Carlos A. Casali: “La filosofía biopolítica de Saúl Taborda”, Lanús, Ediciones de la Universidad Nacional de Lanús., 2012, 369 págs.
Sin prisa pero sin pausa van emergiendo en el ámbito académico producciones que erosionan los términos coloniales con que se levantó el cercado al pensamiento nacional. Decimos “en el” y no “desde”, por cuanto no se trata de la imposible auto regeneración de esta Universidad sino imposición de la realidad. Mientras el tontaje universitario naufraga consumiendo las últimas fibras de la piragua francesa (Lacan-Deleuze-Foucault-Derrida), alemana (Adorno-Benjamin- Habermas) o anglosajona (Rorty-… ¿cuál es el último de moda?) y cuanto atajo le permita evadir su concreta pertenencia al ámbito barrial, la cruda realidad le va apuntando que la glosa y la repetición que contrabandean como pensamiento no sirve para nada y que lo útil, objeto de pensamiento, ya tiene antecedentes locales.
Son pocas las excepciones a este fin de ciclo. Como son pocos también los que han evadido la mordaza asfixiante y la esterilidad impuestas por la normativa “del claustro” al momento de pensar temas y problemas de la realidad nacional.
En este contexto viciado el libro de Casali no solo es una bocanada de aire fresco sino un modelo de trabajo y resultado. Con propios antecedentes de abordaje del pensamiento de Saúl Taborda (1) que se vuelcan en la obra que reseñamos, ésta se deriva, conforme señala el autor, del trabajo de investigación durante su Doctorado en Filosofía (Universidad de Lanús). Su puesta en libro viene aderezada por un prescindible prólogo ajeno, cuyo amontonamiento de palabras (victimizando la claridad) sirve de ejemplo de atascamiento por exceso de vacío; algo que se olvida rápidamente desde las primeras líneas de la Introducción.
Casali no ubica a Taborda en el grupo de filósofos marginales o “colaterales” como algún despistado (¿o temeroso?) historiador de la filosofía pretendió clasificarlo. Lejos de ello se propone un “programa de desambiguación”. La persistencia de núcleos temáticos aparentemente contradictorios a lo largo de toda su obra y su distinta articulación según el vínculo que el mismo Taborda iba trabando con el objeto de sus meditaciones, resultó la criba más eficiente para desarticular la labor de sus críticos. La necesidad de ceñir un pensamiento “desconcertante” y en proceso a conceptos previamente consagrados por el mercado ideológico, tuvo como efecto su mutilación cuando no la erección de fantasías delirantes en torno a él. (2).
Casali se propone “ubicar a Taborda y a sus conceptos a partir de un horizonte de comprensión filosófico y político diferente de aquel que hace visible esas ambigüedades, contradicciones e incomprensiones como defectos o dificultades que deberán ser superados” (p.19). No está demás señalar como premisa en este punto que Taborda es, fundamentalmente, un pensador político cuyo pensamiento no resulta vicario de la “historia de la filosofía política” aunque se nutría parcialmente de ella, sino que está enraizado en el tratamiento de temas concretos determinado por su propio horizonte epocal (3), al meditar núcleos temáticos de cuestiones que estaban (y continúan) sin resolverse: la articulación del Estado y la sociedad, el poder popular, la representación política, la transmisión de la cultura -sus aspectos tradicionales- la configuración de la pedagogía, etc. Quizá aquí resida otra de las explicaciones de la vigencia de su pensamiento.
Esta inmersión en la realidad para su transformación resulta más “práctica” que la de muchos pensadores “revolucionarios”, y un antídoto para la “evasión en revolución” de mucho filósofo-tránsfuga político, cuyo paradigma encarna soberanamente Carlos Astrada. (4)
Merece un párrafo aparte la estrategia discursiva de Casali, cuya referencia a la biopolítica, término que se ha extendido entre nosotros en un sector universitario de la mano del italiano Roberto Esposito, en cuya explicitación el mismo Casali no abunda (5), le permite sortear las exigencias académicas del “estado del arte” sin condenarnos al aburrimiento de la obviedad que conlleva ese punteo. El concepto biopolítica es que le permite abordar sin transiciones “la particular relación que Taborda establece ente vida y política, una compleja trama de remisiones semánticas tensionadas en su mutua y divergente complementariedad que torna ambiguos ambos términos, a la vez que se sirve de esa ambigüedad para hacer más rica y profunda esa relación” (p.21)
Las hipótesis que cimentan esta excelente obra son: Saúl Taborda desarrolla originariamente su pensamiento a partir de lo comunitario (hipótesis 1) radicando su originalidad en su ubicación por fuera de “la polarización y complementación del fenómeno político en términos de sociedad civil y estado” (hipótesis derivada). La interpretación biopolítica es la que permitiría transformar lo “difuso y confuso” tabordiano en fuente de sentidos políticos y filosóficos novedosos (hipótesis 2). Es decir transitar el camino de la desambiguación y recuperar en el plano de la claridad aspectos de un pensamiento que -por tramos- constituiría su propio obstáculo, oscurecido las más de las veces por sus propios intérpretes.
La estructura triádica de la obra (más el capítulo IV:”La filosofía biopolítica de Saúl Taborda”, a modo de conclusión presentada por el propio autor) resulta mucho más que una sospechosa secularización de alguna trinidad o la reiteración mecánica de alguna dialéctica lógica o filosófica. Cada capítulo es un pequeño tratado por sí mismo y su apertura al siguiente va descubriendo la complejidad del proceso de elaboración de un pensamiento anclado en la comunidad nacional, atravesado por los requerimientos teóricos y prácticos de la época.
No fue ajeno el cordobés Taborda al reclamo literario (“Verbo Profano”, “El mendrugo”, “El dilema”, “La obra de Dios”, “Julián Vargas”) en el que también se embarcaron muchos escritores de su generación, marcado en su caso -como no podía ser de otra manera- por el tono anticlerical de la ilustración de su provincia (abierta a todos los matices del positivismo traducido desde Europa, con revolución rusa y marxismo -socialdemócratas y “herejes”- incluidos) e influencias nietzscheanas. El pueblo concreto se iba haciendo presente a los tropezones en aquellas piezas, mediado por las inevitables teorías estéticas y filosóficas que se cargaban en la mochila de la colonia en aquel principio del siglo XX. La Reforma Universitaria, de la que supo repudiar expresamente su inconsecuencia final, lo tuvo en sus filas tanto en Córdoba como en La Plata (sus dos centros principales). Casali logra articular la labor literaria de Taborda y su participación en el proceso reformista del 18 con la germinación y lenta decantación de conceptos que lo acompañarán toda su vida mutando su relevancia y centralidad o, su alcance semántico, en la formulación de un inacabado pensamiento en proceso.
Las páginas dedicadas al análisis de las “Reflexiones sobre el ideal político de América” (Córdoba, Elzeviriana, 1918) rescatan la obra de su manipulación por el “eticismo” de nuestros liberales de cátedra, al destacar las referencias concretas, prácticas que se desprenden de los distintos abordajes conceptuales que va depositando Taborda: El Estado (y su crítica), los partidos políticos (“sindicatos organizados para la conquista del poder”) el sufragio (como mecanismo de exclusión popular), el derecho (como mecanismo de opresión) o el sistema de dominio social impulsado por el capitalismo europeo; elementos todos cuya refacturación en tierras americanas impiden la realización de su “destino”. Este idealismo histórico, “destinal”, sin ser ajeno a una confianza ingenua en el desarrollo científico, aparece aquí de la mano de la reivindicación de Rivadavia y de un manifiesto rechazo de lo hispánico (que vincula a Rosas) y del gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Esta postura fue interpretada negativamente, por la manifiesta incapacidad de parte de sus críticos (en sus variantes coloniales de “izquierda” o de “derecha”) de absorber los ulteriores desarrollos del pensamiento de Taborda (el “facundismo”, el “comunalismo federalista”, el rechazo a la pedagogía burguesa del “ciudadano idóneo y nacionalista”). Los adoradores del panteón liberal repudiaron el giro por el tufo totalitario que le atribuían, por lo que estimaban un deslizamiento “fascista” de Taborda, mientras otros, por izquierda, apuntaron sus cuestionamientos a la celebración tabordiana de Rivadavia o a la “incomprensión” del gobierno de Yrigoyen. En todos ellos campea la falta de una perspectiva nacional o su tergiversación mediada por prácticas que no superan el anaquel de librería. Serán las “cosmovisiones” de este origen –en las dos puntas del arco ideológico de la política- la que lo privarán durante mucho tiempo de función efectiva en la historia del pensamiento Argentino: la de ser una voz inexcusable en ese coro, en una etapa de transición (nacional e internacional) que significaba la decadencia de la Argentina rural de la mano de una industrialización demorada y el cambio de la hegemonía imperial en occidente con su impacto directo en nuestro país. Guerra mundial mediante fue el preludio de la Argentina que el mismo Taborda no llegó a ver pero que, junto con otros contribuyó a delinear en sus variantes ideológicas.
Domingo Arcomano
(1) Carlos A. Casali: -“Presentación”, en: Saúl Taborda: “Reflexiones sobre el ideal político de América”, Buenos Aires, Grupo Editor Universitario Col. Pensamiento Nacional e Integración Latinoamericana 6, 2007, 170 págs., págs- 9-39. -“La pedagogía biopolitica de Saúl Taborda, 1932: infancia, familia y autoridad”, en: “Técnica, familia, autoridad: Actas de las II Jornadas de Antropología filosófica” (22,23 y24 de junio de 2011) INAPL, Buenos Aires, 418 págs., pág. 6-11. -“La pedagogía biopolitica de Saúl Taborda”, en Soto Arango, Diana Elvira, et.al. (eds.): “Educadores en América Latina y el Caribe del siglo XX al siglo XXI”, Tunja, Ed. Doce Calles, 2011, 394 págs., págs 99-132. -“Saúl Taborda crítico de Carl Schmitt: lo político como comunidad de vida”. En: www. filosofiabiblioteca.blogspot.com/.../saul-taborda-critico-de-carl-schmitt-l...
(2) Con el soplo muerto del “espíritu” de los 70 y la invocación a Paulo Freire se llegó a afirmar que “hoy la enseñanza facúndica se denomina educación popular … y, resemantizada…persiste en el movimiento piquetero”. Una zonzera. Inferencia ilegitima del mismo nivel que la atribución de fascismo a Taborda o su signatura como precursor de la izquierda nacional (si tenemos en cuenta que ella fue, y es, el escalón del progresismo colonial en la Argentina).
(3) Sus referencias a Woodrow Wilson (y a Bakunin) o su defensa de la Revolución Rusa (estalinismo mediante) resultan hoy meros datos históricos que pueden desglosarse sin consecuencias para la estructura de sus tesis principales.
(4) Una fracción de la “escuelita argentina de glosadores” pretende ver en Astrada una especie de marxista genético, obviando sus sistemáticos cambios de frente político, sus volteretas y su mala fe. Como todo en el siglo XX, resulta el peronismo la piedra de toque que juzga y pone en valor su decurso intelectual. Ocupó el cargo de Director del Departamento de Filosofía en la Faculta de de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires (1947/1955) con apoyos explícitos al Gobierno. En 1956 ya era gorila.
(5) Los conceptos de la teoría (como hermenéutica) biopolítica se irán desbrozando a lo largo de la obra. Recién en la nota 24 de página n° 271 aparece explícitamente una síntesis del concepto “inmunitas” tal como la concibe Esposito.