El Escarmiento

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CONTRA LA IDENTIDAD

Empezamos en este número a ocuparnos del tema de la IDENTIDAD. Para despuntar, reproducimos dos artículos (*) de Juan Nuño (1927-1995) filósofo venezolano de la generación de Ernesto Mayz Valenilla, Federico Riu y Ludovico Silva. Formado con Juan David García Bacca tuvo un papel central en el desarrollo de los estudios filosóficos en Venezuela.

Como (Luis José) “Ludovico” Silva (Michelena) (1937/1988), Nuño fue marxista aunque renegó rápidamente de sus viejas adhesiones que le dejaron, no obstante, un amplio bagaje con el que confrontar. Este hecho impidió seguramente que el sector ilustrado del chavismo venezolano lo entronizara como “filósofo oficial” –algo que le pasó post mortem a Silva-el que pasó a militar junto a la oficialista filosofía del “Arbol de las tres raíces” (Simón Rodríguez/ Simón Bolívar/Ezequiel Zamora «éste último general federalista venezolano») El árbol parece vicario o rama desflecada de los “Tres principios del Pueblo” de Chiang Kai-Shek o de las “Tres Banderas” del Justicialismo argentino. Claro que las tres raíces son difíciles de conjuntar con el marxismo un tanto heterodoxo de Silva.

La identidad que algunos buscan con desesperación al punto de violentar la naturaleza propia o ajena, se ha reactualizado por estas fechas con un concepto de contrabando insertado en la democracia liberal: la ciudadanía. Los albañiles egresados de antropología, sociología y “politología” (algo había que darle a los franceses) estudian (?) investigan (?) escriben (?) sobre la “construcción de ciudadanía”. Quizá se trate de una etapa, como la del “flogisto” y el “éter” en la física; aunque más dañina, pues impulsa a los extrañados del sistema político (indígenas, minorías raciales) a un salto a la particularidad, por su incapacidad de perforar el sistema que los segrega, duplicando la alienación con la nostalgia del quilombo (en el sentido reducto defensivo de marginados). En nuestro país embalurdaron a “representantes del pueblo” que incorporaron los derechos de los pueblos originarios (¡!) al cuadernito constitucional. Ahora los originarios (de Chile) andan tramando una Nación Araucana en la Patagonia. Si deciden pasar a la acción, quizá el zonzaje indigenista de estas pampas recuerde que Roca no está solo en los billetes.

 

 

ESA MANÍA DE LA IDENTIDAD

Cual otro El Dorado, todos la persiguen. En tanto manía, nada nuevo, aun que tiene épocas de recrudecimiento. Pareciera que muchos han vuelto a enloquecer con lo de la bendita identidad. Han de tener metida en esto fa mano los antropólogos. Quien la busca nacional, quien cultural, quien étnica y hasta quienes la personal creen haber perdido, como aquel hombre sin sombra de von Chamisso. De atender las clamantes voces de tanto desesperado, al menos en esta parte del mundo, cada día que amanece échanse a la calle hombres y mujeres desesperados en busca de una identidad perdida o jamás habida. Acuéstense luego como se levantaran, en espera de un nuevo so! que les permita seguir su inútil pesquisa. Siempre en procura de esa identidad supuesta o fingida, sin la que dicen no poder vivir. Como para dar razón a Schopenhauer: «lo que tenemos puede no hacernos felices, pero lo que nos falta ciertamente nos hace desdichados».

Idénticos, lo que se dice idénticos de toda identidad sólo lo son los objetos matemáticos: números, relaciones, definiciones. Ni las más berroqueñas piedras son idénticas. ¿A qué? ¿A sí mismas? Suponiendo que para algo sirviera tal identidad, es falso, que todo cambia con el paso del tiempo o, por más ajustadamente decirlo, eso es el tiempo: el cambio de todo. Peor aun sería pensar que algo (piedra, hombre, melodía) es idéntico a un cierto modelo o idea, previo, fijo e inmutable. Creer que para cada cosa hay una referencia única y estable y que sólo ajustándose a ella puede establecerse la cabal identidad es tanto como predicar el más puro y desenfrenado platonismo. El de las esencias: a cada cosa le corresponde un Arquetipo, para hablar como Borges. Entonces, ¿qué sentido tiene andar pidiendo la identidad (la esencia) de cualquier hombre o, peor aún, de algún conglomerado humano?

Si algo le es propio a! hombre es justamente su falta de identidad, de una esencia que lo detenga y encierre. Alterable, mudable, tornadizo, precario y aún absurdo. Su marcha, que es la historia, está hecha de azares, imposibles, carencias, retrocesos, cegueras y sinsentidos. Una cosa es aspirar a poner orden y racionalidad en tan abigarrado proceso y otra, muy distinta, que el hombre, único sujeto de sus propias acciones, sea tan ordenado como el conjunto de los números reales o tan racional como un silogismo. A trompicones ha marchado siempre por una senda que él mismo abre e inventa, «llena de furor y ruido, dicha por un idiota», no otro sino él mismo. Quienes hablan de identidad o no saben lo que dicen o se apresuran a condenar al hombre a su más monstruosa destrucción al encerrarlo entre las cuatro paredes de una definición y la agobiante cárcel de una forma de ser.

Lo que no quiere decir que todos lo que tal propongan desvaríen o necesaria mente engañen. Por algo lo dirán. A algo responderá su extraña inquietud, esa imposible aspiración a la cosificación más yerta de la humana existencia. No deja de ser curioso que abunden las peticiones de identidad entre muchos de los pueblos americanos. De siempre han andado en la extraña aventura del Santo Cáliz de la Identidad. ¿Por qué otros no exigen ni siquiera hablan de semejante sueño? En el terreno de las inseguridades y en la noche de los orígenes ha de esconderse la respuesta. Que quien se acepta como hombre, no tiene por qué andar cazando identidades, esas extrañas y elusivas mariposas, tan irremediablemente muertas y clavadas en el álbum de las manías metafísicas.

 

 

A VUELTAS CON LA IDENTIDAD

En México también (et pour cause!) se ha discutido sobre el profundo, el abismal tema de la identidad cultural. En apariencia, nada más inocente: ¿quién no va a querer que le atribuyan al menos una identidad cultural? Suena a algo, además de burocrático, intransferible, como el color de los ojos, la talla, o más específicamente, el tipo de sangre. Y no hay que engañarse: por muy iguales que sean los humanos, sabido es que existen tipos de sangre para poder clasificarlos, separarlos, distinguirlos. Ergo: así mismo tiene que haber una identidad cultural que permita, a simple vista o quizá mejor, a simple oído, determinar quién es quién y de dónde procede cada uno.

Justamente como el tipo de sangre o cualquier otra medida antropométrica. Ahí está el gato encerrado de la identidad cultural. Es tema relativamente reciente, de tal modo que cincuenta, sesenta años atrás, nadie hubiera entendido qué era eso de la identidad cultural ni con qué se comía. Cuidado: tal no quiere decir que en aquel entonces no hubieran podido seguir una conversación sobre identidad cultural. Apenas si hubieran necesitado un esfuerzo, el manejo de una mínima clave, el auxilio decodificador de un sólo término para saber de qué se estaba hablando. En efecto: sustituyendo «identidad cultural» por «raza», todo se haría diáfano y comprensible a los hombres de otros tiempos, no tan lejanos. Uno de esos maravillosos avances semánticos de la humanidad. Son tantos: ya nadie dirá «sarao», pudiendo decir «party»; es de mal gusto hablar de «periodistas» cuando se trata de «comunicadores sociales»; sólo delata vejez empeñarse en decir «interpretación» en lugar de «lectura»; o referirse a «significado» cuando es mucho más elegante decir «semema». Por lo mismo, en vez de raza hay que hablar de identidad cultural.

No se venga con que nada se ha ganado. De entrada, se ha ganado en complejidad, pues si los hombres nunca lograron ponerse de acuerdo en definir lo de raza, mucho menos lo harán tratándose de algo tan confuso y rebuscado como eso de identidad cultural. Aunque la principal ganancia es otra: poder seguir hablando de lo mismo que se hablaba cuando se usaba el término «raza» pero sin tener que acudir a tan desprestigiada y maldita voz. Porque no hay duda posible: según la identidad cultural que se le confiera a alguien, será tratado de una u otra manera. Quienes tengan la suerte genético-cultural de ser adscriptos a la identidad anglosajona, mandarán en cierta parte del mundo; pero, en esa misma parte, no quedarán bien parados aquellos a los que se les asigne como identidad cultural la hispánica o latina. Donde puede apreciarse que también en tales asuntos rige una suerte de ley de conservación de las creencias: no es que se haya renunciado para siempre a separar a los hombres por el criterio racial. Es que se los sigue discriminando, pero más sutilmente: ahora, lo que permite establecer las diferencias (y sobre todo, mantenerlas) es la identidad cultural. Otra prueba más de que, como siempre se sospechó, los mitos no mueren fácilmente; ni los prejuicios ni las supersticiones.

Más allá de tales nimiedades, la pregunta de fondo sería otra: ¿por qué diablos no puede el ser humano sentirse alguien sin tener que rechazar a otros? En realidad, no interesa tanto propiamente lo que se es cuanto lo que no se es y no se será jamás: una buena identidad cultural asegura la tranquilidad de la propia superioridad. Mucho mejor que la raza, acerca de cuya pureza siempre podían caber dudas. Pero ¿quién va a atreverse a dudar de la identidad cultural de Juana de Arco o de los Beatles o de Gardel? A propósito: ¿cuál es la identidad cultural de un tal Einstein?

 

 


(*) en Juan NUÑO: “La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos”, Caracas, Monte Avila, 1990, 265 págs. (p.11/14)

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Otra vez sobre el “exilio interior”

En el número 14 del ESCARMIENTO, en el homenaje a ANIBAL FORD cuestionamos la noción de “exilio interior” -metáfora de la “intelligentzia”- de quienes nada hicieron para oponerse a la dictadura militar y por eso mismo fueron los primeros en recoger los frutos de la “restauración republicana”.

Ford no fue un exiliado interior –algo así como un prófugo de sus deberes- sino un militante activo en el campo que le tocó actuar. En aquel número señalamos y reproducimos algunos aportes suyos a la cultura de nuestro pueblo. En éste arrimamos otro del año 1981, aparecido en el nro. 6 (marzo/mayo) de “Pueblo Entero” que dirigía Fermín Chávez. Fin.

 

 

 

 

 

 

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La muerte de Mercedes Sosa: "En cuestión de gustos no hay nada escrito…"

El saber del pueblo suele concluir la frase de modos distintos más o menos graciosos, más o menos groseros. En un país como el nuestro donde la muerte trivial, la que nos está reservada a la mayoría, tiene la capacidad de honorar toda una vida por intrascendente que haya sido, decir “no me gusta (como canta/ba) Mercede Sosa” huele a herejía anti-progresista, no resulta gracioso y se acercaría a la guarangada. De alguna forma nos cabe la general de la ley del saber del pueblo. Efectivamente, no me gustaba Mercedes Sosa: ni como cantaba, ni sus fantasmagóricas ideas políticas, si es que tenía alguna. Su voz impostada resulta bastante alejada de cantantes como Margarita Palacios, Martha de los Rios o Suma Paz (esta última a pesar de su voluntario anclaje en el atahualpayupanquismo). Pero, por supuesto, estos son gustos…

La muerte de Mercedes Sosa, una cantante más y como tal respetable como trabajadora, ingresó rápidamente en la mojigatería de lo políticamente correcto: desde los aparatos del Estado, desde la prensa “progresista” y la que no (pero políticamente correcta) se lloraron lágrimas de cocodrilo, sin reparar que los homenajes sonaban tan ridículos como los “tributo a…” de tanto payaso local en busca de fama y moneda, que la falta de talento les arrebata.

El cambalache pequeño burgués, en el que conviven revolucionarios de la puteada (progresistas), comedores de monedero estatal, artistoides del reviente, “gente-con-necesidad-de-expresarse-que-anda-siempre-en-la- búsqueda” y despistados que se suben a todo lo que ruede, hasta el tren blanco de los cartoneros, promovieron a la cantante a una altura a la que nunca pensó que llegaría post-mortem, en una manuela de sus seguidores que dejaría preocupada a la entronización de la virgen María. Se puede alegar con razonable fundamento que ella no es la culpable de los desvaríos de sus admiradores, aunque lo sea de abonar en vida el ambiente de la insipidez intelectual y el sentimentalismo psico-bolche.

Mercedes Sosa manifestó que en su adolescencia, en el Tucumán natal, había tenido afinidades con el peronismo …hasta que comenzó a frecuentar una biblioteca pública (alpargatas si, libros no). Años después coqueteó con gorilas como Félix Luna (1) y Ariel Ramírez. Después, París y Alfonsín (A propósito: cuentan del cubano Alejo Carpentier –comunista él- que respondió a sus críticos: “¡Ah! Que lindo es ser comunista en París!”).

Le siguieron dúos olvidables con vándalos de la música, de la composición y del canto, que fungen como artistas del “rock nacional” (¡!) o jóvenes promesas del folklore, poncho incluido.

Probablemente haya sido una buena mujer, no hay por que dudarlo. Por ello no merecía el saludo del Partido Comunista Argentino, del Partido que apoyó la dictadura de Videla (¿no es así Patricio Echegaray, Copani, Víctor Heredia, etc., etc., etc…?) ni ser velada en el Congreso de la Nación, donde le rindieron homenaje a los restos del “demócrata” Isaac Francisco Rojas.

 

 

(1) A la fecha, ingresante en otro censo. La hipocresía desplegada en torno a su muerte sólo es comparable a la que se derramó en la muerte de Alfonsín y en la de Mercedes Sosa (*). Resultando el gorilismo el máximo común divisor de los tres. El establishment “historiográfico” (autores de notitas en las revistas para “la gente” y libros para las mesas de saldos) lo recordó como el “dueño de la historia popular” (!?) o el popularizador de la historia”. Las palabras definitivas sobre este gorila marca cañón, ya fueron dichas hace casi cuatro décadas por Juan José Hernández Arregui y, más cercano en el tiempo, por Fermín Chávez. El intento de síntesis gorila-popular perseguido por Luna es imposible. Su condición de frondizista fue la medida de ese fracaso.

(*) No es casualidad la proliferación de fotos del “demócrata” y la “cantora” en la revista Gente, ahora que los radicales, como los napolitanos en la cocción de la sangre de San Gennaro, están por operar un milagro: la presentación pública del “Pensamiento Alfonsín”.

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SABINA SPIELREIN

LA DESTRUCCIÓN COMO ORIGEN DEL DEVENIR

(traducción directa del alemán)

Publicamos en este Número 20 de “El Escarmiento” la que estimamos primera traducción directa desde el aleman de “Destruktion als Ursache des Werdens” (La destrucción como causa del devenir) de Sabina Spielrein, (1885 – 1942) pionera del psicoanálisis al que realizó aportaciones tempranas, como las que emergen del trabajo que aquí se reproduce, y que nunca fueron expresamente reconocidas por Freud o por Jung beneficiarios directos de las mismas para algunos de sus desarrollos teóricos (de la “pulsión de muerte” en este caso o el concepto de “Anima”, respectivamente). Este “saqueo inspirador” y el vínculo de Spielrein con ambos ha sido ampliamente comentado en la bibliografía accesible en castellano. Junto con Lou-Andreas Salomé se erige como una incómoda figura matriarcal en un medio dominado por médicos-psicólogos o autodidactas, también masculinos. Emigrada a la URSS, realizó aportes relevantes sobre el lenguaje infantil, el tratamiento de niños y la pedagogía especial, entre otros. En el marco de las purgas llevadas adelante por el estalinismo fueron asesinados su ex esposo y su hermano. Finalmente, ella y sus hijas fueron asesinadas por tropas alemanas. Culminaba así trágicamente la vida de esta mujer rusa de familia judía que se había formado en Alemania, expulsada, por extranjera, de todos los paraísos .

La misma se encuentra en formato PDF. Para visualizarla presione aquí

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EDUARDO ROMANO: Puro biógrafo y otras inconveniencias

Buenos Aires, Ediciones Activo Puente, 2013; 160 págs.
Nada hay definitivo, salvo la muerte. Sin embargo, me atrevo a afirmar que estamos frente a un texto definitivo. Y no sólo porque en él se merodea y asedia aquella instancia final. Ante todo porque en Puro biógrafo está presente de cuerpo entero Eduardo Romano, el reo y el académico, el poeta desenfadado y el crítico minucioso.

El libro se abre con una fototeca, que a su vez se inicia con alusiones inciertas a inmigrantes y personajes que presuntamente diseñan el árbol genealógico del autor, y se cierra con los últimos rounds, nueve poemas que son a la vez un adiós y una apuesta, una formidable despedida anticipatoria, que fluctúa entre la broma ligera y la tragedia sin retorno. Aunque no conviene adelantarse. El autor es un hombre de letras, de libros, un investigador serio de los medios y sus relevancias, por lo tanto es previsible su directa intervención en el paratexto: tapa, contratapa y solapas revelan su plena complicidad, su indudable injerencia. Y nos participan la misma travesía: en la tapa el proyectos de los hermanos Lumière ilumina al grupo familiar que exhibe a un Eduardito recién nacido, el mismo que muchos años después nos sonríe provocativamente desde la primera solapa, en la cual a renglón seguido se consignan los datos esenciales del autor, o los que él ha considerado tales para este breve texto, pues pone énfasis en su labor de poeta (menciona sus tres libros de los 60 y los tres que les siguen y anticipan al presente; para rematar en la precisa contratapa de Luis Tedesco, que destaca la “dolorida ironía” que tras la película de lo real consigue, “por un tiempo impreciso, alumbrar lo imposible”.

Me pregunto ¿lo imposible es también lo inconveniente? Tal vez, porque en este texto se hace pie en la pura exageración tramposa, en una realidad que a menudo se confiesa ficticia, siempre fragmentada, que se quiere un aquelarre de inconveniencias: la autobiografía del biógrafo Romano, que él llama y considera “puro biógrafo”. ¿O no será que tras un engañoso parecer el título es simplemente una incitación al desvío: sólo se alude a una realidad mediada por la palabra poética? Aun así, las inconveniencias no se borran y siguen proclamándose en tapa, portada y catalogación, mentando por ende al texto central.

Y por eso vuelvo a preguntarme ¿qué cosa es inconveniente y para quién lo es? No por cierto para una persona en particular, ni tampoco para un determinado sector social, ni menos para la sociedad global. Me atrevo a decir que simplemente se trata de aludir de manera irónica, corrosiva, a ciertas pautas y/o convenciones que la sociedad y/o la clase media de nuestro país estima como la contracara de lo conveniente, de lo correcto.

Seamos cautos y vayamos al texto mismo. En verdad éste es un continuo que se divide en ocho partes, si nos atenemos a los subtítulos que marcan el eje temático de cada una de ellas: las moradas, los círculos amorosos y las otras seis, con sus correspondientes epígrafes (que van del Dante a Homero Manzi, sin desdeñar ningún idioma); a la vez estas partes se integran con una decena o algo menos de poemas que llevan sus propios títulos o simplemente aparecen separados por números romanos. Se trata por cierto del ordenamiento que el escritor ha dado a sus recuerdos. Aunque seguramente ellos se han agolpado en tropelía y a borbotones a lo largo de estos últimos años en la cabeza del autor (quien confiesa que no es un pibe, que “nació en Avellaneda en el siglo pasado”; preciso su coquetería: el 8 de junio de 1938 en el Hospital Fiorito), él ha decidido trasmitirlos según esta forma: “metiendo versitos en este simulacro de página portátil que depende de los consorcios eléctricos mundiales y de la rebelión pero no tanto del popularismo latinoamericano” (nos aclara a pie de página que elude el término “populismo”, por el uso que de él hacen los polifacéticos “gorilas”, nota 2 de página 32).

Pero cómo leo yo estos versos, encendidos e irónicos, a medio freno; sin duda desgarrados e íntimos, pero no desbocados sino más bien distantes; que rompen el CV, aunque lo aluden en sordina o sesgadamente a lo largo de todo el libro. He leído y leo Puro biógrafo como si fuesen imágenes del cine primitivo; mejor, como una inmensa fototeca, que trasciende cualquier cita de Susan Sontag y cuya “proyección sin fin se da en un cine secreto y continuado”. Porque el ejercicio que trama los diez poemas iniciales, con leves matices, vertebra también la gran mayoría de los poemas restantes. El poeta fija su mirada o hace estallar el fogonazo en un personaje (don Santiago o el tío Reinaldo, sus amigos de los 60 con la inclusión del veterano Luchi, sus hijas Laura y Constanza, sus camaradas Aníbal Ford y Jorge Rivera, las voces de Darío, Neruda o Borges, etc.) o en un lugar (Rivadavia al 18.300, una calle allá por Flores, el colegio secundario, la Universidad, el bar Ramos y extensiones, entre Salta y Chile, Brasil brasileiro, etc.) o en puntuales circunstancias de la vida y el trabajo (las últimas clases de los viernes, la enseñanza de la historia en el taller de forja JauretcheScalabrini, sus traducciones con Marcela, el amanecer en Córdoba, la escritura de fascículos o la renuncia al periodismo, su zambullida en el enjambre académico, un intermedio “gostoso” y otros tantísimos momentos de su terrenal errancia).

Leo todas estas divisiones y clasificaciones, de Eduardo o mías, como pertenecientes al orden de la burocracia literaria. Lo valioso, lo que leo tras este entramado es un poema, un largo río que fluye sobre un cauce lleno de afluentes y remansos. Eduardo Romano recuerda o su mirada recordante se posa sobre un personaje, un lugar o una circunstancia de su vida; enfoca y aprieta el disparador; la foto que se obtiene excede el objeto enfocado, porque al verla el ojo del poeta se vuelve un torbellino de enlaces, un puro salirse de los márgenes; así la foto resulta difícil de delimitar y menos de cerrar. Una vez más lo reitero, esa amplia y diversa fototeca configura un solo y muy rico poemario, un diálogo narrativo sobre la vida de Eduardo Romano en el marco de la historia que lo ha albergado, un relato hecho de versos donde resuenan tanto el habla coloquial, de la calle y el tango, como las bien poco respetadas normas de los manuales de estilo.

No quiero concluir este comentario sin algunas apostillas. La primera es estrictamente personal: hablé de ocho partes y sus muchas concomitancias, confieso ahora que muy particularmente “Reivindicación de la Constanz(i)a”, “Presencia del ausente”, “Inevitable muerte” y los otros rounds finales: “Cuando pienso/cuánto me falta vivir/y no me quedan años”, me golpearon duramente, como solo los grandes textos suelen hacerlo.

La otra tiene un carácter social, si se quiere. Días atrás asistí a la presentación de Puro Biógrafo en una sala de la Avenida Corrientes al 1500. En esa cálida reunión en que pude saludar a la rigurosa Elida Lois y al memorioso Raúl Santana, escuché las palabras del compañero Juan Sasturain y de la profesora Sylvia Saítta, quien al presentar el “libro quizá más personal, más íntimo” del poeta, concluyó con estas palabras que hago mías: “Creo que en este libro Eduardo Romano demuestra que se puede ser fiel a uno mismo, a un modo propio de pensar la vida y la política, a nuestras pasiones y nuestros desvelos aun cuando hablamos de medios masivos, de tango o de la poesía de los años cuarenta. Que cuando hablamos de Borges, de Arlt o de Homero Manzi estamos, en realidad, hablando de nosotros mismos”.

Jorge Lafforgue, octubre 2013

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La sociedad del specta-culo

Esperar: del lat.: Speto,as// Exspecto, as.
Esperar: Según Roque Barcia (*) del latín
esperare, confiar en que sucederá alguna cosa
buena.

Esta es una sociedad expectante:
espera el culo.
(un escéptico)

 

El cubano Héctor Zumbado popularizó la frase cagástrofe (1), síntesis ESPECTACULAR para calificar de un solo golpe la cultura kitsch, que los hispánicos llaman cursi y los anglosajones no tienen palabras para eso (a pesar de que la producen a toneladas). Nosotros tenemos el berreta (2) de gran amplitud semántica, en la que radica su peligro, ya que los berretas lo aplican a los más berretas. No obstante, dudamos que la riqueza semántica del término sea la causa de su marginación en el lenguaje de los “críticos” de arte.

Berreta es, en el Río De la Plata, da la máxima categoría de análisis aplicable a la “estética del brutto”, la estética de lo feo, la mal denominada “cultura de masas” (errónea porque pretende apuntar primariamente a quien la consume, no a quien la produce). Su utilización en el ámbito de la crítica carece de glamour, aún extraacadémico. Es que se parece a la piedra de Sísifo: el primer afectado sería el “crítico”.

Si la “cagástrofe” del cubano licua cagada y catástrofe, nuestro “berreta” (con sus “errrres” de ratón, rastacuero, ridículo) expele los sonidos inarmónicos, los chirridos del gusto barato, cuando no la delincuencia solapada.

La alianza naturalizada entre desocupación y medios de “comunicación” (mierdificación), casi ha logrado encubrir que la cultura del entretenimiento se alimenta de la cultura del hambriento. La cadena desocupación-hambre-destrucción (familiar, escolar, social) tiene a su principal responsable en el grupo kirchnerista gobernante que logra que logra perpetuar que el pueblo no delibere ni gobierne, ni sea representado por ningún partido político (ya que la práctica habitual que se ha sobreimpreso a la de la corrupción e ineficiencia, es el borocotismo). El sostén ideológico de ésta situación anida en los dueños de los canales de televisión y radio, en los burócratas empeñados en brindar “espectáculos de masas” donde “rockeros” (¡?) y “folkloristas”, liquidan la calidad popular trabajando de sirvientes del poder, a cambio de ser más miserables y “berretas” que lo habitual.

El caso de la “folklorización” resulta el más peligroso por cuanto se halla vinculado en un punto con la labor popular y, como tal, a una producción material y espiritual de primer orden que nos define como Nación DISTINTA. Como sustituto, se nos presenta el “folklore” transformado en “mierda de artista” en la que el soporte es el “intérprete” que destroza con sus alaridos y gorgoritos (y cobrando por ello) piezas varias, algunas de gran arte. Así Soledad Pastorutti, El “Chaqueño” Palavecino, “Los Nocheros”, Luciano Pereyra y otros desfilantes del antro Cosquinero, de la mano de empresarios coloniales y al amparo de intendentes, gobernadores, Secretarios de Cultura y Ministros varios, liquidan para la posteridad lo que llevó decenas y a veces centenas de años de trabajo artístico, anónimo y del otro.

En cuanto a los “rockeros”, ensamble del que solo escapan algunos talentosos que logran eludir -por poco- el universo de los curradores de la guitarrita, suelen terminar como las series norteamericanas: con el libreto secado, problemas psicológicos entre los personajes y con el actor principal drogado. Mientras, la estética berreta ocupa el lugar de la falta de talento.

Ni que decir del “gran medio” la televisión: hoy el cursus honorum no pasa por la Universidad sino por ella: Podemos contemplar a una “señora gorda” con apariencia de “profesor de filosofía” -¿o es al revés?- que “enseña filosofía” , otros profesores de escuela secundaria estancados en la ídem que escriben y hablan de “libros de historia”, una gorda licenciada en “vaya a saber que” enseña “sexualidad” por televisión, otro miserable que presenta su libro de “autoayuda”, y así.

A diferencia de la ambición del tango (mientras “el músculo duerme”), la cultura del entretenimiento no descansa: Lo esencial es que la atención, cansada, no ceda. Para ello la noticia visual es esencial. McLuhan, autor de algunos conceptos logrados, tiene éste: “El que pierde el poder de la vista, vuelve a caer en el estilo de vista tribal”. Dicho de otra manera: el modo de ver masificado por la limitación del horizonte y el discurso de lo liso (a fuerza de repetición).


Para ello, la síntesis Gobierno/Televisión resulta la cadena que intenta remachar la “cagástrofe” de estilo Gran Hermano (occidental y cristiano, eso sí) (3). En este punto el “tinellismo” (Ver editorial de éste Número), la alianza con la mafia del fútbol, el subsidio a “actores” y “actrices” (4), la pretensión de llevar a la pantalla ajustes de cuentas anti-históricos como lo hacen los norteamericanos (baste pensar en las Evita de Faye Dunaway y “Madonna”) son funcionales al fracaso gubernamental de alienar al pueblo mediante la forma sin contenido, contenido trivial o trivializado. La ideología Hollywoodense de ganar en el cine las batallas que se perdieron, es un complemento del objetivo de esa brutalización. No alcanza el “relato” -como bautizan “Clarín” y compañeros de ruta al discurso oficialista- para tapar la realidad. No hay tal relato oficial: hay frases hechas, repetición con la intención de crear un reflejo condicionado, pero la inestabilidad del mensaje, del medio y del receptor –por incapacidad del maquinista- tornan la aventura en un viaje tragicómico. El antídoto -al que de todos modos no hay que apostar la cura definitiva del alienado- forma parte también de un ámbito cultural: el de la economía, y se llama INFLACIÓN. Suele ser la cura de todas las imbecilidades: la realidad como electroshock.

El sistema auto-referencial del Gobierno, su creciente sectarismo y endurecimiento de posiciones en falsas “guerras”, cuyo resultado no resulta esencial al pueblo y que pueden resolverse en forma más barata y con criterio nacional, se une a su falta de autoridad moral. (Hasta los delincuentes que traicionan son repudiados por sus pares: La pelea del grupo kirchnerista con Clarín, tiene el mismo estatus ético que una pelea de la “Garza” Sosa con el “Gordo” Valor. Esto lo sabe el “stablishment” de la colonia, al que no le alcanzan los nuevos elogios del giro conservador del Gobierno para conquistar su confianza. Hacer negocios, si. Aliarse como lo hizo “Clarín”, no).

En uno de los “poderes” (en realidad, empleados) del Estado, el Legislativo, se votó sobre el posible futuro de “Papel Prensa” (falta el filtro de los tribunales todavía) algo que le interesa al pueblo menos que la bosta de paloma. Esa pretensión fracasada de involucrar al pueblo en la pelea mafiosa con el diario “Clarín” no deja de tener un atisbo positivo. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que la libertad de empresa editorial forma parte de las prioridades de la gente? Alguien cree que se trata de una “democratización” (!?) de los medios? (¿qué significa? ¿tendremos acciones o cuotas-parte en los “medios” y podremos votar -siempre que no nos roben los votos- el contenido de los programas?¿Podremos echar a los Rial, los Tinelli, los Morales, los Gvirtz, los Casella, los Grondona, los Leuco, a los “entretenedores” en los programas “periodísticos”, a las viejas prostitutas devenidas “señoras” conductoras y/o “panelistas” de la nada, etc. etc. etc.?.¿Podremos tirar a la basura los enlatados que vienen del norte? Seguro que no).

La utilidad de un diario guarda relación directa con su formato: a mayor tamaño más grande el pescado que se puede envolver. Hoy el diarios menos leído, La Nación, es el más útil.

El gobierno perdió la batalla ideológica a manos de Clarín y sus homólogos. La batalla por el papel es eso, una batalla de papel. A la –aun corta- distancia es francamente ingenuo pensar que la convocatoria de masas en el norte de África – origen de la ola que se llevó puestos -con ayuda de las “democracias “ occidentales- a varios tiranos locales, se realizó a través de los diarios. Por el contrario, se encontró parcialmente en manos de aquello que hace a los diarios perimidos: Internet y sus derivados de comunicación. Es difícil hoy que el Estado argentino con sus menguados recursos en la materia, pueda sobrellevar esta situación. En la crisis cualquier juguetito de comunicación es un arma, así la maneje un estúpido.

El diario, la revista (¿Cuántos los leen y creen en ellos?) son el alimento de una minoría colonizada, que permite sobrevivir a otra minoría colonizada (empresarios dueños del medio y sus sirvientes ideológicos: periodistas, diseñadores, fotógrafos, dibujantes; las poleas que transmiten el “mensaje”) . Como ejemplo tenemos a la “opositora” revista “Noticias” que crea un filósofo y un politólogo por semana y cuya única contradicción con el Gobierno pasa por la cuota de publicidad. El resto es cagastrofismo estético en sintonía “fina” con el cagastrofismo político del Gobierno. Curiosamente, la estética del Gobierno la determina la berretada de los medios opositores. Se trata de la cultura del pequeño burgués, de pasado pobre, que se encontró de pronto con los caudales públicos. Louis Vuitton es el equivalente de la pizza menemista.

Esta farsa es la continuidad de la otra: la del marginamiento del pueblo de la política, política que tiene como objetivo central el marginamiento del pueblo del trabajo, de la comida, de la educación de la seguridad, de la posibilidad de construir desde un presente. Sustraído el hoy a millones de argentinos, su mañana resulta carente de calidad, cuando no de imposible realización. El pueblo embrutecido, es barato. Y esa doble calidad, que es negación del pueblo, es posible porque existe un campo abonado por la falta de proteínas, de educación y de cultura.

Para ello el Gobierno del grupo Kichner pretende saturar la sociedad del speta-culo, intentando crear el reflejo condicionado mediante la degradación de la cultura popular. Cuenta con la complicidad de los “medios”, los propios, los aliados y los “opositores”, lanzados a la promoción de prostitutas, cafishios, travestis, drogones y farsantes de murgas que fungen como animadores, verdaderos monumentos a la burrada. Como diría H. Zumbado: la “cagastrofe”. Mientras se anula por decreto (después de ocho años de gobierno) el rubro 59 (rubro promocionado también por la tropa gubernamental), por otro lado la desaparición de mujeres, adolescentes y niños con destino a la prostitución no hace mella en el Gobierno. Este doble discurso es el que se trasmite a la población: No a la oferta de mujeres en el rubro 59, Si a la oferta de mujeres en el programa de Tinelli (para empezar, porque el resto de los programas fabricados en el gaterío municipal de “macrilandia”, también acompaña). La degradación femenina, acompañada por la música de violines del INADI contra la violencia “de género” (¿no será de “especie”?) se objetiva mediante las promesas de glúteos en tinellandia y las del tambo en “macrilandia”: todas las tetas colgando en los kioscos.

Tinelli y su gente (para empezar) tendrán que sentarse en el banquillo de los acusados. También hay estrago social ahí. Y como señala Roman Correa desde estas mismas páginas, debe declararse imprescriptible. Como los asesinatos cometidos en los 70.

 


(*)“Primer Diccionario General Etimológico de la Lengua Española”, Barcelona, F.Seix, Ed. s/f, Tomo II, Letras D-Hy, pág. 536. col 2, ´Etimología´.

 

(1) Reconociendo la autoría de otro isleño, Manuel Carbonell. Ver: H.Zumbado: “Kitsch, kitsch,¡bang, bang!”, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 1988, p.5.-

(2) El “Diccionario etimológico del lunfardo” de Conde (Buenos Aires, Perfil, 1998, p.43) define como: “adj. Aplicable a algo de fina apariencia y poca calidad/ 2. Falso, apócrifo, adulterado/ 3. Ordinario, de mala calidad”. Le remisión en el mismo Diccionario a “berretin” en su 6ta. acepción (“ano”) y 7ma. (“Escondrijo”….del italiano jergal ´berretino´ bolsillo, son ampliaciones de su significado original”) no tiene desperdicio. Tambien tenemos “berretero”, “berretinero”, “berretón/ona”. Por su parte, José Gobello e Irene Amuchástegui, en el “Vocabulario ideológico del Lunfardo” (Buenos Aires, Corregidor, 1998, p. 36, voz: “Falsedad”) agregan : “chanta, chantapufi, chantún, chantunazo, chiqué, doublé, falopa, fantasía, fayuto, fule, fulería, fulero, plaqué, trucho, yuto, zarzo de a dos”. Una lectura atenta del resto del “Vocabulario…” nos demuestra que solo el lunfardo, sin teoría, ha disecado hasta el tuétano el “cagastrofismo” rioplatense.

(3) La tentación fácil es asimilarlo al “estilo hitleriano” o “stalinista”. Pero lo impide la seriedad histórica: el nivel de nuestros medios está aún por debajo de la imbecilidad anglosajona (y no solamente por falta de recursos económicos).

(4) “Actores” y “actrices” que logran llenar su ego, extendido y profundo como la tangente, con dinero del pueblo que les permite una vida material agradable; mientras la “negrada” es subsidiada con media canasta familiar mensual y capacitada en rascar carteles de propaganda política con una espátula: Nuestros futuros ingenieros que hoy integran la estadística de los ocupados.

 

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PSICOLOGÍA DEL HINCHA

Como recordatorio del "fútbol para bobos" rescatamos una versión apologética (ver aquí) de los años 20 debida a José Gabriel (López Buisan)(1896-1957) y la precursora "Psicología del Hincha" un fragmento del libro "SHOT AL ARCO" de Monsieur Perichón, cuyo probable nombre era Juan Carlos Olmedo Varela: en los años 30 se adelantó a las consideraciones más ácidas de Dante Panzeri ("Fútbol, dinámica de lo impensado"-1967) sobre el enfermo futbolero, el hombre que sufre por causa del fútbol y que participa de la "locura de las masas".


d.a.



PSICOLOGÍA DEL HINCHA


Hay que hacer un distingo entre el hincha y el partidario. Por que si, fundamentalmente, a los dos los mueve la misma inclinación, los dos tienen distinto matiz psicológico. El partidario, en efecto, representa el tipo medio del entusiasta; el hincha, en cambio, constituye el tipo pasional. Uno no romperá jamás la armonía de su línea; el otro se dejará llevar en cada caso, por la violencia incontenible de su instinto footballísco. El hincha no razona; se limita a “sentir” a su club. El partidario discierne y, por consecuencia lo lleva a admitir el factor de la posibilidad. Existe en el tono de sus discusiones la serenidad que emana de ese mismo análisis. El hincha es otra cosa: es realmente, un dogmático. Cree porque cree. Su raciocinio rudimentario escapa a la gravitación de otra fuerza que no sea su ciega pasión por su club. Frente a la realidad, formulará las consideraciones más pueriles y absurdas para sacar adelante su tesis, siempre favorable a su pasión. En presencia del contrincante ocasional, nunca se declarará vencido. Y cuando la fuerza incontenible de la lógica lo haya arrojado a un rincón, surgirá de sus cenizas retóricas la definitiva mala palabra con la cual cubrirá, suciamente, su honrosa retirada. En el elogio del triunfo obtenido por su club enriquecerá al idioma con nuevos adjetivos laudatorios. Para el fracaso, también encontrará a mano la disculpa necesaria y rotunda que pone fin a la discusión. En resumen: el hincha es un hombre que vive y se desplaza en una única realidad: la que crea su fantasía pasional.

 

EL HINCHA Y SU TRAGEDIA

El hincha individualmente considerado, tiene una tendencia marcada al espíritu gregario. Huye de la soledad como de una mala sombra. Como en el fondo es un débil, necesita respirar el ambiente de la complicidad para estar a sus anchas. Mientras no sale de su barriada y se desplaza en el medio familiar y cotidiano, su individualidad adquiere un matiz vulgar. Todo le es propicio, entonces, para disimular el volcán partidario que lleva adentro. Será difícil allí reconocer al hincha en su faz propia. Pero la escena cambia de aspecto en cuanto el hincha se junta con los demás, en función solidaria y activa. Desde el momento que abre los ojos a la luz dominguera, con la visión obsesionante del match inminente, comienza el fermento de su acometividad interior. Hay ya prepotencia en sus gestos, en sus modales, en sus actitudes. El ritmo de la vida, plácida y sin alternativas – aferrada a la necesidad perentoria de vivir – se transforma, entonces, como si se hubieran abierto, de par en par, las ventanas de nuevas perspectivas. Se hunde, después, en la abigarrada multitud del field, colocado, naturalmente, en el sector amigo y propicio. Ya ha dado la primera exteriorización bullanguera, durante el trayecto, desplegadas al viento las insignias de su club que cobija, en forma guerrera, el anhelo incontenido de la victoria próxima. Y una vez en la cancha comienza a sufrir. Porque aquí reside la tragedia del hincha, señores. El no asiste al espectáculo mismo, en el deseo de presenciar un cotejo superior. El no ha desafiado las inclemencias del tiempo y las incomodidades de la distancia para darse el regalo deportivo de una lucha de contornos clásicos. El no está, ahí, apretado y sin aliento, con el fin de, aplaudir al vencedor, después de observar las bellezas incomparables del football de verdad. El se ha hecho presente, pura y exclusivamente para ver victorioso a su club. Todas las alternativas, entonces, lo obsesionan, pero desde este precario y anhelante punto de vista.

 

TRANSFORMACION DEL HINCHA

Afirmamos que, fundamentalmente, todas las hinchadas se asemejan. No podría ser de otra manera desde que el elemento constitutivo de las mismas es idéntico, Hay, sin duda, pequeñas diferencias de matiz al que da color la idiosincracia singular de ciertas barriadas. Pero este detalle poco importa frente al valor sustancial de la multitud footballística. El ambiente del field es, siempre uno. Desde que el partido comenzó todo ese ambiente se refleja, con exactitud fotográfica, en la cara del hincha. Vedlo: su fisonomía contraída, sus músculos en tensión, el color arrebatado de sus facciones patentiza las alternativas extraordinarias de la lucha que se desarrolla sobre el verde césped de la cancha. No es necesario presenciar el cotejo para hacer deducciones. El hincha se encargará de darnos, a cada instante, la sensación real de lo que allí pasa. Ha perdido, bajo la influencia tremenda de su pasión, el control de sí mismo. Aplaudirá, vociferará, imprecará, insultará, gritará cosas horribles según marche el team de su club en la competición presente. Pacífico comerciante, buen padre de familia, obrero humilde y silencioso, aristócrata desaprensivo, honesto ciudadano, ladrón consuetudinario o rufián con un pie en la cárcel, su condición de hincha nivelará, por unas horas de field, tan diversos destinos. El football ha tenido esa suprema virtud; la de igualar las cabezas de los más distintos tipos bajo las sugestiones de una idéntica pasión; la de nivelar los corazones con una misma ansia de victoria final.

 

EL ELOGIO DEL HINCHA

Bienvenido sea el football si, de esta suerte, realiza sus funciones de armonía democrática. No importa que alguna vez el hincha desborde su entusiasmo, en forma poco académica o mediante exteriorizaciones algo contundentes. Si lo hace no lo mueve ningún interés de mezquino lucro personal; lo anima únicamente su pasión deportiva, ciega y sorda a la dura realidad que los rodea, como son todas las pasiones humanas Por lo demás, aquella multitud, abigarrada y anhelante, ostenta para su bien, la estética armonía de su contextura interior. Ella no tiene la culpa de que todos los hombres honrados lleven adentro a un criminal en potencia.

 



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“Teoría de la locura de las masas”

Reproducimos la “Teoría de la locura de las masas” de Fernando Pagés Larraya (1923 - 2007), uno de los nombres grandes del pensamiento argentino quien, como tantos otros, solo tiene presencia en pequeños círculos o es directamente desconocido. El negacionismo colonial que ha sustituido la conspiración de silencio por la saturación periodística de profesores de filosofía, psicoanalistas, sociólogos y tanto bruto con patente, no puede hincar el diente ni elaborar soluciones con base en tareas como las de Pagés pues las mismas pondrían de relieve el vacío de su existencia, la noche oscura del alma con su único enlace místico en el suicidio.

Es que esta intelligentzia no tiene vida, tiene libros.


PAGÉS FERNANDO LARRAYA, un argentino de provincia, de Mendoza, con algún pariente victimado en las guerras civiles del s. XIX, fascinado con las fuerzas enloquecedoras que devoran el “Facundo” y a su autor (1) fue médico a mediados del siglo pasado, luego psiquiatra y doctor en medicina (con la tesis “Sociedades experimentales de animales”, base de su libro “Estudio de la simpatía a través de animales en sociedades experimentales” 1957). Estudió en Europa con Ludwig Biswanger entre otros creadores en su campo y en EEUU con Koch. De vuelta al País alternó la docencia con su creciente inclinación hacia la denominada psiquiatría transcultural y la antropología psiquiatrica. Científico atento, se sirvió de las teorías como herramientas sin reducirlas a epifenómeno ideológico. En los 70, en plena ebullición política funda el Programa de Investigaciones sobre Epidemiología Psiquiátrica y extiende el relevamiento de las patologías mentales a todo el territorio argentino, excediendo los iniciales grupos aborígenes (en este campo produjo la SUMMA en cuatro tomos que es “Lo irracional en la cultura” -1982).

Fruto de ese esfuerzo de campo el equipo encabezado por Pagés comenzó a publicar en 1980 los trabajos de la “Documenta Laboris” iniciado con la “Teoría de las isoidias culturales argentinas” y concluido con la “Teoría de la locura de las masas. Epílogo del Programa de In vestigaciones sobre Epidemiología Psiquiátrica” (1987). Su “Barroco africano-Investigaciones de psiquiatría transcultural en poblaciones negras tradicionales de América Latina” (1995) fue su profundo viaje por las enfermedades mentales de descendientes de africanos en América y, al igual que “La Bacanal de los niños. Antropología del Chico de la Calle” (1998) un boleto sólo de ida al URGRUND, al otro lado del espejo, a la nada en la que anida la posibilidad humana pero también su pérdida: la vuelta de tuerca (de la razón) al mundo que genera el monstruo de la razón. El vislumbre del abismo que le permitió la tarea de psiquiatra y su travesía por culturas que mantenían unidas - a veces por el horror- distintas temporalidades, junto a su inmensa piedad por los hombres, le permitió estar atento hasta el final (y preguntar por ejemplo “quién es ese loco que anda juntando mi obra”?) aunque cercado por la melancolía. No obstante esa brecha irremediable por la que transitó, el peaje que supo pagar por el conocimiento del mundo del hombre, nos heredó tareas, resultados y afirmaciones ilevantables (“la locura es la hermenéutica de la cultura”). Nos queda la sospecha de saber si no es precisamente la dimensión política la que le faltaba transitar a Don Fernando para perseguir el cuidado, la CURA de la fábula de Higinio, capaz de transformar la piedad y la melancolía en el bálsamo del terror de quienes, como hombres, nos hallamos solicitados por los horrores de la visión del infierno de nuestra propia muerte. Sea o no así, Fernando Pagés Larraya es nuestro ejemplo nacional, en el campo de la psiquiatría, de que la grandeza también se construye con retazos.

d.a.


TEORIA DE LA LOCURA DE LAS MASAS.

EPILOGO DEL PROGRAMA DE INVESTIGACIONES

SOBRE EPIDEMIOLOGIA PSIQUIATRICA DEL CONICET (##)


Palabras clave: Psiquiatría transcultural - Locura y cultura - Epidemiología - Antropología psiquiátrica - Argentina.

 

Como “espejo siniestro de la cultura” aparece esta “Metafísica de la locura” y el loco como víctima de la violencia de sus conflictos. Esto vino a reforzar la antropología “trágica” que ya estaba latente en las antiguas pestes, en las batallas, en los suicidios en masa.

Se ha pretendido determinar el espacio de juego de la locura en nuestro contexto cultural por medio de una encuesta de síntomas avalada internacionalmente.

El análisis de la locura despliega una hermenéutica de múltiples niveles que permite sacar a la luz las estructuras más profundas y conflictivas de nuestra cultura.

Si bien se aborda principalmente la locura como categoría psiquiátrica, no es menor su incidencia en tanto categoría de la antropología cultural, a lo que cabe agregar su consideración como categoría literaria, el desciframiento del discurso psicótico como categoría lingüística, la necesidad de su contextualización sociológica y su fundamentación en categorías filosóficas y hasta teológicas.

La locura como categoría del espíritu es el esfuerzo denodado de comprender su liberación “en esta trampa del destino que lo engaña en cuanto a una libertad que no ha conquistado”.

Después de una consideración de textos de dos figuras decisivas para la historia filosófica de la locura —Kant y Hegel—, se recalca el puesto clave en tu historia de la psiquiatría de Ludwig Binswanger y su concepción de la Ideenflucht (fuga de ideas). Finalmente, la teoría de la locura de las masas (Massenwahntheorie de Broch —locura doble de fragmentación por una parte, y de extravío y paranoia del poder, por otra— muestra un análisis universalmente válido dentro del cual se inscribe el modelo particular, recurrentemente trágico, de nuestra cultura. Este modelo se identifica como Massenwahntheorie VII, es decir, como prolongación de la ingente obra emprendida por Broch.

 

METAPHYSICS OF MADNESS

This “Metaphysics of Madness” appears as a “sinister mirror of madness”. and the madman as a victim of the violence of his conflicts. This has come to reinforce the “tragic” anthropology which was already latent in the ancient pests, in the battles, in the mass suicides.

An effort was made to determine the space where madness operates in our cultural context by means of an internationally guaranteed survey of symptoms.

The analysis of madness lays out hermeneutics of multiple levels through which the most profound and conflictive structures of our culture become visible.

Even if madness is principally entered upon as a psychiatrical category, it presents a similar incidence as a category of cultural anthropology, it being necessary to add besides its importance as a literary category, the deciphering of the psychotic discourse as a linguistic category, the necessity of a sociological contextualization and its foundation on philosophic and even theologic categories.

Madness as a category of the spirit is the daring effort of understanding its liberation “in this deceit of destiny which fools it as to a liberty it has not conquered”.

After a consideration of texts of two decisive figures related to the philosophic history of madness —Kant and Hegel— the important position of Ludwig Binswanger and his conception of the Ideenflucht (flight of ideas) in the history of psychiatry is brought out. Finally, the theory of the madness of the masses (Massenwahntheorie) stated by Broch —a double madness of fragmentation, on the one hand, and of aberration and paranoia of power, on the other— shows a universally valid analysis in which the particular, recurrent tragic model of our culture inscribes itself. This model is to be identified with Massenwahntheorie VII, i.e., as a prolongation of the prodigious work carried out by Broch.

 

METAPHYSJK DES WAHNSINNS

Wie ein “unheimlicher Spiegel der Kultur”, kommt diese “Metaphysik des Wahnsinns” und der Verrückte als Opfer der Gewalt ihrer Konflikte zum Vorschein. Dies steigert die “tragische” Anthropologie, die schon in den alten Pesten, in den Kämpfen, in den Massenselbstmord latent war.

Man versucht den Spielraum der Verrücktheit in unserem kulturellen Kontext durch eine international bestätigte Syntomensuntersuchung zu bestimmen.

Die Wahnsinnsanalyse entwickelt cene vielfältige Hermeneutik, die die tiefsten und konfliktivsten Strukturen unserer Kultur ans Licht bringt.

Obwohl man den Wahnsinn prinzipiell als psychiatrische Kategorie behandelt, wird er jedoch auch als Kategorie der kulturellen Anthropologie aufgewiesen. Dazu mubman Verrücktheit ebenfalls als literarische Kategorie, mit besonderer Rücksicht auf die Entzifferung des psychotischen Diskurses als lingüistiche Kategorie, die Notwendigkeit einer soziologischen Kontextualisierung und ihre Begründung auf philosophische und sogar theologische Kategorien in Betracht nehmen.

Die Verrücktheit als Kategorie des Geistes ist das Bestreben zum Verständnis seiner Befreiung “in dieser Schicksalfalle, die ihn in Beziehung auf seine nicht eroberte Freiheit täuscht”.

Nach der Textauslegung von zwei der hervorragendsten Gestalten der philosophischen Wahnsinnsgeschichte —Kant und Hegel—, betont man Ludwig- Binswangers Ideenfluchtskonzeption als Schlüsselpunkt der modernen Geschichte der Psychiatrie. Endlich zeigt Brochs Massenwahntheorie —und sein Hinweis auf den doppelten Wahnsinn als Zersplitterung einerseits und als Verlorenheit und Machtparanoia anderseits— eine allgemeingeltende Analyse in welche sich auch das besondere, wiederholt tragische Modell unserer Kultur einschreibt. Dieses Modell wird als Massenwahntheorie VII identifiziert, d.h., als Fortsetzung Brochs groben Werkes.


TEORIA DE LA LOCURA DE LAS MASAS

Se acerca Dios en pilchas de loquero y ahorca mi gañote con sus enormes manos sarmentosas; y mi canto se enrosca en el desierto. ¡Piedad!

Jacobo Fijman

“Molino Rojo”


I. Introducción. En una conferencia sobre Baruj Spinoza, dictada en la Sociedad Hebraica de Buenos Aires en 1926, el psiquiatra argentino Alejandro Korn (1860-1936) pareció identificarse, por su humor trágico, con el fervoroso Uriel Acosta, el del “arrepentimiento inútil” que se arrojó en el umbral de la sinagoga portuguesa de Amsterdam para morir hollado por las pisadas de los hombres.

Existe un momento en la vida del psiquiatra en que es acometido por la desesperación del moderno Edipo, que será devorado por la Esfinge, que no pregunta ahora acerca del cómo del hombre, sino de su porqué … y nada puede responderle con la miseria de su antropología.

Existe en la vida de Alejandro Korn un díptico que lo hace modelo del inexorable arrepentimiento del psiquiatra: el haber redimido por el fuego de Heráclito el pabellón de locas del manicomio de Melchor Romero; y haber utilizado la filosofía como camino de su desesperación, aunque se extraviara en él al buscar la solución al gran enigma.

La contemplación de la tragedia de la locura exige, por lo tanto, una suprema catarsis.

En una época ensombrecida de la historia argentina (1976-1983), se llevó a cabo una investigación acerca de la prevalencia de su patología mental en el contexto de una investigación antropológica.

Se utilizó como vademecun (1. 2) para detectarla, una encuesta de síntomas consagrada para el uso internacional y experimentada en las culturas de occidente, para indagar específicamente acerca de la esquizofrenia: una nueva “categoría” social en la que se agrupa a los hombres estatuas, fugitivos de los aguijones de la cultura, en cuya sugestibilidad omnímoda alcanza la masa, según Elías Canetti (3), su dimensión metafísica; en sus exempla, un hombre oía a 729.000 muchachas y otro la susurrante voz de la humanidad. Gilles Deleuze (4) veía en ella, la encarnación de la palabra profunda, el emblema del cuerpo-colador, cuerpo-dividido y cuerpo disociado; en fin, el hombre que ya no se acompaña más con Jabberwockey (5) – el nombre superficial del sinsentido— sino que es el sinsentido, más allá de los juegos de la lógica y la teoría de las ciencias.

En esta investigación que abarcó en su totalidad la masa de la población argentina, ante el espectro de su cultura que clamaba al pie de su sepultura como el coro de los lemures goetheanos del segundo Fausto, se evidenció un desgarramiento universal, en el que la descripción trascendió a una explicación del hombre, formulada en el silencio de sus descarnadas estadísticas.

El análisis epidemiológico de la locura en la Argentina, la aunó a sus antiguas pestes, a los suicidios en masa, a sus batallas y fue el indicador de una marca ontológica.

II. La locura como hermenéutica de la cultura. A través de monografías ásperas y desparejas, poseídas por un ritmo interior desconcertante, centradas en el tema único de la locura, que se oculta y transfigura en los textos en el juego de ensoñaciones y de una lingüística exasperada por el hermetismo de su tema, apareció el elipse barroco de nuestra cultura americana (6), nacida “de árboles, de leños, de retablos y de altares, de tallas decadentes y retratos caligráficos y hasta neoclasicismos tardíos; de ese barroquismo que surge de la necesidad de nombrar las cosas”.

Hubo locos de la luz y de la sombra, de fastos de glorias delirantes, los hubo quebradizos, y de empresas, alguno de ellos cargó sobre su cabeza un Espíritu Santo de dos metros por cuatro, y otro escuchó las discordancias en que no reparó Pitágoras, en la música de las esferas cósmicas.

Trasuntó en la locura la tristeza de nuestra etopeya latinoamericana, que expresara Alejo Carpentier (7) en un oxímoron de sus actos memorables: mencionado en la Crónica de Alfonso XIII, de quien sólo se sabe que gobernó, reinó dos años y murió comido por un oso, o por hablar de tu mundo, aquel Bartolomé Cornejo que en San Juan de Puerto Rico abrió, y con la anuencia de tres obispos, la Primera Casa de Putas del Continente, el día 4 de agosto de 1526”.

La locura reveló también la raíz precolombina de América, en los desteñidos despojos de las culturas arcanas, utilizados para explicar y redimir la intensa tragedia que emergía de su tierra lacerada.

El análisis de la locura en la “masa” argentina dio lugar, como en la construcción de la Muralla China de Franz Kafka (8), a un viaje a través de las almas de casi todas las provincias. .“Sus pruebas no sólo consistían en escritos y crónicas, sino en investigaciones sobre el terreno mismo, sabiendo que la obra fracasaría y debía fracasar por la debilidad de sus cimientos”. Como en “Die Prüfung” (9), el relato necesario de ese autor, que completa el viaje circular e interminable, la obra debía fracasar, porque “el examen” implícito en ella sólo era aprobado por el que no respondía a sus preguntas.

El topos de la locura origina magnitudes semánticas variadas, categorías de significación tributarias del núcleo cardinal que las genera: la locura como objeto de la gnoseología psiquiátrica; la locura como categoría cultural, inexplicable sino en el seno de una determinada cultura tópica; la locura como categoría literaria, componente del nivel semántico, dentro del orden descriptivo de la inventio, del universo semiológico textual, status tropológico, en la que se transfigura en entidad metasemiótica; la locura como categoría lingüística, que tiene su “cifra”, su código propio de escritura en el discurso psicótico; la locura como categoría filosófica, u onto-teológica; como síntoma sociológico; como iluminación de la poesía y el éxtasis... Un abismo, en fin, tan insondable como la muerte.

La locura es una hermenéutica de la cultura.

João Guimarães Rosa (10) en la magna novela americana Gran Serton: Veredas, describió la locura ontológica y la de los encadenados, como entelequia del gran año de nuestra tierra:

“¿Eh? ¿eh? Lo que más pienso, atestiguo y explico: todo el mundo está loco. Usted, yo, nosotros todas las personas. Por eso es por lo que se necesita principalmente la religión: para desenloquecerse, desenlocar. El rezo es el que sana de la locura...”

“Como le dio a una moza, en el Barrizal-Nuevo, aquella desistió un día de comer y sólo bebiendo por día tres gotas de agua de pila bendita, a su alrededor empezaron los milagros. Pero el delegado regional llegó, trajo a los reclutas determinó el desbande del pueblo, trasegaron a la moza para el hospicio de locos...”

“Por que en un crujido del tiempo, ya había surgido viniendo millares de seres, para pedir cura, los enfermos condenados: lázaros de lepra, tullidos por horribles formas, heridientos, los ciegos más sin gestos, locos encadenados, idiotas, héticos, hidrópicos, de todo: criaturas que hedían”.

“No te parece a ti que todo el mundo está loco? ¿Qué uno sólo deja de estar loco en los momentos en que siente el valor completo o el amor? ¿O en los momentos en que consigue rezar?”

José Maria Arguedas (11), en el memorial de su suicidio, en el que nos arrebató a todos. El zorro de arriba y el zorro de abajo, utilizó como sus escrituras al loco Moncada:

“Yo soy torero de Dios, soy mendigo de su cariño, no del cariño falso de las autoridades, de la humanidad también. ¡Miren!”

“Miren cómo toreo las perversidades, las pestilencias. Yo soy lunar negro que adorna la cara... Yo soy lunar de Dios en la tierra, ante la humanidad. Ustedes saben que la policía me ha querido llevar preso otras veces porque decían que era gato con uñas largazas de ladrón. Yo no niego que soy gato, pero robo la amistad, el corazón de Dios, así araño yo...”

“Orbegozo Moncada, presidente del Perú, dueño de la hacienda Moncada. ¡Never! ¡Never!, luego señaló el muñeco. Este negro calumniado, colgadito, de quien se acordarán los siglos de los siglos. Dios vino descalzo como él; como a él lo colgaron, no como a mí. A mí, una vez de las patas en la comisaría”.

Julio Cortázar en Rayuela, su libro sagrado de nuestras mutaciones, transforma: la ciudad en circo, y éste en manicomio:

“... y se iba acostumbrando a sustituir tragasables por esquizofrénicos, y fardos de pasto por ampollas de insulina”.

“Y los Campo Flegreos, y lo que Horacio había murmurado sobre el descenso, una insensatez tan absoluta, que Manú y todo lo que era Manú y estaba en el nivel de Manú no podía participar en la ceremonia, porque lo que empezaba ahí era como la caricia de la paloma, como la idea de levantarse para hacerle una limonada a un guardián, como doblar una pierna y empujar un tejo de la primera a la segunda casilla, de la segunda a la tercera. De alguna manera habían ingresado en otra cosa, en ese algo donde se podía estar de gris y ser de rosa, donde se podía haber muerto ahogada en un río... y asomar en una noche de Buenos Aires para repetir en la rayuela la imagen misma de los que acaban de alcanzar, la última casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban”.

El poeta Antonio Campbell, de Nicaragua, buscó la redención de la locura cotidiana mediante la instauración de la “locura mayor”:

“Los locos son como respuestas que nadie ha pedido. Son como los rayos de una carreta sin ejes, como la lluvia que azota de abajo hacia arriba, como pilotos de pruebas atascados en el barro celeste. La ciudad respira por los pulmones de sus locos, va en los automóviles que conducen sus locos; ordena, obedece, y hace trampas a través de sus locos.

El abogado diseña las casas y el hechicero canta la misa, el maestro vende pescado y el camillero sirve en las cátedras. Se necesitaría una locura mayor para acabar con este manicomio”.

Las tres gotas del agua de pila del alimento celeste, la profecía alucinada, el obscuro destino de los perros de los Campos Flegreos, el deshonor de las rosas que mataron a Rainer Maria Rilke y el sacrificio del poeta por la amabilis insania, nos conducen al tratamiento de metafísica de la locura, para la demostrar y explicar nuestra aventurada tesis de que es ella el espejo siniestro de la cultura.

El grito del Poimandres tratado por Hermes Trimegisto, la sombra de Hécate inventora de la hechicería, perra, yegua tricéfala, loba de la noche, que engendra la locura de los encadenados, son máscaras, que caen ante el saber filosófico.

Debemos partir, para acercarnos a ese saber, de la noche de la Bonneval en el otoño de Paris de 1946, en la que Jacques Lacan (13), fundado en la filosofía hegeliana, desterró el último intento hipocrático – del órgano-dinamismo de Henry Ey – de aherrojar la locura a la descomposición de nuestro cuerpo, y la liberó para tratarla con las categorías del espíritu: ‘En fin je crois qu’a rejeter la causalité de la folie dans cette insondable décision de l’étre oú il comprend ou méconnait sa libération, en ce piége du destin qui le trompe sur une liberté qu’il n’a point conquise,je ne formule rien d’autre que la loi de notre devenir, telle que l` exprime la formule antique: *

Las Gernütskrankheiten** de Immanue1 Kant, los juegos dialécticos de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, y la ideenflucht*** de Ludwig Binswanger, nos brindarán las tres categorías metafísicas de la locura, que no son sino las de nuestro espíritu.

La Anthropologie in pragmatischer Hinsicht (1978), de Immanuel Kant (14), constituye sin duda el tratado más importante de la psiquiatría del siglo XVIII. En esta obra desprolija y apasionada, escrita después de las tres críticas, Kant radica la locura en el campo de la filosofía y afirma que el loco debe ser enviado, para su tratamiento, a la facultad que se ocupa de ella: “...ihn an dic philosophische Fakuktät verweisen”****

Como prolegómeno de su tratamiento se enuncian las dimensiones de la imaginación, tan importantes para sustentar una teoría acerca de ella: imaginatio plastica (espacio), imaginatio associans (tiempo), affinitas, y facultas diyinatrix. Pero la locura en sí está en el campo del conocimiento, el apartado en el que se realiza su conceptualización tiene una dimensión clara y específica, el de las debilidades y enfermedades del alma con respecto a su facultad de conocer: “Von den Schwächen und Krankheiten der Seele in Ansehung ihres Erkenntnissvermögens”*****.

¿Qué diferencia fundamental existe, entonces, entre el loco y el hombre que no lo es aun entre el loco y el hombre más sabio, estando también este último condenado a la incognoscibilidad radical de los nóumenos?

Su concepción procesal de la enfermedad mental -“Unsinngkeit oder Wahnsinn” etimológicamente: el sinsentido o el sentido vacío—, radica en una discordancia de la imaginación con las “leyes” de la experiencia, y es aquí donde alcanza su más curioso encumbramiento la teoría kantiana; distingue en ella: “Phantas” (Grillenfänger), fantaseador cazador de grillos, que habitan en él; “Enthusiast”, en el que alienta la emoción vesánica (Wahnwitz oder Aberwitz); y “Raptus”, de inesperados arrebatos... No hay nada, por cierto, que extrañe a los continuos y arrebatados juegos de la imaginación del tiempo, el espacio, la affinitas y la facultas divinatrix, del hombre kantiano.

Nada agrega a ello su bello tratamiento de la taciturnidad, del cavilar sin finalidad alguna*, y sus disquisiciones acerca de la superstición.

La contemplación del loco, como un espejo deformante de nuestra alma, es tratado por Kant como “sympathetisch Rasender...”, en quien la conmoción y el contagio sobrevienen ante el “furioso” ciceroniano, en el que el furor es un equivalente latino de la manía divinizada en el Fedro de Platón; la fascinación por el loco, que lleva a asomarse a su celda; la tropología popular —que aparece en la nomenclatura kantiana—, como el “würment” el tener gusanos en la cabeza de los locos, o grillos (“eine Grille”), o el cabalgar sobre caballos de palo (“das Steckenpferd”); y en fin, la percepción en ellos de una qualitas occulta, una capacidad de presentir o profetizar.

Kant distingue la “enfermedad del alma” (Seelenkramkheit) y la ausencia o falta del alma (Seelenlosigkeit), como ocurre en los cretinos de Walliserland.

Las enfermedades del ánimo -“Gemütskrakheiten” -son: la Grillenkrankheit (Hypochondrie) y la Manie.

Kant realiza una descripción magnifica del delirium. Al tratar la Hypochondrie, la enfermedad de los “grillos en la cabeza”, la asocia al temor a la muerte acompañado por una irreprimible angustia.

La melancolía puede también ser, para él, una mera ilusión de ser desgraciado, que lo lleva al tormento de sí mismo, al estado taciturno.

En el momento crucial de su meditación admite la imposibilidad de sistematizar la locura, a la que considera esencia e incurable, como una categoría oculta del alma humana.

La locura es, para él, un extravío en lo ignoto. El único síntoma universal de la locura es la pérdida del sentido común y el sentido privado lógico, que lo reemplaza. Das einzige allgemeine Merkmal del Verrücktheit ist der Verlust des Gemeinsinnes (sensus communis) und der dagegen eintretende logische Eigensinn (sensus privatus)...

Sus cuatro dimensiones son: Unsinnigkeit (Amentia), que es la imposibilidad de ordenar las representaciones (Vorstellungen), en la conexión necesaria, ni siquiera para que sea posible la experiencia; Wahnsinn (Dementia), se cumplen en ella las leyes formales del pensar, que hacen posible la experiencia, mas a causa de una “falsa imaginación plástica”, se tiene por percepción representaciones ficticias; Wahnwitz (Insania), es un juicio perturbado, esta locura es ciertamente metódica, pero sólo fragmentaria; la mente es engañada por analogías que se confunden con conceptos de cosas semejantes entre sí, y de esta manera la imaginación desarrolla un juego similar al del entendimiento, enlazando cosas incongruentes y presentándolas como el universal bajo el que estaban contenidas estas últimas representaciones. El loco de esta especie es incurable, porque -como el poeta en general-, es creador y está entretenido por su polifacetismo: Aberwitz (Vesania), en la que el enfermo psíquico se remonta por encima de la escala entera de la experiencia, se figura concebir lo inconcebible...

La modernidad de la psiquiatría de Kant lo lleva a analizar el efecto psicotizante de algunas drogas. Cuenta por ejemplo que James Harrington (1611-1677) cayó -a consecuencia de una dosis demasiado fuerte de guayaco-, en su delirio en el que afirmaba que sus espíritus vitales se evaporaban en forma de pájaros, moscas, grillos...

Todo el texto, apasionadamente contemporáneo de Immanuel Kant, es una contradictio in adjecto.

Al reducir a una cohorte de locos la imposibilidad del conocimiento, reduce a la nada esa imposibilidad esencial del conocer que emerge de las dos críticas, contradice, por lo tanto, las tres leyes seculares del pensamiento, expresadas, con su natural criticismo, muy simplemente en el manual de Morris R. Cohen y Ernest Nagel de la siguiente forma: si una cosa es A, ella es A; nada puede ser al mismo tiempo A y no A; ninguna cosa puede ser o A, o no A... Vale decir que la reflexión nos lleva a afirmar, que la antropología de Immanuel Kant, es en su aspecto esencial, lo mismo que su antropología de la locura. Como en el caso de la tortuga de Lewis Carroll, nuestra reflexión kantiana de la locura, como tragedia del conocer, hace un llamado a una regla de un nivel superior que la justifica, tal es la condición de incognoscibilidad esencial de hombre.

La locura es en Kant una forma de comprensión del conocer, y por lo tanto se integra en su concepción del hombre, ya que en el nivel trascendental de la gnoseología kantiana, se unifican en su esencia, y el loco deviene así el ser marcado por la tragedia del sujeto cognoscente frente al enigmático objeto del conocimiento.

La antropología kantiana afirma nuestra tesis de la que la locura es una forma hermenéutica, una explicación por el asombro, de la cultura.

George Wilhelm Friedrich Hegel (15), ahondó la modernidad metafísica de la locura en la Enziklopädie der philosophischen Wissenschaften im Grundrisse (1830), mediante un enunciado trascendental para la gnoseología psiquiátrica:

A causa de la inmediatez, por la que todavía está determinado el sentimiento de si mismo, vale decir, a causa del momento de corporeidad que es todavía diferente de la espiritualidad, y en la medida en que el sentimiento mismo es también una corporificación particular y aun cuando el suieto se haya formado culturalmente hasta llegar a ser una conciencia razonable (verständiges Bewubtsein), es todavía susceptible de enfermedad, por el hecho de que pueda aferrarse a la particularidad de su sentimiento de sí, (particularidad) a la que no puede preelaborar (verarbeiten) y superar hacia una idealidad. El sí mismo cumplido (das erfüllte Selbst) de la conciencia razonable es el sujeto como la conciencia consecuente que se ordena según su particularidad y a ella se atiene tanto en conexión con la posición exterior como respecto de su mundo ordenado interiormente. Pero prisionero (el sí mismo) de la determinación particular, no le indica a tal contenido el lugar razonable y la subordinación que le compete en el sistema cósmico individual que es un sujeto. El sujeto encuentra de esta manera la locura (Verrücktheit)* en la contradicción entre la totalidad sistematizada de la conciencia y la determinación particular no fluidificada, ni ordenada ni jerarquizada en ella (en la totalidad). Al considerar la locura (Verrucktheit), ha de anticiparse al mismo tiempo la conciencia formada y razonable (das ausgebildete, verständige Bewubtsein), sujeto éste que es simultáneamente el sí mismo natural del sentimiento de sí (naturliches Selbst des Selbstgefühls). Dentro de esta determinación, es capaz de caer en la contradicción entre su subjetividad libre y una particularidad que no llega a ser ideal en ella y se fija (o detiene) en el sentimiento de sí. El espíritu es libre y por ello incapaz de esta enfermedad para sí. Fue considerado por la metafísica anterior como alma, como cosa, y tan solo en cuanto cosa es decir, como algo natural y entitativo es capaz de locura (Verrücktheit), de la finitud en él. Por eso, es ella una enfermedad de lo psíquico; sin separar lo corporal y lo espiritual, el comienzo puede aparentar salir más de un lado que del otro y, del mismo modo, la curación. En tanto sano y ponderado tiene el sujeto una conciencia presente (präsentes Bewusstsein) de la totalidad ordenada de su mundo individual, en cuyo sistema subsume y jerarquiza -en el lugar razonable cada contenido particular de la sensación, de la percepción, del deseo, de la inclinación que se presenta; es el genio dominante (herrschende Genius) sobre estas particularidades. Es como la diferencia entre la vigilia y el sueño, pero el sueño cae aquí dentro de la misma vigilia. El error (errancia: Irrtum), y cosas semejantes, es un contenido recibido consecuentemente en aquella conexión objetiva. Pero, concretamente, es muy difícil decir cuándo empieza a ser “sin sentido” (Wahnsinn). Así una vehemente pero, de acuerdo con su contenido, insignificante pasión de odio, etc., puede aparecer como un estar afuera de sí del (Wahnsinn) contra la ponderación y mesura (equilibrio: Halt in sich) más elevadas que han de ser presupuestas. Pero éste (Wahnsinn) contiene esencialmente la contradicción de un sentimiento que ha llegado a ser corporal entitativo (seiend) contra la totalidad de las mediaciones que es la conciencia concreta. Es enfermo el espíritu que está tan sólo determinado como entitativo en la medida en que semejante ser se encuentra sin diluir en su conciencia. El contenido que se hace libre en esta su naturalidad, son las determinaciones egoístas del corazón: la presunción, el orgullo y las otras pasiones, y las ficciones, esperanzas, amor y odio del sujeto. Este terreno deviene libre en la medida en que retrocede el poder de la ponderación y de lo universal, de los principios teóricos y morales respecto de lo natural, poder que comúnmente mantiene a lo natural sometido y escondido; ya que este mal está en sí en el corazón porque éste es, en tanto inmediato, natural y egoísta. Lo que llega a ser dominante en la locura (Verrücktheit) es el genio malo del hombre en oposición y contradicción con lo mejor y razonable que está al mismo tiempo en el hombre, de modo tal que este estado de conmoción y desgracia del espíritu en él mismo.- Por eso, el tratamiento propiamente psíquico sostiene también el punto de vista de que la locura (Verrücktheit) no es una pérdida abstracta de la razón, ni por el lado de la inteligencia ni de la voluntad y su imputabilidad, sino tan sólo locura (Verrücktheit), tan sólo una contradicción en lo que hay todavía de razón, así como la enfermedad física no es una pérdida abstracta, vale decir, total de la salud (semejante pérdida sería la muerte), sino una contradicción en ella. Este tratamiento humano, vale decir, tan complaciente como razonable -Pinel merece el reconocimiento más alto por los méritos a causa de este tratamiento- presupone al enfermo como racional y en esto tiene su apoyo firme para captarlo por este lado de la corporeidad en su condición de viviente que, en tanto tal, todavía contiene salud en sí.*

La tesis de Hegel sobre la locura sostiene que ésta no es la pérdida lisa y llana de la razón, como tampoco en el caso de una enfermedad física hay pérdida total de la salud, lo cual implicaría la muerte. Por el contrario, tanto para él como para Descartes, la razón es un punto de apoyo firme, un verdadero punto de Arquímedes a partir del cual se efectúa la movilización propia de la conciencia.

Sin embargo, hay locura en la medida en que la subjetividad —enfrentada con una triple contradicción— fracasa en el intento de mediación dialéctica y deja los polos de la contraposición abstractamente enfrentados, detenidos en su particularidad.

La primera contradicción surge en la inmediatez característica de momento de corporeidad. El mismo sentimiento de si está en ella como corporificado, prisionero de lo particular fijo y en franca contradicción con esa totalidad dialécticamente sistematizada que es un sujeto considerado como sistema cósmico individual.

Una segunda contradicción se establece ahora en el nivel psíquico, en el que lo corporal y lo espiritual todavía no se han separado. Se trata aquí de la contradicción entre la anticipación de una subjetividad libre y la particularidad que se enquista en la finitud de un sentimiento de sí atado a lo natural y entitatívo.

La tercera contradicción tiene por campo de batalla el espíritu mismo. El genio como instancia de unificación de la vida, ha perdido su poder dominante y, convertido en genio maligno*, hace penetrar en el espíritu el torbellino de la desgracia. Es la contradicción entre el corazón malo —inmediato, natural, egoísta— y la conciencia concreta y presente de la totalidad de las mediaciones propias del espíritu.

Un eje recorre todo el texto: la subjetividad que, encaminándose hacia su propia libertad, es detenida y fijada, prisionera de una particularidad y finitud (que persiste hasta en el entendimiento, Verstand) y obstaculiza la mediación dialéctica de la razón (Vernunft).

Los trabajos de Theodor Bodammer (16); J. Simon; J. Derbolav; Fr. Schmidt; H. Lauener; K. Löwith, y muchos otros han destacado la existencia de una lectura segunda de Hegel, consistente en el desciframiento de su lenguaje, en que esconde profundos e intencionados desarrollos filosóficos; conviene por ello desentrañar dos términos que aparecen en el pequeño juego lingüístico de la locura que hemos expuesto, Verrücktheit y Wahnsinn, tratados en un orden complementario y emergente: el torcimiento, desplazamiento, y la elevación al “sin sentido”.

Verrückt de verrücken, en alto alemán medio significa desplazar de un lado a otro, sacar a alguien fuera de sí, confundir.

Wahnsinn, tiene su forma más antigua en la palabra wanwitze, plena de significados esotéricos.

La etimología de Wahn es wan en alto alemán antiguo y medio: opinión insegura, sin fundamento; esperanza. Corresponde al sajón antiguo y anglosajón wan. Es posible que se pueda derivar de la raíz uen de las lenguas indogermánicas (cf. venus en latín) que significa: lo que despierta deseos (Hoffnung).

Wahnwitz probablemente de wanawizzi en alto alemán antiguo, wanwitze en alto alemán medio, compuesto de wana: carecer de; y wizzi (alto alemán antiguo) o witze (alto alemán medio): saber, entendimiento (razón). En composición (Wahwitz) significa: falta de razón (entendimiento), sabiduría.

Si se aplica al estado mental, se piensa probablemente en la vieja comparación de la mente con un reloj. En este caso, dos elementos del reloj han sido desplazados fuera del orden normal.

Advertimos en la complementariedad de estas palabras la dinámica inmanente del pensamiento hegeliano.

El término verrückt, enuncia el poder de lo negativo.

Wahnsinn, entraña la “ilusión del sentido”, esa ilusión que vemos desvanecerse progresivamente en las figuras de la conciencia, que emergen en la Phänomenologie des Geistes.

La distinción establecida por Gottlob Frege, entre Sinn y Bedeutung, ahondará la trama significativa de esta interpretación: hablar, por ejemplo, del cuerpo celeste más alejado de la tierra tiene sentido (Sinn), aunque carezca de referencia (Bedeutung). Si agregamos a ello, como ejemplo complementario, la crítica de la permanencia y la causalidad de David Hume, decir que el mismo sol se levanta todas las mañanas, es una mera ilusión (Wahn).

Nicolai Hartmann (17) afirma que no hay análisis, ni teoría alguna que ayuden a demostrar la esencia de la dialéctica: ella es una especie de iluminación, que corona, como un milagro, el esfuerzo y el sufrimiento del pensar.

Quizás lo que Hegel llama el poder de lo negativo, que mueve e impulsa el pensar, para que se eleve a una nueva “ilusión”, esté implícito en ese juego lingüístico que propone Hegel para tratar la locura.

Gladys Swain (18), estableció como constraste entre las “épocas” kantiana y hegeliana de la locura, lo siguiente: “La oú I`on voyait chez Kant un fou sènfermant de plus en plus dans une folie prenant de plus en plus le caractére d´une totale déraison, on voit à I`inverse le fou selon Hegel se déprendre de sa folie au fur et à mesure que la profoundeur de son déchirement interne s`accentue”*.

Esta distinción es obviamente exacta, pero entraña un aspecto más general, que es a mi parecer la esencia de ese contraste; ambos momentos son los exempla de una antropología; uno es el del loco conocimiento, otro el del “loco de la dialéctica”, ya que la locura es el espejo trágico de la cultura.

En fin, la tercera categoría de la metafísica de la locura, como explicación de la cultura surgió, para nuestro siglo, de un filósofo de Zürich, proveniente de la psiquiatría: Ludwig Biswagner (1881-1966).

Ciertas piedras de colores constituyen la imagen constelada que se fragua en el movimiento constante del caleidoscopio del tiempo. Su círculo mágico cambiante e irisado se detuvo en Zürich en 1916. Como un presagio de iluminaciones y catástrofes, se congregaron en la ciudad elegida: Albert Einstein, Wladimir Illich Ulianof y Tristan Tzara.

Esta constelación explosiva del universo contemporáneo, se complementó, en lo que a nuestro tema específico se refiere, con la peregrinación a ella de Elías Canetti, el filósofo de la masa, y la publicación en ella de la obra de Ludwig Binswagner (19), Uber Ideenflucht (1932), una revelación antropológico-psiquiátrica del espectro del hombre ideofugitivo de nuestro tiempo.

La originalidad de Ludwig Binswanger estuvo en ese momento de su meditación acerca del lenguaje, como esencia del hombre, ya que luego claudicó en un heideggerismo ingenuo, que lo hizo obscurecerse en un justificado olvido.

Para Ferdinand de Saussure, que murió el 22 de febrero de 1913, el pensamiento era una nebulosa que adquiría forma y sentido en el lenguaje. El uso de la palabra “espíritu” lo inquietaba profundamente; sin embargo, reivindicaba su esencia en esa inquietante aseveración, ya que aun en su concepción revisionista del pensamiento, debido a la singularidad del fenómeno lingüístico, considera al significado un fenómeno irreductible a las leyes de la naturaleza.

Ludwig Binswanger (20) conocía profundamente la obra del ginebrino y consideraba que este autor había transgredido, en su concepción del lenguaje, el riguroso positivismo en el cual se lo ubicaba, ya que su concepción del significado y el significante estaba contaminada de cierto idealismo cartesiano.

Ludwig Binswanger consideraba que la separación de pensamiento y lenguaje era una falacia filosófica y una segregación analítica artificiosa, generadora de equívocos insalvables. En el lenguaje, pensamiento y lenguaje constituían una unidad singular en la cual ninguno de esos elementos era separable, y carecían de ser al estar disociados: esta es la meditación esencial que domina la Ideenflucht.

La Ideenflucht no es una fuga de significantes como suponía la psiquiatría tradicional, ni tampoco la constitución de un sinsentido esencial, como suponían los psiquiatras semantólogos, a la manera de Kurt Schneider, que la calificaban como el emblema de la Wahnstimmung, del humor delirante, del trance delirante surgido de una percepción equívoca, y de la Wahnwahrnehmung, la transformación psicótica del universo.

Por el contrario, la Ideenflucht, es la fuga del “pensamiento-lenguaje” de hombre, es un universo percibido como caos, y por ello: el constituyente antropológico fundamental del hombre contemporáneo encarnado en la desgarradora verdad de la locura.

Gran parte de la filosofía de este siglo está destinada a la antropología de la Ideenflucht, a la incomprensibilidad esencial, a la inexistencia de leyes universales indudablemente válidas, que subordinen el ser de esa unidad desconcertante del “pensamiento lenguaje”.

Un insondable ejemplo, es el abismo que separa el Tractatus Logicophilosophicus (21) (1921) de Ludwig Wittgenstein, de sus Philosophische Untersuchungen (22) (pronunciadas según Eike von Savigny desde 1930), en las que se fundamenta su filosofía de la perplejidad. Al determinar Ludwig Binswanger la fuga de ideas como manifestación de la locura, en un mundo ideofugitivo la transformó en el espejo de Dionisos, que nos refleja y nos fascina.

A través de desesperadas mutaciones, el conocimiento, la dialéctica y el logos binswangeriano, se transforman en arcanos del mundo contemporáneo.

III. Massenwahntheorie* VII. La investigación epidemiológica de la llamada enfermedad mental en la Argentina, nos enfrentó con un hecho cuya importancia trascendió nuestras hipótesis: locura de la masa.

Este descubrimiento desasosiega e impone categorías singulares al pensamiento y la elaboración, en base al modelo que surge de la observación, de una teoría que lo explique: Massenwahntheorie VII.

La masa en delirio ideofugitivo es, por lo tanto, nuestra unidad de análisis.

En 1937 anunció José Ortega y Gasset (23), luego de un severo estudio filosófico comenzado en 1926, su rebelión y omnipotencia. Lo hizo teniendo a la vista el mismo lugar que habitó en 1642 Descartes, el descubridor moderno de la razón: “... este lugar llamado Endegeest, cuyos árboles dan sombra a mi ventana, es hoy un manicomio. Dos veces al día —y en amonestadora proximidad— veo pasar los idiotas y los dementes que orean un rato a la intemperie su malograda hombría”.

Ya no se trata de una horda que tan finamente explicó Sigmund Freud, sino del hombre en su situación actual de integrante de una multitud, a la que constituye, siendo determinado por ella, y qué ha sido substraído inexorablemente de su individualidad.

La masa es la humanidad actual. En ella las separaciones temporales y espaciales, las formas caprichosas y cambiantes no hacen sino ahondar la corporeidad trágica que la aúna en un organismo monstruoso e imprevisto, una especie de Golem, creado por el hombre en un simulacro de los dioses, y en constante fuga, temeroso que sea borrada la enigmática letra Aleph que le otorga la vida.

No es extraño que la locura de la masa sea anunciada esta vez entre nosotros, ya que Jorge Luis Borges, el supremo vates, que adivina y profetiza, determinó como nuestro emblema, el laberinto, la luna y el espejo, y en la metáfora del Aleph constituyó el nombre de su cosmología de la infinitud.

El análisis de la llamada enfermedad mental de la masa, es un tropo que se estremece en el abismo de nuestra alma en la que aparece en un juego de contrarios con la desesperación de Kierkegaard, “una enfermedad para la muerte” y sólo comparable con ella.

La muerte y la locura se aúnan en una pareja de contrarios.

La “enfermedad para la muerte” sólo puede ser conjurada con la locura, y así resulta trascendente la Theorie de Hermann Broch (24), que expondremos oportunamente, para quien la masa se constituye para ocultar la muerte, como una especie de clamor vital, desgarrador y terrificante.

El hombre como criatura que deambula sin destino entre la desesperación y la locura, tiene como desideratum actual, la fragmentación o la perplejidad, el delirio o la catatonía, la funcionalidad de la esquizofrenia.

En la obra de Sigmund Freud (25) de 1921, Massenpsychologie und Ich – Analyse, se enuncia una tipología general de las masas, cuyas especies no son sino piezas desarticuladas de un puzzle en cuya imagen general encuentran sentido, ya que integran una estructura dinámica, en la que cada uno de los componentes se hace comprensible dentro de una totalidad, que —aunque emergente de ellas—, las integra a todas: determina así la existencia de masas efímeras y duraderas, homogéneas y heterogéneas, naturales y artificiales (como el ejército y la iglesia), primitivas y diferenciadas con un alto grado de organización.

El sofisma de la “schismogenesis” de la fragmentación, señalada por Gregory Bateson (26, 27), en el tratamiento de algunos aspectos de las ciencias del hombre, le otorgan a esta masa un carácter circunstancial y accidental.

La masa que se explica en la luminosa obra mencionada, es la de Gustave Le Bon (28), la de William McDougall (29), la de Wilfred Trotter (30): es la masa efímera, homogénea, natural o artificia1 y primitiva.

La teoría freudiana alcanzaba ya en esa época un carácter sistemático, y por el método hipotético-deductivo, se hacían comprensibles sus fenómenos, a través de la sustitución del Ideal del Yo, por el Objeto —tal vez el Führer— y la Identificación de sus integrantes.

La “arqueología” (31) de la masa, enunciada en el apartado final de la Massenpsychologie..., está expresada como un tránsito de la psicología de la masa arcaica a la psicología individual.

La masa actual es de un refinamiento, una integración, y una funcionalidad interaccional, que contraría ese curso evolutivo que esperanzadamente instituyó Freud, apoyado en algunos mitos darwinianos.

Su evolución lleva un camino contrario, ha apresado al individuo dentro de sus propias redes y posee los atributos que se creían privativos de él: continuidad, tradiciones, costumbres, campos infinitos de acción, modalidades especiales de adaptación... aunque carece del más trascendental del hombre, la autoconciencia.

Las masas de Freud no son ahora sino el clamor de una masa única que nos subordina a todos, sutil, perfecta y sistemática como un delirio, programada como una monstruosa computadora para una escatología terrificante.

En este tratado de Sigmund Freud existen designios desconcertantes: identifica, por ejemplo, su concepción sobre el amor, con la expresada por el Apóstol Pablo en la Epístola a los Corintios (32); y surge de las sombras que lo circundan, la figura de Nietzsche, que es citado (33) explícitamente, minimizando su concepción del Superhombre —Übermensch—, al que se asimila al padre de la primitiva horda darwiniana. Parecería que en Freud se ocultaba un miedo subliminal a ese Golem que abrazaba progresivamente al mundo, escapando de la imaginería del ghetto de Praga que, ahondando su maldición y hegemonía, trocábase en hacedor del hombre contemporáneo.

Esta obra de Freud que abre el pórtico de los tiempos modernos en el tratamiento de la masa, tiene su eco en el trascendente ensayo de Elías Canetti acerca de la masa y el poder -Masse und Macht (1960).

Este fue programado por su autor en Zürich, en el año de la encrucijada de 1916. Trabajó Elías Canetti su tema, tenazmente, hasta la segunda mitad de nuestro siglo.

Este libro complejo, en el que se conjugan las siete ambigüedades del pensar poético descriptas por William Empson (34) se realizó a través de modelos antropológicos, para fundamentar una teoría inspirada indudablemente en el mito de Empédocles.

Esta obra tiene su cifra en la novela de Elías Canetti (35) de 1936, Die Blendung. Ella fue escrita en Viena, en un cuarto situado sobre la colina de Hacking, en la Hagenbergasse, en las cercanías del zoológico de Laonz, con la perspectiva cotidiana del manicomio de Steinhof, en el que vivían 6.000 locos. En este libro se desarrollan una estática de la locura, ya que el autor considera que la llamada salud mental, es una especie de embrutecimiento.

El nombre de su personaje Peter Kien, es altamente significativo ya que significa leña resinosa, capaz de convertirse en tea ardiente. Según cuenta Elías Canetti (36) en el Auto de Fe de su ensayo Das Gewissen der Worte*, pudo llamarse también Kant, como el de las críticas trascendentales. Peter Kien, sinólogo, sabedor de 40.000 ideogramas chinos, vive en su universo de 20.000 libros, de los cuales es separado para ser absorbido por la masa, de la cual se redime como Empédocles, por el fuego que abrasa a él y sus libros. Las reflexiones del manicomio, el cosmos simbólico de Elías Canetti, pueden intuirse en este párrafo.

“Pues nada sabían de aquella fuerza motriz de la historia, mucho más profunda y auténtica: el impulso humano a fundirse en una especie animal superior, la masa. A perderse en ella sin redención, como si nunca hubiese existido: un hombre aislado...

No menos que la lucha por el hambre y el amor, practicarnos la lucha por la vida con el fin de aniquilar nuestra masa interior. Sin embargo, ésta se robustece tanto bajo tales circunstancias que obligan a actuar al individuo en forma desinteresada y hasta en contra de sus propios intereses.

La humanidad existía ya como masa, mucho antes de haber sido diluida, en conceptos. Como un animal monstruoso, salvaje, ardiente y exhuberante, la masa hierve y se agita en lo más hondo de nuestro ser, a mayor profundidad que nuestras misma smadres.

Es, pese a su edad, el más joven de los animales, la criatura esencial de la tierra, su meta y su futuro.

Pero nada sabemos de ella y vivimos supuestamente como individuos.

No obstante; la masa se abate sobre nosotros como una espumante resaca, como un océano furioso en que cada gota permanece viva y aspira a lo mismo... ya no habrá más yo, ni tú, ni el él, sino sólo ella: la masa”.

El mito de Empédocles ritualizado por Peter Kien es la salida santificante del hombre condenado al Apocalipsis de la masa, una fuerza diluvial, expansiva, con una tendencia constante a crecer, homogeneizante, densa e ideofugitiva.

En un retorno a la sabiduría presocrática Elías Canetti simboliza la masa con los elementos de la : el fuego; el agua (mar, río y lluvia); la tierra (arena, bosque y trigo); y el aire, como viento que gime y aúlla.

Sus cuatro dimensiones son descubiertas mediante los modelos antropológicos, que revelan su estructura cambiante: ellas son denominadas las jaurías (37), Die Meute.

Hay “jaurías” de caza, lamentación y de multiplicación, siendo esta última la marca de nuestro tiempo.

En la dialéctica del presidente del senado de Dresde, D. P. Schreber y su psiquiatra Flechsig, simboliza la paranoia del poder. El psiquitra de Schreber es una especie de , mediador entre él y los dioses, que distorsiona los mensajes, trastocando el poder en vesanía.

La única salida para el imperio de la masa se realiza, como hemos dicho, a través del método de Empédocles, incinerándose en el ámbito más bello de nuestro espíritu.

A las distintas voces de este organum, es necesario agregar la sentencia de la Negative Dialectik, de Theodor Adorno (38), para quien “toda cultura después de Auschwitz, junto con la crítica contra ella, es basura”.

Esta sentencia nos sirve de introducción a una obra, con la que culmina el saber acerca de la masa en nuestro siglo, cuyo autor, Hermann Broch, poseído del espíritu profético y de la revelación oracular, tituló: Massenwahntheorie, la “teoría de la locura de las masas”.

En la voz final de esta desgarradora polifonía de los últimos tiempos se enuncia, con serenidad estoica, la locura de la masa, y la necesidad de crear en el ámbito de la totalidad del hombre, un instituto para su investigación.

La Massenwahntheorie, de Hermann Broch (39), de esencia axiológica, se estructura en seis pequeñas teorías o hipótesis constitutivas, cuyo sentido podemos entresacar de un breve texto de su novela Der Tod des Virgil*, elegía del poeta latino, que agoniza con el pensamiento de la inutilidad de las obras humanas:

“Wehe dem Menschen, der sich der ihm widerfahrenen Gnade nicht gewachsen zeigt, wehe dem Zerknirschten, der seine Zerknirsch ung nich erträgt, wehe dem kreatürlichen Seinrest, der das Seiende nicht abtun will, ach, nicht abtun kann, weil das ausgelöschte Gedächtnis in Leerheit weiter besteht; wehe dem Menschen, der trotz, seiner Zerknirschung und unabänderlichungelöst zum Kreatürlichen verdammt bleibt! um ihn herum bricht aufs neue das Lachen auf, und es ist das Lachen des Grauens, kein Weibslachen mehr und kein Mannslachen, nicht das der Götter und nicht das der Göttinnen, es ist das leere Kichern des Niehts, es ist der für den Sterblichen niemals verschwindende Seinrest im Nichts, der kichert und zum Lachen aufbricht, der damit sich selbst als das Seiende im Nichts, als das Nichts im Seienden enthüllt, als die Vereinigung von Scheinsein uns Scheintod, als das lachennahe Wissen um solch scheintotes Sein, als der furchtbare und furchttragende Wissensrest innerhalb de Leerheit, irrsinnsgeschwängert, irrsinnsverlokkend in seinem stummen Lachen, das anschwillt und anschwillt, bis die Leerheit in nacktes Grauen umgeschlagen ist.

¡Ay del hombre que no se muestra a la altura de la gracia que le sobrevino, ay del compungido (Zerknirschten) que no soporta su desazón, ay del resto de ser de creatura que no quiere, ay no puede suprimir lo que es, porque la apagada memoria continúa en la vaciedad, ay del hombre quien, a pesar de su desazón, queda condenado —sin cambio ni solución— a la condici6n de creatura. Alrededor de él despunta de nuevo la risa, y es la risa del horror —ya no risa de mujer ni de varón ya, no la de los dioses ni de las diosas— es la risita vacía de la nada, es el resto de ser en la nada que no desaparece nunca para los mortales, que de la risita prorrumpe en risa; que con ello se devela a sí mismo como el ente en la nada, como la nada en el ente, como la reunión del ser aparente con la muerte aparente, como el saber cercano a la risa sobre semejante ser con apariencia de muerte, con el resto del saber —terrible y portador del terror— dentro de la vaciedad, preñado de locura (irrsinnsgeschwängert), tentador de locura en su risa muda, que se hincha (anschwillt) y se hincha hasta que la vaciedad se trueque en desnudo horror.

El manifiesto de Hermann Broch, sobre la locura de la masa, considerado como el paradigma aristotélico de nuestro siglo, es una obra serena, meditada, y construida con rigor científico.

Parte de una observación empírica “Alemania 1939-1941” y en base a ella va elaborando un modelo teórico, en el que, liberado a las más trascendentales intuiciones, va realizando los reajustes y modificaciones necesarias que surgen de su confrontación experimental.

La Massenwahntheorie es de naturales axiológica y parte de la conciencia del hombre de su abandono y su soledad metafísica, la de su muerte.

De la soledad raigal surge la conversión del mundo en valor.

Quien ha ampliado su yo hasta convertirlo en el mundo total ha superados la muerte (40): Ich bin die Welte*.

TEORIA DE LA LOCURA DE LAS MASAS

Todos los componentes del mundo que no pueden ser incorporados al yo, actúan como advertencias del miedo, como símbolos de angustias metafísicas, como señales de la muerte… como la muerte a secas.

La liberación del miedo metafísico del yo es el agente de todas las acciones de valor del ser humano: su meta es el éxtasis. Estas acciones son simbólicas y destinadas a sí mismo, a sentirse imagen y semejanza de la divinidad.

La enunciación de la Massenwahntheorie en seis teorías subsidiarias permite su análisis espectral:

La Massenwahntheorie I (1939 - 1941) (41) se funda en una fenomenología de los estados crepusculares en las masas —Phänomenologie der Dämmerzustände in der Masse-.

En ella se desarrolla el aspecto conceptual más primitivo de la masa, que conjura el sentimiento nuclear de la teoría axiológica; Es la explicación de la horda de Sigmund Freud, y de las jaurías de Elías Canetti.

Su ordenamiento en sistemas cerrados y abiertos, no alcanza a conjurar el honor del crepúsculo de la masa en éxtasis de destrucción.

La Massenwahntheorie II (1939-1941) (42) establece dentro del contexto de la teoría axiológica, los ciclos recurrentes de la procesalidad de las masas, en cuatro fases:

1º el establecimiento de un valor central, que ordena la construcción cultural; 2º abarca la época de “locura hipértrófica”, en la que la “teleología” del sistema ha llegado a su límite infinito; 3º, el restablecimiento de una realidad externa e interna precaria; 4°, la fragmentación, que va acompañada de una “locura”de desgarramiento”, y búsqueda de un nuevo valor.

La Massenwahntheorie III (1939-1941) (43) abarca la correlación entre el estado crepuscular y el liderazgo (Führerschaft) en la que se ahonda la concepción del extravío y paranoia del poder, expuesta por Elías Canetti, que es enunciada aquí dentro de una concepción ordenada e irreversible de la locura de la masa.

La Massenwahntheorie IV (1939-1941) (44) entraña un desarrollo teleológico de los fundamentos políticos —en el sentido aristotélico— de la modificación de la locura de las masas.

La Massenwahntheorie V (1939-1941) (45), expresa la primera parte de su teoría de la conversión —Theorie der Bekehrung.

Un tratamiento práctico de la locura de la masa sólo puede ser expresado ex-cathedra, y debe ser objeto de una investigación tenaz.

Esta teoría de psicología política trasciende por su agudeza y profundidad los límites de la exégesis. En ella expone Hermann Broch la grandiosa hipótesis de la desvalorización de la victoria.

La Massenwahntheorie VI (1939-1941) (46), complementa la teoría de la conversión: en ella trata la conversión política mediante un descarnado análisis del fascismo y el comunismo, teorizando el pasc de la locura de “hipertrofia” a la de “disgregación”, que arrebata nuestro tiempo.

En toda la obra de Hermann Broch se advierte una desgarradora búsqueda de esa iluminación filosófica que procuró Georg Friedrich Hegel a través de la “autoconciencia” —Selbstbewusstsein—: una conquista lúcida y creativa de una nueva conciencia, que supere la conciencia actual estragada por el inconsciente.

La antropología básica de Hermann Broch, cumbre teorética de la locura de las masas, nos hace reunir humildemente a ella nuestra Massenwahntheorie VII, nombre que entraña un homenaje al iluminado pensador elegíaco. Hemos utilizado para dar sustento a nuestra teoría el soledoso modelo argentino (1976-1983), la investigación de epidemiología psiquiátrica.

IV. Kénosis. Jorge Luis Borges (47) recuerda en su prólogo al Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, que James Joyce consideraba que la historia era una pesadilla de la que deseaba despertar...

¿Existirá acaso el hombre al despertar de esa pesadilla?

La revelación del Facundo es la irredimible agonía del acaecer argentino, emboscado en un dilema inexorable y sin redención.

“Sub specie aeternitatis, el Facundo es aún la mejor historia argentina”... y tal vez la única.

En ella debemos buscar la clave de la hora de la barbarie.

Nuestra Massenwahntheorie VII se basa en un modelo particularizado de esa locura universal de la masa, que proclama la teoría de la que es subsidiaria; ella se entreteje en el acaecer recurrentemente trágico de nuestra nación.

El exemplum de Domingo Faustino Sarmiento de la locura de la barbarie argentina, es el apóstata domínico Fray Félix Aldao, que marca la historia argentina con el signo del fraticidio... y cuya “justicia” no ha sido reglada por las leyes de la tierra”.

Ninguno como él ostentó con tanto terror y estremecimiento el emblema de la barbarie: “Religión o muerte”.

Descifrando este oráculo, podremos explicar —sub specie aeternitatis— nuestra exasperada teoría de la locura de la masa.

El abogado de Mendoza, Isidoro Larraya, que alcanzó cierta notoriedad en los anales de la sombra por haber cometido —como el clazomenio Anaxágoras y Eratóstenes, el bibliotecario de Alejandría— suicidio por inanición, dedicó su tiempo al estudio de la vida del coronel homónimo Isidoro Larraya —su antepasado muerto con el enigmático número de 33 oficiales por Facundo Quiroga—, paralelamente con la del general Fray Félix Aldao.

A través de los avatares de la servidumbre de la limeña, una de las esposas del fraile, obtuvo un Misal editado a fines del siglo XVIII, que le había pertenecido. Cruzando una de las páginas de las antífonas ad introitum estaban escritas con letras de Aldao, estas dos palabras: Occidere Deus, y en el gradual: Evitare Condemnatio.

¡Matar a Dios para evitar la condenación!

He aquí la clave del oráculo. . . ¡Religión o muerte!...

El dilema no existe, pues ha triunfado la muerte.

Es sentido trascendental de este despojamiento de la sacralidad del hombre, que evidencia esta imposición descarnada de un bien perdido, es el parámetro de nuestra teoría del delirio: la kénosis.

El término Kénosis deriva del griego , y significa el despojamiento, el anonadamiento de lo sagrado, por eso ha sido utilizado en la dogmática luterana para señalar el éxodo de los elementos divinos en la humanidad de Cristo.

La kénosis revelada en nuestro descarnado experimento, ahonda la soledad metafísica del hombre, enunciada en la teoría axiológica de Hermann Broch, y constituye la esencia de nuestra Massenwahntheorie VII, trasfondo obscuro de esa masa humana, en la que se desintegra nuestro ser.

En la sencilla introducción a la edición de Les Stoiciens (48), que escribe Emile Bréhier, nos recuerda que en esa doctrina, las almas individuales son fragmentos del ama universal y están sometidas al orden único del Destino, que es la grandiosa conexión de las causas.

(1) Puede verse la auto percepción de su curso vital y de su formación intelectual en “Identidad de la psiquiatría latinoamericana: voces y exploraciones en torno a una ciencia solidaria” de Renato Alarcón (México, prol. de Pedro Lain Entralgo, 1990, 670 págs.; pp. 472/489.

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Cierta Dura Flor (1)

III

Flor delirante, sierpe enfurecida
que en sangre bañas un rumor helado,
y al recorrer el aire delicado
ciñes delirios tu naciente herida.

Tu larga flecha viva y repetida
su obscuro amante alcanza ensangrentado.
Triste muere su furia y desatado
un río amargo huye con su vida.

¡Oh lumbre exacta hundiéndose en la tierra!
Tu dura voz se pudre en roja arena
y el espanto despierta perseguido.

Se renueva tu hechizo, nos encierra
tu círculo dorado, la serena
certidumbre del sueño acontecido.


TRÁNSITO

La rosa que iba a ser la rosa
se detuvo.
No quiso ser aroma, pétalo en el viento.
No quiso.

La noche que iba a ser la noche
se detuvo.
No quiso ser la túnica,
no quiso ser mortaja
de aquella destrucción que en el amor consuma.

No quiso el pájaro ser ansia en el viento,
ni quiso la palabra
ser la única palabra que te nombra.

No quiso ser tu piel otoño perfumado
ni el lento país madurado por tu boca.
No quiso.

No quiso el estanque quieto,
la vereda de lirios,
el verde grito herido de las hojas
no quisieron ser la Primavera.

La rosa que iba a ser la rosa
se detuvo.

Va mi sangre recorriendo un tibio cauce,
y moja de amapolas
mis días y mis noches
sus más calladas horas.

No quiero,
no quiero ser el mismo que pasara
azul adolescencia
en un jardín de mirtos y azucenas.

Mi vida que iba a ser envuelta por un ala
se detuvo.
No quiso,
no quiso comprender por qué la rosa
que iba a ser la rosa...

No quiso.


ANADIOMENA

De encendido flanco,
de desatado rumor,
de cifra ardiente.

Vuelve,
vuelve sobre tu cuerpo y tiende
ese triste camino por donde el mundo se despeña.

Criatura que en el sueño
con una espuma salobre se enceguece,
¡oh carne transitada por esa sed infame
donde muere y renace la historia de los hombres!

Un llamado se alza, un día se derrumba
y una herrumbre de hastío
calcina entre sus ruedas la terrible presencia,

¡Profundo otoño fijo, descenso del deseo,
dorada flor dormida en el aire sin nunca!

 


CIERTA DURA FLOR

Cierta dura flor, cierto aire duradero
donde no cabe su gracia,
donde no cabe acaso
su amorosa raíz que se desata en sueños.

Donde no le llaman,
donde a su nombre verdadero
él no acude tampoco ni responde.

Cierta ciega costumbre de antigua persistencia
cierto dibujo del tiempo donde la muerte acecha
y un rumor delicado
vierte en las venas su corrompida espuma.
Cierto lugar donde la tierra cumple
su cifra de exterminio repetida en el polvo.

Cierta dura flor.
Cierta criatura amarga y sometida,
cierto paisaje lento que llevan ramas verdes
donde la voz se queda en la vuelta del aire.

Donde no le llaman.
Donde a su nombre verdadero
él no acuda tampoco ni responda.

(1) Publicado por Editorial Losada, Buenos Aires, 1951, 74 págs.

AVANZA, Julio César

Abogado, escritor y educador que nació en Bahía Blanca el 11 de agosto de 1915 y
falleció el 15 de julio de 1958, en Buenos Aires. Representante de la "Generación del
40" y cofundador de la revista platense "Teseo". Graduado en La Plata, fue profesor de
Derecho Civil en el Instituto Tecnológico del Sur. En 1944 fue secretario de la
Municipalidad de General Roca (Río Negro), y posteriormente comisionado municipal
en Bahía Blanca y Subsecretario de Previsión en el Gabinete del coronel Domingo A.
Mercante. Luego fue electo Senador Provincial, función que ocupó sólo por un año,
porque Mercante lo designó su Ministro de Educación -ya había sido consejero general
de Educación-. Asimismo se distinguió como constituyente bonaerense en la
preparación de la Constitución de 1949. Durante su gestión en el Ministerio platense se
publicó la revista Cultura (*), de excelente nivel, y de la que se editaron 12 números,
entre octubre de 1949 y enero de 1952. Avanza es autor de una valiosa obra, publicada
en 1950 en La Plata: Los derechos de la educación y la cultura en la Constitución
Nacional. En la revista Sexto Continente, Nº 2, Setiembre de 1949, publicó "Hacia el
concepto de literatura nacional", una justa valoración del Martín Fierro.

(Fuente: Fermín Chávez, "Diccionario de Peronistas de la Cultura I", Buenos Aires, Ed. Teoría, 2003, pp. 13/14)


(*)
Revista CULTURA
Director: Julio César Avanza
Colaboradores: Carlos Astrada, Octavio N. Derisi, Ramón Gómez de la Serna, Antonio
Puga Sabaté, Luisa Sofovich, Antonio Herrero, Osvaldo Guglielmino, Bernardo Canal
Feijoo, Eugenio Pucciarelli, Antonio Cubil Cabanellas, Juan Carlos Ghiano, Elena
Duncan, Martín A. Boneo, Carlos A. Disandro, Juan Zocchi, Bruno Jacovella, Alberto
Ponce de León, Ernesto Segura, Héctor Villanueva, Jesús María Pereyra, Emilio Estiu,
César Rosales, Nicolás Cocaro, Féliz Esteban Cichero, Juan Carlos Dávalos, Guillermo House, Arturo Horacio Ghida, Luis Ortiz Behety, Leopoldo Marechal, María de
Villarino, Marcos Fíngerit, J. A. García Martínez, Rodolfo Falciani, J. Soler Daras,
Andrés Mercado Vera, Delfor Peralta, José Luis Sánchez Trincado, David Martínez,
María Granata, Enrique Puga Sabaté, Julia Prilutzky Farny, Leonardo Castellani, Jorge
Perrone, Ismael Quiles, Osiris V. CHierico, Alejandro de Isasi.
Ilustran: Juan Bay, Fernando Catalano.
Xilografías: Víctor E. Roverano./Fotos: Anónimas./Dibujos: Alfredo Bettanin, Pedro
Olmos, Rodolfo Castagna, J. A. Ballester Peña, Laerte Baldini./Rep. de Oleos:
Francisco A. de Santos, César López Claro, Domingo Pronsato, Enrique de Larrañaga.
Esculturas: Máximo Maldonado, José Alonso, Libero Badii./Propósitos: Cultura es la
actividad espiritual específica que tiene preponderantemente por objeto el desarrollo
pleno y armónico de la humanidad en el hombre y, a través de éste, el contenido
humano, en su más rica diversificación, de una nación, de un pueblo. Así entendida, la
cultura es un todo organizado desde dentro, que se traduce en una multiplicidad de
estructuras objetivas, y que presupone exigencias y nexos operantes. Los vínculos
esenciales de la cultura, así como las tareas específicas que de ellos se derivan, sólo se
integran en una unidad viviente cuando se identifican con el espíritu y el destino de la
nacionalidad en cuyo servicio están llamados a funcionar orgánicamente. La vocación
para la esencia de la comunidad nacional es también vocación para la cultura y sus
direcciones fundamentales, concebida ésta como voluntad apasionada para cumplir
plenamente, en el plano de valores y aportaciones universales, la misión histórico-
espiritual de un pueblo.
Descripción: La cultura y sus exigencias, relaciones del arte y la mar, poemas, una
señora perdida, el mojón, guión de lecturas hechas de la cultura.
Ideología: Oficialista./Lugar de pub.: La Plata. /Periodicidad: Aparece seis veces al
año./Nº de Publicados: Doce./Nº 1: octubre de 1949 al Nº 12: enero de 1952.
Publicación: Cerrada./Impresión: Tipográfica./Formato: 225 x 165.
Imprenta: T. Gráficos de Iglesias y Matera./Of. de Dirección: Calle 13 e/56 y 57.
Talleres: Lavalles 1653. /Páginas: 1280. /Precio: No figura. /Observaciones: Es una
publicación de Ministerio de Educación.


(Fuente: Washington Luis Pereyra: "La prensa literaria argentina 1890-1974/Tomo cuarto/ Los años del compromiso", Buenos Aires, Fundación Bartolomé Hidalgo, pp. 290/291)

 

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Sobre los muertos casi ilustres

La berretada portuaria, cuyo escudo citadino debiera tener una gallina -como reclamaba Leopoldo Marechal- en lugar de esa paloma evangélica, le rindió homenaje en la Legislatura de la "Ciudad Autónoma de Buenos Aires" al actor Fernando Peña, lamentablemente fallecido a raíz de un cáncer, agravado probablemente en el proceso por su inmunodeficiencia. Sin duda la muerte es el hecho más significativo de una vida y concluida ésta, no se es más responsable por nada: todo queda en manos de las distintas categorías de biógrafos (familiares incluidos). Peña, que en vida fuera un bufón irresponsable del "establishment" pequeño-burgués, no es responsable del homenaje, pero si lo son los legisladores de la "Ciudad Autónoma": "una vita inutile tutta una morte onora". Terror de madres pundonorosas, Peña también aterrorizó a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana al dicho "me lo cogí a Casaretto" (Obispo de San Isidro) y supo ser interlocutor parejo del mestizo Delía: uno posando de blanco y el otro de negro; ambos, muy cerca del tío Adolfo y de "Papa Doc" Duvalier. Ambos, revolucionarios de la puteada.
Como entretenedor radial y televisivo -y uno de tantos- ningún "genio". Pero entrará al registro de los "homenajeados" en las ágoras de la colonia, junto con el Almirante Rojas, y Alfonsín, ambos "demócratas ejemplares" según la Comisión de Homenaje Permanente a la Revolución Libertadora y la revista "Gente". Merecería ser nombrado "ciudadano ilustre" post mortem en la ciudad del ave corralera. Total, la chata arenera se sigue deslizando hacia el remolino.