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GUILLERMO VÁZQUEZ FRANCO: “La Historia y sus Mitos”

En el número 16 del ESCARMIENTO denunciamos como ejemplo de la irresponsabilidad gubernamental y de los “intelectuales” que comen bajo la mesa del poder, la falta de atención al proceso histórico que desembocó (es un decir) en el bicentenario de la “Revolución de Mayo”, canalizado en una fiestita urbana para darle de comer, otra vez, a los artistas de la rodillera: “rockeros”, viejitos “comunistas” pasados de moda, y “gauchistas” más cerca del ridículo que del folklore.

El pensamiento nacional argentino estuvo ausente aunque han proliferado los “intelectuales nacionales”, un grupo de masturbadores repetitivos que creen ser la reencarnación de Jauretche o Scalabrini Ortiz (entre otros a los que no leen, ni actualizan ni se toman el trabajo de ponerlos en perspectiva). Como en los dibujitos animados son una procesión de ratones que llevan un cajón de muerto (esperemos que no sea el peronismo). Claro que al amparo de la billetera estatal, los impuestos malversados del pueblo, van creando escuela y así surgen La Cámpora (usurpando el nombre de un ingenuo que repudió a la mugre montonera) o los “Evitistas” a los que la propia Eva Perón hubiera repudiado y enviado a TRABAJAR, o los “encuentros”, “mesas” y “exposiciones” del pensamiento “nacional”.

Pensemos que en uno de ellos, financiados desde el Estado, aparece Néstor Kirchner, cuya envergadura como político (como Menem) no puede negarse, pero su calidad de pensador nacional (como Menem… tampoco). Es que los farsantes no tienen límites, sobre todo si hay moneda de la que apropiarse. Hasta algún dirigente sindical ha caído víctima del engaño (aunque claro, podría tratarse de otra farsa) a manos de cartoneros de la historia y de sediciosos reciclados en el progresismo.

 

 

No hay balances de la historia que involucren a los historiadores profesionales ni cogitaciones (por simples que sean) que involucren al resto de la población, ni perspectivas explícitas y comunes. Como consecuencia, no hay ideas con las cuales hacerse cargo del presente; y prevenir (en todos los sentidos) el futuro: el próximo y el mediato. El otro futuro hay que dejárselo a los dioses, que no pueden hacerse cargo de la desorientación actual.

En este marco de orfandad aparecen perlas (negras para algunos) que como el pájaro pinto se exponen para el tiro al blanco de sus congéneres, aunque casi nadie se les anima, y esos pocos hacen algunas fintas y se van. Nos referimos al argentino oriental Guillermo Vázquez Franco y su libro “LA HISTORIA Y SUS MITOS” (1).

La primera aparición de esta obra -editada por Cal y Canto- en Montevideo fue en 1994; la actual que nos ocupa, en 2010. Así como Vázquez Franco es prácticamente un “outsider” en relación a la corriente historiografica dominante en Uruguay -signada por el colonialismo y la repetición a lo loro de las corrientes “occidentales” (hasta en eso nos igualamos)- lo cierto que el paraje uruguayo tiene notas bien distintivas en la materia si se lo compara con el fundo trasplatino: un hombre al que cualquiera podría definir como un “antiartiguista” resulta multipremiado por el Estado uruguayo (nacional o municipal, que viene a ser lo mismo): algo impensable en Argentina, donde lo más cercano a meterse con el San Martín real fue el intento del “cartonero” Hugo Chumbita, un montonero frustrado (perdón por la tautología), fracasando en la demostración de un Don José hijo natural (¿hay hijos artificiales?) de Diego de Alvear y consecuentemente hermanastro de ese gran fracasado y cipayo que fue Carlos de Alvear. Lo que según la tesis de diván del cartonero, demostraría … “muchas cosas”.

El libro de VF se presenta como una indagación inducida por otra obra relevante (una de las póstumas) de Carlos Real de Azúa, un brillante intelectual de saber enciclopédico y escritura barroca (inventor, creo, de la nota de la nota ad infinitum) y muy difícil de incorporar en un casillero definitorio. Se trata de “Los orígenes de la nacionalidad Uruguaya” (Arca Inal Nuevo Mundo, Montevideo 1990).

Claro que, como sucede en los casos en los que el producto resulta autónomo y no mera glosa, la presentación se diluye en ese homenaje, no exento de crítica al homenajeado. En otros términos “ La Historia y sus mitos” se vale por sí mismo.

Principiando por la valentía del autor, que para templar la guitarra nomás (prólogo a la 2da. edición, pág. 7) tajea: “…los uruguayos tienen una mala conciencia histórica -borrosa, tal vez- que arranca de un origen político espurio que, por razones de elegancia o de pudor, no quieren (no se atreven) asumir;…”. La denuncia de la historia falsificada del Uruguay lo lleva a conclusiones pesimistas (no podía ser de otra manera): sobre lo que sucedió, sobre lo que se escribió en relación a los que sucedió y la valoración positiva que desde los aparatos pedagógicos del Estado o amparados por él se sigue haciendo de ambas situaciones.

Así, Uruguay tuvo su héroe fundador en Artigas, como lo tuvo Argentina con San Martín. Fueron las oligarquías locales las que seleccionaron en cada caso al Padre de la Patria, como si ésta necesitara uno y no existiera continuidad histórica, en el espacio y en el tiempo, con los antecedentes coloniales que se extendieron bastante más allá de las fraudulentas “organizaciones nacionales” a ambos lados del Plata. Una vez hecha la selección, el resto lo hizo la escuela.

Pareciera existir una relación inversa, por lo menos en algunos casos, entre la pequeñez de un país y la necesidad de una gran historia: Baste pensar en el suizo Guillermo Tell, que aquí conocemos como un partidor de manzanas o en algunos caudillos americanos cuya única diferencia con el bruto que cabalgaban era la montura. El “cultivo de la grandeza” (no hay manual para eso) lleva a confundir gordura con hinchazón.

A la luz de documentos (los que quedaron) que resultan irrefutables, y que VF se encarga de traerlos a juicio desmenuzándolos y poniéndolos en contexto, el desmembramiento de la precaria unidad de lo que quedaba del Virreinato incluyó la amputación oriental, elevada a Independencia por la diplomacia inglesa y la incapacidad de los criollos de la época, no muy distinta a la de algunos países africanos en la segunda mitad del s. XX, donde tras las líneas de puntos y rayas en el mapa quedaban las familias de la misma tribu, obligadas a veces a matarse entre sí.

Cruel con el ridículo, irónico hasta la crueldad, levantando acusación contra lo que podríamos llamar “el principio de estupidez” (2), VF demuestra la inviabilidad de la independencia oriental, tal como lo advirtieron muchos lúcidos en 1821 en la otra banda, así como la falta de voluntad de independencia, algo que ni el mismo Artigas quería. Estos contrasentidos: el Padre (Artigas) de una Patria (la uruguaya) que no era querida por el Padre, nos hacen pensar inmediatamente en la orfandad, o en el abandono, o en el Padre a la fuerza. Baste pensar que Artigas muere en su exilio paraguayo décadas después de la “independencia” oriental, un hecho que le es totalmente ajeno - a diferencia de San Martín en relación a la Argentina- y del que no se le puede imputar responsabilidad alguna.

No les va mejor a algunos “patriotas” como Larrañaga -un tránsfuga precursor del “borocotismo” (argentino) y el “moralismo” (uruguayo) (3)-, Tomás García de Zúñiga gran latifundista -como el mismo Artigas- y sinuoso personaje al servicio final del Brasil, un mitrista “avant la lettre” (no llegó a escribir, felizmente, ninguna “Historia de…”)

Es difícil pensar la identidad (4), uruguaya en este caso, a partir de los cambios de bandos (argentino, brasilero o “uruguayo”) de los padres fundadores del Uruguay independiente, todo ello en menos de una década (1820-1830). La inexistencia de esa identidad, algo que podrían sostener afirmativamente los paraguayos y difícilmente los bolivianos (un estado multinacional), requirió el invento de una narración adornada con los atributos del trabajo histórico. Al mito del caudillo siguió el mito del “pueblo” constituido por el gaucho “pata´l suelo”, “sin patrimonio que vender” como dice VF, pero partícipe involuntario de la “voluntad popular”, un invento iluminista extrapolado al Río de la Plata, sin ninguna relevancia práctica; salvo para los intelectuales de la época, necesitados de rascar teorías con que justificar al poderoso de turno que los alimentaba. El mismo camino siguen los mitos de la “federación”, la “república” y el famoso (en el sentido de que la fama es puro cuento) “Reglamento” artiguista de 1815, del que ya diera cuenta el mismo Vázquez Franco (“Tierra y derecho en la rebelión oriental. A propósito del reglamento del año 15”, Montevideo, Proyección, 1988), un instrumento oligárquico a la medida de la Junta de Hacendados (sostén económico de Artigas) y plagado de propuestas irrealizables, utópicas en el peor sentido, que siguen haciendo las delicias de la “izquierda” PC en el Uruguay, que concibe a Artigas como una especie de Lenin con poncho. (5)

Los palos que reparte el autor no son de ciego y caen por igual sobre unitarios, liberales, porteños, orientales y aún federales. Aquí y allá es difícil coincidir con el autor en puntos de detalle aunque es difícil no hacerlo en el planteo general. Basten para ello las páginas 122 a 1126 del libro que son casi una clase de ciencia política y realismo. El “casi” va a mérito del escepticismo del autor y el de éste lector, tratando de aprehender a través de las palabras, y más allá de ellas, una realidad escurridiza.

Vázquez Franco remite para ejemplificar, en forma reiterada, a datos del mundo medieval y en particular a la Francia pre y proto-burguesa. Esta perspectiva corre el riesgo de ser filiada con el esquema simplista de la historiografía liberal -europea o filosoviética- en estos puertos, que vio en la Colonia (¡y en Rosas!) solo feudalismo. Sin embargo, la lectura atenta a lo largo del texto disuelve esta apreciación, al instalar las distintas temporalidades en juego, producto de la posición material (y política) de los participantes: una relación nada mecanicista y sí, en cambio, una muestra más del “barroco americano” producto de la coincidencia en un mismo tiempo y lugar, de varios y diversos “tiempos” y “lugares” …hasta su estallido.

Claro que el mito principal es Artigas, una especie de Nemesis de VF, ya que es el mito mayor de los orientales. Las páginas que le dedica (en realidad, todo el libro) no solo incluyen la crítica de la figura histórica (la que se puede extraer en buena hermenéutica de los documentos históricos) sino el desbastamiento de la parafernalia con la que se construyó el mito, la “novela histórica” del artiguismo, el engendro que se hace pasar por producto científico cuando no es más que una hiperbole de mala literatura. No obstante, creo que uno de los puntos endebles es el exceso de adjetivación de VF cuando carga contra las modalidades personales de Artigas que hacen memorar, inevitablemente, cierto anticaudillismo ilustrado.

Como al salir sale cortando, y al cortar lo hace parejo, también sale herido otro gran mito sudamericano: Simón Bolívar, el Libertador de la Gran Colombia quien nos es presentado en su faceta de cipayo al servicio del poder Inglés (págs. 144/145). Vázquez Franco es uno más de los que no cree en la Patria Grande…ni en ninguna revolución “bolivariana”.

El pesimismo histórico de Vázquez Franco, que no guarda relación con su optimismo vital (me consta) arrincona el resultado en que han devenido nuestros países en el límite de la Historia, cuando no fuera de ella, los que nos resulta inaceptable. La vía comparatista en la que se apoya (el proceso de la independencia y la organización de las ex colonias inglesas de América del Norte y su paralelo en América del Sur) parece insuficiente para apuntalar aquel pesimismo, ya que no hay ningún fin de la Historia ( a no ser la pretensión de algunos núcleos dirigentes occidentales, en congelarla) (6). Los déficits que apunta son reales, la prognosis, discutible.

“…carecían de vocación para la Historia, ineptas, incompetentes para asumirla y protagonizarla, para vivir históricamente, no hacen la Historia, sólo la padecen; son el basurero de la Historia, encerradas en una trágica aporía” (pág. 155).

Esta definición, absolutamente actual, de las clases dirigentes criollas tuvo solución de continuidad en esa Historia, y sospecho que volverá a cortarse el hilo de la mediocridad, porque el basurero de la Historia se llena cada vez más rápido, los Imperios son cada vez más cortos, los bárbaros están a la puerta de Occidente. ¿Las nuevas formas de organización? A estar a los datos inmediatos oscilamos entre el mundo de Orwell y el de Aldous Huxley. Sin embargo…En esta apertura tiene su lugar este libro de historia, desmitificador, escrito en buena prosa conversada (que retoma una tradición rioplatense, para los de este lado, cercana a Jauretche y a Salvador Ferla), a la que agrega la competencia de un historiador a lo grande, con el que es fácil discutir, difícil refutar e imposible soslayar.


d.a.

 

 

(1) VAZQUEZ FRANCO, Guillermo: “La Historia y sus Mitos”, Montevideo, Uruguay, Ed. Argumento, 2010, 192 págs.

(2) Pág. 34, sobre el “género literario bastante liviano y de corte reverencial” que se hace pasar por interpretación histórica.

(3) Por “borocotó” junior y el “tatata” Morales última adquisición de la alcancía kirchnerista.

(4) Suponiendo que eso signifique algo, más allá de un “reconocimiento de la continuidad en la diversidad” y que debería involucrar representaciones aceptadas vitalmente, causalidades eficientes y multiplicidades que converjan en algunos puntos que fundamenten a aquellas.

(5) Nunca mejor aplicado aquí el dicho que reza:”la derecha es diestra y la izquierda es
siniestra”. No porque creamos en la división derecha/izquierda sino porque la
“izquierda” uruguaya lo cree y actúa en consecuencia .

(6) Sea para evitar, católicamente, el Apocalipsis, o acelerar, hebraicamente la llegada del Mesías.


NB: Nos hace llegar Vazquez Franco dos atinadas observaciones en relación a este comentario: No solo Chumbita se ocupó de San Martín, también Juan Bautista Sejean (“San Martín y la Tercera Invasión inglesa” y “Prohibido discutir San Martin”) a quien no hemos leído pero lo haremos y probablemente comentemos en estas páginas. La otra observación es sobre el peso de la diplomacia inglesa en la Independencia del actual Uruguay sin que consideraramos el de la diplomacia brasilera (la incapacidad de nuestros mandatarios la habíamos apuntado). Le asiste razón.

 

 

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