Domingo Arcomano

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LA DECADA TRUCHA (Desobediencia política y el fin de “los 70” Sociedad Anónima)

Tal como pronosticamos en números anteriores del Escarmiento se venia la desobediencia. El abandono del Gobierno de porciones crecientes de poder (abandono de la gestión estatal, ineficiencia económica, inflación, estado publico de la corrupción de algunos funcionarios notorios, aislamiento internacional, aislamiento interno con gobernadores que “se paran de manos” a pesar de la construcción del nuevo unitarismo con la promoción de caudillejos locales con practicas asiáticas: no nos atrevemos a hablar de feudalismo -tal como se usa indiscriminadamente fascismo por los ignorantes de izquierda- ya que es demasiado concepto para una realidad tan pobre), tornó ilusoria la legalidad del 54 % como sostén de la legitimidad de cuatro años de mandato.

Sobre esta ilusión se montó un autoritarismo de baja calidad e incapaz de reproducirse. El discurso (la única práctica) “progresista” se sostuvo excesivamente con el interior de la billetera: único medio transversal que recorre todas las clases sociales. Desde la burguesía tetera (la que vive de la teta del Estado) hasta el último argentino miserabilizado con el “plan jefe y jefa de hogar” (y al argentino que no le llega) pasando por los ñoquis políticos (desde senadores nacionales hasta consejeros escolares suplentes en los Municipios), y los militantes rentados (Cámpora, Carta Robada, periodismo felpudo, inventos de puestos estatales inútiles “servidos”, literalmente, por inservibles).

En este proceso, las clases medias se tornaron sorprendentemente “republicanas” (división de poderes, respeto a los jueces, no reelección) y, por un rato, socialmente responsables de urgencia (seguridad, educación). Claro que encubriendo su fobia real (asco ante el ridículo gubernamental de la cadena nacional, manoteo de los dólares, intentos de invadir la vida cotidiana) mientras se olvidaban de los más desprotegidos (niñez abandonada, reducciones a la servidumbre, desempleo, trabajo en negro, miseria de los jubilados, drogas, destrucción del sistema de salud, impuesto al salario).

Desde el sector de los asalariados y desocupados se iba armando otra historia.

Luego de los desmanes de la conducción de la CGT, (transformada en una “orga” de amigos con manifiestos casos de miseria sindical divisionista perpetrados por su Comité Arbitral, reproduciendo lo que Cavalieri hiciera en los 90 de la mano de Menem) el apartamiento del “moyanismo” de los favores del Gobierno, fue visualizado por éste como un triunfo: cortando la pierna pretendieron ignorar que su causa era la gangrena. Y esta no era otra la corrosión interna del propio Poder Ejecutivo: La CGT “de Moyano” fue rápidamente sustituida por otra CGT aplaudidora (casi gratis).

Mientras el arco gremial se dividía sin prisa pero sin pausa (ignorando los inquilinos de Balcarce 50 que estas divisiones históricamente en la Argentina fueron el preludio del fin más o menos estrepitoso de los Gobiernos, civiles o militares) otros hechos sacudían -sin conmoverla- la anestesia y la evasión de la realidad que se dilapidaba con las actuaciones presidenciales por Cadena Nacional: el mas relevante fue el motín de fuerzas militarizadas que concluyó con la destitución de los Jefes de Gendarmería y Prefectura, el secuestro de una Fragata (y el paso a retiro -prácticamente acusado de inútil- del Jefe de la Armada), una payasada en un país africano (al que le fuimos a vender un tractor que no funcionaba) , hechos todos que pusieron de relieve que hasta los radicales merecen gobernar: guitarra en mano siempre balbucearían una explicación. El “kirchnerismo”, ni eso.

Cacerola en mano los sectores medios y altos, y los que pretendían serlo, se lanzaron a la calle en un par de oportunidades sobrepasando a las dirigencias políticas, algo nada difícil en este contexto. Manifestando su descontento dentro del marco político y económico del que no pretenden salir: la legalidad republicana y el restablecimiento de la seguridad económica ¿situaciones ambas imposibles de lograr en el mismo contexto? Solo le han hecho saber al Gobierno que la calle ya no la controlan los estrategos de Balcarce 50 y que el miedo que sembraron con el cuzquito D’Elia y sus huestes comedoras de niños crudos ya no alcanzaba para hacer ni un video de cumpleaños. Las clases medias salieron a la calle después de cumplir disciplinadamente su jornada de trabajo (en definitiva es la clase social de la “pequeña ganancia”), lo que permitió que la falta de sentido de la oportunidad de la Presidente ignorara la pasividad del malhumor que representaban. Y los ninguneó.

Pero cuando salieron a la calle fracciones pequeñas de los trabajadores y los desocupados convocadas por las Centrales partidarias de los trabajadores y por ”movimientos sociales” generados en el riñón “kirchnerista” la anestesia se disipó rápido y el Gobierno ladró que no se iba a dejar apretar. Es decir, pocos reales lograron lo que no pudieron los muchos virtuales.

Es que la huelga con movilización atacó el corazón del sistema: el aparato económico. Sin producción no hay recaudación impositiva y sin esta no hay “política”: El Apocalipsis. Y esto fue percibido. Como decía el Martín Fierro, no hay como el peligro para despabilar a un cristiano. Pero el exabrupto duró poco en esa vigilia. El desborde en el ámbito internacional pone contra la pared a un Gobierno que sigue creyendo en sus propias épicas cartoneras con la ayuda del diario “Clarín”.

Mientras el Gobierno vocea “modelo” y “paradigmas de inclusión” recurriendo para taponar sus agujeros ideológicos a cipayitos como Ernesto Laclau y su asistente-consorte, que a los codazos van desplazando a los tartamudos de la Carta Robada (1) “Clarín” y sus medios-consortes se empeñan en hacer creer que el Gobierno tiene un “relato” ¿un cuento? Cuando en realidad se trata de una costura inconexa de huidas hacia adelante… hasta que pasen al otro lado de la puerta.

 

EN DEFINITIVA, EL ENEMIGO ES EL PUEBLO REAL O EL GUSANO YA ESTABA EN LA FRUTA

Pocas cosas hay más peligrosas que decirle que no es Napoleón a un alienado que se cree Napoleón y que con falsa modestia dice que no lo es mientras actúa como tal. Este juego de espejos produce la esquizofrenia política, infinita e irrecuperable.

El desprecio de las clases medias por el trabajo sin “cuello blanco”, por los trabajadores de bajos salarios, por los “negros” y por el “hecho maldito” del peronismo, encontró una fórmula coagulada en el “kirchnerismo”- en definitiva una categoría fugaz de la política reaccionaria- que supo disfrazar aquel núcleo inmoral con la pseudo-defensa de los “derechos humanos” (a la fecha una fantasía de abogados y de asaltantes de cajas que giran en torno a la “Secretaría de Derechos Humanos”) (2)

La especiosa clasificación de los derechos humanos (de “primera”, “segunda” y “tercera” generación por parte de los Académicos) permite, mientras se discuten estas fantasías, que el manto de palabras cubra y oculte la mortalidad infantil, la desocupación, el asesinato de civiles a manos de delincuentes, la falta de salud, educación y la explotación del trabajo (en blanco y en negro); a la vez que impulsa la defensa del “matrimonio” homosexual, el aborto indiscriminado (que antes le imputaban como objetivo al imperialismo norteamericano: “hay que matar a los futuros guerrilleros en el vientre de la madre”) y el alquiler de vientres para habilitar un nuevo negocio: el criadero, donde las victimas serán los pobres ( aunque para algunos se les abriría otro negocio, que podrían sumar al de la adopción).

A nuestros napoleones de Balcarce 50 se les impuso inevitablemente la justificada desobediencia civil que llevaban adelantes sectores populares organizados en piquetes. El temor inicial a la presencia de masas desocupadas y hambrientas en las calles de las grandes ciudades fue rápidamente sustituido por la captación, mediante compra, de sus “líderes sociales”, permitiendo establecer un pilar de la ruina política: el clientelismo. Resultado del hambre y generador de ruinas espirituales, su núcleo duro pasa por el subsidio a la falta de trabajo sin horizonte de obtener empleo (el efecto buscado y aceptado), por la apropiación y reparto de una porción del subsidio por el “punterismo” -que lo manda “para arriba”, ya que sirve verticalmente a todos los estamentos del poder político- De este modo, mediante la subyugación y el dominio, se administra el plato de fideos de los pobres y marginados. Su emblema: los comedores populares en un país que no padece las consecuencias de una guerra y que superó hace un largo quinquenio los desmanes de la dupla De la Rua-Chacho Álvarez (hoy funcionario nacional).

La desobediencia civil encuentra su causa en la inseguridad jurídica y ésta en la inseguridad a secas (vital, económica, social, política) y tiene su necesaria expresión en el predominio de las relaciones primarias (físicas) de fuerza, sobre las secundarias (administradas) de fuerza. Dicho de otra manera, se trata del fracaso del Estado, desbordado en las calles. La desobediencia civil pone en cuestión el intento del bandidaje político de reducir la política a las frases, tan caras a “gobernantes” y “opositores”, tales como “división de poderes”, “funcionamiento de las instituciones”, etc. (3).

A esta altura queda claro que la desobediencia civil quedó en manos de los sectores hundidos por las crisis del 2001 y remachados por el odio del “kirchnerismo”, y en manos de los sectores gremiales que se desmarcaron del poder ante su notoria decadencia. De ningún modo en manos de los sectores medios que también alucinaron su épica cartonera desde el conflicto con el “campo” y las marchas de la cacerola. Su miopía política los llevó a engordar el 54% del oficialismo en el 2011 y a restárselo hoy al compás de la resta de los dólares que le practica el Gobierno. Con dólares en la mano (como en la época de Menem)
ni siquiera se agraviarían de la hoy sepultada re-reelección, del incremente del trafico y consumo de drogas, del tráfico de personas o del sordo genocidio de civiles con la complicidad de estos “conductores del Estado”.

La inexistencia de una clase política con vocación nacional (ni hablemos de la capilaridad social necesaria que permita su renovación) impide en esta etapa de la crisis la posibilidad de regenerar la vida política; limitándose todo el arco político a los discursos de la circunstancia pre-electoral -hoy post electoral- porque el negocio de estos profesionales de la política es capturar las distintas oficinas del Estado, no su puesta en funcionamiento cambiando radicalmente su objetivo.No existe diferencia conceptual alguna entre “la derecha” macrista, “la “centro izquierda” delirante de Carrió y del senil ´Pino´ Solanas -hombre funcional al “kirchnerismo” si los hay- o la vieja, gorila y siempre atomizada “izquierda” que pretende hacer creer que el resto ignora que el trotzkismo y sus derivados no tiene futuro (lo que les permite a sus candidatos abandonar la “revolución” y pelear por una banca en el “mundo burgués”).

A ninguno de estos candidatos a próceres se les ocurre verbalizar la necesidad de una desobediencia civil para limpiar los establos gubernamentales, porque saben (y demasiado bien lo saben) que ellos también servirían de abono.

Por ello, la desobediencia civil -noble en sus fundamentos de lucha contra las imposiciones tiránicas de cualquier signo- (4) se ha esterilizado por ausencia de conducción política en una mera desobediencia política de corte electoral. Si bien el afectado será el “kirchnerismo” en fuga, la víctima principal será el pueblo que padece a todo el arco electoralista. El vasto sistema de exclusión nacional montado desde mediados de los 70 apresta a reproducirse en un escalón más bajo de degradación.

Como siempre (¿y hasta cuando?) serán las estructuras organizadas de los trabajadores - crecientemente diezmadas por la labor de propios y extraños (entre éstos, los más peligrosos son los jueces filosofantes del “progresismo” gorila)- las que salvarán las papas del fuego y pagarán simultáneamente el costo del desastre que se avecina.

Porque, por si alguno se hace el distraído, si bien nuestra Constitución no dice como la Constitución italiana en su primer artículo: “L´Italia é una repubblica democratica fondata sul lavoro”, no hay Nación sin pueblo (como les gustaría a la burrada que posa de cristianucha de “derecha” en sus variantes “liberales” o “filo fascistas”). Y el pueblo se constituye con quienes trabajan para la grandeza de la Nación (a pesar de la burrada “internacionalista” de “izquierda”).

 

SIN POLITICA EXTERIOR TAMPOCO HAY NACION

Decía Maquiavelo que un Príncipe se definía por la elección de sus Secretarios (sus Ministros). En estas páginas señalamos que la Presidente se veía afectada en su accionar por el collar de sandías que representaba su Gabinete. El problema es que ella los eligió, fundada en gustos personales, en extrañas recomendaciones (“tengo un muchacho que viene bien…”) o en desconocimiento de lo sujetos (¿qué diferencia hay entre Boudou, Lousteau, o Kiscillof , para hablar solo de tres fracasados de la “línea económica”?).
A esta modalidad no escapan los gestores de la falta de política exterior. Los ministros por portación de apellido (Bielsa, Taiana y el sionista Timmerman), siguiendo expresas indicaciones de la Presidencia (ya que es imposible pedirles una idea propia, porque para ello habría que amenazarlos de muerte) fueron la cara del hazmerreir internacional y causantes de la sorna con la que se nos valora fronteras afuera. Carecieron de dignidad para renunciar a sabiendas del daño que le produjeron a la Nación.

Sin la gracia de Larry, Curly y Moe sus finales son igualmente desastrosos. Es que su mediocridad los torna sumamente aptos para la foto “bolivariana”, en la que estos blanquitos hasta logran sentirse levemente superiores a las encarnaciones “pachamamistas” y también ¿por qué no? algo “revolucionarios”. Como Catherine Deneuve en “Belle de Jour”.

Las “alianzas” con el finado Chávez (un usurero sudamericano), los coqueteos con el falso inca del altiplano desde el que nos llegó una provincia completa y con el presidente dolarizado del Ecuador, el de la retórica antiimperialista (retórica nada más) , no solo no ha mejorado los aspectos materiales y espirituales de nuestra Nación sino que nos ha hecho retroceder unos cuantos años en el huso histórico.
Nos han perdido el respeto. La palabra Argentina era escuchada y atendida en el pasado.
¿Cómo escuchar hoy a un país que ni siquiera puede hacerse respetar ante una actitud injuriante? La miseria de la política exterior, y el atraso en el desarrollo y el progreso internos son la consecuencia de la década trucha del “kircherismo” que arrastró fracasos anteriores y los potenció en su incompetencia. Por eso nos atrevimos a decir que el “kirchnerismo” es la etapa superior del “menemismo”.

Para el final dejamos la visión positiva. El General Perón de la Plaza de Mayo, nos dejó un mensaje que no todos supieron interpretar: “Mi único heredero es el pueblo”. Hoy, recogiendo su legado, podemos decir: TODOS SOMOS PERON. Y ahí empieza otra historia.

 

(1) Es llamativa la caída libre de Feinmann -en definitiva un modesto profesor judío de filosofía, como tantos otros- que no logro pasar el limite provincial de la General Paz. Mientras, la necesidad de escalamiento ideológico -es decir de militarización del lenguaje- llevó a reforzar el alicaído tenor de los discursos “kirchneristas” con algunos ejemplos de la apología “populista” de Laclau y de su afrancesada, esposa promotora de la “pospolítica” (?). La denostacion del populismo (en ese lenguaje, en realidad el peronismo) que el coloniaje local “por derecha” y por “izquierda” vomitaba desde los 60 y que le daba de este modo, una de las formas teóricas a su odio gorila; se transforma en apología en manos del inglesito Laclau, pero -y ahí también la nota distintiva de la esquizofrenia de sus alumnos “cristinistas”-encubre el odio gorila contra el peronismo. Le cabe a Laclau al menos, el merito de la coherencia: siempre fue un gorila. No es casualidad entonces que asesore a estos neogorilitas ni que, como estos, sea adepto a la “neolengua” orwelliana -lo malo es bueno, lo bueno es malo- el “populismo” es malo -si es peronista- , el populismo es bueno -si no es peronista”. El inglesito promueve, como en el año 1955, la democracia de los demócratas, excluyente de las mayorías y administrada por una “orga” de ribetes mafiosos: el verdadero paradigma de toda minoría iluminada, de la cual Laclau seria su Platon -al que, dicho sea de paso, le fue muy mal en Siracusa: le aplicaron la norma política de la Dirección Nacional de Patadas en el Culo.

(2) Que supo capitanear el repartidor Duhalde (el muerto) consagrando, con las “indemnizaciones de guerra” a los derrotados, la versión oligárquica de los “planes jefes y jefas de hogar”. Con algunos arrepentidos de la aventura militarista, del “Nunca Más” e investigaciones periodísticas como las de Ceferino Reato se va aclarando un panorama que esforzadamente se pretendió ocultar desde el núcleo del poder: las cúpulas de la guerrilla de los 70 estaban trazadas por la corrupción y el delito común, de la mano de las cúpulas militares. La fracasada conquista del Estado, aplastada por el Estado que no se dejó conquistar por ningún medio, logró una rápida recomposición en el espíritu de sus sostenedores. La lucha armada que culminó en una aplastante e irreversible derrota, derivó a su vez en un “giro moral” insultante: la incorporación a la política “democratica- burguesa” de los fracasados más activos de la aventura militarista. Lo de aventura no es aquí un calificativo moral sino una descripción lo más “material” posible: ¿Qué les hizo creer a sus protagonistas que podían derrotar a los aparatos del Estado, suprimir a los sindicatos, o simplemente lograr el apoyo popular luego de haber combatido a Perón y lo que este representaba?. A la luz de los escritos auto referenciales de ex –montoneros y de miembros del ERP –menos caudalosos de lo necesario- que sobreabundan en la autoestima y loas a la “lucha heroica” aparece como explicación plausible, el fondo común de alienación cultural y por ende política, que arrastró a una porción –no muy significativa- de una generación a programar una revolución destinada al fracaso de antemano.
La confluencia de ambición de poder y alienación cultural los hubiera colocado, en Francia, en el movimiento surrealista. Aquí, en la barbarie colonial: en la periferia no hay tiempo para la comedia. Todo fracaso es trágico. La “revolución” de los 70 se ha transformado, merced al “giro moral” en la criminalidad de los 90 y discepolianamente …en la del 2000 también. Si en los 70 se quería cambiar la sociedad, el “sistema”, destruir el Estado y sustituirlo por otro cualitativamente mejor (un temporal “estado proletario”) en los 90/2000 se trata de integrarse al Estado burgués-colonial por la vía administrativa (como empleado o contratista) o la cuasi-delictiva (ejercitando la revolución “light”) del piquete y de la limosna forzada. El carácter farsesco que sirvió para embalurdar la materia prima disponible (estudiantes hormonales y gorilitas disfrazados que vieron la oportunidad de revancha “por izquierda”) y enriquecer o vivir de arriba a personajes de la “Fundación Sueños Compartidos”, algo así como la “Fundación Felices los Niños” del Padre Grassi (al que por lo menos le dieron 15 años de cárcel), se va desactivando, acercándose a los juzgados penales en proporción más o menos directa a la retirada del Gobierno. El “holocausto” criollo se ha visto reducido a una cuarta parte y su épica se ha tornado muy modesta, sobre todo si se lo compara con los 70.000 muertos (repartidos por mitades entre el Estado y la guerrilla) de la tragedia peruana de la década de los 80; la que, por lo menos tuvo su “Comisión de Verdad y Justicia” que aquilató la ignominia de los bandos en pugna (Estado, paramilitares, guerrilla y organismos de apoyo) y el daño irreparable que estos miserables le infringieron a la población civil. Allí no hubo “héroes” por la simple razón que no puede haber héroes en una guerra civil.

(3) Y el “etc.” incluye a toda la batería “teórica” que pretende justificar al bandidaje y excluir precisamente a las personas concretas: No olvidemos que el enemigo de esta farsa democrática es, precisamente, el pueblo “que no delibera ni gobierna” según el artículo 22 de la Constitución Nacional.

(4) La desobediencia civil es inaceptable para cualquier teórico de la democracia, por la simple razón que esteriliza el sistema y es, consecuentemente “delictiva”. Es la preeminencia del formalismo sobre la vida arrolladora que nada sabe ni necesita de normas cuando peligra. La desobediencia civil que no encuentra cauce político abre peligrosamente la compuerta a desobediencias que no tienen nada de pacíficas. El caso de los alzamientos populares en las provincias mineras contra el envenenamiento y daños irreversibles provocados por la explotación, instala el siguiente interrogante: ¿si intentan matarme por qué no puedo intentar matarte?

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QUE TRATA DE PUTOS (*), DEL ESTADO Y DEL MATRIMONIO ENTRE ESPECIES

I

“Hijo: Papá…que es gay?
Padre: Bueno, en inglés significa alegre, jocoso.
Hijo: No, no… quien es gay?
Padre: Ah!...esos son putos”


II

“Hijo: Papa…
Padre: Sí, hijo…
Hijo: Te quiero decir que soy gay…
Padre: Mmm…….. pero….vos tenés mucha plata?
Hijo: No. Por qué me decís eso?
Padre: Porque entonces sos puto no más.

(Popular)



Hace por lo menos un cuarto de siglo un periodista de Santa Catarina (Brasil) con filoso cinismo burgués marcaba la cancha poniendo la piedra liminar de una gran denuncia: la pérdida de las viejas y sabias costumbres. En concreto el catarinense se quejaba del abandono en que había caído la institución de la manceba con casa puesta. Eran tiempos en los que la doble moral al uso consentía, mientras se guardaran ciertas reservas, la existencia de lo que deploraba en público. En esa organización desorganizada el homosexual, la prostituta, el pasador de juego clandestino, el pequeño traficante, etc. ocupaban sin mayores problemas un lugar bajo el sol.

Esta situación no era ajena a la que se vivía en la Argentina. ¿Qué ha cambiado?

 

UN PRODUCTO MENEMISTA

Así como el Sindicato de Camioneros debe su espectacular crecimiento al menemismo –vía eliminación del sistema ferroviario, y el triunfo del esquema norteamericano de transporte en la periferia- los homosexuales argentinos deben su organización solidaria (la CHA) también a Carlos Menem, previo apriete a éste de la “comunidad gay” de Nueva York, ámbito geográfico al que fue a garronear uno de los tanto créditos que inflan nuestra deuda externa. Lo que para Menem constituía una de las tantas concesiones a la política del imperio, que no lastimaban su proyecto y que en términos políticos le resultaban útiles ya que ponía un hueso en la boca a los que le ladraban (hasta creó el INADI Ley Nº 24.515: Creación del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, Sancionada: Julio 5 de 1995 - Promulgada de Hecho: Julio 28 de 1995), para la muchachada K necesitaba profundización y el chiste fue transformado de comedia en tragedia.

GORILAS DE CLASE MEDIA

Los que trabajan de indios han inventado la bandera multicolor de Abya-Yala (¡?), y los que trabajan de homosexuales progresistas han inventado el día del orgullo gay con bandera arco-iris y todo. Y desfilan. ¿Cuál es la diferencia entre este desfile y el de de los putos en la murga de barrio? En que esta última era más divertida. No existían fobias exacerbadas como las actuales y el marica pobre no se travestía ni ejercía la prostitución para comer, siliconas mediante, y –si era marcadamente afeminado- ejercía los viejos oficios de peluquero de señoras o “modisto”, o se desparramaba por viejas actividades (insospechadas de tener homosexuales en su seno: construcción, metalúrgicos, estibadores, etc.): el homosexual, sin ser “travesaño”, atravesaba toda la sociedad, y eran aceptado sin mayores problemas por los sectores de menos recursos económicos. La fobia siempre se instaló en las clases medias: hasta la clase alta contaba con sus manifiestos putos ilustres; algunos, con grado de general de la nación y veleidades de historiador. La clase media “culta” no pasaba hace una treintena de años de la admiración secreta del homosexual literario, hombre o mujer. Claro que los 70, en que apareció el Frente de Homosexuales Peronistas (mientras la “orga” cantaba: “No somos putos/ no somos faloperos/ somos soldados de Evita/ Montoneros”) (1) y escritores como Perlongher y Osvaldo Lamborghini establecían en la literatura el límite respecto del que no se podía retroceder, esa misma clase media se entregaba a la dictadura militar , a su soporte braguetero-eclesiástico y escondía de mil modos a los hijos que cargaban carne por la popa (aunque una vez oí decir a una señora de la “high”: “en toda familia FINA hay uno”).

Mientras en la primavera post-franquista las galleguitas campesinas de Logroño, de bigotes todavía y costumbres telúricas, se largaban a consumir marihuana y a abrirse de piernas en nombre de la libertad y el goce, la progresía criolla post-dictadura se largó a importar las metáforas libertarias en nombre de la democracia y el “estado de derecho”. Claro que sus logros se los deben al odiado “gorila musulmán” de los 90. Las putas se transformaron en comunicadoras sociales o prestadoras de servicios y el marica expulsado de todo sistema fue inducido a la silicona y a afirmar las esquinas: Varones de pelo en pecho más feos que pisar mierda descalzo se inyectaron aceite industrial porque descubrieron que la clase media había logrado, por fin, sacarse de encima la tara que siempre la había oprimido: el miedo a ser calificado de “puto”. No es difícil primerearle el pensamiento al puto “fino” (que los hay y muchos) acerca de que piensa de un mestizo travesti ejerciendo la prostitución en Palermo: el mal afamado prejuicio de clase distingue el rosa, pero también el negro.


LO QUE LA HISTORIA NO DA LA REALIDAD NO PRESTA

Pero como la felicidad nunca es completa el marica nacional (nos referimos aquí al homosexual de medio pelo) escamoteó (lo sigue haciendo) las profundas divisiones clasistas, raciales y culturales que los separan de los “chongos” pobres y de piel oscura.

Porque el puto de clase media es reaccionario, pretende ser reconocido por el sistema burgués que lo desprecia, a través de instituciones jurídicas que le están negadas como es la del matrimonio. Quieren inscribirse en el registro civil y ser “padres” ¿no es eso la familia burguesa? El reclamo lo hacen en nombre de la igualdad (?) la diversidad (?) la no-discriminación (?) el amor (?) vaguedades todas del mismo estatus de “nonsense” como “y dios creó el mundo”, “la tierra es hueca”, “Hitler vive congelado en Patagonia”, “Mahoma es el último profeta”, “los chinos se las saben todas” etc., etc., etc.

La pretensión de casarse (poner casa) mediante una unión civil resulta valiosa dado que habla de proyecto común, solidaridad y hasta de afectos recíprocos compartidos. Pero esto tiene poco que ver con el concepto de familia y con el de matrimonio burgués de hoy que, a su vez, solo es una etapa en el cambio histórico de la organización familiar.

No tiene sentido aquí listar las variantes matrimoniales en la historia y en los distintos procesos civilizatorios, pero si vale destacar el rol fundamental de la procreación (y consecuentemente de la mujer)(2) en la organización social: sea porque es la base de la construcción del clan, de la gens y del Estado, tanto como un elemento para impedir la construcción del Estado a través de las alianzas que impidan la preeminencia de un grupo sobre otro (esta es una interesante teoría desarrollada por Clastres en el estudio de sociedades indígenas en el Gran Chaco). Puesto que se ha abandonado el sistema de organización matrilineal, el de propiedad patriarcal y el de cooptación, el sistema burgués resulta ser el vigente. Se puede argumentar que muchas personas se casan y se constituyen como matrimonio sabiendo de antemano que no procrearan, pero precisamente ese es el límite del instituto que no afecta su núcleo básico (la procreación), cruzado por intereses biológicos, materiales y culturales de variado tipo (sean creencias, cuestiones de valoración, de ejecución, etc.) en una mezcla difícil de escindir vitalmente aunque podamos aislarlos racionalmente.

 

LA PAYADA DERECHO-HUMANISTA

La pretensa igualdad ante la ley es un disparate nominal que la realidad y la administración de justicia misma se encargan de corregir. La búsqueda de un mínimo común denominador en el discurso democrático-liberal-progresista del homosexual (: todos somos humanos, todos tenemos los mismos derechos, hay que respetar la diversidad, entre otros) nos lleva a comprobaciones históricas de signo contrario: de hecho nazis y judíos no se consideran iguales, vencedor y vencido no tienen los mismos derechos, nadie respeta la diversidad del que no encierra ningún valor (entendido éste pragmáticamente: como útil). La calidad de humano no implica la igualdad de derechos ni estos presuponen necesariamente el respeto a lo diverso, sobre todo si lo diverso se despliega como inútil.

El criterio contrario, sostenido por los recientemente fracasados muchachos, que iban a ser santificados en unión “matrimonial” por el Estado municipal, no trata de establecer “la igualdad ante la ley” para los que se hallan en las mismas condiciones, sino de establecer la igualdad absoluta (inexistente) sin discusión posible (un ejercicio tiránico) y en forma previa al tratamiento de la CONDICIÓN por parte de la administración de justicia (una pretensión inocente). O sea, el cambalache discepoliano. La coexistencia del mercader de Venecia con la puta de quilombo. Stawisky y la Mignon.

Ningún pretendiente a marido o mujer homosexual logró articular idea alguna respecto a la necesidad social de sus requerimientos. El proceso de humanización insertado en el proceso civilizatorio se articuló en torno a la reproducción de la especie y ésta en el marco de una institución cambiante: la familia (madre/padre/hijos) algo que le está vedado por impracticable a la pareja homosexual. La pretensión de introducir un sustituto ficcional (el niño adoptado) ratifica por otra vía la desesperación de parecerse a una “familia” burguesa.

La curiosidad es que nadie duda acerca de la imposibilidad de correr una carrera de postas a alguien que le faltan las piernas; aunque parecería que la imposibilidad de procrear de una pareja homosexual no le impediría devenir en una familia de las previstas tanto la en la regulación legal argentina, como en la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, “Declaración…” que a esta altura, y en manos del universo homosexual, carecería de valor y sería antihumana:


“Artículo 16:
1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio
3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.”

 

Lo tragicómico es que los partidarios del “matrimonio” homosexual quieren parecerse “als ob” al matrimonio burgués, pero desestimando las características que lo definen y las normas que lo regulan.

Corre pareja con este ejemplo de irracionalidad y de pedaleo en el vacío la pretensión de habilitar el “derecho de los animales” y su articulación en el proyecto “Gran Simio” (ver El Escarmiento, Nro. 8, 2008) cuyo desarrollo es promovido por el Socialismo Tarado Español (a pesar de que se les murió Copito de Nieve, el gorila albino que tenían). En breve y dado que al parecer compartimos el 97% de características genéticas con nuestros primos de la selva, vamos a pelear por matrimonios con los carayá y los monos tití (para el casamiento de los enanos) sin olvidar, claro, a las ratas que al parecer militan el mismo porcentaje genético. Después, habrá que soportar a los intelectuales racionalistas rompiendo las pelotas con que el Lobizón no existe.

 

FINAL PROVISORIO

La elección del día mundial de la lucha contra el sida como fecha del “casamiento” de la pareja ratificó en la sociedad el hecho falso de asociar homosexualidad = sida; haciendo –ingenuamente, otra vez- el caldo gordo a los sectores más reaccionarios de la sociedad: ej. la jerarquía Católica, principal opositora a la enseñanza sexual en los colegios. El resto, fue una fiesta para los “periodistas” y sus cámaras de televisión, jolgorio puteril y reproducción del sistema.

(*) Vale la pena rastrear el término en algunos diccionarios del lunfardo. Ni el Diccionario Ideológico del Lunfardo (de Gobello y Amuchástegui-1998) ni el Diccionario Etimológico del Lunfardo (de Oscar Conde- 1998) lo registran, aunque sí este último los de putarraco, y trolo remitiendo indirectamente al de puto y a homosexual pasivo, con una posible derivación de trolo, no muy segura, del francés drole (raro, extraño). De la palabra puto y su etimología ni hablar. Mario Teruggi por su parte, en su Diccionario de voces lunfardas rioplatenses (1998) trae: Puto.- m. Homosexual; trolo; desgajándolo de su adjetivación negativa (“jodido, malo, despreciable, maldito”) y trolo es definido como homosexual, invertido. Estas sinuosidades ameritan un estudio detallado no sólo del origen del término, sino de cómo ha sido gestionado éste por los “Académicos”.

(1) Los vínculos del peronismo con el tema, desde el Estado, siempre han sido ambiguos; porque ambiguos son los grupos sociales en su percepción y tratamiento. Las contradicciones culturales, clasistas y racistas se desplazaron siempre por todas las ramas de la administración pública. Valga como ejemplo de esta ambigüedad la anécdota que involucra a “Paco” Jamandreu, que diseñaba los majestuosos vestidos de Evita, a ésta y a Juan Perón: Presos en una comisaría Jamandreu y su ocasional acompañante, el diseñador llama por teléfono a Eva solicitando ayuda; ésta le pasa el teléfono a Perón quien, después de ser anoticiado por “Paco”, le dice: “joderse por puto” … y lo deja dormir en la Comisaría hasta el día siguiente. Ello no impidió nunca el trato preferencial que Jamandreu tuvo por parte de ambos, como también lo tuvo otro notable artista y exiliado franquista: Miguel de Molina. Su condición homosexual nunca se interpuso en el trato de amistad.

(2) Los anhelos que pueblan el imaginario de la procreación en el homosexual fueron magníficamente recreados en un poema de Federico Pedrido, retratando con humor piadoso la percepción popular de aquel drama:


EL HOMBRE DE LA ENAGUA ROSADA

Fue, muchos, muchos años, pesebrero
Y, después, laburó en una pensión.
Cuando compra salame, el corazón
Igual que bandoneón se frunce entero.

Tuvo dos novios. Uno era frutero;
El otro, un cabecita camaleón.
Le dieron tantos palos en el cuero
Que lo sueña tambor su evocación.

Ahora está cantando en la escalera,
mientras retuerce un trapo, una habanera
y se clava en un gesto mudo y fijo.

La purretada juega en la vereda.
Se toca el vientre, y por sus nalgas rueda
la noble idea de parir un hijo.

 

*pesebrero: peón de albergue transitorio.

(En: Federico Pedrido: “Entre la Roña y la Nada – Poesía deplorable de Gonzalo de Verseo”, Bs. As. Ed. Corregidor, 1987, pp. 41/42)

RARO, COMO ENCENDIDO


por Abel Posadas


Con referencia a su artículo sobre los putos, creo que bien vale una réplica. Para comenzar la diré que llama la atención por ser uno de los pocos escritos que nada tiene de políticamente correcto. Más bien todo lo contrario, aunque no pretenda ser un insulto. Deschava la habitual homofobia solapada de no pocos intelectuales que murmuran en voz baja.

 

ALLÁ LEJOS Y HACE TIEMPO

Comencé a tratar a la gente diversa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA allá por los años 60. Los considerados diferentes –Jorge Panessi, Beatriz Salazar, Marta Diz, Claudio España, Inés Azar, Jorge Polaco, David Uhrman más una poeta algo desprejuiciada como Susana Thenon-. También había gente distinta entre los profesores con Enrique Pezzoni a la cabeza y otros no tan evidentes como Ángela Blanco Amores de Pagella –seductora de Marta Mato-. Se hablaba mucho, además, de Alejandra Pizarnik pero ella estaba fuera de la facultad.

In illo tempore los prejuicios eran inmensos aunque nunca supe por qué. Curioso, porque los prejuicios eran un boomerang que iban de los hétero a los homo y viceversa. Así, misteriosamente, no podía tratar a un puto, estaba prohibido, pero sí a una tortillera –eso daba tono-. A su vez y ante una pregunta de la señorita Thenon “te gustan los hombres?” y ante mi respuesta esquiva, caí en desgracia y quedé fuera del séquito.

La franja bisexual era muy amplia y el vate Alberto Girri era muy admirado, así como también Manucho Mujica Láinez y Silvina Ocampo. Era tan amplia como despreciada por héteros y homos. Que es lo que ocurre hoy con gente como Víctor Laplace o Diego Maradona, por ejemplo. En aquellos años de camas fáciles pre-sida no eran pocos los que se arriesgaban a experimentos variopintos. No estoy para nada seguro de que los prejuicios en esta materia hayan desaparecido. Quienes transitan un camino diverso van a ser objeto de pullas y chanzas variadas.

 

QUIEN QUIERA OIR QUE OIGA

La idílica presencia en su artículo de la murga de los putos no deja de llamar mi atención. Que Eva Duarte hubiera conocido a muchos en su paso por el teatro, la radio y el cine, la hacía acreedora a la benevolencia y comprensión. Porque también en su caso, se sentía a salvo por aquello del se-mira-y-no-se-toca. Los homosexuales y bisexuales del ambiente artístico e intelectual no tuvieron problemas bajo el peronismo. Si esto ocurrió –caso Carlos Hugo Christensen y la extorsión de Apold- el asunto tuvo estrictas razones políticas.

Pero Ud. pareciera creer que antiguamente se tenía hacia los putos una mirada de simpatía descomunal.
- Pero esa gente tiene la cabeza dada vuelta!!! – dice mi tía Josefina.
Ella tiene 83 y es una mujer común. Por otra parte, estoy de acuerdo con Ud. en varios aspectos: los putos con plata no son putos. Lo mismo ocurre con los curdas. Son dipsómanos. La plata ayuda siempre y los que la han tenido jamás se han hecho demasiado problema –Manucho corriendo tras los efebos en Córdoba es un buen ejemplo-.

 

LOS VENERABLES TODOS

En los años 80 las tapas de las revistas de llenaron de fotos con Marilina Ross, Celeste Carvallo, Sandra Mihanovich y se filmaron dos películas como ADIOS, ROBERTO y OTRA HISTORIA DE AMOR –el director de esta última, Américo Ortiz de Zárate, murió de sida-. Nada de lo que ocurría en ese módico destape me parecía otra cosa que una estafa.

Es posible que bajo Ménem se haya consolidado lo que había sido insinuación con Alfonsín. También es probable que en el circo del posmodernismo todo se haya convertido en una exhibición no deseada. Caso concreto: el frustrado y mediático casamiento gay que se transformó en una nota de color para consumo de televidentes.

Y es verdad lo que Ud. dice: por qué formar una familia burguesa? Debo aclarar que no entiendo eso de “familia burguesa” pero cuando leo a August Strindberg me parece que lo sospecho. Y cuando miro en derredor también. Pantuflas, hijos resabiados, ruleros? No lo sé. Si se dice estar en contra de un status quo, por qué se lo apuntala? Tal vez existan razones que se me escapan. La unión civil permite ciertas conveniencias me parece. Y según deduzco de su artículo, esa unión civil debería formalizarse únicamente entre un hombre y una mujer. Esto tampoco lo entiendo. Es decir, no comprendo nada de nada.

Pero aunque no comprenda, no tengo miedo a que la gente diversa se case o adopte hijos. Después de todo, nada es contagioso en esta materia, sobre todo con forro seguro. Eso sí: el despliegue de plumas que incluye ropas exquisitas y cuerpos armoniosos repugna. Sin embargo, acaso no ocurre lo mismo con los héteros que recurren al exhibicionismo más flagrante?

Porque lo que resulta un dislate en este circo es precisamente el exhibicionismo y el circo que organizan los medios. Otro ejemplo: por qué aplaudir a alguien que, como Guido Gorgatti lleva taitantos años de unión homosexual y no se hace lo mismo con una pareja hétero? Porque aguante, en uno y otro caso, hay que tener.

La utilidad, palabra que a Ud. le gusta, de las uniones por el registro civil, me parece bastante inútil. No obstante y a la hora de los papeles y hasta que se prueba lo contrario, a la hora de la repartija de bienes es absolutamente necesaria. Hasta la señora Legrand tuvo que darse por vencida luego que nada pudo hacer para que el Dr. Marengo, pareja de su hijo Daniel, se quedara con lo que le correspondía por cohabitación.

 

SOÑAR, SOÑAR

En los blogs de internet se lee de todo. Políticos, futbolistas, actores, escritores, el lumpenaje televisivo, todos en fin, se encuentran a la misma altura en cuanto a sus actividades horizontales. Cómo se le puede llamar a eso? Me parece que es más penoso que un casamiento gay –de putos, según Ud- porque habla de una SUSOCIEDAD o SOCIEDAD SUCIA.

El asunto da para mucho más.

Respuesta a Posadas:

Poco que objetar y algunas aclaraciones:

a) Un error de interpretación: La unión civil entre homosexuales, cosa que por otro lado existe, más otras figuras jurídicas paralelas y las que puedan agregarse, me parece positiva (así lo expresé en al artículo: “La pretensión de casarse (poner casa) mediante una unión civil resulta valiosa dado que habla de proyecto común, solidaridad y hasta de afectos recíprocos compartidos”) y resultan un adecuado instrumento (a esta altura de la soirée) para resolver cuestiones que se plantean al final de la réplica de Posadas, tales como el reparto de bienes. Pero no solamente eso (que presupone la separación previa o la muerte), sino otras varias, como la representación –curaduría incluida-, prestaciones alimentarias recíprocas, la capacidad de testar (elemento que habría que ajustar en el Código Civil) y otras no menos delicados como la situación de terceros vinculados a ese vínculo primario, que supongo será el producto de un proceso nada fácil. Unión civil no es matrimonio y este no es la sacrosanta institución de derecho natural. Sobre su pertinencia me remito a lo dicho.

b) El tema de la adopción de hijos por parte de una pareja homosexual es más compleja de lo que parece, y no creo que pueda despacharse en nombre de la tolerancia a la diversidad o la ausencia de ella. El papel nada inocuo de la familia heterosexual en el origen de desequilibrios mentales varios (aunque pongamos en esta exposición entre paréntesis el carácter de trastorno mental de las prácticas homosexuales, no obstante el DSM-IV-TR : Cap. “Trastornos sexuales y de la identidad sexual” y la exclusión de la homosexualidad por parte de la Organización Mundial de la Salud de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud: el DSM y la Clasificación de la OMS, no congenian. Hablando de ambigüedades…) no tenemos información relativa al desarrollo de la personalidad de un menor en el marco de un vínculo homosexual. Tema éste que no se desarrolló en el cuerpo del artículo sino que se limitó a ilustrar el carácter conservador del planteo, en manos de cerebros tullidos por el tambor progresista (no eran conmovedoras las lágrimas de Lubertino? Ají molido en los ojos?)

c) En relación al despliegue de plumas, la ropa exquisita y los cuerpos armoniosos a que alude Posadas, me parece que hay que vincularlo a cuestiones de tiempo y lugar. Vale aclarar aquí que nunca me referí a “murga de los putos” sino a los “putos en la murga de barrio”, nota de color aceptada socialmente (algunos operarios y administrativos la reclamaban con avidez). Salvador Dalí, cuya sexualidad fue muchas cosas menos lineal, con la sabiduría que juntó a fuerza de trajinar colchones dijo que “el sexo es lo último misterioso que le queda al hombre, y lo está destruyendo”. Y el misterio es privado. La creciente invasión de lo público en el ámbito privado por parte no ya del Estado (el viejo Gran Hermano de Orwell), sino de los medios de comunicación (el “Gran Hermano” conducido por Jorge Rial y por Soledad Silveyra haciendo plata a costa de perejiles con altísimo grado de insatisfacción sexual), aumenta la alienación de un pueblo cada vez más bruto y más barato. Los gay de la banderita multicolor y la parejita del cuarto de hora televisivo son funcionales a ese manejo siniestro. Simplemente porque la mayoría de la población se los toma en joda, forman parte del entretenimiento, porque no resuelven ningún problema ni representan uno de los problemas terminales: como dicen los loritos corporativos “no están en la agenda”. Su gravedad radica en que el “entretenimiento” (Tinelli, los travestis con problemas foniátricos de Sofovich y cuanto marica ordinario pulula por televisión y radio) no tiene carácter lúdico, ni siquiera representan un espejo invertido (perdón por la palabra): no alegran, “entretienen”.

Las putas están en los quilombos (entre otros lugares), las plumas, ropa y cuerpos armoniosos, en los espectáculos y la enfermerita (para los heterosexuales) con cofia y en pelotas, entre cuatro paredes. El resto es farsa, es manipulación, es la borocotización de este segmento de la cultura. Aquí uno puede empezar a mascullar la distinción entre lo real, lo irreal y lo virtual.

d) En relación a la tía Josefina, de Posadas, la sospecho en el pasado asidua habitué al programa “La Tuerca” donde Guido Gorgatti, Osvaldo Pacheco (y algún otro) se interpretaban a sí mismos (o simplemente representaba el papel) y eran la delicia de grandes y chicos (como diría un vendedor), “un espectáculo para la familia”. Eso no impedía que –carcajada mediante, porque eran de primera- la tía pudiera hablar de la “cabeza dada vuelta”. Eran las viejas costumbres; y en eso, no eran tan malas.

e)En relación a Gorgatti, su decanato y el aplauso de la tribuna me parece que no hace al fondo de la cuestión (no es difícil constatar ejemplos en contrario, incluso en el ámbito heterosexual: No decía Oscar Wilde que “la principal causa de divorcio es el matrimonio”?)

f)Puesto en términos de espectáculo, claro que todo es una basura; aunque no una pena (homo sum, nihil a me alienum puto: no podía faltar). ¿Por qué sentir pena por lo que es nada más que ridículo mediocre? Sintamos pena, en todo caso, por el fracaso de una grandeza. Esto último, claro, algo inasible para el “casamiento gay”

d.a.


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“PERON Y EL ARTE DE LA CONDUCCION - Aportes para la cultura política argentina”

Por Alfredo Mason, Buenos Aires, Ed. Biblos, 2009, 177 páginas.

Este es un libro importante sobre un aspecto del pensamiento de Perón (un pensamiento que enseña a pensar) y que nos introduce, con una claridad de conceptos bastante inusual, a una realidad diariamente escamoteada por la “intelligentzia” portuaria y sus puntos de venta.

Sin concesiones a la tilinguería académica (ocupada en descular, como propias, las teorías del dominador europeo/estadounidense) Mason indica que “uno de los elementos más preciosos que (Perón) nos legara para nuestra cultura política, es su concepción del poder, remarcando dentro de ello la importancia de la formación, la organización y la conducción política” (p.15). Desgajada de sus orígenes militares el núcleo esencial de la conducción será política y ésta, política nacional.

Merece transcribirse la descripción cuasi-aristotélica que hace Mason del mundo degradado de la practiconada que se hace pasar por política: “…desaparecen del horizonte los liderazgos y se transforman en jefaturas; los cuadros medios aparecen como operadores; el diálogo abierto con el pueblo se transforma en el monólogo televisivo; la conducción busca ser reemplazada por el marketing político y finalmente, la política se transforma en un fin de carácter laboral.”

El repudio del formulismo vacío (de “izquierda” y de “derecha”) y del tecnicismo unilateral, que son la negación de la política, se hacía patente en el pensamiento de Perón. La política la entendía como conflicto y a la política nacional como la solución nacional del conflicto. La actualidad de esta contradicción no solo es expresión de lo inevitable sino también el acicate de la acción política: “renunciar a la política es renunciar a la lucha, y renunciar a la lucha es renunciar a la vida, porque la vida es lucha” (Perón, 1973)

Mason arriesga definiciones que constituyen un verdadero desafío conceptual y que nos reclaman un profundo análisis. No es menor la cuestión de la verdad en el discurso político: “… si cuando llega el momento de la decisión, la mayoría sostiene un discurso, éste es políticamente verdadero” (n. 4, p.17). Cada uno de los conceptos involucrados en el aserto ameritarían un seminario. Si a ello agregamos las propias definiciones de Perón, nos enfrentamos a una arquitectura proteica sólidamente arraigada en lo particular e imbricada con lo universal, relevante en términos de construcción política (teórica y práctica). Mason es conciente de ello, destacando la IMPORTANCIA DE DESCUBRIR EL SIGNIFICADO DE LAS CATEGORÍAS QUE APARECEN EN EL DISCURSO POLÍTICO. Tarea que no es para filólogos o lingüistas sino materia de reflexión y ejecución para quienes han hecho de la política una de las formas de la militancia nacional.

El Capítulo I dedicado al proceso de formación del pensamiento de Perón sintetiza los aportes sobre el tema, remite a los contextos de aquel proceso y destaca “el hecho más importante que convocó (su) reflexión temprana (…) la Primera Guerra Mundial (…)” en el que confluyeron la movilización total de las energías de la Nación (centrada en las masas) y el poder destructivo de la técnica.

Vale la pena destacar la capacidad de asimilación de Perón, un hombre nacido en el s. XIX, formado con oficiales argentinos que habían participado en la denominada Campaña del Desierto, y con extranjeros que formaron el pensamiento militar en el centro de Europa. Sin amilanarse ni estancarse en el militarismo de cátedra (al que lo habilitaba su condición de profesor brillante) y dotado de un eminente sentido práctico, desarrolló su carácter de lector atento pero no subordinado. En éste ámbito Mason reafirma un rasgo que ya advirtiera Fermín Chávez: el de un Perón “retraductor”, incapaz de vincularse de modo trivial con otras ideas. Ello se advierte en la obra “Conducción Política” que remite explícitamente a los “Apuntes de Historia Militar”, del mismo Perón. Él recibe las ideas con carácter instrumental, de medio, renombrándolas con lenguaje propio (en definitiva, el de su propia herencia cultural).

No es menor en este punto la adecuación nacional que realiza de procesos que, como el de la planificación, eran la respuesta “global” (sin distinción de ideologías) a una de las cíclicas crisis capitalistas a partir del crack de 1929 Y LA SUBORDINACION A LA POLITICA de las acciones (incluida, en especial, la guerra) que afectaban a la comunidad nacional. Pues, en la visión de Perón, el poder civil o político es el que posee la visión estratégica (p. 27).

En este proceso formativo Mason señala la evolución de las posiciones historiográficas de Juan Domingo Perón. Desde su inicial liberalismo (“mitrista”) arribará a la visión integradora del final de sus días, pasando por su adhesión al revisionismo histórico (posterior a 1955); aunque el principio de desmarque del panteón liberal se daba desde la propia obra de gobierno, en particular desde el ámbito cultural, donde la nueva heterodoxia historiográfica (el revisionismo) se iba posicionando alentada por toda clase de “herejes”: Liberales, nacionalistas, marxistas purgados, socialistas y algún anarquista iban demoliendo las construcciones “históricas” articuladas en torno a las “Historia de…” de don Bartolo (el bartolismo). Por otra parte, el mismo ámbito castrense iba desgranando perspectivas historiográficas que entraban en crisis con el eje Mitre-Levene, aunque no lograron consolidarse (Ver: Federico Gentiluomo, en El Escarmiento Nro. 7 aquí)

Aquella primera etapa liberal, coherente con la subordinación del profesional militar al poder político concluye, a nuestro juicio con la revolución de 1930, en la que Perón suma a su visceral anticomunismo juvenil y su anti-irigoyenismo epocal, su irrecurrible desprecio a la conducción militar desgajada del pueblo.

Aun bajo la fuerte influencia de la concepción de la “Nación en Armas”, Perón y los militares de su generación, reclamaban la existencia de “un pueblo fuerte, física y espiritualmente” (conf. Juan Lucio Cernadas, citado por Mason), reclamo que visto a la distancia y luego del agua y la sangre corrida bajo el puente de nuestra historia constituye un bofetón para nuestro gobernantes actuales, “posmodernos”, rivadavianos, fuera de la historia.

Otro de los aciertos del autor es la introducción del concepto de sistema “desigual y combinado” para caracterizar la práctica de poder de la década infame: conservadora en lo político y liberal en lo económico. Después de todo, Trotzky, acunador del concepto, tenía que servir para algo en la Argentina.

Sin prisa pero sin pausa se nos deja entrever las variadas fuentes históricas, políticas, intelectuales, militares de Perón. Para algunos no será una sorpresa menor la presencia de Roosevelt y Ortega y Gasset en este recuento -al que nos permitimos agregar a Chiang Kai-Shek con sus “tres banderas”- (1). El tema de la integración nacional, presente en todos ellos, se refleja en la concepción dialéctica, en el pensamiento de Perón, entre partido y movimiento. Mason luego de explayarse aquí en una verdadera clase de teoría política remata con una conclusión arriesgada, que le cuestionará más de uno (me anoto): “Quizá lo más parecido al peronismo sea hoy el Partido Comunista Chino” (n.18 p.38).

Los párrafos dedicados a la “cuestión del fascismo” son un acta de condena a las acusaciones al respecto que le endilgaran a Perón políticos, periodistas de dudosa -o no tanto- financiación y “académicos”. (2) La misma suerte corre el supuesto antisemitismo de Perón, repetido por cuanto burro ocioso se acerca al tema, cuando las pruebas en contra servirían para llenar varios tomos de registro. Mason destaca la cantidad de argentinos judíos promovidos por Perón a puestos fundamentales en los aparatos del Estado. Aquí queremos apuntar acerca de algunos pocos -los más conocidos- italianos judíos que buscaron refugio en la Argentina , víctimas de las leyes raciales de Mussolini (1938) y que desarrollaron su actividad sin problemas en nuestro país: el jurista Deveali, el economista Dino Jarach, el historiador de la ciencia Aldo Mieli, el matemático Beppo Levi, la periodista Margheritta Sarfatti -amante de Mussolini y autora de una biografía del amado (“DUX”)- el historiador de la filosofía Rodolfo Mondolfo … (éste arribó a la Argentina con una nota de recomendación del filósofo Giovanni Gentile, ex Ministro de Educación de don Benito e ideólogo del fascismo). Mondolfo, después del golpe de 1955 mordió prestamente la mano de sus benefactores. Y muchos etcéteras.

Mason demuestra también que cualquier comparación estructural o ideológica entre peronismo y fascismo corre por una vía muerta hacia el precipicio.(3) ¿Qué decir, por ejemplo, del “fascio” -la organización compulsiva ESTATAL “tripartita” (Estado, empresarios y sindicatos), comparándolo con el sindicato argentino?: la caída de Mussolini determinó el fin de los “fascios”. Cuando fue derrocado Perón, la única INSTANCIA ORGANIZATIVA DEL PUEBLO que quedó intacta -primer medio de la resistencia peronista- fue precisamente el sindicato.

Perón conduce lo que el pueblo organiza, si perjuicio de inducir desde el Estado o desde el exilio otras instancias de organización. Esta nada sutil diferencia es la que resulta incomprensible a la recua que se resiste a “agarrar los libros” para no desbarrancar de una vez en el peyote o en el tiro del final. (4)

Es que el tema de las masas y su organización nacional (“no se conduce lo inorgánico”, decía Perón) resulta central y no fácil de comprender y abordar (menos para “intelectuales”). En el libro de Mason por primera vez que sepamos se establece un vínculo coherente (: racional y de sentido común) y desde una perspectiva local de la teoría, entre el mundo de la técnica y el trabajador. Sin duda laten en el fondo las sugestiones de Jünger y Heidegger, expresamente referidos por el autor en la obra, pero subordinadas al pensamiento de Perón sobre el problema; quien, en su síntesis, fue incorporando diversas incitaciones de su tiempo a las que no fueron ajenas las encíclicas papales de León XIII y Pio XI (5). Dado el carácter que le otorgaba a las teorías (prácticamente circunscriptas a su carácter instrumental, “operatorio”) y su particular pragmatismo, el conjunto le permitía utilizar los núcleos esenciales de otros pensamientos para anclarlos en las necesidades de la política nacional.

La promoción de las “organizaciones libres del pueblo” (el sindicato es una) llevó a Perón, en 1973, a repudiar los sindicatos de fábrica (SITRAC/SITRAM) y la existencia de varias centrales de trabajadores (por el divisionismo que todos ellos implicaban). Hoy los ideólogos de aquel divisionismo (por ejemplo Garzón Maceda, un hombre que todavía chapea sin avergonzarse con los programas de La Falda y Huerta Grande) dragonean como asesores ministeriales y de dirigentes “peronistas” que creen lograr de esta forma lustre “revolucionario” retroactivo, que les permita encubrir sus traiciones del presente. Todo ello es manifestación de la crisis de representación: el cierre burocrático de la democracia interna facilita la apatía de los trabajadores, la proliferación de “sindicatos sellos de goma”, la proliferación de “Centrales” que no expresan organizaciones de lucha o negociación político- económica, sino instancias de la lucha prebendaria por la “caja” al amparo del poder de turno (vía distintos Ministerios) y los viajecitos a la OIT ejercitando la teoría del astronauta (se mueven en el aire, patalean, pero no va a ningún lado).

Mason cierra su libro con un capítulo sobre “Los paradigmas políticos”. Aquí lo más discutible son sus presupuestos y premisas (bíblicas, vetero y neo testamentarias) de las que, creo, se puede prescindir sin que se vea afectado el desarrollo propuesto(6). Es que la remisión de Mason parece tener un hondo contenido personal, difícil de congeniar con la atracción de Perón por el “(…) fondo empírico de conocimiento que transmitían las grandes evoluciones a las generaciones posteriores”(p.118) que la honestidad intelectual de Mason suraya. Perón se mueve, en este punto, si se quiere, en el ámbito de la filosofía de la historia, pero todavía en el ámbito del exemplum (visto en perspectiva nacional), sin hipóstasis ni trascendentalismo

Los paradigmas políticos que aquí solo transcribimos y que Mason invita a profundizar y desarrollar son: a) La Nación en Armas, b) La liberación nacional, c) La guerra revolucionaria, d) El trasvasamiento generacional e) La universalización. Ha sido mérito del autor establecer su secuencia y solapamiento, su vínculo genético y sistemático (su organización en suma) haciendo honor al subtítulo del libro: aportes para la cultura política argentina.

Una reflexión final: hace una veintena de años el filósofo Alexis Jardines estableció una suerte de “fenomenología” de la decadencia del marxismo en Cuba (“Réquiem”-1990). En sentido inverso, habría que elaborar una “fenomenología” de la articulación del pensamiento de la conducción política en la Argentina. Si la del cubano expresaba la síntesis que acompañaba en paralelo la destrucción del “socialismo real”, ésta servirá para recuperar y expandir, no solo en el ámbito local, un núcleo duro de la “praxis” política (en su doble vertiente de teoría y práctica): la conducción política, ausente en la Argentina y reclamada por el “peronismo real”. Claro que ello se inscribe en una perspectiva más amplia de la historia argentina (de la que no puede desprenderse) y de la que constituye uno de sus ejes de interpretación. Sin la grandilocuencia de nuestros poligrillos filosóficos, servirá para manifestar la experiencia vital de un pueblo, la de quien supo conducir una etapa de su historia y mantener el camino abierto de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. Lo que no es poco.

Notas
(1) Un tema interesante a desarrollar es el de las “influencias negativas”, los pensamientos rechazados: Apuntamos los de Gustave Le Bon y José Ingenieros, en el campo de la psicología; el “fordismo” y el “stajanovismo” en los métodos productivos, el sectarismo en la organización, el “internacionalismo” en cualquiera de sus manifestaciones que aparezca subordinado a un concreto nacionalismo agresivo, entre otros.
(2) La demonización en política forma parte de la humana condición. El problema radica cuando aquella es tomada como paradigma para constituir un objeto de estudio. En nuestro medio Christhian Buchrucker “demostró” en un sólido “ladrillo”, inspirándose en la metodología del “tipo ideal” weberiano… que el agua moja: que el peronismo no era fascismo. Es decir obtuvimos, malgasto de presupuesto mediante, “la prueba científica” de lo que ya sabíamos. El pueblo peronista respiró aliviado.
(3) Mason introduce el concepto de “antitipo”, como tipo social negativo, que desarrollara hace unos años Horacio Cagni (ver, de éste último: “Construcción y vigencia del antitipo”, en “Anales”, La Plata, UCA, Fac. de Cs. Sociales, 2001, p.17/51).
(4) Estas referencias no son gratuitas, y apuntan a los “muchachos” que dicen haber formado toda la “generación del 70”: En un reciente libro que reúne trabajos sueltos del ex comunista, “ex -guerrillero”, ex pasado/presentista y ex gramsciano, el cordobés Oscar del Barco, los prologuistas lo valoran como traductor e introductor “temprano” del pseudo-reviente literario francés y de las teorías estructuralistas que se han revelado aptas como papel higiénico. Para remacharlo (aunque podría tratarse de una broma), nos hablan de las sustancias enteógenas que se zampó el teórico y “que resultaron decisivas en el decurso ético-místico de su escritura” (sic). Reventados estamos: Al final volvemos al principio. Otro gorilita evadido, es el Lerú filosófico llamado Jose Pablo Feinmann quien, envenenado por su fracaso setentista (nada platónico, ya que no volvió como ideólogo derrotado de Siracusa: no alcanzó a tomar el tren en estación Once) se obsesiona en proclamar que Perón no condujo la resistencia (donde lo afirma? En “Página/12”). Creemos firmemente que Feinmann se suicidará (como es un hombre de la “intelligentzia” probablemente su suicidio sea “espiritual”): Luego de romper las pelotas como un “goi”, al final de su vida -como el profeta Simoqueo- se lamentará en compañía de Kovadloff, Aguinis, Foster, Abraham, Naroski, reivindicará por fin su condición de hebreo no asimilado y partirá a reunirse con el sionista Ismael Viñas para meditar sobre el eje meta-político Jerusalem/Buenos Aires.
(5) A principios de los 40 se publicó en la Revista de la Universidad de Buenos Aires un meduloso trabajo sobre la doctrina social de la iglesia católica debido al austriaco Víctor Frankl (homónimo del notable psicólogo creador de la “logoterapia”) quien había huido de Austria a raíz de su anexión por los alemanes de Hitler y por su condición de católico. Lamentablemente este trabajo no lo recoge Fermín Chávez en su libro “El peronismo visto por Víctor Frankl”, pero sí destaca la teoría -debida al austriaco- de la coexistencia en América Latina de distintas temporalidades culturales que se articulan también en un “desarrollo desigual y combinado” (sintetizamos) cuya expresión esencial es el barroco.
6) Y alejado, nos permitimos agregar, tanto del katecon schmittiano como del Apocalipsis de Taubes. Esta disputa europea que se arroga teorizar sobre los destinos del mundo (años atrás -no muchos- era entre “güelfos”(!) y “gibelinos” (!)), papistas y partidarios del “sacro imperio romano germánico”) es llevada adelante en nuestro medio por algunos esotéricos que en cualquier momento desbarrancan en la alquimia (eso sí: con mucha “Tradición” <de la Edad Media>, mucha “raza del espíritu” y “lucha contra la modernidad”). Estos muchachos, que por otro lado han traducido y publicado algunos libros interesantes, concientes de que estaban demasiado “espirituales”, despegados del suelo, pretendieron darle carnalidad política a sus especulaciones y promovieron la restauración del …imperio incaico. A esta altura, nos permitimos sugerir que el héroe cultural de esa empresa en lugar de Belgrano, que proponía un rey Inca, sea el Gauchito Gil. Por las dudas, estos “antimodernos” se declaran antiperonistas.

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CIELO DEMASIADO

Sin prisa pero sin pausa, como en un acuerdo, se han ido muriendo demasiados veteranos del pensamiento nacional. Quizá toda una advertencia, para comenzar a plantarse en sus definiciones y llevar a la práctica algunas de sus propuestas. Aníbal Ford, Methol Ferré y Mena Segarra se han ido a ese cielo que de tan lleno ya tiene ganas de llorar. Y para acompañarlos un poeta de esos, que fue capaz de hacer circular la tradición en la que todos ellos se desplazaban, por las más “escandalosas” experimentaciones de la escritura: Lamborghini, el Leonidas.

Todos ellos han sido puntos de referencia, y fatalmente lo serán en el futuro por la marca que dejaron. No conocí ni frecuenté al que más leí, al poeta. Vaya a saber por qué.

Su generación le atribuye el carácter de vate de callejón de los sueños rotos, o variante heterodoxa de un peronismo insufrible. Claro que para eso primero hay que definir el peronismo y eso, hoy, lo hacen los gorilas. Lamborghini (1927-2009) representó la búsqueda y el azar del lenguaje desnudo como el drama de la política, donde la realidad se va articulando peligrosamente en el par irreductible (amigo/enemigo). Por eso Leonidas no era un trágico en términos del mito porque no reactualizaba un final predecible: la desnudez del lenguaje perseguido era la voz que iba desflecando sus zonas muertas para renombrar siempre en clave política.

Los Poetas de Diario pretenden un Lamborghini poeta para ocultar al peronista cuya definición propia, ajena y territorial era la poesía: Sin aquel ésta no hubiera existido.

Porque sabía que solo afirmándose en la época se puede traspasar su horizonte, cribar lo que aparece como destino sin caer en la utopía. Porque si no… ¿para que poeta?

Sin bien Leonidas tuvo de ambas, como lo revela su adhesión sesentista en las “Coplas del Che” (s/f, Ediciones ARP), con un encendido prólogo del cura Hernán Benítez(*), no descarriló de la senda nacional de la que siguió extrayendo sus vislumbres, sin agotarlos, claro, y salpicando de claridad lo más oscuro de su letra. Leonidas fue la alpargata hecha libro.

(*) El mismo que años atrás había recusado el Apocalipsis saboteador de un Perón exiliado y desencajado en Caracas . Vale la pena leer las “Cartas Peligrosas” de Marta Cichero (ed. Planeta 1992)

ANIBAL FORD (1934-2009): “El Gran Jefe”

Conocimos a Aníbal a comienzos de los 80.Y pluralizo porque se trataba de los muchachos que hacíamos la Revista “CREAR”, a la que llegó después el grupo de los “veteranos” (Fermín Chávez, Anibal Ford, Jorge Rivera, Eduardo Romano, Abel Posadas, Eduardo Artesano y otros). Para nosotros, que en promedio rondábamos los 28/29 años el aporte de los “viejos” fue esencial; sea porque los leíamos, sea porque los escuchábamos con atención, sea porque nos permitían discutirlos en un marco de coherencia y responsabilidad no exenta de las bromas criollas. Aníbal era “El Gran Jefe” porque trabajaba como director de proyectos en un laboratorio que fabricaba conocido pegamento: la propaganda televisada de la época era con un indio grandote con plumas de cacique. A pesar de su cordialidad permanente, arrancarle una sonrisa plena era difícil (aunque, cuando con Rivera y Romano hacían tronar el escarmiento sobre el tuberío desataban el jolgorio a carcajada limpia). Hombre de múltiples oficios y muchos saberes fue discípulo de Jaime Rest, un crítico literario que dio un giro a los estudios culturales metiéndose en la “cultura popular” desde el mundo académico, resumiendo en sí las contradicciones del intelectual negado a la acción: su condición de socialista le garantizaba no hundir los pies en el barro.

Lo sospechamos a Aníbal víctima económico-financiera (como otros muchos) de Boris Spivacow, tanto en EUDEBA como en el Centro Editor de América Latina. Don Boris enlazaba así con una larga caterva de editores en la que descuellan Torrendell y Zamora todos “fabbri”, no obstante, de una obra casi gloriosa en el campo de la cultura popular. Jefe de redacción de la revista Crisis -dirigida por Eduardo Galeano- y financiada por otro personaje de la picaresca (y algo más) criolla, Federico “Fico” Vogelius, Ford contribuyó a marcar los perfiles de una época. Su críticos se empeñan en renunciarlo al peronismo a partir de 1989 (Menem) algo difícil de probar a la luz de la producción posterior y la actitud del propio Aníbal, en relación y polémica constante a partir del y con el peronismo. Lector atento de los ensayistas nacionales y de Fermín Chávez en particular, materializó esta perspectiva en su “Desde la orilla de la ciencia: Ensayos sobre identidad, cultura y territorio( Bs. As, Puntosur, 1987). Nombrada de distintas maneras, “la epistemología de la periferia” fue su ocupación constante.
Eduardo Romano, Anibal Ford y Jorge Rivera.
Al mentidero sobre su desvinculación del peronismo se agrega la de su “exilio interior”, tropo analgésico que repiten algunos de sus autoproclamados discípulos. Así apareció en la contratapa del diario “Crítica de la Argentina” (09/11/2009) donde el ignorante escriba lo postula segun la maltrecha corriente universitaria que sigue necesitando un inteligente que no haya salido del peronismo (¿cómo es eso posible? ¡Horror!). La verdad es que Anibal Ford colaboró al menos en tres oportunidades en la revista “Crear”: con "Una morada en la tierra. Notas sobre la cultura del territorio en la Argentina" (“Crear en la cultura nacional” nro. 9, junio-agosto de 1982, pp.7-14); “Reportaje a a Fermin Chávez: `Los movimientos populares alimentan la revisión de la historia´ (“Crear en la cultura nacional” nro. 11, noviembre-diciembre de 1982, pp.49-51) y con la publicación de su cuento de 1977, inédito, “¿Tienen lugares los pueblos?” (“Crear en la cultura nacional” nro. 13, mayo de 1983. (Hay otro texto, “Curacó”, de 1980) ¿Qué clase de exilio es éste? ¿O hacía turismo entre el “exilio” y el “desexilio”?

Su carrera y producción universitarias son una muestra de la inteligencia nacional y engrosan la cantera a explorar hoy y mañana. Sin bajar los brazos ante la enfermedad que lo boxeaba, este criollo que portaba un segundo apellido aleman (Von Halle) llevó adelante la revista digital “Alambre”, que, esta sí, desalambraba. ¿Alguien duda que murió un nacional?

Como homenaje de EL ESCARMIENTO reproducimos “Una morada en la tierra” y un artículo que está directamente relacionado: “Curacó”.

ORIENTALES DE LA PATRIA

ALBERTO METHOL FERRÉ (1929-1989) fue el “último mohicano” de los políticos-intelectuales en el Río de la Plata. Esa clase en la que militaron Perón, su admirado Luis Alberto de Herrera, Servando Cuadro, Puiggrós, Cooke, sus amigos Jauretche y Abelardo Ramos (1) y otros pocos que tampoco están entre nosotros y que expresaron la particularidad nacional desde distintas vertientes, pero siempre nacional: algunos encontrando el pueblo desde la Nación y otros completando la ecuación desde el otro extremo.

La particularidad uruguaya debía modular, además la geopolítica local; la que compartía con sus vecinos: la relación amor-odio con la Argentina y la vigilancia constante contra los nostálgicos de la Cisplatina.

Todas esas raíces siguen cruzando el pensamiento uruguayo y el del “Tucho” Methol Ferré fue una especie de espejo cóncavo en el que convergían junto con las determinantes extracontinentales analizadas por Luis Alberto de Herrera (ver en este mismo número "La formación histórica rioplatense").

En un movimiento de espiral ampliada y ascendente que partía del Uruguay fue incorporando a la teoría sus experiencias en la política del Plata, desde su viejo tropiezo con Benito Nardone (2) , integrándose en los 60 y los 70 a la izquierda política, primero en la Unión Popular con Enrique Erro y en el Frente Amplio después. Su planteo continental reconoce viejos orígenes peronistas como el discurso de Perón de 1953 (sus propuestas en torno al ABC) y las ideas recogidas en “Los Estados Unidos de América del Sur” (3). El camino lo iba jalonando con producciones tales como la Revista “Nexo” (1955 a 1958, tres números con Washington Reyes Abadie y el cuarto y último a cargo de Roberto Ares Pons) cuyo horizonte era la Federación Hispanoamericana. Luego, “La crisis del Uruguay y el Imperio Británico” (Editorial A. Peña Lillo, Buenos Aires, 1959), El Uruguay como problema (Ed. Diálogo, Montevideo, 1967), sus contribuciones a la revista Víspera(1967/1975); El Risorgimiento Católico Latinoamericano (Ed. CSEO-Incontri, Bolonia, 1983).

A fines del 83 aparece nuevamente “Nexo” –cuyos últimos números se editan en Buenos Aires. Su relanzamiento si bien recoge planteos de su etapa anterior le agrega una dimensión que el progresismo nunca digirió muy bien: el catolicismo. Esta “Nexo” no fue una revista “católica ortodoxa” como aparece en algún Diccionario de la Literatura Uruguaya. Hay que recordar que Methol Ferré integró el equipo del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) (1975/1992) y su pensamiento en esta etapa se movió, por así decirlo, entre Medellín y Puebla. La segunda “Nexo” fue, en el marco del “aggiornamento” de la Iglesia Católica de la época, la empresa intelectual más relevante por su coherencia. Le permitió al pensamiento católico quitarse de encima sus lastres más reaccionarios sin quedar enredado en la Teología de la Liberación (en su variante militarista), aunque dejando el flanco débil para la acusación de “modernistas” o “inmanentistas por los recalcitrantes de la hostia, o de “conservadores reformistas” por parte del zonzaje “Clacsista”.

El Editorial del nro. 18 de “Nexo” dispara: “NEXO tiene tres referentes principales: El Vaticano II, el Pontificado de Juan Pablo II y Puebla”. De la nómina de sus colaboradores se puede deducir la orientación que en breve acompañaría la vía muerta de la teología revolucionaría y del protestantismo “secular” de los Thomas Altizer, Harvey Cox y demás teólogos de la “muerte de dios” (4). La vía muerta no requería ninguna otra ilustración que la tapa de la revista TIME en la que aparecían Ronald Reagan y el polaco Wojtyla titulada “The holy alliance”, celebrando la caída del comunismo soviético.

La espina dorsal del pensamiento de Methol continuaría siendo, con la incorporación de ese pensamiento católico, el Uruguay como expresión, las teorías hispanoamericanas y dentro de éstas, la geopolítica: por allí desfilaban las rupturas de la filosofía de la historia de Haya de la Torre, el antiimperialismo cultural de Manuel Ugarte, las concepciones político-geográficas del brasileño Mario Travassos y el continentalismo de Perón. Hombres todos nacidos en el s. XIX (el más viejo era Ugarte) movidos por el furor de la independencia y la modernización de sus países.

Todas esas modulaciones son Methol Ferré, que incluyen “Perón y la alianza argentino-brasileña” (Ediciones del Corredor Austral, Córdoba, 2000) y “La América Latina del siglo XXI” (Ed. Edhasa, Buenos Aires, 2006).

Alguien deberá explicitar las íntimas articulaciones, su método y su sistema de la última etapa. (5)

Domingo Arcomano y Alberto "Tucho" Methol Ferré, Montevideo, 2003.
Conocí a Methol hace un cuarto de siglo en Montevideo, en su departamento de la calle Brecha. Allí concurríamos con amigos para hablar con el “Tucho”. Brillante conversador, tartamudez incluida (¡otra que Demóstenes!) era capaz de introducir el más siniestro humor negro, a continuación de la ironía y la carcajada. Pero no era sobrador. Era sabedor.

Un par de anécdotas:

-"¿Qué hacés vos allí?", le pregunte en su casa por una foto en la que estaba con Juan Pablo II...
Sonriendo me respondió con otra pregunta: -"¿Y vos de qué vivís?"
-"Soy asesor de gremios..."
-"Ves, vos vivís de una corporación y yo de otra"-

Charlando de la política local de ambas orillas en el viejo boliche “Santos Cancela” allá por el 2002, el “Tucho” definió, Gancia en mano, la situación argentina: “Ustedes (los argentinos) no le pueden ganar la guerra ni a Bolivia”.

UN BLANCO ENTRE COLORADOS Y FRENTISTAS

Amigos y conocidos comunes anoticiaron de la muerte de otro uruguayo insoslayable: MENA SEGARRA (1934-2009). Porteño de Montevideo, de filiación blanca (“como hueso de bagual”), de la vieja corriente de la Patria Vieja en la misma línea de sus antepasados, que fueron soldados de Aparicio Saravia en 1987 y 1904, don Celiar Enrique es una figura señera en la historiografía uruguaya contemporánea.

Como sucede en las pampas de este lado, es necesaria la muerte para aquilatar una figura que termina siendo más grande que la estima que sus contemporáneos le dispensaron en vida y que no era poca. Profesor de profesores, dirigió el IPA (Instituto de Profesores Artigas) y el Museo Histórico Nacional sucediendo interregno mediante a Pivel Devoto: una sombra con la cual pocos pueden contrastar todavía en Uruguay pero a la que Mena Segarra pulseó mano a mano.

Menudo y amable (**) era poseedor de un humor poco gallego: preguntado si era “blanco”, responde: “Sí, es notorio”. A esa altura era como preguntarle a Beethoven si sabía música. Crítico del Uruguay de posguerra, en el que cifra gran parte de los fracasos del Uruguay de hoy, no dejó de responsabilizar a la izquierda insurreccional de los desastres de los 70, perpetrados por la dictadura de los militares ( “...sin el movimiento tupamaro no habría habido dictadura”). Izquierda que hoy se encuentra en tránsito de re-entintar la historia, para justificar lo injustificable.

Escribió obras que serán recordadas y de consulta obligatoria para estudiar el proceso de la modernización del Uruguay: “Aparicio Saravia - Las últimas patriadas”, “125 años de historia” (sobre la Asociación Rural del Uruguay), “Las banderas de Aparicio” y sus recopilaciones de documentos (la “Guerra Grande”, José Batlle y Ordóñez, Luís Alberto de Herrera, etc.).

Respetado por propios y ajenos por su equilibrio al momento de historiar y por su amor profundo al Uruguay, ya no lo veremos ni en el Museo Histórico (del que fue depurado por el Frente Amplio) ni en la feria de Tristán Narvaja persiguiendo libros, medallas, monedas y todo otro documento objeto de su pasión ni en el, por estas fechas clausurado, boliche “Santos Cancela” en la esquina de la vieja calle Sierra y Paysandú: allí en su mesa ventanera, donde a veces aterrizaban Methol Ferré y otros para dar cuenta colectiva de una picada con “medio y medio” y algún fernet, exhibía la caza afortunada de restos históricos y alegremente tomaba examen acerca de su origen (fui uno de los “bochados” frente a una medalla de la primera guerra mundial).

(**) Y generoso también, como cuando le pedimos una contratapa para nuestra edición de la primera traducción castellana de los “Rehenes de Durazno” de Benjamín Poucel (Buenos Aires, El Calafate Editores/ El Galeón, 2001), narración que no dejaba del todo bien parado a Oribe.

(1) Siempre hablaba con simpatía de Jorge Abelardo Ramos y memoraba el haber diseñado la bandera del FIP (Frente de Izquierda Popular) el Partido de aquel “Colorado”

(2)Ver aquí “Primer epílogo y nueva introducción” del folleto “¿A dónde va el Uruguay?- Reflexiones a través del nuevo ruralismo” (Montevideo, 1958)

(3) Juan Domingo Perón: “Los Estados Unidos de América del Sur” -Selección y prólogo de Eduardo Artesano- (ECA, Buenos Aires, 1975)

(4) En Argentina, la Teología de la Liberación militarista fue aniquilada en sus representantes y sus representaciones no pudieron sobrevivirlos más que como objeto de estudio de las revistas “Cristianismo y Revolución” y la cordobesa “Enlace”. Algo parecido sucedió con los teólogos de la “muerte de dios” y los humoristas franceses de la “muerte de la filosofía” (los del “odio al pensamiento” que decía el boliviano Francovich): la censura ejercida sobre los libros hizo que pasaran desapercibidos para el “gran público” de clase media. A éste lo entretuvieron con la revista Masserista "Vigencia" (de la Universidad de Belgrano) que supo acoger a Juan José Sebreli y a Santiago Kovadloff, y con los falsos refugios de la cultura como el CIF (Centro de Investigaciones Filosóficas) y SADAF (Sociedad Argentina de Análisis Filosófico, que dirigía Félix Gustavo Schuster) que hacían crecer la “flor de romero”. Luego, Alfonsín.

(5) Lo hizo en los 60 otro uruguayo inmensamente grande, Carlos Real de Azúa (“Antología del ensayo uruguayo contemporáneo”, T. II Universidad de la República, Montevideo, 1964). Se puede leer un

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LA POESÍA DE LAS HISTORIAS

I- “PURO BIOGRAFO”, de Eduardo Romano
(Buenos Aires, Ediciones Activo Puente, 2013, 157 págs.)
“Y entonces bajamos a la nave,
Enfilamos la quilla a las rompientes, nos deslizamos en el mar divino,
(…)
Abrumados por el llanto, y los vientos soplaban de popa
(…)
Nos sentamos luego en medio de la nave,
Mientras el viento hacía saltar el eje del timón,
Así, con la vela desplegada, navegamos hasta el final del día.”

Ezra Pound (Cantos, I )


“La vida es un viaje de ida y a mi
me picaron el boleto”
(El gordo Fernández)

La buena poesía es esa biografía que el poeta escamotea a sus biógrafos. No es difícil advertir que el adjetivo apunta a que la poesía de los últimos tiempos en la Argentina ha degradado entre la trivial antología de amigos y los anémicos esfuerzos finales que patetizaron (sin “n”) Gelman y Lamborghini, voluntariamente “desenterados” que no tenían nada más para decir cuando comenzaron a ejercer la “literatura profesional”, la del artefacto como repetición.

Al margen, algunas producciones (el mismo Romano, Eduardo Álvarez Tuñon, Alejandro Rubio entre otros pocos) sirven de puentes de unión con la poesía anterior a los 60, estableciendo una sobresaltada continuidad.

Curiosamente, en la poesía argentina ninguna renovación estética se produjo desde el “coloquialismo” de aquel periodo, sino en todo caso su radicalización, cuyos temas esenciales pasaron del optimismo de horizonte a la melancolía vertical. Claro que este mal humano, (la melancolía digo) viejo como el agua se dispara sin aviso previo hacia el trasmundo (el de arriba y el de abajo).

Del cine de antes, del “biógrafo”, sabíamos que la película era una sucesión de cuadritos, de fotos y “Puro Biógrafo” es una sucesión de cuadros que reescribe la película dándole un guión mítico a la cosa. Porque si bien no hay mito sin historia, tampoco hay poesía sin historia.

La ironía nada impersonal que permite salvar a la ternura y a la angustia del desastre, va apilando los fotogramas como en una novela por entregas que arranca con el viaje fatal, el que condena al animal de la especie humana a ser el “viator”- el viajero- y primer extranjero de su propia obra (“Inmigrantes”).

Pero “Puro Biógrafo” también es metáfora (´ese tránsito de lo sensible a lo sensible a través de la forma’), en este caso de nuestra modernidad, de la construcción de seres complejos cuyo fondo, como el de las fotos, resulta en una segunda vista más inquietante que al principio. Porque si el inmigrante arrastra su nudo de sueños ¿acaso no hace otro tanto nuestro criollo en su doble tarea de vivir y servir el somnoliento mundo de varias culturas? (“Don Santiago” /”El Cautivo”).

Biografía escamoteada, puro biógrafo, con la carne levantando vuelo en historias reales o de real fingimiento o imaginadas en su realidad del “cuadrito”. Porque si el margen es su fantasía, la línea de fuga, no es menos cierto que desde otro margen imponente, el que va del campo -ya arrabal- al centro, las historias encarnan en fragmentos de vidas que se fragmentan tejiendo la historia personal y la otra.

Aquí no hay tono burlón ni costumbrismo (por las dudas se ataja el autor) sino una odisea y una épica ajena a la eternidad, en la cual no es difícil reconocerse, porque el libro está cargado de muertos y el protagonista fundador carga también algún muerto inminente sobre los hombros.

A su modo, es una poesía trágica. Basta si no releer “Rivadavia 18.300”: no es la foto “de las cosas que se piantan” (“Culpa seguro de mi viejo, cuya esforzada labor/ de “lapicero” -así decían- lo forzó a transcurrir/ por más de cincuenta domicilios clandestinos”) sino la del peso del comienzo trazando nuestra vida, que es como decir nuestro final.

Pero ese trabajo cansa, y se advierte en “Candelaria” su eco pavesiano (“Ya se sabe que volver a casa es difícil”), mientras dibuja la genealogía de una generación en la laberíntica de Buenos Aires, peronismo incluido. Generación con una porción tachada (Rivera, Ford, Lafforgue, Romano), que todavía paga las consecuencias de no ser inocua .

En el amasijo de vida y literatura las estaciones de “La noche sueño”, en especial la IV, comprimen el regusto a pérdida “tratando de salvar el sueño de la vida sin lograrlo” porque la otra historia refluye sobre la propia desbordando capacidades de acción y comprensión. No sucede lo mismo en “Discusiones ocasionales con algunos versos ajenos”, donde el ajuste de cuentas es fervoroso, con peligro cierto para el inestable panteón literario tan grato a los herederos del suplemento dominical de “La Nación”: De Darío a Borges la trivialidad y el fracaso son los extremos de un péndulo que arrastra la tontería grandilocuente y la falsificación irremediable.

Para el final, el final. “Últimos Rounds” revela la autopercepción del “boleto picado”. Sin embargo el que “se irá pensando por el viaje -algunos gurúes/afirman/ que no es largo- las mejores respuestas la posibles/ al máximo misterio de este confuso crucigrama”, también sabe que aquel boleto es la puerta abierta a la excitante aventura del viaje “de colado”. Peligroso y desasido ya de toda norma.

d.a.

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TABORDIANA (Primera Parte)

Carlos A. Casali: “La filosofía biopolítica de Saúl Taborda”, Lanús, Ediciones de la Universidad Nacional de Lanús., 2012, 369 págs.

Sin prisa pero sin pausa van emergiendo en el ámbito académico producciones que erosionan los términos coloniales con que se levantó el cercado al pensamiento nacional. Decimos “en el” y no “desde”, por cuanto no se trata de la imposible auto regeneración de esta Universidad sino imposición de la realidad. Mientras el tontaje universitario naufraga consumiendo las últimas fibras de la piragua francesa (Lacan-Deleuze-Foucault-Derrida), alemana (Adorno-Benjamin- Habermas) o anglosajona (Rorty-… ¿cuál es el último de moda?) y cuanto atajo le permita evadir su concreta pertenencia al ámbito barrial, la cruda realidad le va apuntando que la glosa y la repetición que contrabandean como pensamiento no sirve para nada y que lo útil, objeto de pensamiento, ya tiene antecedentes locales.

Son pocas las excepciones a este fin de ciclo. Como son pocos también los que han evadido la mordaza asfixiante y la esterilidad impuestas por la normativa “del claustro” al momento de pensar temas y problemas de la realidad nacional.
En este contexto viciado el libro de Casali no solo es una bocanada de aire fresco sino un modelo de trabajo y resultado. Con propios antecedentes de abordaje del pensamiento de Saúl Taborda (1) que se vuelcan en la obra que reseñamos, ésta se deriva, conforme señala el autor, del trabajo de investigación durante su Doctorado en Filosofía (Universidad de Lanús). Su puesta en libro viene aderezada por un prescindible prólogo ajeno, cuyo amontonamiento de palabras (victimizando la claridad) sirve de ejemplo de atascamiento por exceso de vacío; algo que se olvida rápidamente desde las primeras líneas de la Introducción.

Casali no ubica a Taborda en el grupo de filósofos marginales o “colaterales” como algún despistado (¿o temeroso?) historiador de la filosofía pretendió clasificarlo. Lejos de ello se propone un “programa de desambiguación”. La persistencia de núcleos temáticos aparentemente contradictorios a lo largo de toda su obra y su distinta articulación según el vínculo que el mismo Taborda iba trabando con el objeto de sus meditaciones, resultó la criba más eficiente para desarticular la labor de sus críticos. La necesidad de ceñir un pensamiento “desconcertante” y en proceso a conceptos previamente consagrados por el mercado ideológico, tuvo como efecto su mutilación cuando no la erección de fantasías delirantes en torno a él. (2).

Casali se propone “ubicar a Taborda y a sus conceptos a partir de un horizonte de comprensión filosófico y político diferente de aquel que hace visible esas ambigüedades, contradicciones e incomprensiones como defectos o dificultades que deberán ser superados” (p.19). No está demás señalar como premisa en este punto que Taborda es, fundamentalmente, un pensador político cuyo pensamiento no resulta vicario de la “historia de la filosofía política” aunque se nutría parcialmente de ella, sino que está enraizado en el tratamiento de temas concretos determinado por su propio horizonte epocal (3), al meditar núcleos temáticos de cuestiones que estaban (y continúan) sin resolverse: la articulación del Estado y la sociedad, el poder popular, la representación política, la transmisión de la cultura -sus aspectos tradicionales- la configuración de la pedagogía, etc. Quizá aquí resida otra de las explicaciones de la vigencia de su pensamiento.

Esta inmersión en la realidad para su transformación resulta más “práctica” que la de muchos pensadores “revolucionarios”, y un antídoto para la “evasión en revolución” de mucho filósofo-tránsfuga político, cuyo paradigma encarna soberanamente Carlos Astrada. (4)

Merece un párrafo aparte la estrategia discursiva de Casali, cuya referencia a la biopolítica, término que se ha extendido entre nosotros en un sector universitario de la mano del italiano Roberto Esposito, en cuya explicitación el mismo Casali no abunda (5), le permite sortear las exigencias académicas del “estado del arte” sin condenarnos al aburrimiento de la obviedad que conlleva ese punteo. El concepto biopolítica es que le permite abordar sin transiciones “la particular relación que Taborda establece ente vida y política, una compleja trama de remisiones semánticas tensionadas en su mutua y divergente complementariedad que torna ambiguos ambos términos, a la vez que se sirve de esa ambigüedad para hacer más rica y profunda esa relación” (p.21)

Las hipótesis que cimentan esta excelente obra son: Saúl Taborda desarrolla originariamente su pensamiento a partir de lo comunitario (hipótesis 1) radicando su originalidad en su ubicación por fuera de “la polarización y complementación del fenómeno político en términos de sociedad civil y estado” (hipótesis derivada). La interpretación biopolítica es la que permitiría transformar lo “difuso y confuso” tabordiano en fuente de sentidos políticos y filosóficos novedosos (hipótesis 2). Es decir transitar el camino de la desambiguación y recuperar en el plano de la claridad aspectos de un pensamiento que -por tramos- constituiría su propio obstáculo, oscurecido las más de las veces por sus propios intérpretes.

La estructura triádica de la obra (más el capítulo IV:”La filosofía biopolítica de Saúl Taborda”, a modo de conclusión presentada por el propio autor) resulta mucho más que una sospechosa secularización de alguna trinidad o la reiteración mecánica de alguna dialéctica lógica o filosófica. Cada capítulo es un pequeño tratado por sí mismo y su apertura al siguiente va descubriendo la complejidad del proceso de elaboración de un pensamiento anclado en la comunidad nacional, atravesado por los requerimientos teóricos y prácticos de la época.

No fue ajeno el cordobés Taborda al reclamo literario (“Verbo Profano”, “El mendrugo”, “El dilema”, “La obra de Dios”, “Julián Vargas”) en el que también se embarcaron muchos escritores de su generación, marcado en su caso -como no podía ser de otra manera- por el tono anticlerical de la ilustración de su provincia (abierta a todos los matices del positivismo traducido desde Europa, con revolución rusa y marxismo -socialdemócratas y “herejes”- incluidos) e influencias nietzscheanas. El pueblo concreto se iba haciendo presente a los tropezones en aquellas piezas, mediado por las inevitables teorías estéticas y filosóficas que se cargaban en la mochila de la colonia en aquel principio del siglo XX. La Reforma Universitaria, de la que supo repudiar expresamente su inconsecuencia final, lo tuvo en sus filas tanto en Córdoba como en La Plata (sus dos centros principales). Casali logra articular la labor literaria de Taborda y su participación en el proceso reformista del 18 con la germinación y lenta decantación de conceptos que lo acompañarán toda su vida mutando su relevancia y centralidad o, su alcance semántico, en la formulación de un inacabado pensamiento en proceso.

Las páginas dedicadas al análisis de las “Reflexiones sobre el ideal político de América” (Córdoba, Elzeviriana, 1918) rescatan la obra de su manipulación por el “eticismo” de nuestros liberales de cátedra, al destacar las referencias concretas, prácticas que se desprenden de los distintos abordajes conceptuales que va depositando Taborda: El Estado (y su crítica), los partidos políticos (“sindicatos organizados para la conquista del poder”) el sufragio (como mecanismo de exclusión popular), el derecho (como mecanismo de opresión) o el sistema de dominio social impulsado por el capitalismo europeo; elementos todos cuya refacturación en tierras americanas impiden la realización de su “destino”. Este idealismo histórico, “destinal”, sin ser ajeno a una confianza ingenua en el desarrollo científico, aparece aquí de la mano de la reivindicación de Rivadavia y de un manifiesto rechazo de lo hispánico (que vincula a Rosas) y del gobierno de Hipólito Yrigoyen.

Esta postura fue interpretada negativamente, por la manifiesta incapacidad de parte de sus críticos (en sus variantes coloniales de “izquierda” o de “derecha”) de absorber los ulteriores desarrollos del pensamiento de Taborda (el “facundismo”, el “comunalismo federalista”, el rechazo a la pedagogía burguesa del “ciudadano idóneo y nacionalista”). Los adoradores del panteón liberal repudiaron el giro por el tufo totalitario que le atribuían, por lo que estimaban un deslizamiento “fascista” de Taborda, mientras otros, por izquierda, apuntaron sus cuestionamientos a la celebración tabordiana de Rivadavia o a la “incomprensión” del gobierno de Yrigoyen. En todos ellos campea la falta de una perspectiva nacional o su tergiversación mediada por prácticas que no superan el anaquel de librería. Serán las “cosmovisiones” de este origen –en las dos puntas del arco ideológico de la política- la que lo privarán durante mucho tiempo de función efectiva en la historia del pensamiento Argentino: la de ser una voz inexcusable en ese coro, en una etapa de transición (nacional e internacional) que significaba la decadencia de la Argentina rural de la mano de una industrialización demorada y el cambio de la hegemonía imperial en occidente con su impacto directo en nuestro país. Guerra mundial mediante fue el preludio de la Argentina que el mismo Taborda no llegó a ver pero que, junto con otros contribuyó a delinear en sus variantes ideológicas.

Domingo Arcomano

(1) Carlos A. Casali: -“Presentación”, en: Saúl Taborda: “Reflexiones sobre el ideal político de América”, Buenos Aires, Grupo Editor Universitario Col. Pensamiento Nacional e Integración Latinoamericana 6, 2007, 170 págs., págs- 9-39. -“La pedagogía biopolitica de Saúl Taborda, 1932: infancia, familia y autoridad”, en: “Técnica, familia, autoridad: Actas de las II Jornadas de Antropología filosófica” (22,23 y24 de junio de 2011) INAPL, Buenos Aires, 418 págs., pág. 6-11. -“La pedagogía biopolitica de Saúl Taborda”, en Soto Arango, Diana Elvira, et.al. (eds.): “Educadores en América Latina y el Caribe del siglo XX al siglo XXI”, Tunja, Ed. Doce Calles, 2011, 394 págs., págs 99-132. -“Saúl Taborda crítico de Carl Schmitt: lo político como comunidad de vida”. En: www. filosofiabiblioteca.blogspot.com/.../saul-taborda-critico-de-carl-schmitt-l...‎
(2) Con el soplo muerto del “espíritu” de los 70 y la invocación a Paulo Freire se llegó a afirmar que “hoy la enseñanza facúndica se denomina educación popular … y, resemantizada…persiste en el movimiento piquetero”. Una zonzera. Inferencia ilegitima del mismo nivel que la atribución de fascismo a Taborda o su signatura como precursor de la izquierda nacional (si tenemos en cuenta que ella fue, y es, el escalón del progresismo colonial en la Argentina).
(3) Sus referencias a Woodrow Wilson (y a Bakunin) o su defensa de la Revolución Rusa (estalinismo mediante) resultan hoy meros datos históricos que pueden desglosarse sin consecuencias para la estructura de sus tesis principales.
(4) Una fracción de la “escuelita argentina de glosadores” pretende ver en Astrada una especie de marxista genético, obviando sus sistemáticos cambios de frente político, sus volteretas y su mala fe. Como todo en el siglo XX, resulta el peronismo la piedra de toque que juzga y pone en valor su decurso intelectual. Ocupó el cargo de Director del Departamento de Filosofía en la Faculta de de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires (1947/1955) con apoyos explícitos al Gobierno. En 1956 ya era gorila.
(5) Los conceptos de la teoría (como hermenéutica) biopolítica se irán desbrozando a lo largo de la obra. Recién en la nota 24 de página n° 271 aparece explícitamente una síntesis del concepto “inmunitas” tal como la concibe Esposito.

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SOBRE UNA ESTETICA NACIONAL

Kuki Shuzo (*): “ La estructura del Iki” (**)

Superado el “orientalismo” (“japonería” incluida) del modernismo literario latinoamericano, uno de cuyos emblemas supo ser el guatemalteco Gómez Carrillo y el exotismo “a la francesa”, decorativo, a lo Octave Mirbeau o – en forma directa- su faz miserablemente colonialista, la presencia del pensamiento de la periferia del imperialismo occidental (pensamiento imperialista, como el chino o el japonés) comenzó a hacerse notar en el período de entreguerras. El mundo se iba unificando y el desborde agresivo de los nacionalismos comenzaban a disputarse espacios de reconocimiento en todos los ámbitos. El proceso no cesó con la derrota de unos y la victoria de sus contendientes. Si el “oriente” fue inundado con la resaca capitalista,”occidente” recibió a cambio mucha basura “espiritual”, un verdadero caballo de Troya…chino. Sin embargo la tradición de pensamiento se recuperó rápidamente en la consideración propia y en de las universidades europeas y norteamericanas. En estas últimas y de la mano de los “fondos de estudio” de los cuales se alimentan tantos progresistas latinoamericanos, la antropología del “carácter nacional” había elaborado un puchero misterioso como “El crisantemo y la espada” de Margaret Mead (1946), una imagen del Japón apta para conquistadores: su rápida decadencia intelectual no impidió que saturara el imaginario popular en el mundo anglosajón antes de ser objeto de repudio y de chanzas crueles por parte de japoneses y algunos norteamericanos inteligentes.
En este marco, en el caso de Kuki Shuzo, a quince años de su muerte y a poco más de diez de la culminación de la guerra, se realizaba en Norteamérica un inicial abordaje de su pensamiento y la traducción de su obra emblemática (1956): “A Study of japanese taste with an observation concerning Furyu and the structure of Iki by Kuki Shuzo” (VIII + 228 págs.), de Masare Víctor Otake, en forma de tesis de doctorado en la Universidad de Syracuse , Nueva York. A ésta le siguieron, en forma continuada hasta la fecha además de la referencia explícita de Heidegger que vio la luz en 1959 (1), una cantidad apreciable de estudios académicos y ensayos en los que “La estructura del Iki” era su objeto central o referencia obligada. Las ediciones y traducciones parciales de su obra, como consecuencia, se sucedieron con cierta regularidad en “lenguas occidentales”, particularmente inglés y francés y, algo más tarde, también fue traducido en Italia y España. (2)

La escritura de “Iki no kozo” fue iniciada en París. Será publicado originalmente en la Revista “Shiso” (“El Pensamiento”, nos. 92 y 93 de enero y febrero de 1930) en edición de Iwanami.

El libro se abre con una afirmación programática: “Una filosofía viva (ikita) debe estar en condiciones de aprehender la realidad. Sabemos que existe un fenómeno llamado iki, pero ¿cuál es su estructura? A fin de cuentas ¿iki no sería una manera de vivir (ikikata) propia de nuestro pueblo? Aprehender la realidad tal como es y formular lógicamente esa experiencia que debemos disfrutar es la tarea emprendida en este libro”.

La metodología europea (fenomenología y hermenéutica existencial) constituirán las herramientas iniciales de abordaje de una materia propia cuya patentización, también provisoria, lábil, desborda los marcos racionales de aquel utilaje, para constituirse en algo irreductible a una precisión “absoluta” fuera de los márgenes de la propia cultura nacional y, como tal, algo solo parcialmente comunicable pero no por ello incapaz de ocupar un lugar destacado como núcleo étnico y objeto filosófico. (3)

Pero que es “Iki”? Al parecer la evolución del término, de origen chino, sufrió una profunda transformación en la cultura popular japonesa sin perder una parte de su referencia semántica primitiva (“estado de ánimo”, “coraje”) pero comprensivo también de “vida”, “aliento”, “alma”, “movimiento” con un gradiente exterior estético (“estilo”) y uno intimista que condiciona a aquel, en el que resulta muy difícil separar al estilo occidental los componentes éticos de los estéticos. Su “lado” intimista se constituirá en el mundo de la relación erótica hombre-mujer.

Kuki parte de un trasfondo “documental” determinado (el mundo de refinamiento sexual en la “vida galante” de la ciudad de Edo, durante el siglo XVIII) al que tiene como referencia histórica. Ese mundo, marginal en relación a las costumbres aceptadas y promovidas se caracterizaba, al igual que en occidente, por patrones éticos y prácticos contradictorios con el entorno, resultando la cultura subyacente un foco de creación sumamente atractivo.

El mundo de la moral sexual diversa (la geisha), el budismo como percepción del mundo alternativa al confucionismo oficial y la ética militar (bushido) de la casta militar -obligada a vivir en Edo (por otro lado una ciudad de comerciantes)- son los “contenidos abiertos” que le permitirán a Kuki indagar sobre la esencia del “Iki”.

“ (…) quizá podamos definir el iki como un fenómeno de conciencia rico en matices, donde la atracción (bitai) se concreta a través del idealismo y del irrealismo, o sea una forma de seducción (atracción: bitai) desbordante de cortesía (resignación: akirame) y de arrojo (coraje: ikiji)” (Cap. I: La estructura intensiva del iki”, pág. 40).

Parafraseando un comentario de Bernard Stevens (4) nos arriesgamos a decir que el “Iki” se “encuentra en la encrucijada entre el gusto en sentido ético y el encuentro en sentido estético”

La complejidad de este pensamiento lo lleva a establecer una articulación sólidamente entrelazada de los múltiples componentes semánticos, tanto centrales como de los conceptos afines (y los del “mundo” de las oposiciones conceptuales), lo que mediante una hábil estrategia de exposición logra objetivar en una presentación geométrica (un hexaedro, que permite visualizar todas las combinaciones posibles de aquella articulación), como lo hará posteriormente con el octaedro del “Furyu”.

“ Para cualquier sistema del gusto, el valor gráfico de éste hexaedro radica en la posibilidad de ubicar los elementos en ciertos puntos específicos, en el interior y en la superficie de ese volumen de seis caras, y de establecer entre ellos relaciones funcionales” (Cap. II “La estructura extensiva del iki”, pág. 57).

Esta formulación “estructural” (celebrada por sus críticos como precursora) no nos debe hacer perder de vista su carácter expositivo y su intento de hacer comprensible a la percepción occidental los contenidos de un “estado en proceso” como perfila al “iki”. De modo que difícilmente la palabra pueda identificarse (más o menos) plenamente con la cosa, sino solamente aludirla; de modo tal que, por tramos, podemos percibir el ámbito que describe como algo reconocible a partir de la propia experiencia, pero siempre elusivo.

Son estos dos primeros capítulos lo que podemos definir como el “sistema del gusto” de Kuki Shuzo.

Los dos siguientes (“La expresión natural del iki” y “La expresión artística del iki”) configurarían en paso de la descripción fenomenológica de la “esencia” a la “hermenéutica de la existencia”.

Señala Alfonso Falero: “En primer lugar, iki era una categoría referente al ser concreto, existencial e imposible de reducir a una simple abstracción, evitando de este modo la “construcción” (= invención) formal de estilo neokantiano. En este sentido Kuki la entendió en el contexto del Dasein heideggeriano, pero le añadió el carácter de particularidad cultural. Era una categoría por tanto extraída de la praxis concreta, y elevada al nivel de la especulación teórica. De este modo, Kuki había logrado un ejemplo más de síntesis occidental/oriental, donde la filosofía europea proveía del lenguaje especulativo (la forma como universal) y la cultura japonesa proveía del material u objeto de la especulación (la materia como particular) (op.cit. pág. 23).

Puesto en estos términos formales, la economía del sistema conlleva el peligro de reducir el intento de Kuki a la provisión de “materia prima” estableciendo una prelación determinante del método sobre el objeto, algo difícil de percibir como desprendiéndose con claridad de lo escrito por Kuki. Aun cuando Kuki logre desembarazarse en el camino de la estrechez formal impuesto por la herramienta de abordaje. Por el contrario, nos parece que el peso se desplaza hacia la “materia prima”; y las herramientas utilizadas, tal como señalamos arriba, buenas para iniciar son insuficientes para seguir, por resultar un marco formal estrecho por el que se escurre la “particularidad” local.

La diferencia no es meramente de “grado” sino que califica el intento de la exploración estética (y ética) de Kuki, por cuanto la categoría “extraída de la praxis concreta” es ya una categoría (y como tal, filosófica, y no necesita de elevación a “nivel de la especulación teórica” por cuanto ya está en ella), con independencia de que pueda remitirse a la “posibilidad de una etnología ontológica”.

Si no ¿para qué establecer la diferencia, la particularidad nacional? Se puede alegar -con atendible criterio- que la posición estaba condicionada por el auge nacionalista occidental de los años 20 y los 30 (Italia y Alemania) y los poderosos antecedentes del “destino manifiesto” (Norteamérica) y el “socialismo en un solo país” (URSS). Sin embargo, ese contexto de crisis al que el Japón no era ajeno, parece resultar insuficiente. Pero el recurso a un aspecto “social” del siglo XVIII en una ciudad “burguesa” del Japón ¿no es a su modo una “fuga” al pasado, romántica, a “la europea”?.
La respuesta, en cualquiera de los sentidos parecería también ser insuficiente. La apelación al pasado -y dentro de él a una dimensión de la vida cotidiana- (puesto no hace mucho de moda en los “estudios culturales” del everyday en las academias del centro de “occidente” y reproducidos puntualmente por los monitos portuarios de la periferia) nos brinda una de las puertas de acceso a las múltiples hebras con que se teje la particularidad nacional (algo bien distinto a espíritu nacional) que no resulta un promedio de nada, sino un coro polifónico capaz de interpretar contradictorias melodías (3) y cuya especificidad radica, precisamente, en su incapacidad de ser reducida a un mínimo común denominador, por compleja y multifacética con que se nos pretenda dibujar su estructura. Claro que ello no implica la renuncia a su comprensión, prevenidos acerca de que las vías de acceso excluyen “el prejuicio occidental” (y viceversa), y que ese acceso resulta a la vez condicionado por la “naturaleza” del objeto. Difícilmente, en consecuencia obtendremos ideas “claras y distintas” en una primera aproximación a dicho objeto, así estemos munidos de sofisticadas instrumentos de navegación que corren el peligro de transformarse en herramientas de “construcción”.

El recurso al pasado, el lugar donde anida lo “valioso” (y como tal digno de ser “imitado”, “reproducido” y siempre modificado en su actualización) no se agota en la visión nostálgica sino que constituye un “fenómeno viviente” que, como tal, tiene dimensión histórica. Ello, por resultar el “iki” un ámbito insoslayable del pasado, un derrame en la conciencia viva del presente y algo que, en tanto “autorrealización de la conciencia étnica” japonesa, define su particularidad irreductible.

Los capítulos que Kuki dedica a la “expresión” del “iki” -su expresión natural y la artística- resultan una buena muestra de la capacidad de apropiación de métodos y temáticas vigentes -propias y ajenas- de modo tal de ampliar el campo de percepción de fenómenos que de lo contrario quedarían confinados en lo folklórico, la trivialidad o la caracterología impresionista, tan a gusto del viajero de occidente.

Que la elaboración de las bases de una estética “étnica” carece de toda ingenuidad política, lo destaca el mismo Kuki en una nota dominada por una profunda ironía, no exenta del rechazo general que incluía su descripción de lo que se opone al “iki”, con un matiz de sutil agravio:

“De ningún modo el “iki” puede expresarse a través de colores muy llamativos. “Iki” se manifiesta a través de un colorido que afirme en sordina la dualidad”

y su nota remata la intencionalidad política que preside parte de su discurso:

“…La bandera norteamericana, así como los letreros de peluquero, tienen motivos a rayas que no tienen nada de “iki”; la razón principal es que los colores son muy “llamativos” (n. pág. 83) (5).

La “Conclusión” de “La estructura del Iki” bien podría ser su introducción programática, su pragmática política:

“La experiencia concreta de una persona o una etnia, aunque implique determinado significado, no puede explicitarse totalmente en términos de análisis conceptual. Siempre quedan residuos de lo no dicho” (pág. 97) “Cuando intentamos clarificar la particularidad étnica del “iki”, su estudio se vuelve interpretación de la existencia étnica (…) no podremos deducir la existencia de lo “iki” en la cultura occidental (pág. 103). “En caso de que un significado específico tenga un valor étnico, deberá necesariamente abrirse paso en forma de lenguaje. Sin embargo no existe en Occidente ningún concepto que se corresponda con “iki” (en cuanto fenómeno de conciencia) en relación a su significado étnico.” (pág. 105).

No es casual que la categoría fundamental de su estudio se articule en torno a la oposición (conceptual, de talante, ontológica, cronológica, espacial, cromática, etc.). Es precisamente el proceso de las oposiciones el que constituye la elusiva fortaleza de un significado, el “Iki” que según Kuki “…podrá ser captado y comprendido por completo cuando su estructura sea aprehendida como autorrealización de nuestra existencia étnica:” (pág. 107).

Allí radica la clave de su supervivencia en un proceso de globalización que apunta obsesivamente a la disolución de los rasgos nacionales primarios, para instalar “el mundo de lo liso” como estilo universal. Allí también radica el antídoto contra el reservado temor de Hosoi y Pigeot en el “Posfacio” de la obra, acerca del peligro de su supervivencia entrañado en las transformaciones de la cultura japonesa.

El programa de Kuki abordó la determinación de lo propio intransferible (aun cuando lo podamos abordar -bordear- con la hermenéutica occidental o “leer” con lente biopolítica, también occidental).

En definitiva, la obra de Kuki Shuzo que reseñamos es una buena muestra de que el “fin de la historia” predicado en Occidente fue adelantado de modo fraudulento.

d.a.

(*) Kuki Shuzo nació en Tokio en 1888 y murió en Kyoto en 1941. Hijo de un diplomático imperial (aunque con su paternidad en duda, atribuida por algunos al “padre espiritual” de Kuki, Okakura Kakuzo) y de una geisha (una mezcla algo insólita para una “mente occidental”) es considerado tanto en Japon como fuera de él como uno sus pensadores más relevantes en el siglo XX, junto a los integrantes de la “Escuela de Kyoto” - corriente filosófica de la que resulta marginal, aun cuando mantuvo vínculos personales con algunos de sus miembros, en particular Nishida- y a otros pensadores “contestatarios” como Miki Kiyoshi y Tosaka Jun. Discípulo de Ráphael von Koeber en Japón, sus estudios en Europa (1921-1929) con Heinrich Rickert, Edmund Husserl, Eugen Herrigel, Oscar Becker y en particular Heidegger, a la vez que la influencia de la filosofía francesa a través de Bergson, Alain y el esteticismo de Paul Valery fueron conformando un pensamiento verdaderamente “mestizo” que “descentraba” -literalmente- el pensamiento occidental, permeando a su vez la filosofía japonesa con una hermenéutica “bárbara” (en principio ajena a la modalidad de pensamiento vigente en la Nación japonesa) y una tematización insólita que elevaba a “objeto filosófico” cuestiones de la vida cotidiana. Sin ser precursor (la incorporación del pensamiento moderno europeo a la cátedra universitaria ya era relevante desde fines del siglo XIX: las filosofías de Bernard Bosanquet, T. H. Green, William James, J.R. Illingworth, y la práctica de docentes como el mencionado Koeber y Fenollosa) ni el primer “modernizante” (lo precedieron figuras importantes como Okakura Kakuzo e Inazo Nitobe), generó un pensamiento complejo sostenido por una personalidad compleja: convertido al catolicismo a los 23 años y bautizado como ´Franciscus Assisiensis Kuki Shuzo´ (eleccion de apelativo no falto de antecedentes -y de consecuencias- en la definición de su personalidad, puesto que el mismo Kuki menciona que su nombre japonés significaba “nueve demonios”, un notorio exceso pagano en relación al cristianismo).
En 1930 publicó su obra más difundida: “Iki no sozo” (La estructura del Iki), en 1935 “El problema de la Contingencia” y en 1937 elabora su “Furyu”.En 1939 se editan sus clases sobre Heidegger (sobre quien publicó el primer estudio en Japón, en 1934: “El hombre y la existencia”). Un segmento de su obra en francés (tambien parcialmente publicada a fines de los años 20), es recogida en: Light, Stephen: “Shuzo Kuki and Jean-Paul Sartre- Influence and counter-influence in the early history of existencial phenomenology”, Southern Illinois University Press, 1987, 157 págs.

(**) Si bien nos ceñiremos fundamentalmente al comentario de la edición de Cuenco de Plata (Buenos Aires,2012, prol. Camille Loivier, posfacio Atsuko Hosoi y Jacqueline Pigeot; trad. de Lil Sclavo, 127 págs.) tendremos también en cuenta la traducción castellana de Alfonso Falero , “Iki y Furyu- Ensayos de estética y hermenéutica”, Valencia, Intitució Alfons El Magnánim, 2007, 178 págs., en particular su apreciable Introducción, que es un semillero de ideas provocativas- aunque no siempre se las comparta-. La comparación de ambas traducciones (del francés la edición argentina y del japonés la española) nos excede y solo podemos en este punto abandonarnos precariamente a la intuición.

(1) La redacción es de 1953: “Aus einem gesprach von der sprache. Zwischen einem japaner un einem fragenden” (“De un diálogo acerca del habla. Entre un japonés y un inquiridor”, en: “De camino al habla”, Barcelona, Ed. Serbal,Col. Odós 1, Trad. Yves Zimmermann, 1987, 246 págs).
(2) Menos traducido en occidente que Nishida Kitaro (en forma temprana la Revista de Occidente publicó de éste su “Ensayo sobre el bien” en 1963, versión de los jesuitas Anselmo Mataix y José M. de Vera), quien aparece como el primer traductor al castellano de Kuki es el mexicano Agustín Jacinto Zavala, también el máximo especialista en la filosofía de Nishida en nuestro idioma. En 1997 publicó una traducción parcial de “La estructura del Iki” en “La otra filosofía japonesa. Antología”, (Michoacán, ed. El Colegio de Michoacán, 1997, págs. 159-178). Al italiano figuran las siguientes traducciones: “La struttura dell´iki”, Milano, Adelphi, 1992, 181 págs. y “Sul vento que scorre- Per una filosofía dello haiku (Una riflessione sul furyu)”, Genova, Il Melangolo, 2012, 83 págs.
(3) En este punto no está demás recordar las búsquedas en nuestra estética nacional debidas a Ángel Guido y Juan Luis Guerrero, dos pensadores orgánicamente integrados al peronismo en los años 40 y 50, tergiversados cuando no ninguneados por la marcadamente gorila historiografía académica y sus derivados editoriales.
(4) En Stevens la expresión completa es: “El sentido del iki está próximo a lo que evoca la palabra francesa “chic”, pero con, además de los matices de refinamiento y distinción, un elemento de seducción que le coloca en la encrucijada entre el gusto en sentido estético y el encuentro en sentido ético” (Stevens, Bernanrd: “Invitación a la filosofía japonesa-En torno a Nishida, Barcelona, Ed. Bellaterra, 2008, pág. 268)

(5) En la traducción de Falero, el matiz empleado es aún más duro :” El que la bandera norteamericana o el letrero de las barberías no tengan nada de “iki”, tendrá otras razones también (…)” (pág.93)

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CUANDO BORGES NO ERA BORGES (O la historia fraguada o por qué los “kirchneristas” son borgeanos)

Borges supo pasear literariamente por un amplio espectro de la ideología política que arranca con su celebración de la Revolución Rusa, sustituida al poco tiempo por su también emotiva adhesión al radicalismo Yrigoyenista: algo más tangible para un joven que se veía aupado al reconocimiento social desde un modesto origen en el que predominaban los laureles de un “patriciado” de tercera por sobre las “efectividades conducentes”. Claro que la cosa cambió cuando otros muchos, de aún más modesta condición, ocuparon sin permiso el confortable espacio semidesértico que los incipientes marginales de las clases medias querían disfrutar sin molestias mirando plácidamente hacia arriba. Lo que siguió es historia conocida. El terror orteguiano a las “masas” poco refinadas del peronismo, la protección económica-editorial de una dama afrancesada que abominó de su protofascismo italiano cuando los alemanes ocuparon París (“¡Ah, París”!) y la tríada griega (madre/sexo/ceguera) que dilapidó lo más vital de su existencia, fueron decantando al Borges celebrador de Pinochet y de Videla.

En 1926 publica “El tamaño de mi esperanza” donde recoge trabajos de diversa calidad aparecidos en revistas (Proa, Valoraciones, Nosotros). Es precisamente en “Valoraciones” (pp.222/24) donde publica el artículo que da título a la recopilación (editado por Proa, también en el 26) y que parcialmente reproducimos abajo.

En julio de 1968 aparece en el Boletín del “Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas” (2da. Época, I, 1) un “suelto” de Galo García Godoy titulado “Jorge Luis Borges ¿ROSISTA?” (pp. 4/5) pequeña obra maestra que sin la ironía que la atraviesa sería brulote.

Allí, nuestro ciego ilustre es primero celebrado como singular pionero del revisionismo histórico así como de valiente sostenedor del criollismo en “épocas tristes”, para finalmente ofrecerle la tribuna del Instituto y proponerle el tema de disertación: “Yo y Rosas”, elevando el ego borgeano al rango de potencia.

El salto necesario que le garantizaba la pequeña gloria buscada (la literaria) Don Jorge Luis lo dio con innegable muestras de fidelidad a sus “amigos” de la Revista “SUR”, gente de grandilocuencia democrática-barroca cuando de política se trataba, y de fría pasión por el asesinato de peronistas después del año 1955. En este plano se ubicaron por debajo de la demencia de Martínez Estrada, quien cuando tímidamente criticó los desmanes de Aramburu y Rojas, fue violentamente atacado por el mismo Borges sosteniendo que ninguno peor que Perón podía existir, ni siquiera Aramburu y Rojas fusilando inocentes.

Y a Borges no le quedó otro remedio que el de “quemá esas cartas”: Prohibió de por vida la reedición del “Tamaño de mi esperanza”: ¿Cómo seguir presentándose en sociedad cuando repudiaba “la segunda tiranía” (Perón) si había hecho la apología de la primera (Rosas) con denuncia incluida?

Alguien señaló –en una doble descalificación- que la “vida” del muerto está en manos de sus biógrafos, omitiendo considerar el papel de las viudas del muerto: Gracias a la cónyuge supérstite (La Gran Viuda) el libro volvió a circular extrayéndolo del manoseo masturbatorio de los coleccionistas alentados por otras viudas borgeanas (los libreros) las que, algunas (las menos) con lágrimas honestas siguen llorando la muerte del escritor.

Borges tuvo que traicionarse a sí mismo y tergiversar la historia para subirse al modesto panteón.

¿Cómo explicar si no los siguientes párrafos?

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EL TAMAÑO DE MI ESPERANZA por Jorge Luis Borges
“A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza.
¡Bendita seas, esperanza, memoria del futuro, olorcito de lo por venir, palote de Dios!
¿Qué hemos hecho los argentinos? El arrojamiento de los ingleses de Buenos Aires fue la primer hazaña criolla, tal vez. La Guerra de la Independencia fue del grandor romántico que en esos tiempos convenía, pero es difícil calificarla de empresa po­pular y fue a cumplirse en la otra punta de América. La Santa Federación fue el dejarse vivir porteño hecho norma, fue un ge­nuino organismo criollo que el criollo Urquiza (sin darse mucha cuenta de lo que hacía) mató en Monte Caseros y que no habló con otra voz que la rencorosa y guaranga de las divisas y la voz póstuma del Martín Fierro de Hernández. Fue una lindísima voluntá de criollismo, pero no llegó a pensar nada y ese su empaca­miento, esa su siesta chúcara de gauchón, es menos perdonable que su Mazorca. Sarmiento (norteamericanizado indio bravo, gran odiador y desentendedor de lo criollo) nos europeizó con su fe de hombre recién venido a la cultura y que espera milagros de ella.
Después ¿qué otras cosas ha habido aquí? Lucio V. Mansilla, Es­tanislao del Campo y Eduardo. Wilde - inventaron más de una pá­gina perfecta, y-en las postrimerías-del siglo la ciudá de Buenos Aires dió con el tango. Mejor dicho, -los arrabales, las noches del sábado, las chiruzas, los compadritos que al andar se quebraban, dieron con él. Aún me queda - cuarto -de siglo que va del nove­cientos al novecientos veinticinco y juzgo sinceramente que no de­ben faltar allí los tres nombres de Evaristo Carriego, de Mace­donia Fernández y de Ricardo Güiraldes. Otros nombres dice la fama, pero yo no le creo. Groussac, Lugones, Ingenieros, Enrique Banchs son gente de una época, no de una estirpe. Hacen bien lo que otros hicieron ya y ese criterio escolar de bien o mal hecho es una pura tecniquería que no debe atarearnos aquí donde ras­treamos lo elemental, lo genésico. Sin embargo, es verdadera su nombradía y por eso los mencioné.
He llegado al fin de mi examen (de mi pormayorizado y rá­pido examen) y pienso que el lector estará de acuerdo conmigo si afirmo la esencial pobreza de nuestro hacer. No se ha engen­drado en estas tierras ni un místico ni un metafísico ¡ni un sen­tidor ni entendedor de la vida! Nuestro mayor varón sigue siendo don Juan Manuel: gran ejemplar de la fortaleza del individuo, gran certidumbre de saberse vivir, pero incapaz de erigir algo espiritual, y tiranizado al fin más que nadie por su propia tiranía y su oficinismo. En cuanto al general San Martín, ya es un ge­neral de neblina pare nosotros, con charreteras y entorchados de niebla. Entre los hombres que andan por mi Buenos Aires, hay uno solo que está privilegiado por la leyenda y que vá en ella como en un coche cerrado; ese hombre es Irigoyen (…)”
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Como se ve, el abandono de la historia permite luego montarse en los “nobles odios” que profesaba Mitre –fundador de esta clase de religión- contra Rosas, y contra cualquier cosa que lo mente. Pero como la Historia, la narrada, tampoco tolera vacíos, se requiere la tergiversación como paso que sucede al ocultamiento. Borges la elaboró en forma de cuentos y mala poesía o evadiéndose en ensayo donde practicaba en cuotas el ajuste de cuentas con su pasado “rosista-criollista”.

Esta cultura borgeana de la mala fe intelectual ha creado escuela tras su muerte (esperamos que no quede instalada como “borgismo”): La negación del propio pasado, o bien la ocultación de sus aristas que puedan resultar a propios y extraños las más repudiables; sin la honestidad al menos de explicar la causa de los cambios o la naturaleza de las nuevas posiciones, es el pan cotidiano que alimenta a la nueva camada de viejos “progresistas”.

La pretensión de “refundar la historia” como apropiación del pasado, tal como fuera programada por la Escuela mitrista (algo mas que un epifenómeno del proyecto burgués colonial de los 80), hace sus primeros tanteos en la actualidad a partir de la reivindicación de los 70´, el macaneo histórico y la desesperación por crear una genealogía de la izquierda, condenada irremediablemente al fracaso. Todos los grupos y subgrupos, como en el árbol darwiniano, tienen un origen común (en este caso, político cultural: la barbarie, el extranjerismo) pero niegan tener un pasado común, que genera distintas líneas de interpretación historiográficas: las asediadas por el anarquismo, el estalinismo, el trotzkismo, el socialismo…mas todas sus variantes. Lejos de intentar integrarse al coro polifónico que expresa una cultura nacional, en este caso la argentina, la anteojera falso-clasista (hoy léase: la apología de los “movimientos sociales”) es elevada a veces a densidad teológica y con colorido de discusiones de Concilio, constituyendo el puente de plata que los lleva a la auto-alienación consentida sin culpas, y a rebuznar desde el otro lado del alambrado.

Su mejor ámbito para perpetrar esta especie de ejercicio profesional que constituye un medio de vida (en un sentido ecológico) lo constituye el mundo “académico”, con el que no temen intersectar, mediante una especie de técnica del “entrismo” puchereador, pero que tan malos resultados les dio siempre en términos de acción política. Así, conviven en forma alegremente exasperada con el vacío intelectual, la pesadez y las discusiones de la última moda en librerías. ¿La Nación, los trabajadores? Bien, gracias. Como siempre: inexistentes.

Con este nuevo “paradigma epistemológico”, como les gusta decir, de abordaje de las “luchas populares” (de las que estuvieron ausentes), el aventurerismo militarista de los 70 resulta idealizado mientras se pierden en la bruma crímenes políticos, traiciones y delincuencia común que permiten fabricar por descarte un “lado bueno”, mientras que el resto (el videlato y su cría) pasa a integrar “el eje del mal”.

Esta reescritura simplista abusa de muchachos un tanto ágrafos cuyo talento interpretativo está impulsado por la catarsis adolescente, alimentándose de la tardía recirculación de Fanon (un pensador relevante en Argelia, pero Histórico, materia de interpretación, no de aplicación), Cooke y el algo demodé Ernesto Guevara, autores que permiten “oler el peligro” a la vez que facilitan el estentóreo grito revolucionario…pero nada más.

No dar cuenta (los viejos) de su propio pasado, de sus transfugadas, ocultando o tergiversando sus acciones, mientras se abusa de menores (y otros de minoridad mental) drenando una sinopsis literaria en la que no creen, define la “práctica historiográfica” que se pretende instalar desde el Gobierno, de la que hemos dado cuentas reiteradas veces en éstas páginas.

El “kirchnerismo” no solo celebró (y sigue celebrando) a los “jóvenes idealistas” de los 70 (calificativo el de “idealistas”, en política, ya de por sí denostador) sino que aplaudió y dio de comer a gorilas remachados, cómplices morales de los asesinatos de José León Suárez de 1956, del fusilamiento del Gral. Valle y sostenedores de la Junta Militar del 76 como Ernesto Sábato (ver “El Escarmiento Nº 9 Agosto de 2008). Entonces ¿por qué no ser borgeanos?
d.a.

 

“ARMAS BLANCAS”

de Eduardo Alvarez Tuñon (Buenos Aires Emecé, 2012, 275 págs.)
(Buenos Aires Emecé, 2012, 275 págs.)

El comentario de libros se ha transformado casi sin excepción (luego de las viejas “críticas”, “recensiones” y la sección “bibliografía” de mitológicas publicaciones periódicas) en el producto obsecuente del mercado editorial manipulado por los oligopolios de los “multi-medios” y los pasquines universitarios. Un amor común los une: el estar “a la page” mientras se factura. En todos campea el “anagramismo”, el culto rendido al invento de Editor, que produce libros como salchichas de dudosa factura, consumo rápido y digestión fulminante. En la larga columna de “otros libros publicados por nuestro sello” aparece cada tanto el que justifica el esfuerzo. En nuestro páramo literario, sostenido básicamente sin distinción de ideologías por los diarios de relativa circulación masiva, la humillante mesa de saldos constituye el viaje final de tanto genio literario nonato.

Por ello resulta interesante un libro como “Armas Blancas”. Bien vale, entonces, otra clase de crítica. A la fecha, Alvarez Tuñon tiene su lugar en las letras en este ambiguo cambio de siglo. La casi docena de cuentos que confluyen en “Armas Blancas” rinden tributo también a esa ambigüedad -un tránsito en realidad- que va devorando viejas certezas y cánones literarios y a autores que, promovidos al canon, se van cayendo de él sin conmiseración. Mientras esa misma ambigüedad deja arrinconadas otras producciones, cuya “verdad” literaria la constituye la realidad una y otra vez reflejada -con años de distancia- en esa literatura que, tal vez por lo mismo, se niega a morir.

Puesto en términos de personas y recursos, tenemos por un lado la literatura de tono “borgeano” y por el otro aquella en la que el tono vital de un mundo cruel y melancólico expresa fielmente uno de los -nada infinitos- mundos humanos. Pero no solo estas tensiones recorren “Armas Blancas”. Entre otras, tal vez la principal sea la del vínculo humano, dual y opresivo en estos cuentos, siempre teñidos por la melancolía (¿por el previsible fracaso de los vínculos, nacidos de una insuficiencia buscada?. Quizá).

El tono “borgeano” no permite el pleno disfrute de cuentos como “El retorno y los libros”, “Noche de agosto” (aún con su magnífico final), “El teatro del mundo”, “Reyes y mendigos” o “El atentado de las horas y los días”. El primero de ellos memora algunos “topoi” de Borges y -probablemente- algunos ambientes de intimismo opresivo de Norah Lange, aquí definidos en la peligrosa adhesión a lo abstracto y ajeno de los libros (abstracto por ajeno), en la forma de pequeña y negativa pasión de “vivir” vidas ajenas a través de ellos. El magnífico retrato de la Pompeya de “Noches de agosto” vuelve cotidiano -a nuestro juicio la clave del cuento- lo que hoy nos oculta su grandeza histórica, trazada por una historia de amor que deviene como no podía ser de otra manera, fugaz e inconclusa. Los malabares en torno al tiempo que modelaba nuestro ciego literario se deslizan en los otros cuentos de éste grupo, por lo demás de excelente factura literaria, restándoles su propia valía: las buenas historias y sus narraciones se hallan en combate con los consabidos “lugares” comunes que frecuentaba J.L.B.

Por el contrario, “La suprema ayuda”, “Armas Blancas”, “Una rosa para Luisa”, “La fiesta en la tarde”, “Salita Roja” y “El temblor de los objetos” (cualquiera de ellos, pero sobre todo éste último) merecen estar en las antologías futuras de la narración breve argentina de este siglo.

Nos atrevemos a señalar dos hitos en materia narrativa en los últimos cincuenta años, presididos por “El Astillero” de Juan Carlos Onetti (la máxima novela argentina del siglo XX): Nos referimos a “Cabecita negra” de Germán Rozenmacher y a “Lesca. Un fascista irreductible” de Jorge Asís (1). Ellas contribuyen a formar el canon literario de la narrativa local, articulando con parte de las mismas lo que podríamos denominar la “picaresca platense” (2). En todas está la lucha ciega e inevitable, en todas anida la metafísica de la melancolía, la decadencia y el fracaso. Pero cada resignación es compensada por la vida que no cesa de fluir: cada vez que uno se rinde aparece otro.

En el cuento “La suprema ayuda” es fácil percibir el ambiente peronista, la solidaridad desmedida transformada en crimen de maldición bíblica (“el camino del infierno está tachonado….”) y que el origen de toda secta es, precisamente, el crimen.
Si en “Armas Blancas” la privación absoluta de la ceguera (el mal físico) resulta víctima del mal absoluto (el mal moral) capaz de arrastrar al primero a un absoluto que supera la carne, en “Una rosa para Luisa” la privación logra saturar sus límites en la dramática estupidez de la clase media, capaz de elaborar, medida por medida, su propia cárcel, transformada en fosa y luego en ataúd. Para un día de perdedores recomendamos otro cuento de este grupo: “La fiesta en la tarde”.

“Salita Roja” (como la “cuba electrolítica” que tantos daños produjo) aterroriza (al menos en este tiempo) recuperando imágenes de los pasados 70 que la capacidad activa del olvido -higiénicamente- pretende enterrar para sobrevivir “cuerdamente”. Por la narración deambula la “perejil” de clase media jugando (y pagando con su vida) a la “revolución”-nada más que otra palabra que nombra la guerra, en la que hay muertos de todos los bandos en pugna-; el viejito imbécil del PC, burócrata partidario al que ni siquiera encarcelan por error (como efectivamente sucedió a pocos “militantes” prosoviéticos durante el videlato) y la mentalidad turbia de las clases bajas militares (cuyo especial sentido vislumbró Norman Mailer en “Los desnudos y los muertos”). El cuento dejará perplejos a muchos (y a muchos con una sensación amarga). Pero…al fin de cuentas, es literatura…

No es un rasgo de optimismo menor que el mejor cuento sea el del final. Aquí la calidad literaria de “El temblor de los objetos” tiene poco que ver con la alegría: es el mundo de la clase media que logra unir en pareja medida el avance material, la estulticia y la nulidad mental lograda por su adhesión a los objetos, realizando en vida su culto a los muertos. Si en “El retorno y los libros” la alienación se filtra por la vía de la excentricidad (la vida propia que no se vive y la ajena que -de modo imposible- se pretende vivir) en “El temblor…” la pérdida la constituye la propia vida reflejando su vacío. No deja de ser un cuento de terror. Una verdadera joya.

La lectura de “Armas Blancas” reconcilia con la buena literatura y nos redime de tanta escritora de wikipedia, de tanto chanta psicoanalítico y de tanto castigo salido de “talleres literarios” (“La Salada” literaria, que arruina tantas vidas). “Armas Blancas” tiene una ganancia marginal al disfrute de su lectura: permite discutir con ella, algo prácticamente imposible en nuestro páramo narrativo actual.

d.a.

(1) Como dato nada curioso, se trata de dos autores de orígenes políticos en la izquierda (Asís, notoriamente en el PC) y entroncados posteriormente en distintas variantes del peronismo.
(2) Así como parte de la obra de Virgilio Piñera y Reinaldo Arenas conforma la “picaresca maricona” cubana.

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“El enigma Spinoza”

de Irvin Yalom
(Buenos Aires, Emecé, 2012, 390 págs.)

La vocación literaria de algunos psiquiatras/ psicólogos nos puso al alcance obras con momentos interesantes (el capítulo “El diván de propulsión a chorro: la historia de Kirk Allen”- versión “narrativa” del psicoanálisis de Paul Linebarger /Cordwainer Smith, según Pablo Capanna- en “La hora de 50 minutos” de Lindner, hace que valga la pena el libro). Aunque a esta clase de híbrido hay que sumarle otras: la ficcionalización de las historias psicoanalíticas (ficción de la ficción, en un regreso casi al infinito), el cruce de “historias de vida” con mucho producto freudiano adentro y por supuesto la novela histórica, madre generosa de toda esta prolífica descendencia, y más.

¿Pero que sucede cuando la ficción narrativa escapa de estos esquemas y del esquema de la novela histórica? Este subgénero a pesar de sus severas limitaciones de centauro desmediado supo tener algunas pequeñas joyas: baste pensar la figura central de Claudio Juliano (“El Apóstata” como lo nombraban los cristianos) en las obras de Merejkowski, Ibsen o Gore Vidal. O “Los gladiadores” de Koestler. Claro que el resultado se vincula con el talento literario, aún en obras desparejas como las nombradas.

En nuestro medio, el ciclo parece haberse consumido con las hoy rancias novelas de Manuel Gálvez: el resto no pasa de insufribles dramones siglo XIX o catarsis reaccionarias de ambientes similares.

Cuando aterrizan en el puerto novelas como “El enigma Spinoza” la reacción de los monitos tercer mundistas suele ser de aplauso, sin esforzarse más allá de la lectura playera. Algo similar pasó con otra obras de Yalom: “El día que Nietzsche lloró” (alguno se salvó de leerla yendo a ver su puesta teatral) o “Aprendiendo con Schopenhauer”.

La convergencia de personajes disímiles, alejados en el tiempo, el espacio y el ámbito cultural, posibilitan a veces aperturas que establecen relaciones insospechadas y desbaratan relatos tenidos por ciertos. Lo hemos intentado en “Ezra Pound y Saúl Taborda- Un anticapitalismo filosófico” y en el post-facio a “Una temporada en el Ingenio” de Chinolope (*). Más cercana en el tiempo, la pequeña obra de Onfray “El sueño de Eichmann. Precedido de Un Kantiano entre los nazis” (2009) alteró los nervios de muchos burócratas de la filosofía

“El enigma Spinoza” es mediocre desde ésta y otras perspectivas. La primera es la del desborde de la personalidad del autor: Yalom es un psiquiatra judío, estadounidense, asimilado. Una mezcla “tensional” de difícil equilibrio que aparece en forma precaria y contradictoria en toda la obra. La segunda es el desequilibrio en el manejo de los datos históricos, a pesar de la confesión en contrario del autor (en el “Epílogo”, que recomendamos tautológicamente leer al final, ya que se corre el riesgo de abandonar precipitadamente la lectura en ese punto).

Hay cierta impotencia en el delineamiento de los personajes que proviene del intento de reducción de los mismos en la gelatina psicoanalítica (Nietzsche, Schopenhauer, Spinoza -entre tantos- son verdaderas “bestias negras” de la invención freudiana, a los que se canibaliza pero a la vez se niega por la vía de la “interpretación”). Hay mucho del “Can´t” con el que Nietzche satirizaba al filósofo de Königsberg.

El desdoblamiento del autor entre Franco, un marrano (judío converso a la fuerza) proveniente de Portugal y un iniciado temprano en el psicoanálisis, Friedrich Pfister (1), que harán de comadronas socráticas de Spinoza y del ideólogo nazi Rosenberg, respectivamente, desnuda más a Yalom que a sus personajes. Mientras el marrano brutalizado por la persecución católica devendrá un rabino de ideas liberales y utópicas en la Holanda del s. XVII, el psicólogo “ario” devendrá en un alemán conformista que no irá más allá en su declinación liberal de rechazo a la barbarie nacional socialista. Ambos, propondrán la reforma del entendimiento (religión, “yo”) “desde adentro”, es decir adhiriendo al orden establecido y apostando al tiempo. ¿Yalom? Spinoza y Rosenberg, en cambio radicalizaron su discurso contra la religión, y abordaron el “yo” sin superar el horizonte de su acotado territorio -el este de Europa-, enancados en distintas pasiones (la razón, la mitología), letales a su modo en sus formulaciones extremas. Se puede cuestionar este paralelismo si se reduce la presentación a la materia filosófica, pero no si se comparan sus decursos existenciales.

Yalom se desenvuelve mejor mostrando las luchas de las facciones políticas del rabinato de la época, lo que le permite delinear con mayor acierto las circunstancias del repudio inquisitorial de Spinoza por la comunidad judía de Ámsterdam (2), que las internas políticas en el nazismo; de las que extrae solamente el caudal de los lugares comunes, aunque las diferencias entre ambas sean de grado (3). A pesar de la profesión de fe “histórica” del autor, la figura de Rosenberg se materializa apenas a partir del repudio de su entorno, tal como surge de las citas que reproduce Yalom y que generosamente le prodigara la camarilla nazi.

No hay referencia alguna a la obra principal de Rosenberg “El mito del siglo XX”, ni al contexto cultural de la misma, como fuente de investigación de su “naturaleza” psicológica; como sí la hay en cambio a la “Ética” y al “Tratado Teológico Político” de Bento Spinoza. Esta asimetría hay que cargársela a los prejuicios del autor, que se limita, Pfister mediante, a despachar “El mito…” junto con “Mi Lucha” -un festín para psicólogos- con los epítetos “tan infames, tan viles”. El mismo “Dr.Pfister” aparece sepultando “el desprecio que sentía por su paciente” Rosenberg.

Aquí es difícil separar lo “políticamente correcto” en la defensa profesional que hace Yalom, del oscurecimiento de las relaciones de la “comunidad psi” alemana con el nazismo, entre otras relaciones oscuras del más alto nivel. No estaría demás leer en este punto “El crimen occidental” de Viviane Forrester cuya punta del ovillo se encuentra en una cita de Hitler (pág. 344 de la obra) que hace Yalom.

Sin dudas la figura de Spinoza resulta altamente agradable aunque no sabemos muy bien si por algunas de sus ideas, o por su carácter de perseguido, o su capacidad de sufrimiento o por una combinatoria. No puede decirse lo mismo de Rosenberg (5) cuya figura inferiorizada aparece sospechosamente desleída, enfundada en su traje militar y sin asomo alguno que inspire nuestra piedad. Este nuevo desnivel parece el resultado de una tesis inicial del autor que busca complicidad para una historia que se da por descontada. Con un maniqueísmo más equilibrado hubiera ganado la novela aunque, como siempre, resultara asesinada la historia.

El “Epílogo” termina por arrastrar los déficits de la obra a su consumación. No pueden tomarse en serio sus elucubraciones sobre el proceso de Nuremberg: sus referencias a las películas “El Triunfo de la voluntad” (Leni Riefenstahl) y “El Plan Nazi” son risibles; la referencia a la medición del coeficiente intelectual de los prisioneros y algunos dichos de miembros del tribunal (en especial del general ruso Rudenko) son primarias.(4) Otro tanto sucede con la descripción de la actitud asumida por distintos sectores del Estado de Israel en relación a Spinoza: desde el decreto de que el herem (la exclusión) había sido eliminado por el tiempo -de lo que no pudo beneficiarse Spinoza, muerto casi trescientos años antes- hasta el repudio de los sectores ultra ortodoxos a esta posición, ratificando su invocación de ser el “pueblo elegido”. Este es uno de los mitos fundacionales de ese Estado, manejado por políticos laicos que no trepidan en invocar el mito religioso. ¿Hay algo más anti-spinozista que esto?

Uniendo ambos temas Yalom no trepida en afirmar entre sus concesiones políticamente correctas, que en Munich “…ésta, la más triste y más oscura de todas las historias, había comenzado”, privilegiando la “shoah” judía a manos de los nazis por encima de la “nakba” palestina a manos de los judíos del Estado de Israel. Sin consideración alguna a la barbarie stalinista, que no perdía frente a la barbarie nazi, entre otras tristes y oscuras historias del siglo XX, antes y después del “enigma Rosenberg”.

(*) Ver: Pounda, Ezra: “Jefferson y/oMussolini- seguido de Crédito Social. Un impacto”, Buenos Aire, El Calafate, 2004 págs. (“Epílogo para argentinos”) y Chinolope: “Una temporada en el ingenio”, Buenos Aires, 2004, 83 págs. (“Hoy Chinolope”).

d.a.

(1) Como dato cabe consignar la existencia de un Friedrich Pfister (1883-1967) contemporáneo de Rosenberg, cuya profesión era la de filólogo especialista en mitología y religiones antiguas de Europa, autor de un sugestivo título en 1936: Deutsches Volkstum (Etnia Alemana). ¿Casualidad?
(2) Antes había sucedido con Uriel da Costa, otro marrano, cuyo repudio, arrepentimiento, castigo y posterior suicidio compite en crueldad con los procesos de Giordano Bruno y Galileo a manos del Papado.
(3) La conmoción que significó entre los contemporáneos judíos de Spinoza la aparición del “mesías” (otro más) Sabbatai Zevi y la reacción de los rabinos principales contra él, son un botón de muestra.
(4) Recomendamos “La justicia de los vencedores- De Nuremberg a Bagdad” de Danilo Zolo (Ed. Trotta, Madrid, 2007, 206 págs.
(5) Aparentemente un “cuarto de judío” en la narración de Yalom, equiparándolo en este aspecto -y no solo en el- con el Inquisidor Torquemada, aunque estas asociaciones aparecen matizadas en el “Epílogo”. Esta clasificación delirante martirizó a muchos: Un ejemplo fue el cristiano Hilaire Belloc quien ante una pregunta maliciosa de Bernard Shaw (“¿medio?”) se apresuró a contestar: “No, no…un cuarto”. Es el judío que por los distintos caminos de la asimilación resulta crítico –a veces severo, a veces cruel- de su tradición de origen, sin capacidad de obviarla. ¿Yalom?