AUGUSTO MARCELLINO (1911-1970)
En el “Diccionario de Música Española e Hispanoamericana” (Madrid, Sociedad General de Autores y Compositores, 1999, 10 Vols.) no existe ninguna voz en el volumen correspondiente (n.7) dedicada a Augusto Marcellino, no obstante participar musicólogos destacados de Argentina, Uruguay y Chile en su construcción. Países, lo mismo que Brasil, a los que se halla vinculada la trayectoria artística de Marcellino. El dato revela que las más generosas intenciones transitan el camino del infierno. El caso de Marcellino no es menor dada su vinculación con Domingo Prat (*), Esteban Eitler, Juan Carlos Paz, la Agrupación Nueva Música y el mismo Heitor Villa-Lobos. Claro que el criterio de la nacionalidad contribuiría a lograr una posible explicación del desaguisado, pero no a justificarlo ya que Marcellino desarrolló lo principal de su carrera y su obra en la Argentina.
En cinco entregas sucesivas publicaremos su “Reformas a la notación musical aplicadas al Wiolâum” tal como ella ha llegado a nuestras manos, acompañado por la interpretación de 9 de sus composiciones (“choros”) ejecutadas por Lucila Saab aqui. De este modo rescatamos a un músico brasilero-argentino, negro para más datos, de quien casi nadie se ha ocupado en la historiografía musical de nuestro país o referida a el (**). Paradojalmente sus “choros” han formado parte de las performances de Silvia Costanzo (“Hispanoamérica”-1997, y 2006), David Hall (“Saudaçao”, 2000 versión con marimba), Gordon Scout (“Astral Projection”-2001 y 2009) y Naoko Takada (“choro n.1”- 2010, arr. G . Scout, versión con marimba).
Marcellino formó parte de una etapa de oro de la música argentina (los 40 y los 50) donde la vanguardia musical se instaló en un medio cuyas posibilidades creativas no se dejaban absorber completamente por la música clásica ni por la música de raíz folclórica. Su condición de extranjero y negro no impidió su desarrollo musical, ni su éxito, ni su calidad de vida. Su presencia en la prensa de la época destacan aquellos logros y especialmente su recolección de partituras de guitarra que formaron un acervo especializado nunca visto en el país. El devenir de Marcellino aún su muerte, alejada de la fama y en el olvido, habilita reflexiones varias sobre la producción cultural argentina, sobre sus formas de promoción, el rol de los investigadores, las cuestiones raciales, etc.
Destacamos aquí que Marcellino nunca se sintió segregado, por el contrario. Sobre este punto publicaremos sus reflexiones en una próxima entrega.
Junto con las producciones de Zenón Rolón éste será el aporte que desde El Escarmiento haremos a nuestro extraño “bicentenario”, contribuyendo al rescate de argentinos negros, vanguardistas en lo suyo en un campo nada fácil, adelantándonos a la previsible letanía sobre la “raza excluida”, lloriqueo que vendrá inevitablemente de la mano de antropólogos insolventes, extraviados y antropófagos.
d.a.
(*) Aquel maestro español de guitarra amigo del matrimonio de Juan Domingo Peron con la eximia guitarrista Aurelia Tizón.
(**) Una excepción es Néstor Guestrín: “Apuntes musicales”, en www.webspace.webring.com/people/mn/nestorguestrin/.../apuntes.pdf y en www.nestorguestrin.5v.com./sudamer/siete.pdf.
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En este momento, marzo de 2010, faltan pocos días para que se cumplan 40 años de la muerte de Augusto Marcellino. El hecho de que yo, su esposa, lo siga extrañando, tiene importancia sólo para mí. Pero hay otros hechos referidos a Marcellino que tal vez interesen a otras personas.
Su tarea de músico lo llevó a ser trompetista de jazz, concertista de guitarra, compositor de música brasileña, transcriptor de obras de compositores contemporáneos, y autor del libro “Reformas a la notación musical…”. Esto último era para él lo más importante.
Según decía, no había apuro en editarlo, porque era para dentro de doscientos años. (A mi me alegra mucho que eso suceda ahora, y yo pueda morirme tranquila sabiendo que no se perderá).
Mi opinión personal con respecto al libro por supuesto no es imparcial. Sí debo decir que desconfío de la capacidad humana para aceptar modificaciones en convenciones de escritura que se han usado durante cientos de años. Pero éstos son tiempos de cambios vertiginosos, en todos los órdenes, y tal vez la capacidad para aceptar las reformas sea en las nuevas generaciones mucho mayor de lo imaginado.
Con respecto a los choros que se han ido transmitiendo casi de persona a persona, puedo decir con alegría que se tocan en distintas partes del mundo, han sido transcriptos para marimba, grabado en más de una ocasión en Estados Unidos, tocados por intérpretes de distintos nacionalidades y son material de estudio en varias instituciones.
Me hace muy feliz saber que cumplen el destino de toda música que valga la pena: hacer más llevadera una vida que a veces cuesta vivir.
por Lucila Saab
AUGUSTO MARCELLINO: APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS I(*)
Me llamo José Augusto Macellino.
Nací en Rezende, ciudad del Estado de Río de Janeiro, Brasil, hijo de Alejandro José y de María Jorgina do Rosario que a los cinco años se trasladaron al “Nucleo Colonial Monçao” hoy Iaras, Estado de Sao Paulo.
Desde mi primer infancia, estuve vehemente apasionado por la música: era para mí como algo etéreo sobrehumano.
Distinguía por intuición, pero claramente, sus elementos básicos: melodía, armonía, contrapunto etc.
Creía ingenuamente que todos debían pensar y sentir al respecto igual que yo; ilusión que se fue desvaneciendo con los años, pues la realidad es que -aparte los negados- cada cual tiene su manera de sentir e interpretar el divino arte.-
Ignoro si en mi familia haya habido músicos de nota. Mi padre era carpintero: como el padre de José Haydn el gran sinfonista, y como lo fue el padre de Jesucristo. Pero, como amateur tocaba con singular maestría tanto la “Sanfona” (acordeón), como la “viola” instrumento de cinco o más cuerdas dobles sin bordonas, de forma parecida a la guitarra común, usada por los “caipiras” (campesinos).
Mi madre tenía afición al canto en el que la favorecía una voz agradable y buena entonación.
El primer regalo de mi padre fue una trompeta de juguete; luego, a los doce años una guitarra que compró a un español, Pancho, que vivía en la “fazenda” del Doctor Quartim Barbosa, en la que mi padre construía una iglesia.
El mismo día, después del trabajo, un oficial de mi padre, Tancredo dos Santos, me enseñó tres posturas de un tono, que aprendí ipso-facto y practiqué durante las tres leguas de camino arenoso que recorrimos de vuelta al hogar. No negaré que el aprendizaje, aunque breve fue engorroso, pero en recompensa, puedo jactarme de que a la semana de empuñar la guitarra ejecutaba en ella todo el repertorio de la Banda del pueblo en que residíamos: Iara. Año 1922.
En el mismo año nos trasladamos a “Presidente Prudente”, ciudad del mismo Estado de Sao Paolo; en que enseguida me inscribí en las entonces llamadas “Escuelas Reunidas”. Mi profesora Doña María Ignez Bonatto Cepellos notando la facilidad con que yo aprendía Imnos y Canciones escolares me llevó al Rector, profesor Walfredo Arantes Caldas sosteniendo que por mis condiciones musicales sería un elemento útil para el éxito de la Banda de Infantería de Escoteros que se estaba por formar.
En la escuela antes nombrada un condiscípulo Luiz Gonzaga de Campos, menor que yo, me impresionó al verle que ya tocaba el Sax en la banda que dirigía el propio padre por lo que le pedí que me presentase a ese para que me enseñara a mí también, un instrumento.
“Hoy tenemos ensayo” - me contestó y me citó para poco antes de la hora. Acudí y fui presentado al padre. Este, el Maestro Campos, me acogió afectuosamente y en seguida me escribió la primera lección en un papel pentagramado encabezado por la conocida frase:
“La música es el arte de combinar los sonidos.”
Fue intensa la emoción que, en mi ingenuidad, probé, al verme tan bien acogido e instalado entre músicos.
Pero.... entre éstos, uno, que luego supe que tocaba de oído, tomó el papel, y sin considerar mi estado de ánimo me largó estos piropos: ¿Cómo, estás todavía en esto?... Qué atrasado!... Deja la música en paz etc...
Fue tal el bochorno que me causó, que sin tener en cuenta el tono chacoton de quién me hablaba me retiré, y no volví a presentarme ante el maestro ni a los músicos.
Pasaron casi dos años en que, pese mis tareas escolares, no decayó mi amor a la música la que cultivé en al guitarra y por encargo del mismo director de mi escuela dirigía como sobresaliente la referida Banda de Escoteros.-
Un buen día, 8 de noviembre de 1924 mi buen padre me presentó un violín hecho por él (!) que aun conservo, y cuyas proporciones y forma no le envidiaría a un Amati (digo yo) pero... ¡ay! las maderas no eran las que empleaba Stradwarius de ahí que el sonido no estaba a la altura de dichos Cremoneses.-
Estudié ocho días. Una tarde, 15 de noviembre, fiesta patria, pasando por el “Gremio”, Club de la aristocracia Prudentina oí tocar el violín. Quién lo hacía era un oficial del Ejército.
Aunque en el local había guitarras, no había quien pudiera acompañarle.
De pronto oí decir: “Mira, mira, ahí va un “menino” que toca muy bien la guitarra.- Si, confirmaron, es Marcelino”...
Entré, me presentaron y seguimos brindando música. Mientras, yo con solo 8 días de aprendizaje, me moría de ganas de mostrar mis habilidades, pero no me atrevía a pedir el instrumento. De repente un toque de “diana” y el teniente encerró el violín en el estuche y corrió a llamado.
Dado el estado de decaimiento en que quedó la reunión, yo me dirigía a la silla en que había quedado el instrumento, pero, no atinando a abrir el estuche, el buen destino quiso que estuviera en la reunión mi Maestra Doña Isaura Fernandez de Perrone que, más práctica que yo me ayudó.
Después de deslizar el arco sobre el encordado para asegurarme de la afinación, me brindé una sucesión de preludios técnicos, dejando estupefacto el auditorio, cuyos componentes no me escatimaron elogios.-.
Al día siguiente, en la escuela, la misma maestra repitió esas alabanzas ante los otros profesores, asombrándoles que en tan pocos días hubiera llegado a casi eclipsar en el violín a un distinguido militar que me había precedido.
En esos días se me ocurrió ir a un ensayo de otra banda particular que dirigía un Maestro Floriano, contrabajista. Este que ya me conocía y sabía que yo tocaba la corneta y tenía buen labio para los agudos, me propuso enseñarme un instrumento cromático. Ante mi estusiasta aceptación me entregó un sax todo embollado y sucio, en fin, de aspecto indescriptible de conservación, y en un papel me escribió una escala sobre la que me instruyó ordenándome de volver a los dos días para escucharla.
Llegué a mi casa con el sax y el papel. No comí, no dormí, ni, en la vecindad nadie ha de haber dormido.
A los dos días me presenté al maestro y le toqué la escala prescripta, la que mereció su entera aprobación; la que culminó al oírme aquel tocar de inmediato sambas, maxixes y marchas de moda en aquel entonces.
El maestro solo atinó a exclamar.
“¡Qué coisa fenomenal! ¡Nunca vi coisa assim!” y corrió en busca de una trompeta, me la entregó y me ofreció.
“Ahora te voy a enseñar música de verdad -dijo-. Reproduzco aquí la lección de solfeo, única que he recibido, la que me explicó con solo el auxilio de las notaciones gráficas.
La semibreve ( o ) vale 4 tiempos
La mínima (d ) vale 2 tiempos
La semínima (p ) vale 1 tiempo
Luego me dijo: Bien, pasamos ahora a tocar, tengas el pistón y con el resto de la banda ensayemos la sinfonía de “Guarany”.Pues bien, las tres figuras antes dicha comprende todo lo que yo estudié didácticamente respecto a división de tiempo. Y son un recuerdo afectuoso hacia mi buen maestro Floriano.-.
Pero, y pese a mi buen oído, no me había de quedar en eso, tocando de puro pálpito; con lo que a cada pieza nueva tenía que aguantar la amigables “cachaditas” de mis colegas, las que maldita gracia que me hacían.
Se me ocurrió entonces una solución luminosa... Conseguí las impresiones de varias melodías que ya sabía de memoria y canturriándolas seguía simultáneamente la hoja fijándome en la representación gráfica del valor rítmico de frases, periodos silenciosos etc. y así me compenetré hasta dominar la clave de la división del tiempo; con lo que tuve de nuevo éxito de sorpresa tanto a maestro como a mis compañeros de atril y las “cachaditas” desaparecieron.
“Ride ben chi ride l´ultimo.
Por el año 1925 la empresa Cinematográfica de Joao Gomes traía el maestro Francisco Basalglia, distinguido director de orquesta el que contratado luego por la municipalidad Prudentina fundó la Corporación Santa Cecilia nombrándome trompeta solista de la banda respectiva y notando mis dotes musicales quiso usar de sus influencias en el Conservatorio de Milán, para que, con una beca oficial podía perfeccionar mis estudios en aquella ciudad. Único hijo y comprendiendo demasiado que al separarme de mi madre para tan lejos hubiera sido muy duro sobre todo para ella, desistí aprovechar esa oportunidad.
El año siguiente, 1926, fui a San Pablo para iniciarme como profesional y emanciparme. Pero, falto de relaciones y de experiencia, pasé un mes sin destino y me encontraba ya empeñado en el hotel. Pero una buena estrella quiso que mientras miraba la cartelera del circo “Alcibíades” mi colega Edmundo do Nascimiento de Abreu con el que había intimado en mi ciudad, me saludó y previamente se alegró de que estuviera disponible, ofreciéndome relevar(lo) de su puesto en ese Circo, teniendo que irse al interior. Me presentó al maestro en vista de mi apremio, se sanaron dificultades y pude debutar como trompetista a los tres días en la banda del circo. Para mayor ventura unos músicos me ofrecieron hospitalidad en su habitación: Un local de 4 x 4 en que nos refugiábamos diecinueve co-inquilinos. Dejo al lector imaginar la pintoresca tranquilidad de que disfrutábamos todos.
A los tres meses, sentí nostalgia de mi terruño y volví. Siendo contratado por una empresa de cine de Santo Anastacio, localidad vecina.
Eramos tres: un violinista, Aymoré Brasil, un baterista, Eduardo Araujo, y yo para tocar el instrumento que hiciera falta.
Después de un tiempo se fue el violinista por lo que Desfalcado el trío la única solución seria un piano. Pero faltaba el pianista: el empresario señor Nicolino Rinaldi me abordó:
-Señor Marcelino, como “hombre orquesta” que es no le ha de tener miedo a un piano.- Le contesté que nunca me la había visto tan gordas pero que lo trajera no más y me arreglaría.
Un día, lunes, el piano estaba en la estación y el jueves había que tocar en la función. Entre el martes y el miércoles, en dos días, preparé un programa y me aprendí dos marchas, para overtura, y ocho para el desarrollo de la película.
Para reclame ese día recorrió las calles un camión con cohetes y morteros anunciando el estreno del piano.
Hecho tan extraordinario motivó que apareciera en la boletería el tan deseable cartelito “no hay más localidades”.
Con semejante bombo, y yo con solo dos días de aprendizaje, el que me sacó de apuro -aunque parezca increíble- fue mi único acompañante el baterista que a golpes, bombazos y platillazos llenaba los claros e inseguridades de mi técnica improvisada.
Un éxito ¡felicitaciones de la empresa y en fin un pianista consagrado en dos días... E tutti contenti!
Tuve si una recompensa más noble:
Estando en mi ciudad en casa de un antiguo amigo, José Seppa violinista, con quien habíamos tocado juntos y tenía un piano; sorprendido éste de que yo fuera también pianista mandó llamar a mi madre, esta llegó mientras yo tocaba y su sorpresa la emocionó tanto que inclinando su venerable cabeza sobre el instrumento llorando exclamó ¿Cómo es posible? Si esta criatura nunca estudió; ¿Cómo puede hacer esto?
En el año 1928 volví a actuar en San Pablo, ya con más fijeza.
Lo único no fijo era el instrumento con que debía actuar al día siguiente.
Fuera un Director, un empresario o un organizador de bailes arreglábamos los honorarios, día, hora etc. al final se me ocurría (a mí, que no a él) preguntar ¿y? Con que instrumento me toca actuar?
Fuera pistón, piano, guitarra, violín, saxofano, clarinete, cavaquinho, flauta, trombon a vara etc.
Con cualquier contestación agarraba viaje.
(*) En la transcripción nos hemos limitado a corregir algunos errores tipográficos y alguna incongruencia gramatical, dejando en pie la particular dicción brasilera-argentina de Marcellino que le confiere un sabor especial a la rememoración de esta primera etapa de su vida (N. del E.)