Michel Onfray se reviste en este libro como “educador popular” libertario actualizando una vieja practica de sus pares -y los socialistas- que acercaban a los trabajadores las divulgaciones científicas del mundo burgués, mechadas con invocaciones morales y exprimido de lucha de clases. (En nuestro país de la mano de inmigrantes italianos, españoles y alemanes –y de sus hijos y nietos- tenemos sobrados ejemplos). Aquel rezago iluminista, del cual Onfray se considera heredero y continuador tuvo su última eclosión en la decada de los 60: la muerte de Guevara y el mayo francés de 1968. A partir de allí todo empezó a ser viejo, rancio, fracasado.
Onfray se postula como un filósofo y como un filósofo adelantado, ya que en las primeras páginas del libros nos propone su propia biografía tarea que, por definición, viene después del sepulturero. Este profesor de la Universidad Popular de Caen (una especie de Contra-Universidad para “populares”) tiene como antecedente la actividad que desarrolló en los 20 y los 30 Georges Politzer, rescatado cada tanto para imprevisibles cursos de iniciación de primates revolucionarios. Al igual que Politzer, populariza corrientes filosóficas y atraviesa el psicoanálisis. Claro que eran otros tiempos y los actos de fe más sòlidos. La crítica a Freud por parte de Onfray es el producto de su desencanto con el relato, con su creador, su institucionalización y con todos los males reales y ficticios que se derivan de ellos. Se nota en el autor y muy a su pesar la furia del converso, la que describe para Saulo de Tarso en su “Tratado de ateologia” (1). “El crepùsculo de un idolo” se auto-presenta como una continuación, un aplicativo del “Tratado de ateologia”: “…Espero que se me haya comprendido: este libro se propone reiterar el gesto del “Tratado de ateología” con un material llamado psicoanalisis”. (pág. 36). Nada más falso: En el “Tratado…” la figura de Freud es rescatada y reivindicada (págs. 75 y 247….). Y aquì empieza lo mejor.
Sorteado el tropezón articula una serie de hipótesis (“postales” las llama - 10 en principio) destinadas a ser falsadas a lo largo del libro. Todas ellas forman parte del acervo común de la época desde hace tiempo al punto que un colaborador de estas páginas supo decir hace más de treinta años: “hoy querámoslo o no todos somos un poco freudianos y un poco marxistas” (con más o menos impudicia muchos “curtos” hablaban de “inconciente”, “Edipo”, “superestructura”, “modo de producción”, etc…sin saber de lo que hablaban). Se había instalado un mundo virtual, fantasmagorico, irreal por tramos, gracias a la práctica sectaria de las orgas psicoanalíticas y partiduchos políticos, que reproducían en la colonia la práctica cultural de quienes los sodomizaban intelectualmente. (no es casual que Elizabeth Roudinesco afirme con cierto orgullo que hay “60 escuelas de psicología en la Argentina” como si la multiplicidad fuera signo de democracia o librepensamiento, como si esto fuera importante o le confiriera “verdad”al tópico).
Onfray propone una “psicografía” de Freud a partir de una ¿hermenéutica? nietzcheana (al estilo “el hombre es lo que come” de Feurbach): “…con bastante frecuencia me he preguntado si la filosofía, en resumidas cuentas no habrá consistido meramente en una exegesis del cuerpo y un malentendido del cuerpo” (la cita es de Nietzsche, en las págs. 60/61).
El camino elegido, así como los datos omitidos, pueden ser discutibles, no así los resultados. La miseria física, moral e intelectual del médico de Viena, sus agachadas familiares, con amigos, con pacientes, discípulos y competidores van desfilando por estas páginas, al igual que sus maniobras delictivas, sus falsificaciones(3), su avaricia. No es casual entonces la vinculación que hace Onfray de Freud con la fundación de una nueva religión. Claro que el cuentito de los Evangelios logra una reproducción un poco más pedestre en la Viena de principios del siglo XIX: Aparece el socio fundador (Cristo-Freud), los Apóstoles (los “psicoanalistas” de las “reuniones de los miércoles”), los Judas (Jung, Adler) hasta los Judas suicidados (Viktor Tausk, Herbert Silberer, Eugénie Sokolnicka) de la mano del “Rabí” Cristo-Freud, el Golgota (el exilio de Freud en Londres)(4), los Evangelistas (Ernst Jones, Peter Gay), la misoginia (Sabina Spielrein, Anna Freud), el uso recíproco con las instituciones dominantes (desde el saludo a Mussolini y los coqueteos con el nazismo hasta la alianza con el poder; como en la Roma de Constantino: esta vez con las Universidades del mundo burgués: el psicoanálisis como fascinante mecanismo de dominio individual -y por consiguiente de masas aterrorizadas y despolitizadas), las iglesias disidentes (al principio los soviéticos, los jungianos, los adlerianos, después los freudo-marxistas, los lacanianos, etc.,etc.,etc. …)
LA LUCHA POR EL CLIENTE
“¿Por qué tanta maldad?”
(Silvio Soldan)
“¿Por qué tanto odio?”
(Elizabeth Roudinesco)
Claro que Onfray no agota las fuentes de consulta, ni elabora la historia criminal del psicoanálisis pero sus pequeños desvíos no lo apartan del personaje principal. A veces le fallan algunos datos históricos. Y a partir de allí (el hecho de que no sea un “historiador profesional”, como si esto significara algo más que la apropiación de un “dictum” amparado por los títulos otorgados por el Estado) se generó una tormenta sobre el francés de la mano de Roudinesco (“¿Por qué tanto odio?”, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2011), una zonza del establishment universitarioque tiene tragada la píldora de la “derecha/izquierda” y cuya máxima profundidad intelectual en el tema es un rosario de argumentos “ad hominem” (la vieja falacia de la que nos hablaban en la escuela secundaria) y la denuncia de que al anarquista no lo quiere nadie. Pobre (s).
No por conocido el rastreo de fuentes a las que echó mano Freud resulta redundante. Por lejos resulta un incentivo para sortear el tufo sectario e iluminado de los mediocres psicoanalistas, y permite abordar este procedmiento de “curación por la palabra” (5) como una ideología del siglo XX, como lo fue el positivismo para el siglo XIX.(6)
Para no ofender a los antropólogos que viven de esto, reivindicamos la “curación por la palabra” llevada adelante por algunos “yuyeros”, hasta el límite del “yuyo”, claro. Lo que no se puede admitir es el curanderismo con fueros Universitarios. El “pachamamismo”, el culto a la pachamama queda para los vampiros de indios. En esta tierras al atraso cultural y socioeconómico se lo llama “folklore” y a la indigencia intelectual del curandero urbano, psicoanálisis.
Hubiéramos deseado una mayor profundizacion acerca de la influencia religiosa familiar en el génesis de la “interpretación de los sueños” (algo así como “la pluma del caburé” para acertar la lotería). La “interpretación” del Talmud como fuente de éste aspecto del dogmatismo freudiano es vastamente conocida (hasta nuestro Alberto Merani se ocupó del tema) y hoy parece resurgir con fuerza de la mano de cierto nacionalismo israelita como un motivo de orgullo. Claro que éste es un campo resbaladizo que nos emparenta con las narraciones de los fogones guaranies y con el vudú haitiano (7). No sabemos si Onfray temió ser acusado de antisemita (Roudinesco lo acusa de ello), a pesar de haberse tragado él también la píldora completa del “holocausto”.
El producto final freudiano resulta, a pesar de sus críticos clericales y racistas, un producto típicamente occidental: Un Golem askenazi cruzado con un Frankestein nórdico (dos “razas” que se consideran elegidas y superiores): poco más que un producto de raíces mitológicas inyectado en un artefacto mal cosido que, no obstante exiliarse cada tanto, reaparece bajo nuevas formas. Hoy debe competir con los libros y consejos de “autoayuda” que, inocuos o peligrosos segun el caso, siguen resultando más baratos que una sesión en el diván.
La experiencia indica que hay mucho más “psicoanálisis” en los grupos masificados marchando por las calles (es decir “Edipo”, “tranferencia”, “contratransferencia”, “etapas anales”etc.) que en el conjunto de los divanes de las “sesenta escuelas de psicoanálisis” de Bs. As.
Vale la pena leer “El crepúsculo de un idolo”. Algunos preguntarán “¿Por qué tanto odio?”, otros, más caseros, “¿Por qué tanta maldad?”.Muchos, aprenderan que nuestros farsantes locales no tienen nada que envidiarle a los de Europa.
d.a.
(1) Buenos Aires, Taurus , 2011, 499 págs.
(2) Lo de “tratado” es un exceso. Solo es un resumen que no incluye una puesta al día del tema y cuyo interés está bastante por debajo de la “Historia Criminal del cristianismo” de Karlheinz Deschner, que resulta mucho mas movilizador que este paseo filosófico por las “religiones del libro”, desde el s. XVIII hasta aquí. La edición local del “Tratado…” lleva un prescindible (cuando no risible) prólogo de una profesora argentina de filosofía cuya afirmación más “brillante” es: “…el estallido musulmán en Irán en el siglo XX confundió –incomprensiblemente- al propio Michel Foucault” (pág. 15) apuntando erróneamente a la cabeza del francés.
(3) En este punto la investigación notable de Hans Israëls : “El caso Freud. Histeria y Cocaína”, México, Fondo de Cultura Económica, 2002.
(4) El viejo chiste: “qué es un psicoanalista?: Un médico judío que le tiene miedo a la sangre”, viene al caso. El Golgota de Freud no es sangriento; pero igual mueve a piedad. Es el exilio de un hombre con cáncer terminal.
(5) Para una casi pre-historia occidental del tema se puede ver el libro de Lain Entralgo
“La curación por la palabra en la Antigüedad clásica” Anthropos Editorial, 2005.
(6) Que sin perjuicio de perder rápidamente sus pretensiones científicas permitió aferrar lo que conocemos como ciencia (a pesar de “materialistas dialécticos” y metafísicos de diversa factura) en un ámbito donde las especulaciones arbitrarias no se animan siquiera a ser validadas. El psicoanálisis en cambio, como el espiritismo (al que Freud no fue ajeno, como a la numerología) revista como un dogmatismo delirante, con pretensiones de “ciencia” (!!), ni siquiera cientificista (lo que, aun de por sí siendo grave, podría discutirse…en el ámbito de la ciencia).
(7) No es una humorada: algunos párrafos esotéricos de Gershom Scholem sobre la Cábala son el paralelo que nada tiene que envidiar a las especulaciones de Milo Rigaud, sacerdote que fue del Rito Petro en Haití.