por Abel Posadas y Marta Speroni
En una investigación titulada Novela y cine argentinos: siglo XX se tropieza con curiosidades no siempre anheladas. Así, por ejemplo, es válido preguntarse por qué razón la novela La casa del ángel de Beatriz Guido (1922-1988) recibió el primer premio en el concurso Emecé 1954. El escritor Juan José Delaney nos explica los motivos (1) del dislate. Hoy día, cuando se lee este verdadero folletín pletórico de cursilería bien pensante es necesario internarse por la sociología del público, algo menos cínico que el contemporáneo.
Guido, Martha Lynch y Silvina Bullrich son, según Cristina Mucci (2) las tres hipermediáticas de los años 50 y 60 que han sido por completo olvidadas. Dos folletines de Bullrich consiguieron ser llevado al cine: Bodas de cristal (Rodolfo Costamagna-1975) y Los pasajeros del jardín (Alejandro Doria-1982). Guido tuvo más suerte porque conoció, gracias a Ernesto Sábato, a quien sería su marido, el realizador Leopoldo Torre Nilsson. (3) El problema con el texto literario es que no sabemos cuál es la actitud de los lectores frente a párrafos como éstos:
“En una larga convalecencia, mientras leía en mi cuarto, cayó un
deshollinador por la chimenea. Ni siquiera me sonrió, atravesó el
cuarto dejando sus negras pisadas en el suelo (…) Pienso que los
deshollinadores nacen en invierno y mueren con el verano. Resucitan
para liberar las almas en pena que han quedado aprisionadas en
la chimenea”.
Ana Castro, cuya familia habitaba en la casona de Cuba 1919, en Belgrano, es la voz narradora del folletín. La obsesión de Guido es, naturalmente, la de las adolescentes violadas. Ana nos describe así su lucha con el político y duelista Pablo Aguirre:
“Después ya fue demasiado tarde. Durante una hora no hice más que
defenderme. Sin embargo, no podía gritar. Ni siquiera pensé en
gritar. Me defendí desesperadamente, sabiendo de antemano mi
derrota (…). Rodé por la alfombra. Me defendía detrás de las patas
barrocas y sólidas de la cama, me envolvía en las colchas de brocato
y esperaba que volviera a encontrarme. Cuando senti cómo rodaban
los portarretratos amarillentos de mi familia y la voz de Vicenta se
alejaba definitivamente, grité”
Los jurados del premio Emecé 1954 eran notables de aquella época y entre ellos figuraba Leopoldo Marechal, de quien Guido fingió ser íntima amiga antes del fallo. Luego lo olvido rápidamente porque después de septiembre de 1955 la esperaba la gloria que es efímera pero le dio la oportunidad de conocer mundo, tener algo de dinero y casarse con Leopoldo Torre Nilsson, (1924-1978) paladín de la “democracia” instaurada en aquel año.
Este realizador había desempeñado diversas tareas en los sets desde adolescente, ya que su padre era Leopoldo Torres Ríos. En 1950, aunque figure como co-director, se atrevió a plasmar en cine El perjurio de la nieve de Adolfo Bioy Casares, en una excelente adaptación de Arturo Cerretani. Se llamó El crimen de Oribe. En 1954 violó de veras a Emma Zunz de Jorge Luis Borges en algo llamado Días de odio y luego fue contratado por Argentina Sono Film. Le tocó a Tita Merello decirle en ocasión de Para vestir santos (1955):
- Ud. es el que saca a la gente torcida? A mí me va a sacar derechita. (4)
La película con Merello y Jorge Salcedo resultó un desastre pero Torre Nilsson ya había leído Nada, la novela de la española Carmen Laforet y otra vez con adaptación de Arturo Cerretani la llevó al cine bajo el título de Graciela (1956).
Además de encontrar una pareja de actores –Elsa Daniel-Lautaro Murúa-, Torre Nilsson buscó en la novela de Laforet un mundo que reiteraría a posteriori: el de la Facultad de Filosofía y Letras de aquellos años, ubicada en la calle Viamonte, donde hoy funciona el Rectorado. Es de un todo coherente que luego de esta incursión se dedicara al rodaje de La casa del ángel. Sin embargo, con el objeto de atacar a los viejos productores y a Luis César Amadori rodó antes El protegido (1956), financiado por la productora de los hermanos Carreras. No tuvo respuesta alguna por parte del público y ni siquiera Fernando Martín Peña cuando escribió sobre el realizador (5) la había visto.
Aprovechando el momento político, sabedor de que la Argentina Sono Film se encontraba en un momento delicado, el director les propuso llevar al cine dos novelas de la mujer: La casa del ángel y La caída. De la segunda no vamos a ocuparnos. La primera constituyó un verdadero acontecimiento político. A tal punto que Domingo Di Nubila relata en el segundo tomo de su Historia del cine Argentino (6) que había discutido con Luis Saslavsky sobre los valores del film. Saslavsky le dijo sin miramientos que era un esfuerzo intelectual de los jóvenes y como tal tenía que ser defendido por antiperonista.
Con una coherencia meridiana, hace años Beatriz Sarlo nos dijo que “antes de La casa del ángel el cine argentino era para mí Lolita Torres”. (7). Demostraba de esta manera no sólo una posición política sino también una ignorancia propia de quien ve lo que le conviene. En aquel momento se le podría haber respondido a esta otra divina Beatrice que ella se parecía a la Guido en materia de odios. Yendo directamente al tema, la prosa amanerada y errónea –ripios, pleonasmos, cacofonía- de la escritora, tuvo una exposición cinematográfica algo confusa. En primer término, el punto de vista es el de Ana Castro. Esee punto de vista es traicionado por las frecuentes interrupciones políticas de Pablo Aguirre. En un momento en el que estábamos bajo la dictadura de Aramburu, únicamente a Torre Nilsson puedo habérsele ocurrido hablar sobre la libertad de expresión y exaltarla. Por esa misma época, Rodolfo Walsh intentaba vanamente que los medios escucharan su denuncia sobre el asesinato en José León Suárez (8)
Luego, los acontecimientos en la casona de Cuba 1919 –hoy convertida en una galería- dejan al espectador algo desorientado. Se ataca a un sector social de un modo políticamente correcto: un padre duelista que se entretiene con una cupletista llamada Tórtola Bilbao –en el libro es Paloma-,o con viajes a París, una madre que ve el pecado hasta en las estatuas desnudas y le grita a su consorte:
- Te condenarás, te condenarás!
una Nana extraviada que recita pasajes enteros del Viejo Testamento y que parece el canal de Crónica TV por sus exageraciones, una prima que sólo habla de sexo y, por fin, la violación que sufre Ana Castro.
Nadie duda de que se intenta renovar el melodrama tradicional pero el logocentrismo, es decir, la abundancia de palabras que priman sobre las imágenes, lo emparenta con el viejo cine de los estudios. Torre Nilsson hace gala de su cinefilia –los suecos, William Wyler- y una cantidad que el difunto Tomás Eloy Martínez cree ver en cuanta imagen se presenta (9). El plano inclinado, el uso de la diagonal, lo veníamos viendo en cine argentino desde el final de Safo, historia de una pasión (Carlos Hugo Christensen-1943) y le había sido de mucha utilidad a realizadores como Hugo del Carril tanto en La Quintrala (1955) como en Más allá del olvido (1956). La voluntad de vanguardia logró que Torre Nilsson contratara a Juan Carlos Paz para la música y hubo quien sugirió que Elsa Daniel corría por el cuadro asustada ante semejantes compases. (10) Es indudable que existía una voluntad de ser vanguardia. Pero hoy, fuera del prólogo, el epílogo y el baile entre Ana Castro y Pablo Aguirre, poco es lo que ha quedado de esta película. Si la estética es política, ya no puede defenderse a los estafadores. Nos parece que hay observarlos con objetividad.
Por supuesto, en el film Ana Castro no lucha una hora antes de ser violada. Hubiera sido un mediometraje interesante pero algo insoportable. A la hora de disparar municiones, el guión coloca en boca de un obrero que no le interesa la libertad de expresión, que lo que quiere es pan y trabajo. Esto en el momento en que Pablo Aguirre lanza su diatriba en el Congreso, De manera nada velada se atacaba de ese modo a quienes Torre Nilsson juzgaba culpables por diez años de tiranía. Aún hoy Pablo Torre, el hijo mayor de este hombre, sostiene que su abuelo fue prohibido bajo el peronismo cuando jamás dejó de filmar –incluso la remake en colores de Lo que le pasó a Reynoso (1955). En cuanto a la supuesta crítica a la religión católica que tanto admiraron en Europa, un hombre como Manuel Romero no se preocupaba tanto. En Gente bien (1939) la joven heroína embarazada por unos de los habitantes de estas mansiones, no sólo tiene a su hijo sino que gana como premio a Hugo del Carril. Para Romero el asunto no tenía mayor importancia y teniendo en cuenta al señor del Carril valía la pena el embarazo. Aún cuando el padre de la criatura fuera Enrique Roldán, no dudamos de que la señora Delia Garcés prefería a del Carril.
En síntesis: no sabemos a qué viene la fobia de Guido-Nilsson con respecto al catolicismo porque en ningún otro país podría haberse rodado un film como Los pulpos (Carlos Hugo Christensen-1948). Que los europeos confundan al cine argentino con el mexicano vaya y pase, pero que algunos intelectuales argentinos insistan todavía con La casa del ángel indica a las claras el estancamiento de una mentalidad que se niega a cambiar. Los códigos no cinematográficos estuvieron a cargo de los eternos técnicos de la Argentina Sono Film y ellos sí merecen nuestro aprecio. Por otra parte, ésta fue la última película en la que, al final, se utiliza la cortina aquella de Mario Maurano para cerrar un producto del sello. El poco frecuentador de cine argentino Tomás Eloy Martínez cree que apareció recién aquí.
Es innegable el talento de este realizador que fue capaz, junto con Martín Rodríguez Mentasti, de darle alguna forma a este folletín imposible que había escrito su mujer. Pero con el paso de los años nos parece que La casa del ángel en su versión cinematográfica está más atada a lo que el director había aprendido en las fábricas que a la supuesta vanguardia de la que tanto él como su mujer creían ser miembros. A todo esto, cada vez que vemos la película nos preguntamos por la tonadillera: qué pasó con Tórtola Bilbao? Tal vez lo que ocurrió con Beatriz Guido, es decir, ya nadie tiene interés en sus canciones. No basta con analizar un texto literario o fílmico. También hay que saber qué uso se hizo de él en determinado contexto político y social.
1) Delaney, Juan José: El caso de Los tallos amargos y el premio Emecé 1954 en revista Fledermaus, 11, marzo 2008. www.revistafledermaus.com.ar
2) Mucci, Cristina, Divina Beatrice, Norma, Buenos Aires, 2002
3) Esto ocurría mucho antes del premio Emecé
4) Garate, Juan Carlos a Abel Posadas en las antiguas oficinas de la Sono Film,
agosto de 1993.
5) Peña, Fernando Martín, Leopoldo Torre Nilsson, Colección los directores del cine argentino, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1993
6) Di Núbila, Domingo, Historia del cine argentino, Tomo II, Cruz de Malta, Buenos Aires, 1959,
7) Sarlo, Beatriz a Abel Posadas, julio 1981, oficinas del Centro Editor de
América Latina.
8) Rodolfo Walsh dejaría de creer en los medios y en la libertad de expresión luego de esta experiencia.
9) Martínez, Tomás Eloy: La obra de Ayala y Torre Nilsson, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1961.
10) Wolf, Sergio a Abel Posadas en la confitería La Ópera, de Corrientes y Callao, abril de 1990.