El saber del pueblo suele concluir la frase de modos distintos más o menos graciosos, más o menos groseros. En un país como el nuestro donde la muerte trivial, la que nos está reservada a la mayoría, tiene la capacidad de honorar toda una vida por intrascendente que haya sido, decir “no me gusta (como canta/ba) Mercede Sosa” huele a herejía anti-progresista, no resulta gracioso y se acercaría a la guarangada. De alguna forma nos cabe la general de la ley del saber del pueblo. Efectivamente, no me gustaba Mercedes Sosa: ni como cantaba, ni sus fantasmagóricas ideas políticas, si es que tenía alguna. Su voz impostada resulta bastante alejada de cantantes como Margarita Palacios, Martha de los Rios o Suma Paz (esta última a pesar de su voluntario anclaje en el atahualpayupanquismo). Pero, por supuesto, estos son gustos…
La muerte de Mercedes Sosa, una cantante más y como tal respetable como trabajadora, ingresó rápidamente en la mojigatería de lo políticamente correcto: desde los aparatos del Estado, desde la prensa “progresista” y la que no (pero políticamente correcta) se lloraron lágrimas de cocodrilo, sin reparar que los homenajes sonaban tan ridículos como los “tributo a…” de tanto payaso local en busca de fama y moneda, que la falta de talento les arrebata.
El cambalache pequeño burgués, en el que conviven revolucionarios de la puteada (progresistas), comedores de monedero estatal, artistoides del reviente, “gente-con-necesidad-de-expresarse-que-anda-siempre-en-la- búsqueda” y despistados que se suben a todo lo que ruede, hasta el tren blanco de los cartoneros, promovieron a la cantante a una altura a la que nunca pensó que llegaría post-mortem, en una manuela de sus seguidores que dejaría preocupada a la entronización de la virgen María. Se puede alegar con razonable fundamento que ella no es la culpable de los desvaríos de sus admiradores, aunque lo sea de abonar en vida el ambiente de la insipidez intelectual y el sentimentalismo psico-bolche.
Mercedes Sosa manifestó que en su adolescencia, en el Tucumán natal, había tenido afinidades con el peronismo …hasta que comenzó a frecuentar una biblioteca pública (alpargatas si, libros no). Años después coqueteó con gorilas como Félix Luna (1) y Ariel Ramírez. Después, París y Alfonsín (A propósito: cuentan del cubano Alejo Carpentier –comunista él- que respondió a sus críticos: “¡Ah! Que lindo es ser comunista en París!”).
Le siguieron dúos olvidables con vándalos de la música, de la composición y del canto, que fungen como artistas del “rock nacional” (¡!) o jóvenes promesas del folklore, poncho incluido.
Probablemente haya sido una buena mujer, no hay por que dudarlo. Por ello no merecía el saludo del Partido Comunista Argentino, del Partido que apoyó la dictadura de Videla (¿no es así Patricio Echegaray, Copani, Víctor Heredia, etc., etc., etc…?) ni ser velada en el Congreso de la Nación, donde le rindieron homenaje a los restos del “demócrata” Isaac Francisco Rojas.
(1) A la fecha, ingresante en otro censo. La hipocresía desplegada en torno a su muerte sólo es comparable a la que se derramó en la muerte de Alfonsín y en la de Mercedes Sosa (*). Resultando el gorilismo el máximo común divisor de los tres. El establishment “historiográfico” (autores de notitas en las revistas para “la gente” y libros para las mesas de saldos) lo recordó como el “dueño de la historia popular” (!?) o el popularizador de la historia”. Las palabras definitivas sobre este gorila marca cañón, ya fueron dichas hace casi cuatro décadas por Juan José Hernández Arregui y, más cercano en el tiempo, por Fermín Chávez. El intento de síntesis gorila-popular perseguido por Luna es imposible. Su condición de frondizista fue la medida de ese fracaso.
(*) No es casualidad la proliferación de fotos del “demócrata” y la “cantora” en la revista Gente, ahora que los radicales, como los napolitanos en la cocción de la sangre de San Gennaro, están por operar un milagro: la presentación pública del “Pensamiento Alfonsín”.