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AVANCES: "Revolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primeras revistas ilustradas rioplatenses"

En el capítulo dedicado a "Caras y Caretas" de su libro "Revolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primeras revistas ilustradas rioplatenses", EDUARDO ROMANO identifica el papel de las crónicas de costumbres dentro de la economía expresiva de la publicación.

"Revolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primeras revistas ilustradas rioplatenses".

Varias notas del uruguayo Manuel Bernárdez indagan lugares y contradicciones propias de una gran ciudad, con la matriz textual "costumbrista" y los rasgos que la misma adquiere hacia fines del siglo XIX: mezclas de información y de ficción en diferentes proporciones o modalidades, márgenes directos u oblicuos de reflexión personalizada, experiencias con el cuerpo en el lugar y lectura conjetural de ambiguos indicios.

Si La quema de las basuras. Buscándose la vida da cuenta de esas orillas donde lo pintoresco combina con lo sórdido, otras, como Los compañeros de Ibarreta. El Pilcomayo es navegable, extienden la mirada ciudadana hacia un interior del país bastante ignorado. Permiten inferir que la mayoría de los textos verboicónicos de la publicación trabajan sobre otro "texto", común a redactores y lectores: lo público cotidiano. Ahí radica la diferencia fundamental, creo, con las revistas intelectuales, pobladas de textos que se ocupaban de otros textos en un círculo cerrado y homogéneo. Frente a ese monologismo, que distingue al intelectual y lo torna dueño y custodio del circuito letrado, los periodistas ejercen otra dimensión de lo metatextual, cuyos alcances críticos exigen saberes menos especializados, pero sí más heterónomos. Un artículo como Buenos Aires pintoresco-La mañana, en el n. 11 (17- XII-1898), ejemplifica esa revelación de lo que pasa desapercibido a una mirada superficial, como la fuerza de trabajo subterránea que pone en marcha cada día a la ciudad y dentro de la cual se le asigna un papel relevante al propio periodismo:

"El último coche del tramway nocturno se lleva pesadamente a los
tipógrafos somnolientos que han compuesto y dejado en la plana
destinada al estereotipo los pensamientos, los sucesos, los latidos
del día, a costa de sus dedos adormecidos y de sus pulmones
cavernosos. Ignora el lector que recorre las columnas, generalmente
displicente, descontentadizo, tendido en mullido lecho y blandos
almohadones, lo que cuesta a los obreros del plomo satisfacer su
curiosidad, sus afectos y sus intereses cotidianos."

Una fuerza motriz humana que incluye al "ejército de galopines" que no llegan a doce años y se disputan los ejemplares aún húmedos de los diarios en las administraciones...

"... y se lanzan luego a todo el correr de sus piernas
gritando ¡Prensa! ¡Nación! a pulmón herido, de manera
que media hora después llegan a extramuros cogidos
al tranway, encaramados en la zaga de los carruajes o
del modo que Dios y su ingenio les dan mejor a entender".

Con su habitual sutileza para ver lo moderno, Brocha Gorda revela cómo llegaban los periódicos, rápidamente, del centro a la periferia ciudadana, a la vez que señala su aporte a la relativa unificación -a través de la noticia que pasará a ser comentario, entre lectores, o del lector a los que no saben nada- societaria.

Las risas y riñas infantiles, sus gritos pregoneros, parecen iniciar la música matinal que van completando los cuadrúpedos lecheros, los carricoches panaderos y otras mútiples voces, que componen una verdadera sinfonía urbana, "y la mar de gente que grita dentro del sordo, monótono rumor de millares de coches, carros, tranways que tocan campanas o rompetillas y el pito de las fábricas y el enorme bullir de 770 mil humanos..."

La abigarrada concurrencia desborda luego hacia Palermo o hacia el puerto, donde otra multitud de peones cargan o descargan buques ultramarinos "o pululan curioseando a caza de novedades o sensaciones". Curiosa observación que revierte sobre el propio texto, en tanto desnuda, oblicuamente, cómo entendía Jaimes su tarea.

Cierra ese develamiento del amanecer con un deseo que debía involucrar a muchos de sus lectores: "¡quién pudiera gozaros en la perpetuidad de los siglos con robusta salud y una caja amplia y llena" de libras esterlinas!

Unas páginas después, Figarillo se mete en El Mercado de Abasto, "providencia de la gente pobre de los barrios del oeste", del perímetro que forman las calles Rivadavia, Córdoba, Medrano y Centro América (hoy Pueyrredon), atiborrado de meridionales españoles o italianos.

Si Brocha Gorda recalaba en lo disimulado u oculto, este otro cronista advierte que "en medio de esta baraúnda infernal, donde todo se habla y nadie parece entenderse, se compra y se vende diariamente por valor de muchos miles de pesos y se oye decir de hombres con trazas de atorrantes, que poseen docenas de casas y centenares de hectáreas cultivadas, y de otros con aspectos de caballeros, que ya ni escupen de pobres".

Advierte también que el ambiente social está enrarecido, con dificultades para comunicarse, y que la gestión comercial, en última instancia, es la que permite establecer lazos y vínculos concretos. Por eso reitera:

"Allí se barajan en confusión que a primera vista parece indispensable, hombres, mujeres y niños, mancos, cojos, tuertos y hasta sanos de manos y pies...como se dice; pero, a poco que uno observe, nota que tal confusión no es sino aparente (...) obedecen a una ley inviolable, que es la que rige las operaciones comerciales".

Revisar los primeros años de Caras y Caretas arroja, entre otras cosas, la certidumbre de que los artículos, retratos, notas y versos "costumbristas", sea en clave caracterizadora, satírica o humorística, eran uno de los atractivos de la publicación. Allí encontraban sus lectores al menos algún tipo de respuesta, por precaria o parcial que les resultara, a sus incertidumbres cotidianas.

A los textos ya mencionados, corresponde sumar los aportes iniciales de José Alvarez, director de la publicación durante sus primeros cinco años de vida. Su Pascalino (n. 3) es una de las tantas "caretas" que surcan esas páginas, una prueba de que encuentra la escritura capaz de registrarlos verbalmente, ya que el retrato (pictórico), es obvio recordarlo, formaba parte de las prerrogativas de la dirigencia antes de que se vulgarizara la fotografía.

En ese caso, Fray Mocho apela para definirlo al oximoron "uno de nuestros calabreses más distinguidos", a la vez comerciante y "caballo de tiro", "especie de guión" entre los extremos sociales. Metáfora, esta última, que grafica con exactitud la función de enlace social que cumplían los vendedores ambulantes.

La facilidad para los deslices semánticos y las asociaciones, tan características de la escritura de Alvarez, casi no se interrumpen: pantalón y saco están "deshermanados", "casi ni se saludan", su voz de falsete sale a "chorritos", semeja "una mascada cosmopolita", una metafórica "asamblea de puchos callejeros", y a sus pregones se necesita traducirlos "al criollo".

En el número seis, aparte del Demi high life de Figarillo, Manuel M. Oliver titula su colaboración: Escenas callejeras: El organito. En el siguiente, Fray Mocho aporta El barrendero orquídea, y en el ocho Monologando, donde comienza a escribir textos enteros desde voces ajenas y sin mediaciones.

De lo explicado hasta ahora, se desprende claramente que Caras y Caretas respondió a las expectativas de un público que requería el procesamiento de la actualidad, ya no limitado a lo político y con tono humorístico
o satírico -como hicieran El mosquito, Don Quijote y otras publicaciones afines-, sino en una amplia banda que abarcaba toda la sociabilidad y con un tono que se extendía desde lo serio a lo burlón.

La cuestión privilegiada, por lo acuciante, concernía a la difícil acomodación entre los contingentes inmigratorios y su descendencia con los criollos que migraban hacia los suburbios bonaerenses. Algo en lo que sobresalieron, desde ópticas muy diversas, el entrerriano Alvarez y el español Grandmontagne. Pero la cotidianeidad revestía muchos otros aspectos que cubrieron, incluso por segmentos temporales de la publicación, otras firmas.

Bajo múltiples seudónimos, algunos ya mencionados y otros que reaparecen más ocasionalmente (M. Q., Agapito Candileja, M. Nirenstein, Lupercio, Taglia Rhin, Luis Chalard, K. Nif, etc.), concibieron textos que no sería sencillo sistematizar por fuera de esa amplia y borrosa estampilla de "costumbrismo", pues optaban por múltiples registros.

Encontrar un código común para entenderse era crucial y por eso el problema idiomático aparece ya en el n. 21 con ¡Abajo los galicismos! (Estilos criollos) en que Severiano Lorente ridiculiza al supuesto caudillo de Zapallones, Aristóbulo Chalaseca, porque ejerce al mismo tiempo el poder político, judicial y administrativo del pueblo.

Elige a las muchachas más hermosas como maestras y favorece con cargos burocráticos a sus correligionarios. El narrador justifica finalmente ese proceder con un argumento típicamente nativista, en tanto pone a la naturaleza por parámetro de conflictos político-culturales:

"Cuando después de una gran creciente vuelven los ríos a encerrarse en los límites de su cauce habitual, dejan en ambas márgenes una faja de algo que ni es agua ni es tierra porque es barro; pues lomismo sucede en aquellos casos en que la civilización y la barbarie han luchado mucho tiempo: las sociedades que allí se forman no son precisamente poblaciones cultas ni tampoco tolderías salvajes; pero en ellas suelen hacerse muchos barros. Hasta que la humedad del atraso primitivo no se evapora al contacto del vivir organizado..."

En cuanto al título, proviene de un chiste que confirma la ignorancia del protagonista: al secretario Juancito Roucart le tiene prohibido expresarse en el idioma de sus mayores y lo reprende cuando cree que "senectud", causa de la muerte de don Ireneo, es una palabra francesa.

El mismo Lorente incursiona por el asunto clave de la inmigración en La gran bolada, que subtituló intencionadamente Narración de relativa actualidad. Y en la cual sostiene que los italianos vienen preferentemente a trabajar y muchos españoles a conseguir figuración, la misma que se habían esforzado por alcanzar, sin éxito, en su país de origen.

"Por fin, a las cansadas, consiguió ligar un negocio" fructífero y poco cansador, Pedro Sánchez y Rodríguez, aunque "continuaba empecinado en presidir cualquier cosa, para que las revistas populares ilustradas publicasen su retrato". Observación reveladora de hasta dónde periodismo ilustrado y encumbramiento social relativo eran fenómenos fuertemente conectados. Este español, sin embargo, fracasa, desaprovecha el filón encontrado y "atento únicamente a la necesidad de mandarse mudar a sus pagos viejos", se vuelve fanático anarquista. Lo deportan, gracias a la ley redactada por Cané, y entonces, desde la planchada del buque, mientras lo fotografían, exclama:

"¡Gracias, simpático Miguel; tu sabia ley me llevará en efigie a Caras y Caretas asegurándome la inmortalidad, tanto tiempo perseguida en vano!"

No es casual que Lorente, quien enviara sobre todo textos de corte nativista a la publicación, enfoque de esa manera el problema inmigratorio, la sindicalización y las luchas obreras en Buenos Aires. Pero también conviene reparar en hasta dónde la propia revista se había convertido en el exhibidor ideal de lo verdaderamente público.

Asumiendo un rol que hoy hereda y amplifica la televisión. Destaco, al respecto, la media página que en el n. 214 muestra a un jornalero que se hizo fotografiar en Tres Arroyos (provincia de Buenos Aires) antes de suicidarse:
"Deseaba conquistar la fama y no sabía cómo. En conversaciones que tuvo pocos días antes de emprender el viaje a la otra vida, dijo a sus conocidos que pronto verían su retrato en Caras y Caretas."(1)

El Sr. Morilla envía la placa, "retratado en la misma actitud que adoptó para matarse", y el anónimo redactor elabora algunas bromas acerca del asunto, aclarando finalmente que la nota no es una apología del suicidio: sólo quiere "cumplir la última voluntad del muerto".

(1) Los suicidios originales. Uno que se mata por 'salir' en 'Caras y Caretas' en Caras y Caretas, N° 214, Buenos Aires, 8-XI-1902.

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