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Sobre los muertos casi ilustres

La berretada portuaria, cuyo escudo citadino debiera tener una gallina -como reclamaba Leopoldo Marechal- en lugar de esa paloma evangélica, le rindió homenaje en la Legislatura de la "Ciudad Autónoma de Buenos Aires" al actor Fernando Peña, lamentablemente fallecido a raíz de un cáncer, agravado probablemente en el proceso por su inmunodeficiencia. Sin duda la muerte es el hecho más significativo de una vida y concluida ésta, no se es más responsable por nada: todo queda en manos de las distintas categorías de biógrafos (familiares incluidos). Peña, que en vida fuera un bufón irresponsable del "establishment" pequeño-burgués, no es responsable del homenaje, pero si lo son los legisladores de la "Ciudad Autónoma": "una vita inutile tutta una morte onora". Terror de madres pundonorosas, Peña también aterrorizó a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana al dicho "me lo cogí a Casaretto" (Obispo de San Isidro) y supo ser interlocutor parejo del mestizo Delía: uno posando de blanco y el otro de negro; ambos, muy cerca del tío Adolfo y de "Papa Doc" Duvalier. Ambos, revolucionarios de la puteada.
Como entretenedor radial y televisivo -y uno de tantos- ningún "genio". Pero entrará al registro de los "homenajeados" en las ágoras de la colonia, junto con el Almirante Rojas, y Alfonsín, ambos "demócratas ejemplares" según la Comisión de Homenaje Permanente a la Revolución Libertadora y la revista "Gente". Merecería ser nombrado "ciudadano ilustre" post mortem en la ciudad del ave corralera. Total, la chata arenera se sigue deslizando hacia el remolino.

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