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De la tragedia alemana a Darío Vittori

¿Cómo denominar una tragedia de tintes alemanes, de exceso en la medida y una comedia all'uso nostro, al estilo Darío Vittori? Aquella se puede llamar CLOACA mientras que esta puede llamarse -extrañamente- BARAKA (bendición divina en árabe). Basada en la obra de la holandesa María Groos su tema es la amistad entre hombres y su degradación y la degradación del hombre, a secas. Llevada también al cine con su título original, superó, al menos en ese ámbito, el aspecto narrativo de su versión teatral en Buenos Aires.

Sin embargo, la versión criolla tiene lo suyo: la historia del reencuentro de cuatro amigos, un funcionario público homosexual (Grandinetti), un político de cabotaje (Leyrado), un abogado psiquiátrico (Marrale) y un director de teatro mediocre (Arana) desgrana la "baraka", la bendición divina de la amistad, y emblema del grupo, en un pasaje directo al infierno montado en la mano única del tiempo.

La amistad cede ante el fracaso personal. Y todos son fracasados porque el amor no alcanza. Lejos de ser el antídoto contra el mal, la llave que abre la puerta de la felicidad, resulta la construcción errática de seres insuficientes arrastrados por las minucias de la historia: las que elevan al prójimo al sitio de enemigo potencial, y la amistad es el precio de esa subida.

La elección del título es un acierto del autor de la versión en español, cargada de piadosa ironía. La visión original de la obra, escéptica, desesperanzada, crítica con el entorno que determina a cada uno de los personajes, y que culmina en la soledad, la repetición y el suicidio, se reactualiza en la versión argentina en una no menos trágica pero matizada con pasos de comedia. Y para ello cuenta con magnificos actores. No obstante, los tipos que encarnan adolecen de cierta ambigüedad en los trazos, en lo que parece ser una concesión al gusto "políticamente correcto" de las clases medias asiduas al teatro. Así, Grandinetti lejos de encarnar al homosexual de administración pública -suelen ser gente mediocremente medida- lleva adelante al gay falsamente refinado que pasea su perrito por Pueyrredón y Santa Fe. El político encarnado por Leyrado, al que le endosan un largo y penoso parlamento no muy fácil de sostener, resulta una versión muy diluída de lo que podría esperarse del personaje. Marrale es el que más se acerca con el suyo al abogado borderline o directamente desquiciado que pulula en las sombras judiciales. Arana, por su parte, logra sortear con el carisma heredado de su paso por la comedia la condescendencia otorgada al director de teatro chanta y levemente inmoral (parece que nadie está dispuesto a autoflagelarse en las tablas). Alguna vacilación en los parlamentos, pueden deberse al guión adaptado y a la marcación de los actores, no obstante son resueltas con habilidad por quienes están sólidamente instalados en el gusto popular. Esta confluencia de calidad -en la que tambien hay que destacar a Paula Kohan encarnando a una querible prostituta rusa- buena escenografía de Alicia Leloutre (casi un lenguaje por su economía y amplitud de significación), la iluminación de Gonzalo Córdoba, el vestuario y coreografía (Mariana Polski y Carlos Casellas respectivamente) hacen de Baraka algo bueno para ver y reflexionar sin caer en la berretada psicoanalítica, aún cuando las ambivalencias apuntadas logran por momentos confundir a una parte del público

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