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CUANDO LOS MONTONEROS VENIAN MARCHANDO

"TIMOTE Secuestro y muerte del General Aramburu"
de José Pablo Feinmann


por Domingo Arcomano



La crisis emotiva de las clases medias ha permitido el crecimiento acelerado del "pólipo literario" llamado "libro de autoayuda", saturados de terapias breves ofreciendo la conquista de la felicidad a corto plazo y con una mínima inversión, aparte del costo del engendro. ¡Cuánto librero de Buenos Aires, cual mercero del Once, sonríe ante la debilidad humana! "Tu debilidad es mi fuerza". Pero contra toda primera impresión, la autoayuda no queda limitada al zoológico colgado de Osho o Paulo Coelho o, si se trata de burguesitos con pretensiones, de los gurús norteamericanos que les enseñan a robar con más rapidez. No. La autoayuda también se desliza en berretalandia a partir de secreciones de "psicólogos" que posan de escribas y jeremías bíblicos, de "coachs" ontológicos (¡!), "conchitas" parlantes (Menem lo hizo) y hasta frustrados deshollinadores que confunden los procesos cognitivos con el caño de su inodoro (algunos con combustible espiritual incluido, de modo de aspirar a una cloaca con motor). Una categoría que ha cedido un poco de terreno es la de la autoayuda propia, la autoconfesión ("Me salvé del cáncer", "Era gay y no lo sabía" "Vivir adoptado", "Mamá era de Wraclaw y huyó de la Zwi Migdal").

En este registro, y en una subdivisión, están los distintos artefactos enraizados en los 70 que van atravesando "géneros literarios", de modo que nos enteramos con la palabra "Fin" de lo bueno que era su autor en la época, y ahora. Por supuesto lo bueno en forma primitiva implica lo malo y aquí los buenos y los malos, como en los cuentos de niños, están bien definidos. Lo que no deja de ser un cuento. La grosera versión orwelliana (manipular el pasado, para controlar presente y futuro) y cinematográfica a lo Peter Greenaway (comer del cadáver del ser amado) en la historia promovida por las damas del pañuelo blanco, ha tenido sus consecuencias de superficie, menos profundas no obstante que el miedo que continúa instaurado socialmente por la Dictadura del 76.

Una de estas consecuencias es el cambalache literario-filosófico-histórico en forma de libro, utilizado por sus autores como "aguja de marear" para no ir a ningún lado. Servicios de Inteligencia, ex-"perros", ex-"montos" y talenteadores afines a esos grupos han dado lo suyo, marcados por la común actitud antiperonista. En la criba de este registro insertamos el puchero escriturario (comida de rango popular hecha con sobrantes, en este caso de letras) denominado "TIMOTE Secuestro y muerte del general Aramburu" de "José Pablo" Feinmann (1).

Feinmann supo calentar el ambiente teorizando desde la revista Envido, tanto como Clotilde Acosta ("Nacha Guevara") y Piero Debenedictis ("Piero") lo hacían desde la imitación de Cabaret francés y la canción de protesta. Eso sí, con gesto heroico y crispación ética. Mientras estos últimos, como tantos otros, tuvieron que huir para poder salvarse, el teórico felizmente fue olvidado por la banda militar del 76, probablemente porque no se lo tomaban en serio.

Hoy, Feinmann, devenido "otrista" secularizado, el otro de aquellos Montoneros originalmente católicos y pacatos según nos dice, nos lleva de la mano al proceso de los últimos días de Aramburu. Aquí y allá desliza algún error de enciclopedia, pero en fin, se trata de una novela (¿o no?). Cuando pretende ironizar le sale mal: Así, cuando Firmenich es presentado como el Manolito del engendro gorila de Quino, Mafalda; y el patrón de boliche -que, por serlo- resulta traidor, buchón y trepador, entre otras cosas.

Los párrafos de autoayuda se deslizan sin problemas en la caracterización de Norma Arrostito ("Gaby") -(p. 38-39), la de Abal Medina (un "nietzscheano", p. 55 y un hereje casi protestante vía Bergman), el conocimiento de manual (la mirada sartreana) o su ajuste de cuentas con la cúpula de Montoneros, lectores de Salgari, Julio Verne y Oesterheld (¡!)-(p. 42-43). Sin duda la diferencia de lecturas hace la diferencia: "mientras ustedes están civil y materialmente muertos yo, que leía la Crítica de la Razón Dialéctica, ni memorista ni pasional, tengo una clase de filosofía en un canal de televisión como los franceses, me codeo con la historia" aunque por razones literarias apele a resúmenes en la línea Pigna-Lanata (p. 56-58) (ni los manuales Lerú se animaban a tanto).

Los personajes entran y salen, dicen su mentira o se las atribuyen como en el caso de Mugica que aparece promoviendo "matar por exceso de amor" (la víctima agradecida): el mismo esquema mental hipócrita (progresista al fin) que preside la disculpa del asesinato a manos de un marginal: es "un hecho social ineluctable", ni siquiera ético.

Los conocimientos históricos de José Pablo son un poco lentos (cuando no cartonea, como en las p. 105-106, donde hace una anacrónica apología del gauchismo): Tal en el caso de la calidad de la historiografía del levantamiento y asesinato de Valle: El libro de Salvador Ferla ("Mártires y Verdugos") a quien hace aparecer retrospectivamente como "peronista", cuando nunca renunció a su nacionalismo católico y el de Rodolfo Walsh ("Operación Masacre") quien había dado sus primeros pasos en esa atmósfera y publicó su obra por entregas en el diario de los hermanos Jacovella (idem). Pocos se toman el trabajo de leer, en este caso Feinmann, la correspondencia entre Perón y Cooke al respecto. Vale la pena, a pesar de la tragedia del error de Valle (que involucró a Marechal y a Castiñeira de Dios) y de tantos otros que pagaron con su vida la intentona.

Su carácter de glosador de pensamientos ajenos, no solo lo aleja de la historia, sino del acceso a la política. Probable lector de alguna "teoría del partido proletario", desconoce la articulación real de masas y vanguardias (o elites, como se guste) en la historia real. Esta ignorancia unida a su negativa a la acción política (es un "intelectual") lo lleva a justificar la inercia dicharachera con la "astucia de la razón" hegeliana y con el "género" elegido: la "ficción", porque "la ficción no juzga". La irresponsabilidad absoluta. Claro que ello le permite calificar el asesinato de Aramburu como algo distinto que "asesinato" (como el de Rucci, por ejemplo). Es un crimen sí, pero enmarcado en la astucia de la razón, metafísico.

En la era del pensamiento debilitado, la estrategia de Feinmann es la de la degradación del conocimiento histórico. Su odio personal por Firmenich (¡oh, amores contrariados!) lo lleva desde la falsación sin más de un documento montándose en argumentos sofistas ("...la versión de Firmenich es la versión de Firmenich. Solo eso bastaría para, no solo desconfiar de ella, sino para tornarla falsa") (p- 84). Precisamente ese conocimiento histórico degradado, pueril, no es distinto que el enarbolado por Walsh, Gelman, Oesterheld o Urondo, (p. 101) ni es un espejo invertido del de Feinmann: la única diferencia es que aquellos estaban adentro de Montoneros y Feinmann peligrosamente en la periferia, y del lado de afuera.

Así, manipulador de palabras al fin, aunque se noten los hilos del títere, aparece Aramburu prisionero del "destino" (p. 101) y como tal de una historia con "sentido": la astucia de la razón, ésta vez a caballo de un anagrama: Con las palabras se puede hacer casi todo, menos engordar. Como el mate, churrasco de agua caliente, solo entretiene.

En el capítulo 11 del libro, el aire de familia, reúne a toda esta porción de fracasados. La referencia a Sarmiento ("Inventé anécdotas a designio"), su Facundo y la asociación inevitable con Respiración Artificial de Piglia (2), inunda esta pobreza de literatura de la literatura.

Y claro, ante este panorama "Dios es reaccionario. Cualquiera lo sabe" (p. 105). La apelación berreta al "cualunquismo", en busca de la adhesión barata, "consensuadamente democrática", pero con términos grandilocuentes aunque ya muy gastados, es la red que sostiene el escrito de Feinmann. Pero ¿no se trata de una novela? Casi. No podía faltar el tema del "holocausto" (3) y la referencia a Auschwitz. Viene de la mano de Löwith, el eterno discípulo del nazi Heidegger, aunque en su referencia a dios, no aclara si se trata el dios del viejo testamento o el del nuevo. De todos modos la sospecha es fácil. Acá se podría decir que Feinmann es de origen judío. Aunque también sospechamos que casi todo el mundo lo sabe.

En este libro, a esta altura un libro-catarsis, el único elemento literario rescatable resulta la presencia del capataz Blas Acebal, una historia dentro de la historia, un "gaucho" a lo Vacarezza, difícil de conciliar con el guiño de la "banalidad del mal" páginas más adelante. Alumnos agradecidos.

Y lo mejor: el "monólogo interior" de Firmenich y su caracterización del "Che" Guevara (p- 248-249) creando la más siniestra ironía a pesar del autor y desnudando su impotencia: lo real devorando la ficción.

En fin, otro artefacto Clarín/Pagina12. Los muertos siguen firmes. Los "vivos" también. Nada ha cambiado. ¿Esto era una novela?

Notas:

(1) La ironía tiene su historieta: La President@ señaló que "José Pablo", le hizo descubrir la "otredad", invento de la derecha conservadora judía europea (Levinas, Derrida) que, de la mano de antropólogos analfabetos enlaza con ese otro gran "misterio" metafísico, el de la identidad, del que nos ocuparemos en el próximo número. Feinmann ha sido un hábil navegador de la cafetería filosófica local. Repetidor poco sutil de la historia de la filosofía cumple el papel de Borges en el almacen de las letras: con unos libros leídos más que el promedio de su público (patente de inteligente), le ahorra tiempo, lo ayuda a autoestimularse y le cobra. Supo ser "teórico" del peronismo en los 70 y su repudiador en los 90. En la secuela de esta década (la actual) arrimó al fogón kirchnerista pero, rápido de reflejos, advirtió que el contenido del cocido hedía. Lo que no le impide pasillear por el poder sin la mancha del otariaje de la "Carta Abierta (Robada)". Estos últimos abonados a la caja oficial y formando la "pequeña escuela de los glosadores argentinos" cuya "epistemología" Feinmann comparte. El poder, como el "odore di femmina" tiene una atracción irrestible. Pero ninguno de los aludidos es Platón ni llegó a Siracusa.

(2) Un personaje de la novela preguntaba (¿retóricamente?) "Quien de nosotros escribirá el Facundo". Me animo a decir: NADIE; mientras que algún crítico literario les archiva la carpeta de "falta de talento".

(3) No se vea en esto planteo alguno del estilo "negacionista" europeo, porque el tema me es ajeno (tanto el "holocausto" como el "negacionismo"). Sino la referencia a un conjunto de hechos históricos (de ahí la provisoriedad del entrecomilado) susceptibles de ser investigados sin metafísicas raciales o nacionalistas de ningún tipo.

 

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III Flor delirante, sierpe enfurecidaque en sangre bañas un rumor helado,y al recorrer el aire delicadociñes