctica): la conducción política, ausente en la Argentina y reclamada por el “peronismo real”. Claro que ello se inscribe en una perspectiva más amplia de la historia argentina (de la que no puede desprenderse) y de la que constituye uno de sus ejes de interpretación. Sin la grandilocuencia de nuestros poligrillos filosóficos, servirá para manifestar la experiencia vital de un pueblo, la de quien supo conducir una etapa de su historia y mantener el camino abierto de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Lo que no es poco.

Notas
(1) Un tema interesante a desarrollar es el de las “influencias negativas”, los pensamientos rechazados: Apuntamos los de Gustave Le Bon y José Ingenieros, en el campo de la psicología; el “fordismo” y el “stajanovismo” en los métodos productivos, el sectarismo en la organización, el “internacionalismo” en cualquiera de sus manifestaciones que aparezca subordinado a un concreto nacionalismo agresivo, entre otros.
(2) La demonización en política forma parte de la humana condición. El problema radica cuando aquella es tomada como paradigma para constituir un objeto de estudio. En nuestro medio Christhian Buchrucker “demostró” en un sólido “ladrillo”, inspirándose en la metodología del “tipo ideal” weberiano… que el agua moja: que el peronismo no era fascismo. Es decir obtuvimos, malgasto de presupuesto mediante, “la prueba científica” de lo que ya sabíamos. El pueblo peronista respiró aliviado.
(3) Mason introduce el concepto de “antitipo”, como tipo social negativo, que desarrollara hace unos años Horacio Cagni (ver, de éste último: “Construcción y vigencia del antitipo”, en “Anales”, La Plata, UCA, Fac. de Cs. Sociales, 2001, p.17/51).
(4) Estas referencias no son gratuitas, y apuntan a los “muchachos” que dicen haber formado toda la “generación del 70”: En un reciente libro que reúne trabajos sueltos del ex comunista, “ex -guerrillero”, ex pasado/presentista y ex gramsciano, el cordobés Oscar del Barco, los prologuistas lo valoran como traductor e introductor “temprano” del pseudo-reviente literario francés y de las teorías estructuralistas que se han revelado aptas como papel higiénico. Para remacharlo (aunque podría tratarse de una broma), nos hablan de las sustancias enteógenas que se zampó el teórico y “que resultaron decisivas en el decurso ético-místico de su escritura” (sic). Reventados estamos: Al final volvemos al principio. Otro gorilita evadido, es el Lerú filosófico llamado Jose Pablo Feinmann quien, envenenado por su fracaso setentista (nada platónico, ya que no volvió como ideólogo derrotado de Siracusa: no alcanzó a tomar el tren en estación Once) se obsesiona en proclamar que Perón no condujo la resistencia (donde lo afirma? En “Página/12”). Creemos firmemente que Feinmann se suicidará (como es un hombre de la “intelligentzia” probablemente su suicidio sea “espiritual”): Luego de romper las pelotas como un “goi”, al final de su vida -como el profeta Simoqueo- se lamentará en compañía de Kovadloff, Aguinis, Foster, Abraham, Naroski, reivindicará por fin su condición de hebreo no asimilado y partirá a reunirse con el sionista Ismael Viñas para meditar sobre el eje meta-político Jerusalem/Buenos Aires.
(5) A principios de los 40 se publicó en la Revista de la Universidad de Buenos Aires un meduloso trabajo sobre la doctrina social de la iglesia católica debido al austriaco Víctor Frankl (homónimo del notable psicólogo creador de la “logoterapia”) quien había huido de Austria a raíz de su anexión por los alemanes de Hitler y por su condición de católico. Lamentablemente este trabajo no lo recoge Fermín Chávez en su libro “El peronismo visto por Víctor Frankl”, pero sí destaca la teoría -debida al austriaco- de la coexistencia en América Latina de distintas temporalidades culturales que se articulan también en un “desarrollo desigual y combinado” (sintetizamos) cuya expresión esencial es el barroco.
6) Y alejado, nos permitimos agregar, tanto del katecon schmittiano como del Apocalipsis de Taubes. Esta disputa europea que se arroga teorizar sobre los destinos del mundo (años atrás -no muchos- era entre “güelfos”(!) y “gibelinos” (!)), papistas y partidarios del “sacro imperio romano germánico”) es llevada adelante en nuestro medio por algunos esotéricos que en cualquier momento desbarrancan en la alquimia (eso sí: con mucha “Tradición” <de la Edad Media>, mucha “raza del espíritu” y “lucha contra la modernidad”). Estos muchachos, que por otro lado han traducido y publicado algunos libros interesantes, concientes de que estaban demasiado “espirituales”, despegados del suelo, pretendieron darle carnalidad política a sus especulaciones y promovieron la restauración del …imperio incaico. A esta altura, nos permitimos sugerir que el héroe cultural de esa empresa en lugar de Belgrano, que proponía un rey Inca, sea el Gauchito Gil. Por las dudas, estos “antimodernos” se declaran antiperonistas.

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