La historia de esta dama de la high porteña nacida en 1846 y asesinada por uno de sus amantes en 1872 hubiera merecido otro destino cinemagráfico. La realizadora María Teresa Correa Ávila, ex de Eduardo Costantini, el señor del Malba, se valió de cuatro guionistas, entre ellos la muy dada a los desatinos Graciela Maglie.
Finalmente, el que sale ganador es un caballero, brasileño él y autor de la fotografía esplendorosa que prima en toda la película: Lula Carvalho. En este monumento al kitsch o camp o como quieran llamarlo, Costantini trata de imitar a otra elegante aunque nada sutil directora: la fenecida María Luisa Bemberg. Si el original es barato, debe calcularse qué es esta copia.
Si hubiera que elegir una secuencia de esta verdadera sachertorte nos inclinaríamos por la boda de Felicitas con Don Martín de Álzaga. Hay allí una cantidad de parejas bailando el Cuándo muy propias del Canal Rural. Luego acometen con un Strauss que nos parece algo prematuro para esta fecha.
La cámara muestra discretamente los manjares y el atavío de los concurrentes sin que esté ausente un "Qué dice Dr. Montes de Oca?" muy propio de todas estas biografías. Lo terrible es que un episodio trágico como el la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza quede reducido a unas supuestas cartas amorosas que el ardiente amante -y, por fin, asesino- Enrique Ocampo le enviara a la coquetuela.
"Es una guerra antigua", le dijo la mujer en la cuarta edad a su marido también en idem. Estaban sentados en la fila de atrás -éramos diez personas- y tuve que cambiarme de butaca. Es que la anciana detallaba todos y cada uno de los vestidos.
Si en aquel Buenos Aires, Felicitas queda viuda en 1870 y se libra de su muy viejo marido -un año antes había muerto el hijo de ambos- y si decide tomar como amante a su vecino Samuel Sáenz Valiente, hay paño para una verdadera tragedia. Costantini y los cuatro guionistas parecieran haber recurrido a los elementos de un culebrón mexicano.
Algunos actores, por ejemplo, resultan insufribles. Alejandro Awada está peor que Héctor Alterio en Camila. En cambio otros, como Luis Brandoni, esperan cobrar cuánto antes y elevan sus ojos al cielo como si intentaran salvarse del desastre pero con los dinerillos asegurados. Costantini -y el INCAA- tienen el dinero suficiente. No hay problemas.
No sabemos por qué razón el director de esta revista nos pide que hagamos la reseña de una película a la que, de otro modo, no hubiéramos visto. No tenemos nada que agradecerle. En cambio la señora Costantini debe haber colocado no poco capital para que este engendro haya ido a parar al circuito grande para consumo de desprevenidos y escasos espectadores. Entrada a veintisiete pesos, telón.
PELO A PELO, EL "MEDIO PELO"
Un personaje ficticio de Orlando Barone decía más o menos que "a la clase media no hay que darle nada, porque si no después vuelve a las andadas". Y el fraudulento autor de la frase tenía razón al referir a la fraudulenta clase.
En la democracia de los 80, al calor del "padrino" Alfonsín, María Luisa Bemberg -de lustroso apellido perseguido por el "tirano prófugo"- se relamió facturando la pobreza de su resentimiento con una historieta del libro de Grosso: "Camila" (1984). Aunque, justo es decir, que el borgeanamente efectivo Grosso hoy ha sido superado por escribas de engendros como la "Evita" de Madonna o el "Che" de Benicio del Toro.
Claro que el cine no es historia, pero el History Channel demuestra lo contrario. Todo es reciclable en las usinas del Imperio y en las sucursales periféricas. La "Camila" cervecera no solo era un guiño de principiantes del juego del truco -en medio de la ola gorila de los radicales del "Tercer Movimiento Histórico"- sino que encubría la complicidad del bando unitario, al que se filiaba doña Maria Luisa, en el fusilamiento de los desgraciados amantes.
Hasta el tuerto Echeverría, nuestro "máximo poeta romántico" clamaba por sus sangres. El medio pelo, a falta de castillos reales y novela gótica, fraguaba su novela rosa y libertaria. La oligarquía argentina, extensión capilar del pseudo-patriciado que se apropió del pasado por un tiempo, degradó su pragmatismo conservador y colonial en el travestismo "neocon" de estos días, del que "Felicitas" resulta -para colmo- una degradación pretenciosa.
A estos males se agrega uno menor: creo que el autor de la crítica del engendro en cuestión, me reclama el costo de la entrada.
d.a.