Sin prisa pero sin pausa, como en un acuerdo, se han ido muriendo demasiados veteranos del pensamiento nacional. Quizá toda una advertencia, para comenzar a plantarse en sus definiciones y llevar a la práctica algunas de sus propuestas. Aníbal Ford, Methol Ferré y Mena Segarra se han ido a ese cielo que de tan lleno ya tiene ganas de llorar. Y para acompañarlos un poeta de esos, que fue capaz de hacer circular la tradición en la que todos ellos se desplazaban, por las más “escandalosas” experimentaciones de la escritura: Lamborghini, el Leonidas.
Todos ellos han sido puntos de referencia, y fatalmente lo serán en el futuro por la marca que dejaron. No conocí ni frecuenté al que más leí, al poeta. Vaya a saber por qué.
Su generación le atribuye el carácter de vate de callejón de los sueños rotos, o variante heterodoxa de un peronismo insufrible. Claro que para eso primero hay que definir el peronismo y eso, hoy, lo hacen los gorilas. Lamborghini (1927-2009) representó la búsqueda y el azar del lenguaje desnudo como el drama de la política, donde la realidad se va articulando peligrosamente en el par irreductible (amigo/enemigo). Por eso Leonidas no era un trágico en términos del mito porque no reactualizaba un final predecible: la desnudez del lenguaje perseguido era la voz que iba desflecando sus zonas muertas para renombrar siempre en clave política.
Los Poetas de Diario pretenden un Lamborghini poeta para ocultar al peronista cuya definición propia, ajena y territorial era la poesía: Sin aquel ésta no hubiera existido.
Porque sabía que solo afirmándose en la época se puede traspasar su horizonte, cribar lo que aparece como destino sin caer en la utopía. Porque si no… ¿para que poeta?
Sin bien Leonidas tuvo de ambas, como lo revela su adhesión sesentista en las “Coplas del Che” (s/f, Ediciones ARP), con un encendido prólogo del cura Hernán Benítez(*), no descarriló de la senda nacional de la que siguió extrayendo sus vislumbres, sin agotarlos, claro, y salpicando de claridad lo más oscuro de su letra. Leonidas fue la alpargata hecha libro.
(*) El mismo que años atrás había recusado el Apocalipsis saboteador de un Perón exiliado y desencajado en Caracas . Vale la pena leer las “Cartas Peligrosas” de Marta Cichero (ed. Planeta 1992)
ANIBAL FORD (1934-2009): “El Gran Jefe”
Conocimos a Aníbal a comienzos de los 80.Y pluralizo porque se trataba de los muchachos que hacíamos la Revista “CREAR”, a la que llegó después el grupo de los “veteranos” (Fermín Chávez, Anibal Ford, Jorge Rivera, Eduardo Romano, Abel Posadas, Eduardo Artesano y otros). Para nosotros, que en promedio rondábamos los 28/29 años el aporte de los “viejos” fue esencial; sea porque los leíamos, sea porque los escuchábamos con atención, sea porque nos permitían discutirlos en un marco de coherencia y responsabilidad no exenta de las bromas criollas. Aníbal era “El Gran Jefe” porque trabajaba como director de proyectos en un laboratorio que fabricaba conocido pegamento: la propaganda televisada de la época era con un indio grandote con plumas de cacique. A pesar de su cordialidad permanente, arrancarle una sonrisa plena era difícil (aunque, cuando con Rivera y Romano hacían tronar el escarmiento sobre el tuberío desataban el jolgorio a carcajada limpia). Hombre de múltiples oficios y muchos saberes fue discípulo de Jaime Rest, un crítico literario que dio un giro a los estudios culturales metiéndose en la “cultura popular” desde el mundo académico, resumiendo en sí las contradicciones del intelectual negado a la acción: su condición de socialista le garantizaba no hundir los pies en el barro.
Lo sospechamos a Aníbal víctima económico-financiera (como otros muchos) de Boris Spivacow, tanto en EUDEBA como en el Centro Editor de América Latina. Don Boris enlazaba así con una larga caterva de editores en la que descuellan Torrendell y Zamora todos “fabbri”, no obstante, de una obra casi gloriosa en el campo de la cultura popular. Jefe de redacción de la revista Crisis -dirigida por Eduardo Galeano- y financiada por otro personaje de la picaresca (y algo más) criolla, Federico “Fico” Vogelius, Ford contribuyó a marcar los perfiles de una época. Su críticos se empeñan en renunciarlo al peronismo a partir de 1989 (Menem) algo difícil de probar a la luz de la producción posterior y la actitud del propio Aníbal, en relación y polémica constante a partir del y con el peronismo. Lector atento de los ensayistas nacionales y de Fermín Chávez en particular, materializó esta perspectiva en su “Desde la orilla de la ciencia: Ensayos sobre identidad, cultura y territorio( Bs. As, Puntosur, 1987). Nombrada de distintas maneras, “la epistemología de la periferia” fue su ocupación constante.
Eduardo Romano, Anibal Ford y Jorge Rivera.
Al mentidero sobre su desvinculación del peronismo se agrega la de su “exilio interior”, tropo analgésico que repiten algunos de sus autoproclamados discípulos. Así apareció en la contratapa del diario “Crítica de la Argentina” (09/11/2009) donde el ignorante escriba lo postula segun la maltrecha corriente universitaria que sigue necesitando un inteligente que no haya salido del peronismo (¿cómo es eso posible? ¡Horror!). La verdad es que Anibal Ford colaboró al menos en tres oportunidades en la revista “Crear”: con "Una morada en la tierra. Notas sobre la cultura del territorio en la Argentina" (“Crear en la cultura nacional” nro. 9, junio-agosto de 1982, pp.7-14); “Reportaje a a Fermin Chávez: `Los movimientos populares alimentan la revisión de la historia´ (“Crear en la cultura nacional” nro. 11, noviembre-diciembre de 1982, pp.49-51) y con la publicación de su cuento de 1977, inédito, “¿Tienen lugares los pueblos?” (“Crear en la cultura nacional” nro. 13, mayo de 1983. (Hay otro texto, “Curacó”, de 1980) ¿Qué clase de exilio es éste? ¿O hacía turismo entre el “exilio” y el “desexilio”?
Su carrera y producción universitarias son una muestra de la inteligencia nacional y engrosan la cantera a explorar hoy y mañana. Sin bajar los brazos ante la enfermedad que lo boxeaba, este criollo que portaba un segundo apellido aleman (Von Halle) llevó adelante la revista digital “Alambre”, que, esta sí, desalambraba. ¿Alguien duda que murió un nacional?
Como homenaje de EL ESCARMIENTO reproducimos “Una morada en la tierra” y un artículo que está directamente relacionado: “Curacó”.
ORIENTALES DE LA PATRIA
ALBERTO METHOL FERRÉ (1929-1989) fue el “último mohicano” de los políticos-intelectuales en el Río de la Plata. Esa clase en la que militaron Perón, su admirado Luis Alberto de Herrera, Servando Cuadro, Puiggrós, Cooke, sus amigos Jauretche y Abelardo Ramos (1) y otros pocos que tampoco están entre nosotros y que expresaron la particularidad nacional desde distintas vertientes, pero siempre nacional: algunos encontrando el pueblo desde la Nación y otros completando la ecuación desde el otro extremo.
La particularidad uruguaya debía modular, además la geopolítica local; la que compartía con sus vecinos: la relación amor-odio con la Argentina y la vigilancia constante contra los nostálgicos de la Cisplatina.
Todas esas raíces siguen cruzando el pensamiento uruguayo y el del “Tucho” Methol Ferré fue una especie de espejo cóncavo en el que convergían junto con las determinantes extracontinentales analizadas por Luis Alberto de Herrera (ver en este mismo número "La formación histórica rioplatense").
En un movimiento de espiral ampliada y ascendente que partía del Uruguay fue incorporando a la teoría sus experiencias en la política del Plata, desde su viejo tropiezo con Benito Nardone (2) , integrándose en los 60 y los 70 a la izquierda política, primero en la Unión Popular con Enrique Erro y en el Frente Amplio después. Su planteo continental reconoce viejos orígenes peronistas como el discurso de Perón de 1953 (sus propuestas en torno al ABC) y las ideas recogidas en “Los Estados Unidos de América del Sur” (3). El camino lo iba jalonando con producciones tales como la Revista “Nexo” (1955 a 1958, tres números con Washington Reyes Abadie y el cuarto y último a cargo de Roberto Ares Pons) cuyo horizonte era la Federación Hispanoamericana. Luego, “La crisis del Uruguay y el Imperio Británico” (Editorial A. Peña Lillo, Buenos Aires, 1959), El Uruguay como problema (Ed. Diálogo, Montevideo, 1967), sus contribuciones a la revista Víspera(1967/1975); El Risorgimiento Católico Latinoamericano (Ed. CSEO-Incontri, Bolonia, 1983).
A fines del 83 aparece nuevamente “Nexo” –cuyos últimos números se editan en Buenos Aires. Su relanzamiento si bien recoge planteos de su etapa anterior le agrega una dimensión que el progresismo nunca digirió muy bien: el catolicismo. Esta “Nexo” no fue una revista “católica ortodoxa” como aparece en algún Diccionario de la Literatura Uruguaya. Hay que recordar que Methol Ferré integró el equipo del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) (1975/1992) y su pensamiento en esta etapa se movió, por así decirlo, entre Medellín y Puebla. La segunda “Nexo” fue, en el marco del “aggiornamento” de la Iglesia Católica de la época, la empresa intelectual más relevante por su coherencia. Le permitió al pensamiento católico quitarse de encima sus lastres más reaccionarios sin quedar enredado en la Teología de la Liberación (en su variante militarista), aunque dejando el flanco débil para la acusación de “modernistas” o “inmanentistas por los recalcitrantes de la hostia, o de “conservadores reformistas” por parte del zonzaje “Clacsista”.
El Editorial del nro. 18 de “Nexo” dispara: “NEXO tiene tres referentes principales: El Vaticano II, el Pontificado de Juan Pablo II y Puebla”. De la nómina de sus colaboradores se puede deducir la orientación que en breve acompañaría la vía muerta de la teología revolucionaría y del protestantismo “secular” de los Thomas Altizer, Harvey Cox y demás teólogos de la “muerte de dios” (4). La vía muerta no requería ninguna otra ilustración que la tapa de la revista TIME en la que aparecían Ronald Reagan y el polaco Wojtyla titulada “The holy alliance”, celebrando la caída del comunismo soviético.
La espina dorsal del pensamiento de Methol continuaría siendo, con la incorporación de ese pensamiento católico, el Uruguay como expresión, las teorías hispanoamericanas y dentro de éstas, la geopolítica: por allí desfilaban las rupturas de la filosofía de la historia de Haya de la Torre, el antiimperialismo cultural de Manuel Ugarte, las concepciones político-geográficas del brasileño Mario Travassos y el continentalismo de Perón. Hombres todos nacidos en el s. XIX (el más viejo era Ugarte) movidos por el furor de la independencia y la modernización de sus países.
Todas esas modulaciones son Methol Ferré, que incluyen “Perón y la alianza argentino-brasileña” (Ediciones del Corredor Austral, Córdoba, 2000) y “La América Latina del siglo XXI” (Ed. Edhasa, Buenos Aires, 2006).
Alguien deberá explicitar las íntimas articulaciones, su método y su sistema de la última etapa. (5)
Domingo Arcomano y Alberto "Tucho" Methol Ferré, Montevideo, 2003.
Conocí a Methol hace un cuarto de siglo en Montevideo, en su departamento de la calle Brecha. Allí concurríamos con amigos para hablar con el “Tucho”. Brillante conversador, tartamudez incluida (¡otra que Demóstenes!) era capaz de introducir el más siniestro humor negro, a continuación de la ironía y la carcajada. Pero no era sobrador. Era sabedor.
Un par de anécdotas:
-"¿Qué hacés vos allí?", le pregunte en su casa por una foto en la que estaba con Juan Pablo II...
Sonriendo me respondió con otra pregunta: -"¿Y vos de qué vivís?"
-"Soy asesor de gremios..."
-"Ves, vos vivís de una corporación y yo de otra"-
Charlando de la política local de ambas orillas en el viejo boliche “Santos Cancela” allá por el 2002, el “Tucho” definió, Gancia en mano, la situación argentina: “Ustedes (los argentinos) no le pueden ganar la guerra ni a Bolivia”.
UN BLANCO ENTRE COLORADOS Y FRENTISTAS
Amigos y conocidos comunes anoticiaron de la muerte de otro uruguayo insoslayable: MENA SEGARRA (1934-2009). Porteño de Montevideo, de filiación blanca (“como hueso de bagual”), de la vieja corriente de la Patria Vieja en la misma línea de sus antepasados, que fueron soldados de Aparicio Saravia en 1987 y 1904, don Celiar Enrique es una figura señera en la historiografía uruguaya contemporánea.
Como sucede en las pampas de este lado, es necesaria la muerte para aquilatar una figura que termina siendo más grande que la estima que sus contemporáneos le dispensaron en vida y que no era poca. Profesor de profesores, dirigió el IPA (Instituto de Profesores Artigas) y el Museo Histórico Nacional sucediendo interregno mediante a Pivel Devoto: una sombra con la cual pocos pueden contrastar todavía en Uruguay pero a la que Mena Segarra pulseó mano a mano.
Menudo y amable (**) era poseedor de un humor poco gallego: preguntado si era “blanco”, responde: “Sí, es notorio”. A esa altura era como preguntarle a Beethoven si sabía música. Crítico del Uruguay de posguerra, en el que cifra gran parte de los fracasos del Uruguay de hoy, no dejó de responsabilizar a la izquierda insurreccional de los desastres de los 70, perpetrados por la dictadura de los militares ( “...sin el movimiento tupamaro no habría habido dictadura”). Izquierda que hoy se encuentra en tránsito de re-entintar la historia, para justificar lo injustificable.
Escribió obras que serán recordadas y de consulta obligatoria para estudiar el proceso de la modernización del Uruguay: “Aparicio Saravia - Las últimas patriadas”, “125 años de historia” (sobre la Asociación Rural del Uruguay), “Las banderas de Aparicio” y sus recopilaciones de documentos (la “Guerra Grande”, José Batlle y Ordóñez, Luís Alberto de Herrera, etc.).
Respetado por propios y ajenos por su equilibrio al momento de historiar y por su amor profundo al Uruguay, ya no lo veremos ni en el Museo Histórico (del que fue depurado por el Frente Amplio) ni en la feria de Tristán Narvaja persiguiendo libros, medallas, monedas y todo otro documento objeto de su pasión ni en el, por estas fechas clausurado, boliche “Santos Cancela” en la esquina de la vieja calle Sierra y Paysandú: allí en su mesa ventanera, donde a veces aterrizaban Methol Ferré y otros para dar cuenta colectiva de una picada con “medio y medio” y algún fernet, exhibía la caza afortunada de restos históricos y alegremente tomaba examen acerca de su origen (fui uno de los “bochados” frente a una medalla de la primera guerra mundial).
(**) Y generoso también, como cuando le pedimos una contratapa para nuestra edición de la primera traducción castellana de los “Rehenes de Durazno” de Benjamín Poucel (Buenos Aires, El Calafate Editores/ El Galeón, 2001), narración que no dejaba del todo bien parado a Oribe.
(1) Siempre hablaba con simpatía de Jorge Abelardo Ramos y memoraba el haber diseñado la bandera del FIP (Frente de Izquierda Popular) el Partido de aquel “Colorado”
(2)Ver aquí “Primer epílogo y nueva introducción” del folleto “¿A dónde va el Uruguay?- Reflexiones a través del nuevo ruralismo” (Montevideo, 1958)
(3) Juan Domingo Perón: “Los Estados Unidos de América del Sur” -Selección y prólogo de Eduardo Artesano- (ECA, Buenos Aires, 1975)
(4) En Argentina, la Teología de la Liberación militarista fue aniquilada en sus representantes y sus representaciones no pudieron sobrevivirlos más que como objeto de estudio de las revistas “Cristianismo y Revolución” y la cordobesa “Enlace”. Algo parecido sucedió con los teólogos de la “muerte de dios” y los humoristas franceses de la “muerte de la filosofía” (los del “odio al pensamiento” que decía el boliviano Francovich): la censura ejercida sobre los libros hizo que pasaran desapercibidos para el “gran público” de clase media. A éste lo entretuvieron con la revista Masserista "Vigencia" (de la Universidad de Belgrano) que supo acoger a Juan José Sebreli y a Santiago Kovadloff, y con los falsos refugios de la cultura como el CIF (Centro de Investigaciones Filosóficas) y SADAF (Sociedad Argentina de Análisis Filosófico, que dirigía Félix Gustavo Schuster) que hacían crecer la “flor de romero”. Luego, Alfonsín.
(5) Lo hizo en los 60 otro uruguayo inmensamente grande, Carlos Real de Azúa (“Antología del ensayo uruguayo contemporáneo”, T. II Universidad de la República, Montevideo, 1964). Se puede leer un